Esta Navidad, pon tu nombre a una estanter¨ªa de la Gladstone¡¯s Library, la ¨²nica biblioteca que permite dormir entre sus libros
Despu¨¦s de m¨¢s de 100 a?os de historia y de haber sobrevivido a una cruda guerra, la biblioteca, ubicada en una joya de la arquitectura neog¨®tica brit¨¢nica, ha tenido que cerrar por primera vez a causa la pandemia y su futuro depende ahora de la generosidad de los bibli¨®filos
Gales es un pa¨ªs orgulloso de sus tradiciones. De su idioma, cuajado de consonantes ins¨®litas que no existen en ning¨²n otro. De su poes¨ªa popular, rebosante de dragones, duendes y mu¨¦rdago. De su montaraz y muy a menudo triunfal selecci¨®n de rugby. De su pop en lengua vern¨¢cula, casi siempre extravagante y lis¨¦rgico. Del puerro y el narciso, sus plantas fetiche. De galeses ilustres como Ryan Giggs, acr¨®bata del bal¨®n, y Anthony Hopkins, la mirada g¨¦lida m¨¢s expresiva del mundo.
Hasta hace apenas unas semanas, Gales presum¨ªa tambi¨¦n de la ¨²nica gran biblioteca residencial del planeta, que llevaba m¨¢s de 100 a?os ofreciendo a bibli¨®filos, fetichistas de la letra impresa y simples curiosos o transe¨²ntes la posibilidad de dormir rodeados de libros. Ya no. Estos d¨ªas, los libros de la biblioteca de Gladstone duermen solos, hu¨¦rfanos en sus estanter¨ªas. Los ¨²nicos que se quedan a pasar la noche entre las cuatro paredes de este edificio victoriano de arenisca roja escondido tras una arboleda son Peter Francis, el sacerdote anglicano que ejerce de administrador y guardi¨¢n del recinto desde hace 23 a?os, su esposa y su hija adolescente.
La biblioteca de Gladstone, situada en la peque?a parroquia rural de Hawarden, en el noreste de Gales, cerca de Liverpool y m¨¢s cerca a¨²n de la frontera con Inglaterra, se qued¨® sin hu¨¦spedes por primera vez en d¨¦cadas a finales del ¨²ltimo verano. Sigui¨® abierta incluso en oto?o de 1940, durante las peores semanas de la atroz batalla de Inglaterra. Tras meses de obstinada resistencia a los rigores de la pandemia, Francis anunciaba a mediados de julio que se hab¨ªan visto obligados a prescindir de gran parte del personal, cerrar temporalmente el restaurante Food for Thought, especializado en gastronom¨ªa local, y anular la mayor¨ªa de las reservas de alojamiento.
A finales de septiembre se hizo evidente que el funcionamiento de esta iniciativa cultural de gesti¨®n aut¨®noma era incompatible con las severas restricciones que impon¨ªa el coronavirus. Francis hizo p¨²blico en su p¨¢gina web que hab¨ªan decidido suprimir los glimpses, jornadas de puertas abiertas en que se permit¨ªa a los visitantes acceder al edificio y echar un breve vistazo a sus coquetas habitaciones y sus bellos y vetustos gabinetes privados de lectura. En octubre dejaron de admitir hu¨¦spedes y se cancelaron las obras de ampliaci¨®n del ¨¢rea residencial, iniciadas en febrero de 2019. La biblioteca cerraba sus puertas con la esperanza de reabrirlas en primavera de 2021, entre abril y mayo, justo a tiempo para la pr¨®xima edici¨®n del Gladfest, un festival literario que celebra desde 2015 y se hab¨ªa convertido en el gran acontecimiento local de la temporada en este rinc¨®n del mundo.
La Gladstone llevaba ofreciendo camas y pensi¨®n completa a sus lectores desde verano de 1906, fecha en que se inaugur¨® la, al principio, muy modesta ala residencial del edificio. En los ¨²ltimos 20 a?os, hab¨ªa funcionado como un innovador hotel boutique de 26 habitaciones. El lugar en el que, seg¨²n explicaba Francis en una entrevista reciente, ¡°uno se queda a dormir tras una intensa jornada de lectura, reflexi¨®n y estudio, pero no sin antes cenar un estofado de ternera galesa y beberse un buen vaso de ginebra¡±.
Apadrina una estanter¨ªa
Estos d¨ªas, un Francis con la salud un tanto mermada trabaja, sobre todo, con la esperanza de garantizar la viabilidad a medio plazo de esta modesta utop¨ªa rural que nunca pretendi¨® ser negocio, que solo aspira a mantenerse a flote y preservar el legado de su fundador, el estadista brit¨¢nico William Ewart Gladstone (1809-1898). De ah¨ª que hayan lanzado un plan de rescate que, en esencia, consiste en pedir a bibli¨®filos de todo el mundo que ¡°apadrinen¡± las estanter¨ªas de la biblioteca.
