Despu¨¦s de los 863.000 d¨®lares del Rolex de Paul Newman, salen a la venta los objetos de su vida con Joanne Woodward
Sotheby¡¯s subast¨® ayer dos de los relojes m¨¢s preciados de la leyenda de la pantalla y este lunes har¨¢ lo mismo con cuadros, fotograf¨ªas, muebles, recuerdos y objetos personales del matrimonio, cuyo lote supone un repaso por una de las vidas m¨¢s extraordinarias de Hollywood
¡°Estoy en mi casa de Connecticut, en la biblioteca, sentado en un elegante sill¨®n junto a la chimenea. Acabo de fumarme un porro mientras recordaba con absoluta claridad el trazado completo del mapa del pueblo en el que pas¨¦ la infancia¡±. Si buscan un inicio memorable de autobiograf¨ªa, all¨¢ les va este de La extraordinaria vida de un hombre corriente que Paul Newman (1925-2008) dio a imprenta en 2008, apenas unas semanas antes de su muerte. Un libro inesperado por escaso en la autoimposici¨®n de medallas que suele ser finalidad ¨²nica de la mayor parte de memorialistas, y centrado por el contrario en confesiones a contrapelo y episodios ¨ªntimos que trazan con ciertas garant¨ªas dos perfiles diversos: el de un hombre quiz¨¢s no tan corriente como avanza el t¨ªtulo y el de una vida, esta s¨ª, absolutamente extraordinaria.
Una vida, o el recuerdo de ella, cuyos fragmentos comienzan a desmenuzarse lentamente. Arranc¨® ayer en la sede neoyorquina de Sotheby¡¯s la primera de las subastas en las que la familia de Paul Newman pone en venta una infinidad de objetos personales del actor. Uno de sus relojes se vendi¨® por 863.600 d¨®lares, 200.000 d¨®lares m¨¢s de lo que hab¨ªa estimado la casa de subastas. Nadie se apresure a leer este hecho como voluntad de olvido por parte de sus seres cercanos: pese a la inevitable dispersi¨®n consustancial a Hollywood, Newman fue siempre una persona para la que la familia fue elemento prioritario ¡ªmucho m¨¢s desde que en 1978 una sobredosis se llevara al mayor de sus seis hijos, Scott¡ª, y definir su matrimonio con Joanne Woodward como uno de los m¨¢s estables que haya conocido Los ?ngeles se convirti¨® hace ya tiempo en lugar com¨²n.
Son dos centenares y medio de objetos de vida cotidiana que repasan la larga carrera cinematogr¨¢fica de la pareja, pero sobre todo esbozan el boceto de una intimidad que parece revelarse a trav¨¦s de ellos. Una intimidad que en ocasiones desborda el ¨¢mbito privado para trazar una historia paralela de la segunda mitad del siglo XX, cuando Newman y Woodward se convirtieron en una presencia ineludible de la vida social y pol¨ªtica de Estados Unidos. Convencidos dem¨®cratas, su participaci¨®n en la Marcha sobre Washington encabezada por Martin Luther King fue el disparadero de una presencia que se extender¨ªa por todos los terrenos de debate p¨²blico del pa¨ªs, desde el fin de la guerra en Vietnam hasta la lucha por los derechos de la comunidad LGTBI.
Dejan constancia de ello las numerosas cartas expedidas desde la Casa Blanca que figuran en la subasta: de Jimmy Carter, de Bill Clinton o de los Obama, por quienes la pareja siempre expres¨® su simpat¨ªa, o de George Bush, por quien no tanta. Ninguna de ellas luci¨® con tanto orgullo Newman como el memor¨¢ndum interno del gobierno Nixon que lo situaba en el puesto n¨²mero diecinueve de la lista de principales enemigos del presidente. Tambi¨¦n se puede pujar por ¨¦l.
Para los m¨¢s fetichistas, el apartado del lote que mayor curiosidad ha despertado es la inmensa cantidad de objetos en los que puede seguirse el rastro de la carrera de Newman delante y detr¨¢s de las c¨¢maras, en un arco que va desde la m¨¢scara empleada para deformar el rostro del boxeador que centra su primera cinta como protagonista, Marcado por el odio (1956), hasta un storyboard de la que terminar¨ªa siendo su ¨²ltima pel¨ªcula, Camino a la perdici¨®n (2002). Entre medias, el sue?o de cualquier cin¨¦filo: el vestuario de la obra teatral Our Town en la que trabaj¨® por primera vez con Woodward, posters originales de pel¨ªculas como el de Samantha (1963) que recrear¨ªa el Festival de Cannes en 2013, las botas de Butch Cassidy que Newman calz¨® en Dos hombres y un destino (1969), tacos de billar personalizados a nombre de Eddie Felson, su personaje en El buscavidas (1961), las esposas que lo encadenaban en La leyenda del indomable (1968) o los certificados de la Academia por las siete nominaciones que recorren el camino que va desde La gata sobre el tejado de zinc (1958) hasta El color del dinero (1986).
