El estr¨¦s de meter la compra en las bolsas en el supermercado
La cinta corre imparable, tus pertenencias van llegando al esc¨¢ner, lo atraviesan y se van acumulando al final de la rampa. Puedes sentir la densidad del trance de los que esperan en la cola detr¨¢s de ti en las sienes y en un momento t¨² te preguntas si lo que se acaba de desgarrar es la bolsa biodegradable o tu alegr¨ªa de vivir
?No se equivoquen! El momento de m¨¢ximo apogeo de un gran chef no es el de la inspiraci¨®n s¨²bita y divina para la creaci¨®n de un plato nuevo, ni el instante en el que acerca la nariz a la olla para constatar que la salsa ha quedado maravillosa, ni el atisbar esa l¨¢grima de emoci¨®n aflorar en el lacrimal de ese cliente al que ha empujado a revivir una infancia feliz de correteo por prados verdes llenos de amapolas y mariposas. No. Un gran chef brilla de verdad en el momento del pase, cuando su funci¨®n viene a ser la misma que la de una bisagra de una puerta: distribuir fuerzas, dirimir tensiones y organizar tareas, ser el umbral de dos mundos opuestos donde se encuentran el ritmo y el porte de la sala, con el fuego y la ferocidad de la cocina, aguantando la fricci¨®n sin desmoronarse. Chirriando lo menos posible. ?Y deprisa!
Fuera del Olimpo hay una experiencia terrenal basiqu¨ªsima que les puede acercar a comprender un poco qu¨¦ es lo que se siente al vivir la adrenalina y el estr¨¦s del pase de cocina en un restaurante en carne propia: meter la compra en las bolsas en el supermercado.
Al s¨²per, todos vamos con la intenci¨®n de llevarnos lo m¨¢s y lo mejor a cambio de nuestros dineros, y cada uno tiene su estrategia. Hay quien va con la lista de la compra hecha y premeditada, hay quien va sin lista, y hay quien va de listo a por los d¨®nuts de atr¨¢s del todo de la estanter¨ªa, aquellos acabados de reponer y con la caducidad m¨¢s tard¨ªa. Todo bien.
Como cualquier persona normal, yo invierto en inspeccionar todos los paquetes de galletas minuciosamente, lo que tardar¨ªa en hacerme las susodichas en casa, con la obsesi¨®n de dar con el paquete en el que parezca que puede haber menos galletas rotas. El paquete con menos abolladuras es el bueno, y encontrarlo me prende en el pecho una peque?a llamita de victoria.
Pasillo arriba, pasillo abajo, en el carro van al fondo y, por un lado, los envases robustos y pesados de detergentes y champ¨²s, aprisionando melones y sand¨ªas para que no rueden de ac¨¢ para all¨¢, y por el otro, botellines de salsas o bebidas, latas y yogures, que tienen que ir de pie y con estabilidad para no terminar agitados, que un yogur reci¨¦n abierto sin su superficie pr¨ªstina, lisa y sin grietas parece un yogur usado; encima, las bolsas con frutas y verduras, cosas delicadas, pero no tanto. Arriba del todo, como suspendida en un altar, esa bolsita de mezclum cuidadosamente seleccionada donde no parece haber ni una sola hojita mustia, el bl¨ªster de barquillos sin una sola miga, y ese paquete de tallarines donde no hay ninguno partido. Con un carro as¨ª una llega a la cola de caja envuelta en un halo de triunfo y levitando a dos dedos del suelo. Mientras esperas en fila, de plant¨®n, tu reloj interno se atocina y tu percepci¨®n del tiempo se deforma y entra en modo ¡°ser torturado¡±. En palabras del psic¨®logo Pau Obiol, del Instituto Superior de Estudios Psicol¨®gicos de Barcelona, ¡°cuando estamos percibiendo la situaci¨®n en la que nos encontramos como totalmente negativa, nuestra atenci¨®n se dirige al paso del tiempo, a contar los minutos y segundos de espera. Por ello parece que el tiempo transcurre m¨¢s despacio¡±. Este combinado de trance se mantiene hasta que llega tu turno, momento en el que despiertas de repente y te pones en marcha.
Los productos m¨¢s robustos y pesados son los que entrar¨¢n primero en la cinta transportadora, con la idea de que lleguen antes que nada para ocupar sus puestos en la parte baja de las bolsas. Despu¨¦s, conforme ellos se van alejando, entrar¨¢n a jugar los que no sabes muy bien d¨®nde poner; pero al final de todo, seguro-seguro, ir¨¢n las cosas delicadas, los barquillos, los palitos de pan, las hojitas de ensalada, esos tallarines perfectos, todo colocado en orden inverso a como tendr¨ªa que quedar en las bolsas... como si importara.
La cinta corre imparable, tus pertenencias van llegando al esc¨¢ner, lo atraviesan y se van acumulando al final de la rampa. Puedes sentir la densidad del trance de los que esperan en la cola detr¨¢s de ti en las sienes, el piip-piip del lector insiste en meterte prisa y, como no se puede estar a la vez sacando cosas del carro, pagando y metiendo chismes en las bolsas, siempre, de forma inevitable, llega el momento en que todo escapa a tu control y se desata el caos. Los yogures se tumban y de repente te sientes vulnerable.
La indefensi¨®n se te acumula en la garganta, los ojos inyectados de impaciencia del resto de clientes se te clavan en la nuca, y el chaval de la gorrita aplasta la ensalada con el lavavajillas y la pasta con el mel¨®n, te mira insistente, espera que pagues, termines de embolsar la compra, compres un n¨²mero de loter¨ªa y muestres la tarjeta cliente, todo a la vez en todas partes, mientras por dentro t¨² te preguntas si lo que se acaba de desgarrar es la bolsa biodegradable o tu alegr¨ªa de vivir, y si no ser¨¢ por eso que casi se dir¨ªa que tienes ganas de llorar.
La pr¨®xima vez que oigan a un chef quejarse del estr¨¦s o la tensi¨®n de un servicio de cenas un s¨¢bado noche en un restaurante de moda, alcen la ceja y relativicen sus palabras. Ustedes ya saben lo que se siente.
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