La vida en Madrid es eso que pasa mientras esperas en una cola
Vivir en la ciudad consiste en esperar. Esperar en el metro o en el atasco. Esperar en el mercado o a entrar en la discoteca. Nadie puede escapar de la fila infinita, pero hay diferentes maneras de afrontarla
El otro d¨ªa qued¨¦ con unos amigos para hacer colas. En realidad, el plan era ir al mercado de productores, un lugar donde venden tomates que saben a tomates (m¨¢s que un reclamo, un lugar com¨²n), pan de masa madre y alcachofas mon¨ªsimas a precios desorbitados. En Madrid hemos gentrificado hasta la huerta. El mercado de productores es como un mercadillo de pueblo, pero hay tenderetes de verm¨² y tiene el aforo de un peque?o festival, as¨ª que te ves obligado a hacer cola hasta para salir corriendo de ah¨ª. Estaba todo lleno de ni?os y de modernos, incluso de ni?os modernos. Para que la gente pudiera bailar mientras hac¨ªa cola, hab¨ªan contratado grupos rockeritos como de boda que destrozaban los grandes ¨¦xitos del pop espa?ol. Fue tan horrible como suena. No veo la hora de repetir.
Nada m¨¢s llegar nos dividimos con una eficiencia marcial para aprovisionar al grupo de comida y bebida. Tardamos m¨¢s tiempo en esperar por ella que en consumirla, as¨ª que en media hora volvimos a repetir el proceso. Despu¨¦s, a un amigo se le ocurri¨® que no pod¨ªamos irnos de ah¨ª sin los famosos tomates, as¨ª que esperamos otros 20 minutos bajo el sol. Luego la naturaleza impuso su ley y me oblig¨® a esperar ordenadamente para ir al ba?o.
Las colas de aquel lugar fueron creciendo y menguando, pero no desaparecieron hasta las cuatro de la tarde, cuando atendieron al ¨²ltimo se?or, que se qued¨® la vez y cerr¨® el mercado. Para entonces yo estaba desorientado, traumatizado y harto. Solo quer¨ªa irme a mi casa a poder hacer cosas fisiol¨®gicas (comer, beber, mear y eso) sin que hubiera una veintena de se?ores delante de m¨ª que iban a hacerlas antes.
Vivir en una ciudad consiste en esperar. Esperar a que llegue el metro, esperar a que el metro te lleve a tu destino, esperar en el atasco. Hordas de pasmarotes plantados en la calle esperan todas las ma?anas para pedir un New York Roll de pistacho. El restaurante de moda crea una nueva cola al no aceptar reserva. Al caer la tarde, un ordenado gent¨ªo se planta a las puertas de los hoteles para subir a sus azoteas. Tambi¨¦n hay colas menos fr¨ªvolas y mucho m¨¢s largas en Madrid: las colas del hambre, las listas de espera. Parecen crecer de noche, como los desiertos, porque los que dirigen esta ciudad siguen sin verlas.
El caso es que todo el mundo parece estar en una cola ¨²ltimamente. Pero no todos saben hacerla igual de bien. Yo, por ejemplo, soy mal¨ªsimo. No puedo matar el tiempo ni con el m¨®vil porque necesito concentrarme en el proceso, como si por ello fuera a avanzar la cola m¨¢s r¨¢pido. Estoy pendiente de que no se me cuele nadie, repasando mentalmente qu¨¦ voy a pedir, as¨ª que no puedo hablar m¨¢s que lo justo: ¡°Qu¨¦ lento va esto¡±. ¡°?Crees que falta mucho?¡±. ¡°Odio esperar¡±. Ese tipo de cosas. Por eso, me fascina la gente que ha convertido la espera en ocio, quienes han aprendido a hackear las colas y a burlar el sistema.
Son esos que sacan el libro en el metro, o los que se ponen una pel¨ªcula en el m¨®vil. Los que r¨ªen a carcajadas en la barra del bar, sin miedo a que se les cuele alguien. Son ese grupo de chicas que esperan juntas y convierten el ba?o en el lugar m¨¢s interesante de una fiesta, las que se hacen amigas esperando. Son las abuelas que charlan en la cola del mercado, haciendo que todo vaya m¨¢s lento, pero sea m¨¢s bonito. Son los conductores que cantan en medio de un atasco.
El otro d¨ªa, en el mercado, vi a un chico haciendo ganchillo en una cola y me dieron ganas de abrazarlo. Observ¨¦ a mis amigos, charlando animadamente, mientas esperaban para comprar tomates e intent¨¦ imitarlos. Una amiga, la mejor esperadora del grupo, lleg¨® tarde a la quedada, pero lo supon¨ªamos todos. Suele bajarse del metro una o dos paradas antes de su destino. A veces llega tarde, pero siempre llega feliz. Porque entiende el viaje no como espera sino como aventura. Se ha dado cuenta de que la vida en Madrid es eso que pasa mientras esperas en una cola.
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