Entre lo m¨ªstico y lo insoportable: as¨ª es la vida de un luchador de sumo
Rakuten TV estrena la serie documental ¡®Gigantes: las leyendas del sumo de Haw¨¢i¡¯, que repasa la trayectoria de cuatro de las grandes figuras del deporte japon¨¦s por excelencia?que desde occidente a¨²n miramos con una mezcla de curiosidad y condescendencia
La imagen es conocida por casi todo el mundo: dos tipos orondos, semidesnudos, en lo que parecen pa?ales, se empujan a pulso y quiz¨¢ se dan alg¨²n que otro soplamocos hasta tirar al adversario al suelo o sacarlo del c¨ªrculo de combate. Sin embargo, pocos saben mucho m¨¢s en Occidente sobre el sumo, que con frecuencia es visto de forma caricaturesca y como motivo de risa o burla, dada la extraordinaria envergadura de los luchadores. Todo lo contrario a lo que sucede en Jap¨®n, donde se considera a los combatientes imbuidos de un aura semidivina. De hecho, es parte del mito fundacional del pa¨ªs: seg¨²n el Kojiki (712 d.C.), el libro japon¨¦s m¨¢s antiguo que se conserva, las islas de Jap¨®n fueron conquistadas hace miles de a?os por los dioses del cielo con una pelea de sumo.
¡°Cada vez que su abuela ve a un luchador de sumo, le entrega a la ni?a diciendo: ¡®?Por favor, coja a este beb¨¦!¡¯. Ya ha sido mecida cuatro veces y gracias a eso est¨¢ creciendo con muy buena salud¡±, relata una madre nipona en la serie Gigantes: Las leyendas del sumo de Haw¨¢i, producci¨®n propia de Rakuten TV que la plataforma estrena el 22 de julio en todo el mundo. El documental, que cuenta con tres episodios de media hora de duraci¨®n, explora el desembarco en Jap¨®n de las estrellas hawaianas Konishiki, Musashimaru, Takamiyama y Akebono, cuando todav¨ªa ning¨²n extranjero hab¨ªa conseguido alcanzar el rango de gran campe¨®n (yokozuna). Adem¨¢s de volver la vista atr¨¢s a su integraci¨®n en un ecosistema tan local y herm¨¦tico o a sus trayectorias, la serie se detiene en los claroscuros de este particular deporte.
Inevitablemente, uno de los temas clave es el peso y dieta de los luchadores. En un momento del documental, la esposa de Konishiki habla de c¨®mo el tama?o del deportista interfer¨ªa en su vida y recuerda, por ejemplo, una cita en un restaurante que acab¨® con el sumotori [el luchador de sumo] atrapado en el ba?o y los camareros teniendo que extraer la puerta para posibilitar su salida. Konishiki, que lleg¨® a pesar 287 kilos, narra que como luchador deb¨ªa consumir entre 6.000 y 8.000 calor¨ªas cada vez que se sentaba a la mesa, lo que, en dos comidas diarias, ascend¨ªa a entre 12.000 y 16.000 calor¨ªas por jornada. ¡°Si no eres una persona con apetito, no te va a quedar otra que desarrollarlo al entrar en el mundo del sumo¡±, advierte. Una dietista reconoce que, si bien la nutrici¨®n de los sumos es ¡°enormemente rica en vitaminas y minerales¡± por la variedad de carnes, pescados, cereales y vegetales que incluye, su ingesta masiva, obviamente, representa un problema. ¡°Ser forzado a comer puede ser emocionalmente muy estresante¡±, comenta.
Se estima que los combatientes de sumo tienen una esperanza de vida de entre 60 y 65 a?os, 20 por debajo de la media japonesa, que es de las m¨¢s altas del mundo. Eduardo de Paz, experto espa?ol en este deporte y comentarista de Eurosport, explica a ICON: ¡°Hay muchos luchadores que tienen problemas de diabetes, es de lo m¨¢s com¨²n en el sumo. Adem¨¢s, la comida que toman, llamada chanko-nabe [olla colectiva compuesta, seg¨²n el documental, de 90 kilos de carne y 45 de verduras], una especie de cocido salvaje donde cabe absolutamente todo, la riegan con mucha cantidad de alcohol¡±. De Paz es autor de uno de los pocos libros en castellano sobre la materia, Sumo, la lucha de los dioses (Shinden Ediciones, 2006). En ¨¦l, detalla que las condiciones para entrar en el sumo profesional no son realmente exigentes: los requerimientos m¨ªnimos de altura y peso son, respectivamente, de 170 cent¨ªmetros y 75 kilos.
