Sobre claudias, ¡®limon¨¢s¡¯ y otros sabores del verano
Hay sabores que solo se entienden en un contexto concreto, como el de la bebida oficiosa de las verbenas de Madrid
Hay sabores asociados a ciertas coordenadas sentimentales. A m¨ª me sucede con las claudias, unas ciruelas que me llevan inmediatamente a las sobremesas estivales en J¨¢vea, cuando hacer la digesti¨®n lejos del mar era un tema de vida o muerte (hay modas hasta en cuestiones de supervivencia) y ...
Hay sabores asociados a ciertas coordenadas sentimentales. A m¨ª me sucede con las claudias, unas ciruelas que me llevan inmediatamente a las sobremesas estivales en J¨¢vea, cuando hacer la digesti¨®n lejos del mar era un tema de vida o muerte (hay modas hasta en cuestiones de supervivencia) y La Vuelta a Espa?a era de visionado obligatorio. Pienso en pi?as o en papayas, frutas de un exotismo impostado que se pueden encontrar en diciembre en cualquier supermercado, peladas, cortadas y en bandejas de pl¨¢stico, listas para llevar a la oficina¡ Y no me evocan nada. Han perdido su connotaci¨®n tropical y festiva, se ha diluido no solo su sabor sino su contexto. Y con la comida, ya lo adivin¨® Proust, el contexto es lo m¨¢s importante.
Las claudias solo se dan unas pocas semanas al a?o. En un mundo lleno de colorantes y conservantes, donde las temporadas se difuminan para adaptarse a la demanda, estas peque?as ciruelas verdes son la resistencia. Son ricas y escasas, los dos ingredientes b¨¢sicos en la receta del lujo, pero las claudias, muy del pueblo ellas, se mantienen a un precio razonable. Yo es acercarse julio y empiezo a preguntar a los fruteros del barrio cu¨¢ndo llegan con la insistencia del adicto, como si en lugar de una fruta estuviera esperando el lanzamiento del nuevo iPhone.
Cuando por fin las encuentro y las meto en la nevera, las claudias tienen una vida corta y un consumo m¨¢s bien triste: escojo para comer no la pieza m¨¢s apetecible, sino aquella m¨¢s blandurria, la que est¨¢ a punto de estropearse. Como si la vida fuera un poco eso, una cuenta atr¨¢s hacia el desastre, un constante echarse a perder. Pero hay algo de po¨¦tico en lo perecedero. Las estrellas que buscamos al echar la vista al cielo en San Lorenzo son las fugaces y hay amores de verano que se recuerdan toda la vida.
En los ¨²ltimos a?os, he a?adido a mi paladar sentimental un nuevo sabor. La limon¨¢ es una bebida muy especial, pues solo se vende un par de semanas al a?o en un pu?ado de calles de Madrid. Es una especie de sangr¨ªa c¨ªtrica, hecha con zumo de lim¨®n, vino, az¨²car y frutas. Son ingredientes muy sencillos y se pueden conseguir durante todo el a?o, pero los bares madrile?os solo venden limon¨¢ durante las verbenas. Esto hace que una bebida corriente se convierta en una muy especial. Exclusiva. Solo aquellos que nos quedamos en Madrid en agosto hemos probado la aut¨¦ntica bebida verbenera. No solo porque en septiembre sea imposible encontrarla, sino porque, despu¨¦s de las fiestas, ya no sabe igual. La limon¨¢ tiene un retrogusto a fiesta callejera, a abanico contra el pecho, a barrio y farolillos. Solo se toma durante estos d¨ªas, cuando la ciudad se viste de pueblo y engalana sus calles.
A mediod¨ªa el sol cae a plomo sobre el asfalto y genera cierta modorra des¨¦rtica, imprime un ritmo narcotizado a la ciudad. Es como si toda Madrid estuviera durmiendo la siesta. El ruido de los coches y la muchedumbre se apaga y da paso al estridular de las chicharras y el zumbar sordo de los aires acondicionados. Al morir la tarde, las primeras vecinas salen a tomar la fresca, o la calor que expulsa el asfalto. Los barrios del centro empiezan a llenarse de gente paseando para ver las plazas engalanadas, las calles cubiertas de banderolas y mantones. A las siete, los bares sacan las barras a la calle y arranca la m¨²sica. Los vecinos se toman unos minis, unas ca?as o unas limon¨¢s y se echan unos bailes, que se pueden alargar hasta bien entrada la madrugada. La limon¨¢ solo se entiende en este contexto. Es como la parpusa o el mant¨®n que, durante unos d¨ªas al a?o, dejan de ser disfraz para convertirse en uniforme, en festivo fondo de armario.
Dec¨ªa Carlangas, autor de la canci¨®n Verbena, que la idem es m¨¢s que una fiesta. ¡°Es uno de esos sitios en los que se junta gente de todas las edades y de todas las clases sociales para divertirse y tomar un Larios con cola [o una limon¨¢, a?adir¨ªa yo]¡± explic¨® hace un par de a?os en este peri¨®dico. ¡°La verbena es algo muy sencillo y a la vez muy pol¨ªtico¡±, contaba. Y me parece que no hay mejor definici¨®n de lo que sucede estos d¨ªas en la ciudad, cuando los pocos madrile?os que quedamos nos juntamos para tomar algo y reconquistamos las calles del centro, vac¨ªas de coches y de turistas.
Cuando se improvisan en las plazas bingos travestis, karaokes colectivos (?qu¨¦ ha pasado este verano, que la gente se ha vuelto loca con La Oreja de Van Gogh?) o mariachis cantando a la Virgen de la Paloma. Cuando se mezclan grupos de amigos y conocidos que se han quedado solos en la ciudad. La verbena es pol¨ªtica, a pesar de estar alejada de las instituciones. No es aquello que monta el Ayuntamiento, que parece m¨¢s interesado ¨²ltimamente en emular Fallas, San Patricios o cualquier otra fiesta ajena a la ciudad, que en preservar las propias. Es lo que construyen las asociaciones, los vecinos y los bares. La verbena es la calle, y sabe a limon¨¢. La verbena, como las claudias, es la resistencia.
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