Serge Gainsbourg y las mujeres: una historia demasiado complicada para resumirla en un ¡®tuit¡¯
La cantante Lio ha devuelto al cantante a la actualidad 30 a?os despu¨¦s de su muerte al llamarlo "el Weinstein franc¨¦s". ?Pero c¨®mo era realmente el comportamiento de Gainsbourg con las mujeres? Lo exploramos a trav¨¦s de las mujeres que lo acompa?aron
La primera reacci¨®n es inevitable: mucho hab¨ªa tardado en saltar la liebre. En tiempos de doctrinas morales y revisionismos hist¨®ricos, sorprend¨ªa ver c¨®mo el inmenso prestigio de Serge Gainsbourg (Par¨ªs, 1928-1991) parec¨ªa ejercer de paraguas que lo impermeabilizaba ante cualquier conflicto y manten¨ªa su figura impoluta sin que le salpicara ninguna de las muchas, much¨ªsimas pol¨¦micas inc¨®modas que fueron esencia pura de su carrera y su personaje. Pero este parapeto no pod¨ªa ser eterno. Acaba de saltar la chispa que puede abrir la caja de los truenos.
Ha sido en una entrevista radiof¨®nica concedida hace un par de semanas por Lio, cantante belga que en los a?os ochenta tom¨® el relevo de las chicas ye-y¨¦ ejerciendo de lolita y dejando tras de s¨ª un nutrido grupo de adoradores y un par de singles de alcance planetario. En un momento de la larga conversaci¨®n, Lio se arranca a hablar de Gainsbourg, de su car¨¢cter de arist¨®crata de la chanson, de la idolatr¨ªa que despert¨® entre la comunidad punk francesa y, aqu¨ª llega lo mollar, de c¨®mo enga?¨® a France Gall con la letra de Les sucettes, lo que le permite saldar su discurso se?alando al m¨²sico con el dedo: ¡°Recuerdo a Gainsbourg como un acosador. Alguien que no se comportaba bien con las mujeres y que en cierto modo era un Weinstein de la canci¨®n¡±.
¡°El Papa ha sido mi mejor publicista¡±, declaraba Gainsbourg tras ver c¨®mo el mism¨ªsimo L¡¯Osservatore Romano, ¨®rgano oficial del Vaticano, hab¨ªa intentado vetar Je t¡¯aime¡ moi non plus y s¨®lo hab¨ªa conseguido disparar las ventas del single hasta la estratosfera
La acusaci¨®n es desde luego dura y de dif¨ªcil respuesta: parangonar a alguien con el n¨¦mesis de la era #MeToo conduce invariablemente a un callej¨®n sin salida. Sorprende que venga de Lio porque ¨¦sta apenas tuvo relaci¨®n con Gainsbourg. Sus caminos s¨®lo se cruzaron en una ocasi¨®n, cuando a principios de los ochenta la industria discogr¨¢fica todav¨ªa se permit¨ªa lujos como enviar a Los ?ngeles al cantante Alain Chamfort para registrar Amour ann¨¦e z¨¦ro. Con ¨¦l viajaba Gainsbourg, compositor del ¨¢lbum, para concluir en el estudio unas letras que, siempre perezoso, terminaba dejando para el ¨²ltimo momento confiando en el subid¨®n de adrenalina de la falta de tiempo. Y si el trayecto arrancaba tenso porque ambos m¨²sicos ya hab¨ªan tenido alg¨²n encontronazo en colaboraciones anteriores, la incomodidad se dispara cuando al llegar al aeropuerto Gainsbourg se topa con Lio, pareja de Chamfort y por la que no tiene mucha simpat¨ªa, que se ha apuntado a la aventura sin que nadie se lo haya comunicado.
La inesperada aparici¨®n dista de ser bienvenida y terminar¨¢ ejerciendo de acicate para que al llegar a Los ?ngeles el ambiente se pueda cortar a cuchillo. Tan enturbiado est¨¢ el aire que un buen d¨ªa, tras la en¨¦sima discusi¨®n en el estudio, Gainsbourg decide marcharse sin decir adi¨®s. As¨ª lo revelar¨ªa la propia Lio muchos a?os m¨¢s tarde en su libro de memorias Pop model, donde tambi¨¦n cuenta el ambiente de griter¨ªos e insultos telef¨®nicos que sigui¨® a la fuga, algo que, por otra parte, no la incomod¨® lo suficiente como para dejar de grabar un tema salido de la pluma de Gainsbourg, Baby Lou, apuesta segura con la que alcanzar¨ªa un notable ¨¦xito en las listas de ventas.
