Las leyendas urbanas del barrio
Cada lugar construye su propio bulo, aunque hay algunos que triunfan m¨¢s y adquieren un car¨¢cter casi universal

Las leyendas urbanas son aquellas historias que se construyen partiendo de elementos reales, y reconocibles a los que se salpimenta con ingredientes ficticios. Pueden dar miedo o no; la de ¡°Sorpresa Sorpresa¡±, el perro y Ricky Martin, por ejemplo, no provocaba exactamente terror, pero s¨ª cierto estupor.
Cada lugar construye su propio bulo, aunque hay algunos que triunfan m¨¢s y adquieren un car¨¢cter casi universal, pese a que despu¨¦s se adapten al lugar en el que se cuentan.
Los cromos con droga son un cl¨¢sico, un sinsentido que se llev¨® much¨ªsimo en los 80 y los 90. La trama era surrealista y del todo inveros¨ªmil. Sin embargo, quiz¨¢, por no romper la ilusi¨®n, decid¨ªamos cre¨¦rnoslo. Se desarrollaba en una ¨¦poca en la que se repart¨ªan cromos de forma gratuita en las puertas de los colegios, de manera que se aprovech¨® esa costumbre para echarle imaginaci¨®n e inventarse que se impregnaba cada cartoncito con LSD. ?Cu¨¢l era la finalidad de esta bizarrada? que el alumnado se enganchara y se convirtiera en consumidor habitual, algo del todo improbable, puesto que entre los seis y los catorce a?os (quiz¨¢ los mayores, ten¨ªan m¨¢s posibilidades), con la paga de cien pesetas que nos daban los domingos, solo nos llegaba para chucher¨ªas.
Tambi¨¦n tuvo bastante acogida la de la furgoneta blanca, un veh¨ªculo que, al igual que los Reyes Magos , pod¨ªa estar en varios sitios ultra distantes al mismo tiempo, ya que mucha gente aseguraba haberla visto. Pura magia. Me suena que hac¨ªa fotos a los menores o algo as¨ª, el caso es que cada vez que nos cruz¨¢bamos con alguna, sal¨ªamos huyendo, por si acaso.
A m¨ª lo que me lleg¨® es que si ibas al ba?o, pod¨ªas encontrarte a una mujer muy mayor que se acercaba para pedirte ayuda, entrabas con ella al aseo y no volv¨ªas a aparecer
La de la chica de la curva en mi zona no fragu¨® y menos mal porque si lo pienso, a¨²n hoy, me entra canguelo. Y con esta leyenda concluir¨ªa las que son compartidas. Ahora, le toca el turno a las propias, las de mi municipio, Alcorc¨®n.
Comenzar¨¦ por la de la anciana del ya extinto cine Valderas. No s¨¦ si la recuerdo bien debido a que me pill¨® peque?a y a que la gracia de estas trolas es que, al transmitirse oralmente, son un tel¨¦fono escacharrado infinito. A m¨ª lo que me lleg¨® es que si ibas al ba?o, pod¨ªas encontrarte a una mujer muy mayor que se acercaba para pedirte ayuda, entrabas con ella al aseo y no volv¨ªas a aparecer. Eso se ha traducido en que generaciones y generaciones de alcorconeros nos trag¨¢ramos pel¨ªculas enteras sin movernos del asiento, daba igual que nuestra vejiga estuviera a punto de reventar o que fuera Titanic, con sus tres horas y pico. Aguant¨¢bamos.
Luego tambi¨¦n ten¨ªamos la de los castillos, edificaciones que muchos vecinos coet¨¢neos vimos y vivimos medio en ruinas, cosa que los convert¨ªa en apasionantes (y peligrosos) para explorarlos. Se rumoreaba que las almas de sus antiguos moradores vagaban por ah¨ª, de modo que los m¨¢s valientes y avezados iban a hacer sesiones de espiritismo, con g¨¹ija incluida que ten¨ªa letras escritas a boli sobre la hoja de cuadritos arrancada del cuaderno de sociales. La precariedad era eso y la vida nos estaba avisando.
Nos las crey¨¦ramos o no, las leyendas urbanas formaban parte del folclore contempor¨¢neo y son un elemento m¨¢s del acervo com¨²n de los barrios. Nuestro acervo.
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