Claro que lo m¨¢s revelador son los objetos del ¨¢mbito privado de la pareja. Un centenar largo, quiz¨¢s los de menor valor econ¨®mico pero tambi¨¦n los m¨¢s transparentes de una vida en com¨²n que est¨¦ticamente parece ser dos independientes. Y nos remontamos a la frase con la que arrancaba esta historia, en la que Newman recordaba pasar las horas rememorando unos a?os de infancia que intent¨® reconstruir de manera obsesiva durante el resto de su vida. Una infancia transcurrida en Shaker Heights, ese que el actor define como ¡°el suburbio de Cleveland en el que los dem¨¢s suburbios de Estados Unidos aspiraban a convertirse¡±, donde recay¨® una familia jud¨ªa con aquel gusto tan propio de la alta burgues¨ªa de la primera mitad de siglo, tan anclado en el XIX y que prefigur¨® una aspiraci¨®n est¨¦tica que Newman mantuvo inc¨®lume el resto de su vida: ¡°Podr¨ªa decirse que mi concepto de decoraci¨®n parte justo de aquel escaparate cuidadosamente amueblado¡±. Valga un detalle para ubicarlo todo: el futuro actor recordaba c¨®mo su madre hab¨ªa llegado a comprar un perro solo porque hac¨ªa juego con el color de la moqueta.
Un estilo, o m¨¢s bien una falta de ¨¦l, que en Estados Unidos se denomina ir¨®nicamente Bloomingdale¡¯s en homenaje a los cat¨¢logos de unos grandes almacenes cuya reproducci¨®n minuciosa fue entendida por cierta alta burgues¨ªa como signo de buen gusto. Fr¨ªo, impersonal e invariablemente anticuado, lo que hizo que aquellos a?os treinta de la infancia de Newman se movieran est¨¦ticamente en un tramo indeterminado del tr¨¢nsito del XIX al XX. Puro American Gothic que el actor reproducir¨ªa hasta la extenuaci¨®n en sus viviendas como buscando materializar una arcadia perdida. Porque si algo abunda en el cat¨¢logo de Sotheby¡¯s son cuadros, muchos cuadros, todos ellos pertenecientes a ese cierto realismo norteamericano que se extender¨ªa hasta bien entrado el siglo XX, todos ellos invariablemente kitsch. Paisajes, bodegones, hombres hier¨¢ticos envueltos en casacas, ni?os con rostros de ancianos y proporciones deformadas, todos parecen conformar una interminable naturaleza muerta con unas escenas que hoy solo tienen cabida en esas cintas de terror rural a las que tanta querencia tiene el cine estadounidense. Los ¨ªnfimos precios de salida que ha marcado para ellos Sotheby¡¯s no enga?an: por apenas doscientos d¨®lares puede uno hacerse part¨ªcipe de este apocalipsis est¨¦tico.
Rescatemos de entre ellos, eso s¨ª, un delicado retrato de Woodward a cargo del pintor estadounidense Aaron Shikler para apuntar que es de la mano de Joanne, buena conocedora de anticuarios y almonedas, de quien vienen las piezas m¨¢s exquisitas del conjunto. Joyas y vestidos, claro, pero tambi¨¦n su vestido de novia, el juego de cuberter¨ªa de Limoges empleado en la boda, el de maletas donde empaquet¨® sus pertenencias cara a l luna de miel pasada en Londres. Los deliciosos tejidos a los que dedicaba Woodward gran parte de sus ratos de ocio ¡ªy no solo: no era extra?o verla cosiendo en las entrevistas que conced¨ªa en televisi¨®n¡ª: un zorro que tapiza una butaca, un recordatorio de la fecha del matrimonio de la pareja, divanes ingleses del siglo XVIII, fotograf¨ªas privadas, muchas disparadas por la propia Joanne, que se revela como una excelente fot¨®grafa y que sit¨²a con insistencia a su marido ante el objetivo: con un perro de la familia (6), con Sophia Loren en el rodaje de Lady L (1965) (115).
