C¨®mo distinguir (y aprovechar) los malos libros de cocina
Probar una nueva receta es un plan ideal en vacaciones. Algunas pistas para que la experiencia sea placentera
Aunque el verano sea esa estaci¨®n t¨®rrida en la que te da una pereza c¨®smica cocinar, nunca dispones de m¨¢s tiempo para hacerlo que cuando est¨¢s de vacaciones. Por eso comprar libros de cocina o revisitar los que ya tienes para encontrar nuevas recetas parece una actividad estival apetecible, y desde luego m¨¢s relajante que buscarlas en las pantallas a las que tantos estamos encadenados en nuestra vida laboral. Tiro piedras contra mi tejado online, El Comidista, pero aqu¨ª he venido a contar la verdad.
La letra y las fotos impresas refrescan, pero ?c¨®mo diferenciamos el recetario que nos va a convertir en las estrellas de la pr¨®xima cena veraniega del que nos va a hacer ciscarnos en toda la parentela del que lo escribi¨®? Es dif¨ªcil saberlo con certeza hasta que no pruebas con ¨¦xito o fracaso dos o tres recetas, pero existen algunas se?ales que nos avisan de si estamos ante una obra pr¨¢ctica de verdad. El autor, por ejemplo.
Si un libro est¨¢ firmado por un chef de restaurante con estrella, lo m¨¢s probable es que no sirva para nada. En la cocina, digo, porque en la mesa del sal¨®n quedar¨¢ muy bien. Seguramente ser¨¢ un tochazo enorme, tendr¨¢ fotos espectaculares de los platos, del cocinero y de su ego, y podr¨¢ enriquecer tu cultura gastron¨®mica, pero las recetas estar¨¢n mal o ser¨¢n inviables en una cocina dom¨¦stica. Palabrita de persona que tiene unos cuantos. No incluyo aqu¨ª las publicaciones caseras de chefs como Berasategui o Ruscalleda, porque juegan en otra liga y en ellas s¨ª se pueden encontrar f¨®rmulas ¨²tiles.
Cuando el autor es extranjero, ojo con las versiones en castellano: muchas se hacen con el piloto autom¨¢tico y est¨¢n llenas de trampas. Los ingredientes medidos en tazas, por ejemplo, son una red flag de manual. Significan que los editores no se han matado a la hora de adaptar el texto a tu realidad, y lo m¨¢s seguro es que tampoco hayan sido muy vigilantes con las traducciones de alimentos o pasos. Consecuencia: alta probabilidad de fallo a la hora de cocinar.
La precisi¨®n en las cantidades y tiempos es otro buen indicador de calidad. Los problemas crecen con los libros perezosos en este aspecto, y muchos contempor¨¢neos y todos los antiguos lo son. Debemos reverenciar a la marquesa de Parabere, a do?a Emilia Pardo Baz¨¢n o a Ana Mar¨ªa Herrera y su Manual de cocina, pero si no disponemos de la suficiente soltura culinaria para interpretar sus recetas sobre la marcha, iremos derechos al desastre. Tambi¨¦n recomiendo huir de los libros que racanean con la longitud de los textos: si te explican una preparaci¨®n m¨ªnimamente compleja en menos de 100 palabras, me apuesto una cazuela de Le Creuset a que el resultado ser¨¢ un churro. Las buenas recetas son ricas en detalles, que te ayudan a seguir el camino sin perderte aunque tus fogones, tu horno, tus cazuelas o tus ingredientes no sean exactamente como los que usaron sus autores.
Los malos libros de cocina son m¨¢s habituales que los buenos, pero no nos hundamos en la depresi¨®n. Mejor ponerse budista, aceptarlo y dejar que fluyan contigo. En algunos de los m¨¢s terribles, yo he sabido encontrar divertimento veraniego: no me servir¨¢n para lucirme ante mis invitados, pero qu¨¦ placer echar una tarde tonta ojeando Cupcakes de Tamara, de Tamara Falc¨®, un manual de reposter¨ªa cuqui de la que su autora reniega y que yo atesoro como si fuera una primera edici¨®n del Quijote. O ?Tan f¨¢cil!, de Gwyneth Paltrow, un eg¨®latra e hilarante monumento al pijer¨ªo healthy. O Microondas para uno, de Sonia Allison, el recetario m¨¢s triste jam¨¢s publicado, del que sales como nuevo tras una buena llorera mir¨¢ndolo.
Adem¨¢s, no hay que olvidar algo importante: de la misma forma que los libros de cocina medio decentes siempre incluyen algunas recetillas reguleras ¡ªprueba de ello son los que publiqu¨¦ hace a?os, de cuyos fails no quiero acordarme¡ª, hasta los menos prestigiosos esconden ideas interesantes. Una amiga que hizo el pollo a la Pantoja, registrado para la posteridad en la opera magna isabelina Recetas con arte, descubri¨® que estaba bueno. La amiga, no hace falta decirlo, era yo.
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