Sirva este episodio como contexto y no como eximente de las acusaciones de Lio. Lo suficientemente graves como para que no hayan tardado en saltar a los diarios del mundo entero, donde el soniquete ¡°el Weinstein franc¨¦s¡± ha corrido como un reguero de p¨®lvora. Pero queda la duda, claro: ?Qu¨¦ hay de real en estas acusaciones? ?Es cierto que Gainsbourg acosaba a las numerosas mujeres que jalonaron su carrera? ?En qu¨¦ se sustenta esta denuncia?
Repasando el largo censo de conquistas gainsbourguianas ¡ªBrigitte Bardot, Jane Birkin, Anna Karina o la reci¨¦n fallecida Juliette Gr¨¦co¡ª no encontramos una que no hable embelesada de su relaci¨®n con el cantante y que, una vez concluida ¨¦sta, no la prolongara con una s¨®lida amistad. Sus palabras son tan mim¨¦ticas que terminan conformando un discurso monol¨ªtico: la educaci¨®n exquisita, la preocupaci¨®n por su bienestar, lo queridas y respetadas que se sintieron a su lado. A?¨¢danse frases id¨¦nticas exhibidas una y otra vez por mujeres reacias a establecer cualquier tipo de trato carnal, como Catherine Deneuve o Marianne Faithfull, o por otras ¡ªlas menos¡ª que no pasaron del ¨¢mbito de la amistad como R¨¦gine o Fran?oise Hardy, que en sus memorias La desesperaci¨®n de los simios¡ y otras bagatelas no le dedica un solo adjetivo que no sea superlativo.
Jane Birkin, que ven¨ªa libre de sustos tras vivir en primera persona el Swinging London, entendi¨® perfectamente el juego de espejos en el que estaba embarcado Gainsbourg y nunca vio ning¨²n problema a las canciones de alto octanaje er¨®tico y mensaje confuso que Serge le compon¨ªa a una velocidad pasmosa. Las grabaciones se cuentan por decenas y ninguna pasar¨ªa hoy el filtro de lo pol¨ªticamente correcto
Y est¨¢, claro, Jane Birkin, que convivi¨® con Gainsbourg durante diez a?os febriles que se cerraron cuando comprendi¨® que el desbocado consumo de alcohol hab¨ªa dejado de ser motivo de diversi¨®n para convertirse en un problema serio y decidi¨® comenzar otra vida con el director Jacques Doillon. Birkin no s¨®lo decidi¨® seguir visitando a Gainsbourg a diario, sino que cont¨® con ¨¦l en todos sus proyectos musicales, lo hizo padrino de su hija Lou, hoy tambi¨¦n cantante, y sigue exhibiendo con orgullo el repertorio que le leg¨® su compa?ero intentando abrirlo a las nuevas generaciones.
?Significa esto que el trato de Gainsbourg con las mujeres fue un camino unidireccional? No, evidentemente, y ah¨ª radica la complejidad del personaje. Y llegamos a un punto en el que conviene hilar fino porque las impresiones aceleradas pueden jugar alguna mala pasada con forma de conclusi¨®n lapidaria. En las difusas acusaciones de Lio s¨ª que figura un nombre propio, el de France Gall, primera piedra de una leyenda negra que el interesado foment¨® durante d¨¦cadas. Remont¨¦monos a m¨¢s de medio siglo atr¨¢s, cuando Gainsbourg concluye una canci¨®n titulada Les sucettes ["Las piruletas"]. Un tema sobre una ni?a que disfruta lamiendo pirul¨ªs y que alcanza el punto m¨¢ximo de su gozo al notar c¨®mo el caramelo derretido se desliza por su garganta, met¨¢fora visual de trazo no particularmente fino que, para completar la jugada, estaba destinada a France Gall, una chica ingenua de aspecto infantil que a sus diecinueve a?os fue la ¨²nica que no comprendi¨® de qu¨¦ iba el asunto.
El que Gainsbourg no se molestara en explicar a la cantante el doble sentido de la letra es el flanco por el que han ido llegando multitud de ataques. No fue una jugada elegante, desde luego, pero Gainsbourg siempre consider¨® que la revelaci¨®n no le correspond¨ªa a ¨¦l, sino al m¨¢nager de la cantante, que no era otro que su padre, Robert Gall. A Gall no se le puede achacar ingenuidad ante los mecanismos del negocio pues contaba en su haber con varios ¨¦xitos fara¨®nicos compuestos para ?dith Piaf o Charles Aznavour y estaba empe?ado en sacar a su hija al precio que fuera del hoyo comercial al que parec¨ªa abocada. Tras ver las cifras de ventas, a ¨¦ste no pareci¨® importarle tanto el supuesto desmancillamiento del honor de la muchacha, dado que unos meses despu¨¦s le arregl¨® con Maurice Biraud uno de los d¨²os m¨¢s bizarros de la historia del pop, La petite ["La peque?a"], en el que el cincuent¨®n Biraud cantaba aquello de ¡°La peque?a ha crecido. Ya es mujer, aunque no es m¨¢s que una ni?a¡±, mientras Gall entonaba con su voz infantil un vergonzante: ¡°Y pensar que ayer estuvieron a punto de sorprenderte mientras me abrazabas y yo me dejaba hacer¡¡±.