El c¨¢lculo es muy sencillo. La Gladstone dispone de un total de 1.001 estanter¨ªas que albergan su imponente colecci¨®n de m¨¢s de 250.000 textos impresos. Si consiguen para cada una de ellas un padrino dispuesto a donar un m¨ªnimo de 100 libras (al cambio, unos 110 euros), reunir¨¢n las 100.000 libras que la biblioteca necesita para llevar a cabo su plan de apertura y funcionar con relativa normalidad hasta despu¨¦s del verano de 2021, momento en que se calcula que podr¨ªa haber recuperado ya su habitual nivel de ingresos.
A los padrinos se les compensar¨¢ por su generosidad bautizando con su nombre (o el de la persona que ellos elijan) la estanter¨ªa que hayan patrocinado. Medios de comunicaci¨®n como la BBC o The Guardian han apoyado la iniciativa recomend¨¢ndola en sus bazares navide?os. Tal y como lo ve Francis, se trata de ¡°participar en un esfuerzo solidario relacionado con la difusi¨®n de la cultura y los valores liberales y human¨ªsticos¡±. Si da resultado, los libros no volver¨¢n a dormir solos.
Libros sin lectores para lectores sin libros
William Ewart Gladstone acababa de cumplir 85 a?os en diciembre de 1894, fecha en que decidi¨® donar su biblioteca privada a los capellanes de St Deiniol, la parroquia local de Hawarden. Los primeros meses de 1895 los dedic¨® a la construcci¨®n de una sencilla estructura met¨¢lica que bautiz¨® como el Tabern¨¢culo de Hierro. Iba a ser el nuevo hogar de sus libros, a los que consideraba sus hijos e intu¨ªa que muy pronto iba a dejar hu¨¦rfanos. En primavera de 1895 empez¨® a trasladarlos al modesto edificio ayudado por uno de sus mayordomos y su hija Mary.
El veterano pol¨ªtico recorri¨® una y otra vez el corto sendero (menos de un kil¨®metro) que separaba su residencia en el castillo de Hawarden de la improvisada biblioteca empujando una carretilla rebosante de libros. ?l mismo se encarg¨® de instalar los vol¨²menes en los anaqueles. Los orden¨® seg¨²n su propio ¨ªndice tem¨¢tico, dando prioridad a los tratados de Teolog¨ªa, Historia contempor¨¢nea y Pol¨ªtica, y dejando para el final las tambi¨¦n muy nutridas colecciones de libros de arte, novela y poes¨ªa. En total, traslad¨® m¨¢s de 32.000 ejemplares, conservando en su residencia poco m¨¢s de un centenar de vol¨²menes, ¡°los ¨²nicos¡±, seg¨²n anot¨® en su diario, ¡°que tengo a¨²n esperanza de hojear en alguna ocasi¨®n antes de que me muera¡±.
En cuanto complet¨® el traslado de su colecci¨®n al Tabern¨¢culo, Gladstone escribi¨® en su diario: ¡°Calculo que me habr¨¦ gastado algo m¨¢s de 40.000 libras, pero ha valido la pena: a partir de ahora, mis libros sin lectores podr¨¢n reunirse con una nueva comunidad de lectores sin libros¡±. Al anciano estadista le preocupaba la pr¨¢ctica inexistencia de bibliotecas p¨²blicas en los condados rurales del norte de Gales y consideraba una tragedia que ¡°las cualidades intelectuales de la gente com¨²n de esta regi¨®n languidezcan y se marchiten por falta de est¨ªmulos adecuados¡±.
Un albergue para peregrinos del conocimiento
Suya fue la idea de construir tambi¨¦n un improvisado albergue para que lectores de todo el pa¨ªs pudiesen acudir a la remota Hawarden para hacerle compa?¨ªa a sus libros. No le dio tiempo a verlo. Tras su muerte, en 1898, sus herederos invirtieron 9.000 libras adicionales en la construcci¨®n de un nuevo edificio, el actual, obra del prestigioso arquitecto de Cheshire John Douglas. Responsable de m¨¢s de 500 edificios religiosos, civiles y residenciales en el ¨¢rea de transici¨®n entre la Inglaterra central y el norte de Gales, Douglas era un arquitecto de gusto un tanto convencional, inspirado por sus profundas convicciones religiosas y la voluntad de desarrollar un estilo genuinamente brit¨¢nico. La neog¨®tica pero, pese a todo, parad¨®jicamente moderna biblioteca de Gladstone es una de sus obras maestras. Un edificio sobrio, de una abrupta belleza, que emerge de repente tras una densa arboleda, al pie de la colina que conduce a la iglesia de St Deiniol y, algo m¨¢s all¨¢, al majestuoso castillo en que vivi¨® Gladstone.