¡°Son laxos, porque si pidieran gente m¨¢s grande igual no la encontraban. Es m¨¢s, si vas a un torneo de categor¨ªas inferiores, ves a luchadores muy delgados, chavales como los que te puedes encontrar por la calle. Ya luego las heyas [residencias donde los sumos viven y practican] se encargan de cebarlos para que crezcan y engorden¡±, cuenta De Paz. En su libro, el autor califica de ¡°feudal¡± el estilo de vida de los luchadores dentro de estas heyas, al regirse por una estructura absolutamente jer¨¢rquica dominada por el due?o, que es el oyakata [o entrenador principal], unos horarios f¨¦rreos y escasa libertad de movimientos. Aunque los luchadores s¨ª disponen de tel¨¦fono m¨®vil propio, recientemente la Asociaci¨®n Japonesa de Sumo les prohibi¨® tener redes sociales. ¡°No dejan de ser muchachos de veinte o veintipocos a?os, les gusta compartir cosas y escribir bromas. Como pasa tantas veces, alguna fue un poco subida de tono y se les restringi¨®¡±, indica el experto a ICON.
Solo los luchadores de las dos categor¨ªas principales reciben un salario, mientras que los de menor rango viven pr¨¢cticamente privados de derechos. A su cargo corren, por ejemplo, las tareas de cocina o de limpieza en las residencias. El trato que reciben tambi¨¦n puede ser muy duro: en Gigantes, sin ir m¨¢s lejos, se ven im¨¢genes del oyakata Takasago agrediendo fuertemente con un bast¨®n a uno de sus deportistas, que no opone reacci¨®n. Especialmente sonado fue el caso del menor Takashi Saito, de 17 a?os, fallecido en 2008 a consecuencia de la brutal paliza recibida por su entrenador (que fue condenado a seis a?os de c¨¢rcel por estos hechos) y tres aprendices, a los que orden¨® que le golpeasen como represalia por querer abandonar la heya.
Igualmente, no muchos sumotori consiguen seguir vinculados al deporte cuando acaba su carrera, por las limitaciones que hay para conseguir el t¨ªtulo de entrenador o para formar parte de la Asociaci¨®n de Sumo, con tan solo 105 plazas. ¡°Para muchos es muy dura la vuelta al mundo real, porque no han hecho otra cosa en su vida. A lo mejor se encuentran con 35 o 38 a?os, sin estudios o con estudios muy b¨¢sicos porque los abandonaron muy j¨®venes para entrar en la heya, y salen al mercado laboral sin saber hacer otra cosa que no sea luchar¡±, explica Eduardo de Paz a ICON. Algunos acaban dedic¨¢ndose al mundo del espect¨¢culo. El hawaiano Konishiki, que estuvo cerca de ser el primer yokozuna extranjero pero nunca fue promovido, se desvincul¨® del sumo e inici¨® una carrera en el rap, con ¨¦xitos como Sumo gangsta o Sumo stomp. Tambi¨¦n ha participado en algunas pel¨ªculas; entre otras, apareci¨® brevemente en A todo gas: Tokyo Race.