Pero la piedra estaba lanzada y Gainsbourg no dud¨® en cultivar esta imagen de hombre cruel y despiadado con las mujeres: aumentaba el aura que lo rodeaba y fomentaba un personaje fascinante para un p¨²blico que repentinamente hab¨ªa dejado de darle la espalda. Eterno t¨ªmido, tampoco dud¨® en usar esta m¨¢scara como coraza cuando Brigitte Bardot lo abandon¨® por el actor Stephen Boyd y se sumiera en una nebulosa de tendencias suicidas al ver c¨®mo volv¨ªa a estallar en su cabeza aquella falta de autoestima a la que lo hab¨ªa abocado un f¨ªsico, digamos, poco ortodoxo: hablamos de un hombre que hab¨ªa abandonado su ¨²ltima gira al ser insultado por su fealdad noche tras noche por el p¨²blico, hablamos de un hombre que cuando en la adolescencia hab¨ªa intentado adentrarse en los misterios del sexo la prostituta elegida lo rechaz¨® alegando que le provocaba repugnancia, algo que podr¨ªa abrirnos unas ramificaciones freudianas por las que no vamos a deslizarnos.
Los ochenta son a?os terribles de contemplar para cualquier admirador de Gainsbourg. Las cadenas de televisi¨®n entendieron que tener a una persona fuera de s¨ª en prime time era garant¨ªa de audiencia y no dudaron en alimentar al monstruo
Fue en el punto m¨¢ximo de cultivo de esta imagen cuando Gainsbourg conoci¨® a Jane Birkin. A ella reservar¨ªa lo mejor de su vida durante la siguiente d¨¦cada: el acceso a la fama, el nacimiento de su hija Charlotte, las composiciones m¨¢s exquisitas y la entrada en el mundo de la m¨²sica con el ¨¦xito planetario de Je t¡¯aime¡ moi non plus. Birkin, que ven¨ªa libre de sustos tras vivir en primera persona el Swinging London, entendi¨® perfectamente el juego de espejos en el que estaba embarcado Gainsbourg y nunca vio ning¨²n problema a las canciones de alto octanaje er¨®tico y mensaje confuso que Serge le compon¨ªa a una velocidad pasmosa. Las grabaciones se cuentan por decenas y ninguna pasar¨ªa hoy el filtro de lo pol¨ªticamente correcto. El esc¨¢ndalo no era para ellos m¨¢s que un juego y un elemento para hacer rendir su trabajo: ¡°El Papa ha sido mi mejor publicista¡±, declaraba Gainsbourg tras ver c¨®mo el mism¨ªsimo L¡¯Osservatore Romano, ¨®rgano oficial del Vaticano, hab¨ªa intentado vetar Je t¡¯aime¡ moi non plus y s¨®lo hab¨ªa conseguido disparar las ventas del single hasta la estratosfera.
Pero con la entrada de los ochenta la figura de Gainsbourg se enturbia y es complicado hacer cualquier valoraci¨®n sin atender al propio destrozo personal del cantante. Compositor de respeto condenado a un segundo rango de popularidad, el ¨¦xito masivo aparece cuando en 1979 decide grabar su primer disco reggae. Inesperadamente, Serge parec¨ªa recoger el zeitgeist del momento y se convierte en ¨ªdolo de una juventud contestataria que siempre lo hab¨ªa observado con reticencia. Pero el ¨¦xito, ya se sabe, lleva siempre un regalo envenenado: embebido por la soberbia del eterno perdedor situado repentinamente en primera l¨ªnea de fuego, Gainsbourg no fue capaz de digerir el golpe del abandono de Birkin. Su emparejamiento con Bambou, una modelo de origen vietnamita con querencia a la hero¨ªna, no ayud¨® a centrar el tiro. Solo, devorado por el alcohol y la enfermedad, le quedaba por delante una d¨¦cada que no puede leerse sino como un suicidio lento y voluntario.
