El lado oscuro de tu freidora de aire
A la pregunta de ¡°bueno, ?c¨®mo est¨¢n los m¨¢quinas?¡±, la respuesta es clara: est¨¢n que arden
La semana pasada, el primer despegue de prueba de un cohete SpaceX Starship, el veh¨ªculo de lanzamiento m¨¢s poderoso construido por el hombre, termin¨® en un espect¨¢culo fabuloso de fuegos artificiales sobre el golfo de M¨¦xico. Por otro lado, sin importar lo que digan las clasificaciones y listas oficiales del gremio editorial, pasada la gran fiesta de los libros y las rosas de la Diada de Sant Jordi en Catalunya, los grandes vencedores a nivel de ventas, a?o tras a?o, son los recetarios de la airfryer, nuestra amiga la freidora de aire.
Ella, m¨¢s que el Starship, es el trasto de la d¨¦cada, sin lugar a dudas. El enjambre de libros de cocina que zumban a su alrededor lidera la lista de m¨¢s vendidos en Amazon desde que la fiera sali¨® al mercado. Las m¨¢quinas lo petan, pido disculpas por el chiste, y son capaces de despertar en nosotros una fascinaci¨®n semejante a la que provocan los faros de un coche en las retinas de un zorro cruzando de noche una carretera comarcal.
Las m¨¢quinas, y su compromiso de sacarnos de la cocina, del tedio de lo cotidiano; las m¨¢quinas, y su promesa de un futuro ilusionante, lejos de la debacle conocida, de nuestro planeta dom¨¦stico. Las m¨¢quinas, y el horizonte de tiempo libre que profetizan.
De entre las grandes cuestiones fundamentales que turban la paz de esp¨ªritu del ser humano, una de las m¨¢s apremiantes es la de necesitar alimentarse unas tres veces al d¨ªa, b¨¢sicamente a diario, durante unos 80 a?os de vida. Pero lo que nos preocupa y martiriza de este hecho, hoy d¨ªa y en la parte privilegiada del mundo occidental en la que vivimos, no es la urgencia de saciar el hambre f¨ªsica para seguir vivos. El hambre que nos quita el sue?o no es la de la base de la pir¨¢mide de Maslow: todos aqu¨ª y ahora sabemos que nunca moriremos de hambre.
La promesa de la freidora de aire es la misma que en su momento fue la de los grandes ¨¦xitos que la precedieron, como el instant pot u olla a presi¨®n el¨¦ctrica programable, la crock pot u olla lenta, o hasta el microondas: la de presionar un bot¨®n y olvidarse de la cocina, la de la automatizaci¨®n definitiva de la alimentaci¨®n dom¨¦stica, para abrazar la modernidad de un nuevo paradigma de multitarea y libertad.
Pero pese a prometer m¨¢s tiempo libre abiertamente, el hambre que sacian los recetarios de la freidora de aire es otra: la de los tercer, cuarto y quinto pisos del tri¨¢ngulo de Maslow: afiliaci¨®n, reconocimiento y autorrealizaci¨®n.
Con el artilugio en cuesti¨®n reci¨¦n comprado bajo el brazo, cada dichoso nuevo propietario se sumerge en una comunidad en l¨ªnea que le recibe con los brazos abiertos y un fondo de contenido infinito que incluye desde tutoriales para principiantes hasta trucos de experto, y donde cada aportaci¨®n es debatida y celebrada. Entre este ir y venir constante de comentarios y abrazos virtuales en foros y p¨¢ginas de Facebook, estos dep¨®sitos de recursos colaborativos ense?an a millones de personas los conceptos b¨¢sicos del dispositivo y ayudan a convertir el aislamiento de la preparaci¨®n de las comidas familiares en una actividad comunitaria y colectiva.
Una de las claves del ¨¦xito de esta suerte de herramientas, pues, bebe de las mismas fuentes que alimentan Facebook, Instagram, Filmaffinity o Twitter: la necesidad de pertenencia a una comunidad y la de reconocimiento; y sus mecanismos de recompensa a la publicaci¨®n de un truco ¨²til, una receta exitosa, o un meme brillante, en forma de respuestas, likes y retweets, funcionan activando los resortes m¨¢s antiguos de nuestros cerebros primitivos, que saben que la supervivencia es cuesti¨®n de grupo y que la soledad equivale a la muerte.
Lo curioso del caso, y aqu¨ª est¨¢ la trampa de este juego ama?ado, altamente lucrativo para unos pocos, es que aumentar la eficiencia en las tareas dom¨¦sticas parece no ser garant¨ªa de ganar tiempo libre personal. Resulta que lo que nos ahoga y nos deja sin tiempo libre es otra cosa.
Como explica Anne Helen Petersen en su exitoso libro No puedo, un an¨¢lisis del fen¨®meno burnout o ¡°estar quemado¡± de la generaci¨®n milenial, la m¨¢s productiva de la historia, ¡°cuanto m¨¢s trabajo hacemos, cuanto m¨¢s eficientes hemos demostrado ser, peores se vuelven nuestros trabajos: tenemos salarios m¨¢s bajos, peores beneficios, menos seguridad laboral¡±, escribe. ¡°Nuestra eficiencia no ha supuesto un aumento de los salarios; nuestra constancia no nos ha hecho m¨¢s valiosos¡±. Trabajar mejor no nos ha hecho poder trabajar menos y tener m¨¢s tiempo libre.
Saltear unas verduras con un chorrito de aceite en una sart¨¦n ya es m¨¢s r¨¢pido, m¨¢s bueno, m¨¢s bonito y m¨¢s barato que comprar el trasto de turno, usarlo un par de veces y guardarlo en ese armario de encima de la nevera junto a la yogurtera, la panificadora y la m¨¢quina de hacer pasta fresca, y digo yo que tampoco est¨¢ el precio del metro cuadrado de alquiler como para usar la cocina como almac¨¦n. La cocina ya es camino de pertenencia a una comunidad, a una de una multitud de posibles, vibrantes y diferenciadas; no a una codificada en recetarios sin contexto, ni car¨¢cter, ni historia, iguales para todos.
Que no les embauquen. Lo que quieren tanto Elon Musk como los fabricantes de toda esta ristra de chismes es que metan m¨¢s horas en sus trabajos precarios, con sus horarios descabellados, que le echen la culpa de la falta de tiempo a la cocina, y que para solucionar tanto el tema del tiempo como el de la necesidad de contacto humano fuera del trabajo se compren el trasto y lo compartan en redes.
No pasar¨¢n.
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