?Por qu¨¦ no ha habido una buena temporada de setas en veinte a?os?
Antonio hace a?os que observa meticulosamente los mapas que hay encima del crucigrama y del sudoku. Anota mentalmente los d¨ªas de lluvia, las cantidades de agua, las temperaturas y las jornadas de viento de cada pueblo a cien kil¨®metros a la redonda
Siscu es de esa clase de buscadores de setas que creen que volver del bosque con menos de veinte kilos es volver con las manos vac¨ªas. Pasa de largo de las angulas de monte, los camagrocs o las senderuelas. Llenar el cesto con ellas da dolor de espalda y agacharse s¨®lo por un pu?ado es cosa de ni?os, mujeres o domingueros. Si no es para cargar el maletero hasta los topes, no sale de casa.
Cuando va a por setas, cosa que, seg¨²n ¨¦l, no pasa nunca ¡ª¡±Nah. Este a?o, nada¡±, ¡°la ventolera del otro d¨ªa lo sec¨® todo¡±, ¡°?el campo? Un p¨¢ramo yermo¡±¡ª se levanta a las cuatro, en plena noche, baja al garaje, se monta en el viejo Land Rover sin ITV y lo baja por la rampa con las luces apagadas, dej¨¢ndolo caer en punto muerto hasta la calle, para no hacer ruido. No prende las cortas hasta rebasar la curva que hay pasado el pino grande, cuando el coche queda fuera del ¨¢ngulo de visi¨®n de la ventana de Antonio, su vecino. All¨ª toma el camino de carro que bordea el pueblo por las afueras, entre los campos, hasta ir a desembocar a la carretera principal por la punta del municipio que queda m¨¢s alejada de su casa. Entonces pisar¨¢ el pedal del gas a fondo y desaparecer¨¢ en el horizonte, dejando una nube negra de aceite quemado tras de s¨ª.
El caso es que Antonio, un ser m¨¢s listo que el hambre en un disfraz de hombre ausente, ya se conoce los trucos de gato viejo de su vecino. En el bar del pueblo, su extra?a afici¨®n a las p¨¢ginas de pasatiempos de la prensa comarcal es motivo de sorna para sus contertulianos, que lo interpretan como un s¨ªntoma simp¨¢tico de senectud. En el pueblo no hay estaci¨®n de tren, ni de autob¨²s, ni obras que supervisar. La se?ora de Antonio es todo un car¨¢cter, dicen, y con algo tiene que entretenerse el pobre hombre fuera de casa, visto que ni lee, ni caza, ni bebe, ni juega a las cartas. Pero Antonio hace a?os que observa meticulosamente los mapas que hay encima del crucigrama y del sudoku. Anota mentalmente los d¨ªas de lluvia, las cantidades de agua, las temperaturas y las jornadas de viento de cada pueblo a cien kil¨®metros a la redonda y, fiel al mantra de ¡°ande yo caliente, r¨ªase la gente¡±, cuando en alg¨²n punto se alinean las se?ales y se dan las condiciones propicias, ese d¨ªa se levanta de la mesa y se despide con el escueto ¡°hasta ma?ana¡± de costumbre, pero al llegar a casa avisa a la parienta: ¡°Hoy dormir¨¦ en la autocaravana¡±.
El despertador suena a las tres y media. Se levanta con la misma ropa con la que se acost¨®, saca la vieja Citro?n C-15 del porche, la conduce con las luces apagadas unos metros y para el motor a la vuelta de la esquina del n¨²mero 26 de la calle mayor, a dos portales de donde vive Siscu. Se agazapa en el asiento.
El Land Rover no tarda en aparecer. Cuando lo ve esfumarse tras el pino grande de la curva, ¨¦l arranca la Citro?n en direcci¨®n contraria, atraviesa raudo y veloz el pueblo por el centro, para el motor del coche en un arc¨¦n en la rotonda de la urbanizaci¨®n en penumbra, y al ver pasar a Siscu, fugaz como un cometa por la carretera principal, se marcha tras ¨¦l.
Cinco horas m¨¢s tarde, a las nueve y cinco, como cada d¨ªa, Siscu entrar¨¢ en el bar del pueblo reci¨¦n duchado, bien aseado y peinado. Sin rastro de ramitas en la gorra, ni de la descarga de adrenalina del cazador-recolector primitivo en los ojos. No dir¨¢ ¡°buenos d¨ªas¡±, dir¨¢ ¡°qu¨¦ hay¡±, como siempre. Pedir¨¢ un cortado y se sentar¨¢, como cada ma?ana del mundo, en la mesa de los habituales a discutir los temas de actualidad. Tiene cuarenta kilos de setas en el garaje y una opini¨®n muy firme sobre el porqu¨¦ de los resultados de las elecciones en Estados Unidos, la celebraci¨®n en Azerbaiy¨¢n de la Cumbre del Clima y la evoluci¨®n de la cotizaci¨®n de los bitcoins de las ¨²ltimas dos semanas.
Veinte minutos despu¨¦s, como cada d¨ªa, aparecer¨¢ Antonio, que como todo el mundo sabe es de tomarse las cosas con calma y levantarse tarde. Lleva la misma ropa de ayer. Ya habr¨¢ re?ido con la mujer. ¡°?Qu¨¦, las setas? ?Salen o no salen?¡± dir¨¢, como quien no quiere la cosa. Tiene cuarenta kilos de n¨ªscalos en la autocaravana.
¡°Naaada. Este a?o, un desastre¡±.
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