Siempre hay historias detr¨¢s
El hombre a las puertas del supermercado por el que paso habitualmente es uno de tantos afectados por la burbuja inmobiliaria

He dicho en infinidad de art¨ªculos que apuesto por el peque?o comercio y es verdad, pero tambi¨¦n he comprado en supermercados. Recuerdo el ¡°Comprebi¨¦n¡± de mi infancia, que luego pas¨® a llamarse ¡°For sale¡± y tambi¨¦n que ah¨ª pusieron una de las primeras panader¨ªas de la zona en las que hab¨ªa baguettes de esas que calientan en el momento y salen ardiendo. Se formaban unas colas inmensas porque era algo novedoso. Tras unos meses, empezamos a ver a un hombre en la puerta que saludaba a todo el que entraba.
Se quedaba con nuestras caras y cuando sal¨ªamos, pon¨ªa las manos en forma de cuenco por si le d¨¢bamos algo del cambio que las cajeras acababan de devolvernos. En caso de que fuera necesario, si ¨ªbamos muy cargadas, hasta nos ayudaba cargando las bolsas un buen trecho. Muchas personas le entregaban alguna moneda y hab¨ªa quien, directamente, le compraba un paquete de arroz o latas de comida. ?l siempre lo agradec¨ªa gritando muy alto ¡°gracias¡±, tanto que cuando ya hab¨ªamos cruzado la carretera y est¨¢bamos metiendo la llave en el portal, todav¨ªa le escuch¨¢bamos. Desconozco qu¨¦ habr¨¢ sido de aquel hombre, ni siquiera s¨¦ c¨®mo se llamaba. Estaba en el barrio, le ve¨ªa m¨ªnimo dos veces por semana; sin embargo, nunca me par¨¦ a preguntar y un d¨ªa desapareci¨®.
Ahora paso cada ma?ana por delante de otro supermercado para ir a trabajar y, como la inequidad y la pobreza son males end¨¦micos en demasiados rincones del planeta, a?os despu¨¦s de dejar de ver al ¡°se?or del For Sale¡±, me encuentro id¨¦ntico escenario con otro actor. Pero yo ya no soy igual y no quiero que no me sorprenda lo que veo, no me gusta que la injusticia forme parte del paisaje ni, desde luego, ignorarla. Hace poco me par¨¦ y habl¨¦ con el hombre que cada ma?ana, llueva o truene, sostiene un ejemplar de la publicaci¨®n ¡°La Farola¡± plastificada, para que no se da?e por las inclemencias del tiempo o por el contacto. Da los buenos d¨ªas y dedica una sonrisa a todas las personas que establecen contacto visual con ¨¦l y casi todas le corresponden. Varias le dan dinero. A veces, yo tambi¨¦n y me consta que no son m¨¢s que parches, que de ninguna manera acaban con las desigualdades, ni siquiera las zurcen, solo las tapan. Era consciente de ello incluso antes de preguntarle por qu¨¦ estaba ah¨ª y despu¨¦s, m¨¢s.
Jack (nombre ficticio) lleg¨® a Espa?a cuando el trabajo parec¨ªa sobrar. La burbuja inmobiliaria reparti¨® y reparti¨®, aunque hubo quien se quedara con la mejor parte, hasta que explot¨® haciendo pedazos no solo los ladrillos sino un mont¨®n de vidas. A¨²n quedan familias enteras convalecientes de esa ¨¦poca de oro envenenada. A ¨¦l, alba?il, le toc¨® en el bolsillo primero y m¨¢s tarde en los papeles. Al estar desempleado, no pudo renovar su permiso de residencia y ahora no tiene ni una cosa ni la otra. Por eso vende ese peri¨®dico que casi nadie lee y pocos se llevan, aunque lo paguen.
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