Pese a las cuestiones espinosas que ata?en a este deporte, el inmovilismo es se?a de identidad de la Asociaci¨®n Japonesa de Sumo. ¡°Siempre que pasa algo, dicen: ¡®Lo vamos a estudiar¡¯, o: ¡®Vamos a crear una comisi¨®n para tratar este tema¡¯. Lo dejan pasar hasta que no se habla de ello y entonces ya no ven necesario crear ninguna comisi¨®n¡±, contin¨²a Eduardo de Paz. La pol¨¦mica m¨¢s reciente en la que se ha visto envuelto el sumo fue la orden, por megafon¨ªa y a gritos por algunos miembros del p¨²blico, a dos mujeres para que abandonasen el dohyo [plataforma donde se celebran los combates] despu¨¦s de que subieran a reanimar a un pol¨ªtico que se hab¨ªa desvanecido: de acuerdo al sinto¨ªsmo, religi¨®n que rige esta lucha, la menstruaci¨®n es impura, de modo que ninguna persona con ¨²tero puede pisar terreno sagrado, como se considera a dicho espacio. ¡°En los noventa, en Osaka, hab¨ªa una gobernadora a la que no se permit¨ªa subir para entregar el trofeo de la regi¨®n. En su lugar, ten¨ªa que hacerlo el vicegobernador. Entonces se hablaba de cambiarlo, pero todo sigue igual y no dudo de que continuar¨¢ as¨ª por muchos a?os¡±, afirma De Paz.
Tampoco est¨¢ sobre la mesa el debate de reducir las dietas de los luchadores para evitarles problemas de salud, ni se trabaja en expandir la popularidad del deporte fuera de las fronteras niponas. Los esfuerzos por organizar campeonatos internacionales han venido del ¨¢mbito amateur, donde s¨ª se puede participar indistintamente del sexo, puesto que los combates no se celebran en lugares bendecidos. S¨ª se han superado las acusaciones de racismo y xenofobia, intensificadas a principios de los noventa, cuando Konishiki no fue ascendido al rango de yokozuna: una vez que el tambi¨¦n hawaino Akebono alcanz¨® el t¨ªtulo en 1993 y se convirtiera en el primer extranjero en lograrlo, las puertas del sumo se abrieron para m¨¢s combatientes no nacidos en Jap¨®n, que actualmente son quienes dominan las categor¨ªas principales.
Pese a la p¨¦rdida de empuje de los japoneses, el sumo sigue siendo un fen¨®meno enormemente arraigado en el pa¨ªs. Los precios de una velada no lo hacen tan inaccesible para el com¨²n del p¨²blico como otros deportes, con las localidades m¨¢s baratas a un coste de entre 20 y 30 euros. El comentarista y experto Eduardo de Paz, que en su libro cuenta c¨®mo de joven qued¨® prendado por el sumo debido a su ¡°belleza pl¨¢stica¡±, adem¨¢s de calificarlo de ¡°arte¡±, resalta a ICON que su conexi¨®n con el sinto¨ªsmo lo hace a¨²n m¨¢s importante para la poblaci¨®n. ¡°Verlos echarse todas esas cantidades de arroz me ilumina el d¨ªa, realmente creo que puedes recibir poderes de ellos¡±, afirma en el documental Gigantes un anciano japon¨¦s, entrevistado cerca de una heya. Tambi¨¦n en la serie, el periodista David E. Sanger, que fue corresponsal de The New York Times en Tokio, admite que los rituales alrededor de los combates le resultan, en ocasiones, m¨¢s hermosos de ver que las propias peleas, que suelen durar menos de un minuto.
?Y c¨®mo son esos rituales? Sobre el dohyo, purificado un d¨ªa antes, dos luchadores se plantan despu¨¦s de que sus nombres sean cantados. Levantan una pierna y la dejan caer, con fuerza, en el suelo. Despu¨¦s, se enjuagan la boca con agua ofrecida en un cazo por el vencedor del combate anterior, para que les transmita su fuerza. A continuaci¨®n, cogen un pu?ado de sal, la arrojan para purificar de nuevo el dohyo y se colocan frente a su rival para hacerle ver, con las palmas abiertas, que no ocultan ning¨²n arma y no pelear¨¢n con nada m¨¢s que sus carnes. Proceden a mirarse fijamente, posan sus pu?os en el suelo, vuelven por otro pu?ado de sal para tirarlo, se miran de nuevo y, finalmente, llega el combate, cl¨ªmax de un rito nacional que es mitad deporte, mitad ceremonia religiosa, pero que no tiene punto de comparaci¨®n con lo que aqu¨ª entendemos por deportes y, ni mucho menos, ceremonias religiosas.
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