La n¨²mero 1 es Rosa P¨¦rez, 58 a?os copiando cuadros en El Prado: ¡°Estar¨ªa as¨ª siete vidas¡±
A sus 80 a?os, la decana de los copistas del museo madrile?o ha vuelto tras varios meses ausente por ci¨¢tica y espera seguir pintando hasta que su salud se lo permita
Una mujer menuda de edad avanzada lleg¨® este lunes por la ma?ana a la sala 49 del Museo del Prado y se convirti¨® inmediatamente en la estrella de la estancia, eclipsando a los artistas del Renacimiento. Turistas y escolares de quinto de primaria la observaban con el t¨ªpico silencio reverente de este museo, mientras ella arrastraba un lienzo en un caballete con ruedas hasta situarlo a un par de metros de Sagrada Familia con San Juanito, del genio Rafael, uno de los cuadros de ese espacio dedicado a la pintura italiana del siglo XVI.
La mujer sac¨® su paleta y pinceles y busc¨® la concentraci¨®n, a pesar de tener tantos ojos puestos en ella. Intentaba ¡°hablar¡± con Rafael. As¨ª llama ella al momento de inspiraci¨®n en que deja de ver lo que todo el mundo y, casi sin querer, descubre el misterio de la obra, la t¨¦cnica que us¨® el maestro. A veces, cuando llega ese chispa se le pone la carne de gallina. Tras un cuarto de hora manchando el fondo del lienzo con tonos oscuros, dec¨ªa: ¡°Todav¨ªa no lo consigo. Estoy despistada¡±.
Era su segunda sesi¨®n frente a este cuadro que supone un doble reto. El primero es que nunca hab¨ªa pintado a Rafael, que no es precisamente un pintor de su estilo predilecto porque ella prefiere artistas con pinceladas m¨¢s sueltas como el Greco, Vel¨¢zquez o Goya. El segundo es su propia salud, que recientemente le ha dado un disgusto porque la ci¨¢tica la ha tenido apartada del museo desde julio. A sus 80 a?os, Rosa P¨¦rez Valero es la decana de los copistas del Prado, un peque?o grupo de apasionados del arte que son una presencia habitual en el museo madrile?o. En esta pinacoteca casi todo son caras an¨®nimas que est¨¢n de paso, pero ellos permanecen y son f¨¢cilmente reconocibles entre la multitud. Rosa lleva pintando copias aqu¨ª de forma intermitente desde 1965. Porta en su solapa, cogido con un alfiler, su pase especial expedido por el Prado. Es una l¨¢mina blanca con una C de copista en el centro. En una esquina figura la cifra que le corresponde, el n¨²mero 1.
P¨¦rez, dulce y parlanchina, cuenta que su primera copia la hizo cuando estudiaba Bellas Artes. Un amigo de su padre, due?o de un restaurante en la calle Serrano, le pidi¨® que pintara uno de los bufones de Vel¨¢zquez, El bobo de Coria, hoy m¨¢s conocido como El buf¨®n calabacillas. Lo pas¨® muy mal porque entonces era mucho m¨¢s t¨ªmida y se agobiaba al ser observada. Pero debi¨® de hacer un buen trabajo porque el cliente le hizo m¨¢s encargos. En realidad, ella no quer¨ªa dedicarse a la copia. Su ambici¨®n, como la de tantos otros en la facultad, era convertirse en ¡°Pintora, con pe may¨²scula¡±. Pero hacer copias era entonces un buen negocio. Eran tiempos en que a los copistas se les valoraba y pagaba mejor. En 1965 se hicieron 1.051 copias en el Prado. Ahora se pintan solo entre 20 y 25 obras al a?o.
P¨¦rez nunca ha vivido ¨ªntegramente de la copia. Se dedic¨® a la restauraci¨®n, en el Palacio Real y el Escorial, y a la ense?anza. Adem¨¢s, ha pintado durante todo este tiempo sus propias obras, con las que explora su creatividad con un estilo que va del impresionismo a lo abstracto. Hace copias para suplementar su pensi¨®n (las suele vender por entre 1.500 y 7.000 euros) y porque le permite mantenerse activa y socializar.