Hasta finales de los a?os noventa, el lugar era un remanso de paz, introspecci¨®n y cultura que ofrec¨ªa, adem¨¢s, alojamiento espartano a precios m¨®dicos, en habitaciones sin televisor ni radio, con discretos muebles de madera de nogal, lechos de dosel victoriano y mantas con estampados florales. A partir de 1997, un nuevo equipo de m¨¢s de 20 profesionales liderados por Peter Francis quiso darle al recinto, en cooperaci¨®n con la Universidad de Gales y el departamento de patrimonio monumental brit¨¢nico, un modelo de negocio s¨®lido que le permitiese crecer y ampliar sus fondos bibliogr¨¢ficos sin perder por ello su independencia. De ah¨ª la idea del hotel boutique, de la oferta gastron¨®mica tradicional y con denominaci¨®n de origen.
Encaramada a la ola del chic rural con coartada erudita, la biblioteca se convirti¨® en destino tur¨ªstico y centro de actividades culturales de una cierta importancia, albergando cert¨¢menes literarios, festivales de cine, poes¨ªa y m¨²sica popular y ciclos de conferencias como las dedicadas al di¨¢logo entre cristianismo e islam. Su restaurante, Food for Thought, pas¨® a convertirse en un elegante bistr¨® con sus barbacoas dominicales y los festines de reposter¨ªa local que acompa?aban a su t¨¦ de las cinco. El cat¨¢logo creci¨® hasta reunir en la actualidad ese cuarto de mill¨®n de documentos impresos, incluidos las revistas y novelas gr¨¢ficas que forman parte de la ¨²ltima tanda de adquisiciones.
En 2012, la Gladstone inici¨® tambi¨¦n un programa de residencias mensuales gratuitas para escritores en el que han participado, hasta la fecha, autores brit¨¢nicos como la novelista, guionista y dise?adora de videojuegos Naomi Alderman, que aprovech¨® su estancia para escribir un libro de cuentos ¡°impregnado de magia galesa¡±. Tambi¨¦n la novelista Stella Duffy o el poeta Ian Banks han tenido la oportunidad de encerrarse a escribir entre estas paredes cargadas de historias y rebosantes de sana bibliofilia.
Peter Francis espera con impaciencia el momento en que puedan reabrirse de nuevo las habitaciones y las salas de lectura, y el centro cultural al que ha dedicado su vida conozca una nueva primavera. La biblioteca de Gladstone es ahora mismo, mal que le pese a ¨¦l y al resto de incondicionales de la letra impresa, un cementerio de libros que se han quedado sin lectores.
Gladstone, el pol¨ªtico que le¨ªa
Gladstone fue un lector voraz. Nacido en Liverpool de padres escoceses, estudi¨® en Eton, se gradu¨® en Lenguas Cl¨¢sicas y Ciencias Exactas en la facultad de Christ Church, en Oxford, y se convirti¨® en diputado de la C¨¢mara de los Comunes a los 22 a?os. En d¨¦cadas posteriores, ser¨ªa ministro de Comercio, de la Administraci¨®n colonial y de Hacienda para convertirse, finalmente, en primer ministro del Imperio Brit¨¢nico, cargo que ejerci¨® en cuatro ocasiones durante el reinado de Victoria I.
Fue el gran l¨ªder del liberalismo reformista de los a?os centrales del siglo XIX, encarnizado rival del conservador Benjamin Disraeli. Ocup¨® Egipto y Sud¨¢n, impuls¨® una reforma agraria y una ley de prevenci¨®n del crimen, concedi¨® a Irlanda su primer parlamento aut¨®nomo y promovi¨® una pol¨ªtica exterior internacionalista y conciliadora. Pero tan formidable actividad p¨²blica no le apart¨® nunca de la lectura.
Su hija Mary le recuerda ¡°leyendo con pasi¨®n y concentraci¨®n intensa en d¨ªas de asueto, pero tambi¨¦n durante los paseos familiares por el campo, antes y despu¨¦s de las comidas, a la hora del t¨¦, durante las frecuentes noches de insomnio que pasaba atrincherado en su gabinete, absorto en la lectura¡±. El propio Gladstone calculaba haber le¨ªdo alrededor de 22.000 libros, al fren¨¦tico ritmo de m¨¢s de 300 anuales entre la primera infancia y la senectud. En 6.000 de ellos hizo anotaciones en los m¨¢rgenes, algunas tan concisas y vehementes como las tres palabras que a?adi¨® como comentario a una biograf¨ªa de su ¨ªntimo adversario, Disreali: ¡°?Incorrecto, incorrecto, incorrecto!¡±. No es extra?o que le preocupase el estado de orfandad en que su muerte iba a dejar a aquellos libros: nadie iba a leerlos con tanto fervor y devoci¨®n como ¨¦l.
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