11 noches de toque de queda en Ferraz: ¡°No sabes si es tu barrio o un territorio de guerra¡±
Las protestas contra la amnist¨ªa en la calle madrile?a que alberga la sede del PSOE han interrumpido la vida de estudiantes, comerciantes y residentes, que viven en un escenario de caos
En la calle de Ferraz y sus alrededores hay m¨¢s de 50 papeleras que hoy no sirven para nada. Solo quedan sus carcasas, los cubos los ha retirado el Ayuntamiento de Madrid para que los manifestantes contra la amnist¨ªa no los quemen o los lancen sobre las unidades antidisturbios. Este detalle, uno entre varios, muestra c¨®mo ha cambiado la vida en este sector del barrio de Arg¨¹elles desde el d¨ªa 3, cuando comenzaron las protestas convocadas por grupos de extrema derecha. Las cicatrices de los choques con la fuerza p¨²blica tambi¨¦n se pueden apreciar en los barandales torcidos y en las pegatinas antigubernamentales en el mobiliario urbano. Los vecinos viven en un toque de queda t¨¢cito a partir de las siete de la tarde, cuando la Polic¨ªa blinda toda la manzana. Los comerciantes reportan p¨¦rdidas por el cierre temprano de los establecimientos.
El restaurante-bar Baraka¡¯s, del que dependen cinco familias, abri¨® sus puertas hace cuatro meses en el 37 de la calle de Ferraz, justo frente a la sede del PSOE. Su propietaria, Nabila Baraka, ha cancelado m¨¢s de 300 cenas reservadas para los ¨²ltimos d¨ªas. Al final de la tarde, su establecimiento queda aislado del resto de la ciudad por las vallas que monta la Polic¨ªa para alejar a los manifestantes del edificio del partido de Gobierno. Ha optado por abrir tres horas m¨¢s temprano, a las 8.30, pero su clientela fuerte acude en la noche. Adem¨¢s, en este contexto pocos se atreven a venir. ¡°Nadie quiere salir de cenar y llevarse un botellazo¡±, explica esta comerciante doblemente afectada, ya que vive una calle m¨¢s arriba de Ferraz. ¡°No sabes si es tu barrio o un territorio de guerra¡±, remata.
Los ingresos del negocio se han desplomado. ¡°Estoy cerrando caja al 20%. Si esto sigue dos semanas m¨¢s, me tocar¨¢ bajar la persiana¡±, lamenta la restauradora que, despu¨¦s de los dos puentes del ¨²ltimo mes, manten¨ªa la ilusi¨®n de cuadrar caja en noviembre. ¡°Se me est¨¢ negando el derecho al trabajo¡±, confiesa con ojos acuosos.
Once d¨ªas de revuelta han dejado marcas en el mobiliario urbano. Como faltan las papeleras, abunda la basura. Los contenedores de papel y cart¨®n han sido retirados para evitar que los manifestantes los quemen, como ocurri¨® con los del bar Nabuko en la calle del Pintor Rosales, que fueron transformados en una barricada en llamas al inicio de las protestas.
Los contenedores de vidrio tambi¨¦n se los han llevado para evitar que los cristales fueran lanzados en contra de los uniformados. Los conserjes apilan la basura por montones, como Juli¨¢n Cuerpo, de 64 a?os, que cuida el n¨²mero 32 de la calle del Buen Suceso, donde tambi¨¦n vive desde hace tres lustros. Cuerpo sabe que no podr¨¢ esperar mucho tiempo con la basura acumulada. ¡°Al final, la tendr¨¦ que echar en el cubo naranja [reservado para desechos no reciclables]¡±, afirma.
Cuerpo narra que en la noche del jueves 9, una residente del bloque lo telefone¨® porque la polic¨ªa no la dejaba cruzar la barricada que la separaba del edificio. La mujer tem¨ªa por el bienestar de su hijo, de cuatro a?os, con quien tendr¨ªa que rodear la protesta para entrar por otra calle que le hab¨ªa indicado el agente. Antes que eso, prefiri¨® llamar a Cuerpo y pasarle al ni?o por encima de la valla para que lo llevara hasta el edificio. Veinte minutos tard¨® la mujer en llegar al bloque. ¡°La verdad es que da miedo vivir as¨ª¡±, confiesa el conserje.
El procedimiento al que debe someterse un residente para entrar al per¨ªmetro vallado contempla que se requisen las mochilas o bolsas y se compruebe el DNI para certificar su empadronamiento en la calle cerrada. Cuerpo ha identificado que ¡°los vecinos no se atreven a salir, a menos que sea una urgencia¡±.
Las detonaciones de los petardos lanzados por los ultras han reemplazado el sonido de los violines y el piano en el conservatorio de m¨²sica Adolfo Salazar, colindante con la sede socialista. En la secretar¨ªa del centro, dos hombres contestan llamadas a dos manos para atender a los padres, inquietos por los cambios en el horario. ¡°Esta semana parece que va a estar complicada¡±, advierte uno a la bocina. Las clases grupales han comenzado a dictarse de forma telem¨¢tica a ra¨ªz de las protestas, debido a que ¡°los padres no pod¨ªan recoger a los ni?os¡±, comenta Susana S¨¢nchez, directora del centro.
En el conservatorio ensayan alumnos desde los ocho a?os. Durante los primeros d¨ªas, cuando las vallas estaban m¨¢s pegadas a la sede del PSOE, los ni?os escuchaban los insultos y arengas violentas mientras recib¨ªan clases, precisa la directora, un ambiente de tensi¨®n en el que ¡°algunos ten¨ªan mucho miedo y se pon¨ªan a llorar¡±.
S¨¢nchez lamenta esta nueva metodolog¨ªa telem¨¢tica que considera ¡°poco pedag¨®gica¡±. ¡°Hay algunas clases que tienen que ser presenciales¡±, afirma la directora, que pone como ejemplo los ensayos del coro, inviables a trav¨¦s de una pantalla.
Alg¨²n caso aislado se sali¨® de la norma en los alrededores, como el bar Marcelino en la confluencia de la calle de Marqu¨¦s de Urquijo con el paseo del Pintor Rosales, a 240 metros de la valla. El due?o del local tuvo que meterse detr¨¢s de la barra para ayudar a servir ca?as a los dos camareros que no daban abasto, de hecho uno de ellos ha calculado que ¡°se metieron como 100 personas¡± en un local que tiene aforo para la mitad. ¡°Como esto siga as¨ª, nos forramos¡±, bromea el jefe del local entre una marea de banderas rojigualdas y cuatro antidisturbios que esperan, muy serios, su turno para entrar al ba?o.
El bar Marcelino es el ¨²nico abierto de la zona. Hay otro pegado a este, Habana Vieja, pero cerr¨® el mi¨¦rcoles, despu¨¦s de que un grupo de encapuchados acabara arrojando casi todas las sillas de su terraza. El mobiliario del bar qued¨® esparcido por toda la calle. ¡°Me acaba de llamar el jefe, dice que recojamos lo que podamos y echemos la persiana¡±, le dec¨ªa un camarero a su colega. Desde esa noche, el bar no volvi¨® a abrir. La persiana permaneci¨® abajo durante los d¨ªas siguientes de protestas.
En este rinc¨®n de Madrid, la vida se ha transformado para todos. Los residentes quieren dejar de sentirse prisioneros en sus propias casas, los alumnos y maestros anhelan volver a las clases presenciales, mientras que los comerciantes, como Baraka, solo quieren terminar noviembre sin la contabilidad en rojo: ¡°Que alguien se haga cargo de lo que tendremos que enfrentar a fin de mes¡±.
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