Vive sola en un peque?o ¨¢tico del distrito madrile?o de Moratalaz que compart¨ªa con su exmarido, tambi¨¦n pintor, y sus dos hijos, a quienes ve a menudo porque siguen residiendo en Madrid. Una placa que pone ¡°Rosa P¨¦rez Valero. Pintora y restauradora¡± recibe a los visitantes en la puerta del domicilio. Su caballete preside su estudio, una sala luminosa donde conserva novelas y libros sobre arte. Al entrar en otra habitaci¨®n donde cuelgan 20 de sus copias dice: ¡°Este es mi peque?o Museo del Prado¡±. De las paredes cuelgan cuadros tan conocidos como Danae recibiendo la lluvia de oro, de Tiziano; El Caballero de la mano en el pecho, de El Greco; o El Quitasol, de Goya.
Cuando sale de casa por la ma?ana rumbo al Prado se despide de Pedro, portero de su edificio, dici¨¦ndole: ¡°Me voy al trabajo¡±. Toma un par de autobuses municipales hasta llegar a la plaza de Cibeles y desde all¨ª hace el camino andando hasta la puerta de los Jer¨®nimos del museo, donde empieza a encontrarse con caras conocidas. Saluda a un par de gu¨ªas y a una recepcionista que la llama Rosita. All¨ª le entregan una peque?a silla flexible para que pueda pintar sentada, si as¨ª lo desea. ¡°No est¨¢n permitidas, pero es un privilegio que me dan por mi edad¡±, dice.
Contin¨²an los saludos cuando se cruza con el personal uniformado que vigila las salas. ¡°?Buenos d¨ªas preciosa!¡±, exclama una. En esta su segunda casa, P¨¦rez tambi¨¦n tiene amigos copistas que son como familia. Maribel Manzanares, de 38 a?os, la llama ¡°mi mam¨¢ del Prado¡±.
En ese grupo de copistas, muchos recuerdan a Antonio Ram¨ªrez R¨ªos, que fue el m¨¢s constante y de m¨¢s edad hasta que dej¨® de pintar a los 83 a?os por problemas de salud, en 2018. En diciembre de 2022, falleci¨® otro veterano, Enrique Fern¨¢ndez Ventura. Pint¨® su ¨²ltima obra a los 87 a?os, justo antes de la pandemia.
El museo tiene ahora autorizados a 12 copistas que pagan 30 euros por un pase anual y 100 euros adicionales por cada reproducci¨®n. Para garantizar la calidad de la visita, el Prado prefiere restringir el n¨²mero de copistas, que en ning¨²n caso es superior a 16 o 18 personas, explica el coordinador general de conservaci¨®n de la pinacoteca, V¨ªctor Cageao. De hecho, no pueden pintar los viernes ni fines de semana, cuando se producen las mayores aglomeraciones. Por ese motivo, tambi¨¦n est¨¢ prohibido copiar algunos de los cuadros m¨¢s populares, como Las Meninas o Las Majas. Esta regla parece comprensible porque la multitud se suele concentrar en torno a ellos, igual que sucede con los artistas callejeros.
Al museo le interesa que sigan existiendo los copistas porque son un atractivo m¨¢s, ausente en otras pinacotecas. Adem¨¢s, cumplen un servicio educativo que hace que el p¨²blico valore m¨¢s las obras originales. ¡°Queremos que tengan un cierto nivel porque a la gente que se para les explican el cuadro que tienen delante¡±, dice Cageao. ¡°Adem¨¢s, no todos pintan igual. Unos van por cuadrantes; otros pintan la figura principal y luego el fondo, o a la inversa...¡±
No es f¨¢cil entrar en este selecto grupo. Para ser admitidos, los candidatos deben enviar seis fotograf¨ªas de sus obras y una carta de recomendaci¨®n de un profesor de Bellas Artes, dise?o o ense?anzas similares. Con todo, el n¨²mero de interesados ha ca¨ªdo mucho. En el pasado, copiar era clave en la formaci¨®n del artista y desde su fundaci¨®n en el XIX han hecho copias en el Prado artistas como Renoir, Monet, Picasso o Botero, pero el cambio tecnol¨®gico ha impactado este oficio, explica Cageao: ¡°Antes, hab¨ªa poqu¨ªsimas reproducciones de obras en fotograf¨ªa, lo que limitaba el contacto con el arte¡±.
