Plantas de abuela
Muchas personas mayores dedican su tiempo a cultivar y cuidar de sus macetas que en ocasiones reflejan el latido de la vida
Ten¨ªan tanto cari?o que dar que tambi¨¦n lo repart¨ªan con las plantas que cuidaban. Y muchas lo siguen haciendo todav¨ªa. Son las abuelas, jardineras natas. Nos habla Mari, abuela octogenaria de Marbella, de origen leon¨¦s: ¡°Cuando me voy de vacaciones, pienso mucho en las plantas de casa, en c¨®mo estar¨¢n. Ellas son mi vida¡±. Su patio luce un jard¨ªn de macetas. ¡°Las vecinas me preguntan qu¨¦ les hago a las plantas para tenerlas tan bonitas¡±, cuenta risue?a.
En ellas el latido de la vida permanece, y cada nueva hoja rememora inconscientemente a aquel ser querido que la leg¨®.
Es fascinante comprobar c¨®mo la gran mayor¨ªa de plantas que cuidan tienen muchos a?os a cuestas, como comenta Pilar, abuela de Carabanchel: ¡°Uno de los momentos especiales del a?o es cuando la planta de la suegra y la nuera vuelve a florecer¡±. Ella hered¨® esa variedad de Hippeastrum de su t¨ªa, quien a su vez la recibi¨® de otro familiar. As¨ª, se podr¨ªa trazar un particular ¨¢rbol geneal¨®gico a trav¨¦s de sus plantas. Van pasando de mano en mano, como las joyas de la familia. En ellas el latido de la vida permanece, y cada nueva hoja rememora inconscientemente a aquel ser querido que la leg¨®.
Los esquejes cobran en este tipo de plantas un especial significado. No eran raras las conversaciones entre vecinas pidiendo un trozo de esa begonia, de aquel singonio, de este geranio. Porque todas y cada una de esas especies se han clonado hasta la extenuaci¨®n. Una familia madrile?a de vacaciones en la playa de Granada pod¨ªa encontrar una preciosa planta colgando en un macet¨®n de un chiringuito. De ah¨ª a cortar un trocito solo hab¨ªa un paso. Tras unos cuantos kil¨®metros en coche, el esqueje acababa en una casa del extrarradio de Madrid. All¨ª rehac¨ªa su vida, conformando nuevas ra¨ªces, nuevos tallos. Pero entonces la vecina de al lado, maravillada por su floraci¨®n, ped¨ªa otro trozo. Poco despu¨¦s, la nieta, en una visita a su querida abuela, se quedar¨¢ prendada de la planta. Otro fragmento suyo se va en su bolso, rumbo a Toledo¡ La cadena de la clonaci¨®n contin¨²a, sin necesidad de laboratorio, con la sola intervenci¨®n del amor por las plantas y por compartir lo hermoso. Puede que nuestra planta heredada provenga de un lugar lejano, tanto en el tiempo como en el espacio.
¡°Una casa sin plantas es una casa sin vida¡±, afirma Carmen, abuela de Fuencarral pueblo. Con cinco nietos, dos bisnietas, dos gatos y su perro ?rtico, confiesa cu¨¢l es su planta m¨¢s antigua: ¡°Es un rosal de pitimin¨ª de, por lo menos, 40 a?os. De ¨¦l he dado muchos esquejes. Aunque una de mis plantas favoritas es el ciclamen rojo, tan bonito y vistoso¡±.
Hay muchas especies que estas mujeres han cultivado tradicionalmente en sus hogares. Una que podr¨ªa ocupar el primer lugar en esa tradici¨®n es la aspidistra (Aspidistra elatior), una planta que se cultiva en Europa desde hace siglos. De origen japon¨¦s, crece formando el sotobosque de grandes ¨¢rboles perennes, parientes de nuestra encina (Quercus ilex). Es habitual escuchar otros nombres m¨¢s tiernos para referirse a ella, como pilistra. Gracias a su gran capacidad para resistir la sed y la falta de luz intensa, ha llenado lugares en pasillos y habitaciones. Tambi¨¦n en las terrazas y en los balcones, ya que, si se encuentra protegida del sol directo y m¨ªnimamente resguardada, es capaz de superar los fr¨ªos.
Su dureza queda bien reflejada en su nombre popular anglosaj¨®n: planta de hierro fundido. De crecimiento lento, verla generar una nueva hoja es como leer un haiku que nace de la tierra. Un cucurucho, estrecho y turgente, que emerge leve. La hoja aumenta en altura a lo largo de los d¨ªas. Lenta pero firme, se desenrolla durante semanas. As¨ª, hasta alcanzar su tama?o definitivo. Quiz¨¢s solo forme media docena de hojas nuevas al a?o, pero ese desarrollo pausado augura asimismo una gran longevidad a la aspidistra. Por esa misma raz¨®n, se convirti¨® en una planta perfecta para entregar a la siguiente generaci¨®n familiar. Animarse a cultivar una aspidistra puede ser un homenaje perfecto a tantas horas de riego, esmero y cari?o de las abuelas hacia sus plantas, a su energ¨ªa para cuidar de todo lo que es bello.
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