Y libros, muchos libros: imposible no detenerse ante las primeras ediciones de Charles Dickens, de Willa Carther o Scott Fitzgerald, ante la copia de El zoo de cristal dedicada por su autor, Tennesse Williams, incluso ante el ejemplar de Life firmado por el protagonista de su portada, Mohammed Ali. Aunque resulta m¨¢s sorprendente (por revelador) el lote de vol¨²menes er¨®ticos que acompa?¨® a la pareja en sus primeros a?os de relaci¨®n. Porque no se piense que esta delicadeza equivale a pacater¨ªa: entre las pertenencias puestas a subasta est¨¢ la famosa cama de bronce que Woodward compr¨® en un anticuario de Nueva Orleans (171) y ubic¨® en una habitaci¨®n en cuyas paredes pint¨® a mano las palabras fuck hut (¡°refugio para follar¡±).
Pero la joya de la corona la componen dos relojes Rolex Daytona propiedad de Paul Newman. En una reciente subasta, un tercero alcanz¨® la astron¨®mica cifra de diecisiete millones de d¨®lares. Estos dos est¨¢n levantando una inmensa expectaci¨®n entre los coleccionistas, conscientes de que a su estimaci¨®n econ¨®mica va a sumarse el valor a?adido de las dos peque?as grandes historias que ambos encierran. El actor hab¨ªa descubierto una inesperada afici¨®n por el automovilismo en 1968, durante el rodaje de 500 millas. Siempre dubitativo respecto a su val¨ªa como int¨¦rprete, Newman sinti¨® al sentarse al volante de un coche de carreras esa obsesi¨®n irrefrenable que encuentra alguien al toparse inesperadamente con una actividad para la que siente dotado de manera natural. El actor no tardar¨ªa en dar el salto al circuito profesional, con hitos tan memorables como un segundo puesto en las 24 Horas de Le Mans.
En este recorrido paralelo nada tendr¨ªa para Newman la importancia de su triunfo en uno de los premios de resistencia automovil¨ªstica m¨¢s prestigiosos del planeta, las 24 Horas de Daytona. Y con el a?adido de hacerlo en 1995, lo que le permitir¨ªa ostentar una marca todav¨ªa no superada: la de ganador de mayor edad de la historia del campeonato. Rolex, patrocinador del evento, le ofrecer¨ªa como premio un rar¨ªsimo ejemplar de oro y esfera lim¨®n que tendr¨ªa para ¨¦l un peso mucho mayor que ning¨² ?scar, Emmy o Globo de Oro que albergara en sus estanter¨ªas. Del apego que sinti¨® por ¨¦l da muestra el otro, de oro blanco, que como en un espejo lo acompa?a en la subasta. Se lo regalar¨ªa Woodward diez a?os m¨¢s tarde, tras hacer tallar en su reverso la frase ¡°Conduce despacio¡±. Como consejo, no estaba mal para alguien que segu¨ªa disfrutando la adrenalina de la velocidad pasada la barrera de los ochenta. Con ¨¦l en la mu?eca ganar¨ªa Newman su ¨²ltima carrera de renombre, en el circuito de Lime Rock Park.
Perm¨ªtasenos un ¨²ltimo requiebro sobre el Daytona original para sumar una nueva faceta al retrato del actor. El reloj ya estuvo bajo el foco p¨²blico en 1999, cuando Newman decidi¨® sacarlo a subasta a trav¨¦s de la casa suiza Antiquorum y donar lo recaudado a Hole in the Wall Gang, una asociaci¨®n para el cuidado de ni?os afectados por enfermedades terminales. El Daytona pareci¨® perdido para siempre en manos de alg¨²n coleccionista, pero unos a?os m¨¢s tarde no pocos especialistas repararon en que era el propio Newman quien lo portaba durante la celebraci¨®n de un triunfo de su escuder¨ªa en el aut¨®dromo Hermanos Rodr¨ªguez de Ciudad de M¨¦xico. Newman no dio ninguna explicaci¨®n al respecto, pero la realidad no tard¨® en desvelarse: hab¨ªa sido ¨¦l mismo ¡ªo alguien de su entorno m¨¢s cercano¡ª quien hab¨ªa pagado aquellos 39.000 d¨®lares por ¨¦l. Dar visibilidad a una asociaci¨®n humanitaria, donar una cifra elevada desde el m¨¢s absoluto anonimato y recuperar un objeto que para ¨¦l siempre tuvo inmensa importancia, o como matar tres p¨¢jaros de un solo tiro con una elegancia exquisita. Aunque hoy Joanne, por desgracia, no pueda recordar nada de todo aquello.
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