Tambi¨¦n ha ca¨ªdo el negocio. Los copistas cuentan que hoy nadie puede vivir solo de esto debido al cambio en el tipo de p¨²blico que visita el Prado. Fernando Gonz¨¢lez, un veterano con 78 a?os que lleva 50 en el Prado, lamenta que el museo, como el centro de Madrid, se ha convertido en un parque tem¨¢tico: ¡°Antes ven¨ªa gente m¨¢s interesada por el arte, con m¨¢s conocimiento y sensibilidad¡±. El perfil del visitante es crucial porque los encargos suelen surgir in situ. Alg¨²n apasionado por el arte ve el buen hacer del copista y le pide un ejemplar.
A P¨¦rez le han comprado recientemente clientes de Australia, Estados Unidos, M¨¦xico o China. Como no habla ingl¨¦s (aunque s¨ª franc¨¦s) a veces llama a su hija por el m¨®vil y ella se ocupa de la negociaci¨®n. En cuesti¨®n de unas 15 sesiones, P¨¦rez finaliza su copia. Enrolla el lienzo con protecci¨®n de papel de seda y pl¨¢stico de burbujas para luego enviarlo en un paquete a su destino internacional. A lo largo de su carrera calcula que ha hecho unas 60 copias del Prado.
Una de las ventajas de pintar el Rafael de la sala 49 es que es un buen escaparate porque pasan muchos visitantes, entre ellos potenciales clientes. Durante buena parte de la ma?ana, su cuadro es el que tiene m¨¢s espectadores. Un ni?o tira de un adulto para acercarse a ella, otro grupo de asi¨¢ticos la contempla. Una profesora le dice a sus alumnos de 10 y 11 a?os, con uniformes de Antamira, un colegio de Paracuellos del Jarama que se encuentra en la calle de los Cuadros: ¡°Mirad, es una artista. As¨ª aprenden a pintar, copiando a los grandes¡±.
Una turista californiana de mediana edad la felicita en ingl¨¦s, pero la artista no entiende.
¡ªFrench?, pregunta P¨¦rez.
¡ªOui, c¡¯est tr¨¦s bien!, responde la turista con entusiasmo.
Cuando sus obras est¨¢n avanzadas, la reacci¨®n del p¨²blico es a¨²n m¨¢s efusiva: ¡°Los ni?os a veces cuando est¨¢ el cuadro casi terminado me aplauden, cosa que no se debe hacer porque hace mucho ruido¡±, dice alegre.
Pero P¨¦rez acaba su jornada algo frustrada. No ha conectado a¨²n con Rafael. A las 13.30 recoge sus b¨¢rtulos porque m¨¢s tarde tiene cita con el oste¨®pata que la est¨¢ tratando de la ci¨¢tica. Guarda el caballete con el lienzo en un rinc¨®n de la sala y se marcha con su malet¨ªn de pinturas.
Al d¨ªa siguiente, tras la consulta, vuelve a sentirse como un roble. Ha visto a otros de su generaci¨®n rendirse f¨¢cilmente, pero ella afirma que aguantar¨¢ lo que pueda porque pintar le da la felicidad. ¡°Esta vida es muy corta y yo quisiera siete vidas m¨¢s como la de ahora¡±, cuenta. ¡°Yo con esta edad me encuentro que estoy empezando¡±.
Contacta al autor en fpeinado@elpais.es o fernandopeinado@protonmail.com
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