Son a?os terribles de contemplar para cualquier admirador del cantante y para cualquier persona que tenga la m¨¢s m¨ªnima fe en la dignidad humana. Un drama ¨ªntimo que Gainsbourg decidi¨® ofrecer a todo el pa¨ªs en un escaparate medi¨¢tico sin l¨ªmite alguno. Las cadenas de televisi¨®n entendieron inmediatamente que tener a una persona fuera de s¨ª en prime time era siempre garant¨ªa de audiencia y no dudaron en alimentar al monstruo. Imbuido en un esp¨ªritu destroy y jaleado por un p¨²blico joven que ve¨ªa c¨®mo surg¨ªa en Francia una figura parangonable a Iggy Pop y Lou Reed, aqu¨ª s¨ª comenzaron las escenas inc¨®modas con episodios de un maltrato que no dudaba en extender a todo aquel que lo rodeara, fuera mujer, fuera hombre, fuera ¨¦l mismo.
En realidad no era nada nuevo, sino un episodio m¨¢s en una vida de juego al l¨ªmite, donde era dif¨ªcil encontrar un trabajo que no jugara con alg¨²n tab¨² social, fuera ¨¦ste la homosexualidad, la relaci¨®n con menores, los sentimientos patri¨®ticos o la escatolog¨ªa: Gainsbourg, jud¨ªo que hab¨ªa llevado la infame estrella amarilla durante la II Guerra Mundial, hab¨ªa entregado al ej¨¦rcito israel¨ª un himno de combate para la guerra de los Seis D¨ªas al tiempo que conceb¨ªa Rock around the bunker, un disco que bromeaba con la imaginer¨ªa nazi. S¨®lo se trataba de seguir comercializando el personaje en la sociedad hipermercantilizada de los ochenta vendiendo una imagen p¨²blica explotada hasta el extremo por unos medios dispuestos a devorarlo todo. Un juego arriesgado para una persona a la que el alcohol hab¨ªa esquilmado la lucidez de anta?o.
En medio de este magma habr¨¢ fogonazos que rozaron lo sublime, como aquel Lemon incest en el que jugaba al equ¨ªvoco con su hija Charlotte, todav¨ªa adolescente. Pero la mayor¨ªa, definitivamente, no avanzaron por este camino. Y aqu¨ª podr¨ªamos abrir un largo rosario de apariciones p¨²blicas en los que muchas mujeres vivieron escenas humillantes por parte de un hombre perdido en un espect¨¢culo grotesco retransmitido en directo las veinticuatro horas del d¨ªa. Hablamos del programa en el que llam¨® ¡°puta¡± a la cantante de Les Rita Mitsouko cuando ¨¦sta explic¨® que en el pasado hab¨ªa hecho pel¨ªculas pornogr¨¢ficas, de la emisi¨®n en la que espet¨® a la artista Caroline Grimm que ten¨ªa boca de felatriz en t¨¦rminos menos amables que ¨¦stos, de la parodia que transform¨® la canci¨®n infantil Papa mille-pattes [Pap¨¢ ciempi¨¦s] en Papa mille putes [huelga la traducci¨®n].
Hablamos, en suma, de la famosa noche en la que en un programa familiar de variedades se dirigi¨® a Whitney Houston para decirle, completamente borracho, ¡°I want to fuck you¡± ("Quiero follarte"). Es imposible negar la ofensa de g¨¦nero en ninguno de estos disparates, pero s¨ª conviene leerla con prudencia: los enfrentamientos con sus compa?eros masculinos tampoco se saldaron de manera m¨¢s digna. Devorado por su propio personaje, es dif¨ªcil ver en todos estos episodios nada que no sea la pataleta desesperada de un hombre derrotado.
Para entonces, el lector atento de la summa gainsbourguiana ya hab¨ªa entendido que el exceso no era m¨¢s que una m¨¢scara para ocultar una timidez extrema y poder hablar de elementos ¨ªntimos que no encontraba otro modo de expresar. En la permisiva Francia post-68, Gainsbourg hab¨ªa comenzado a trabajar en un ¨¢lbum sobre la Lolita de Nabokov que buscaba sin ambages el esc¨¢ndalo en la sociedad biempensante. Nunca lo concluir¨¢, pues Kubrick, celoso ante la idea de que algo pudiera ensombrecer su pel¨ªcula, lo vetar¨¢ taxativamente. Pero Gainsbourg terminar¨¢ retomando la idea en 1971 con un sentido radicalmente diferente. La historia hab¨ªa pasado a ser la de un hombre maduro, decadente y con tendencias autodestructivas que se aferra a un romance casual con una chica joven, apenas una adolescente, para respirar a trav¨¦s de ella un ¨²ltimo soplo de juventud, quiz¨¢s de vida.
A nadie se le escap¨® qui¨¦nes eran los protagonistas reales dado el estupor que hab¨ªan creado los dieciocho a?os de diferencia que separaban a Serge y Jane. Histoire de Melody Nelson fue la obra maestra indiscutible de Gainsbourg y su gran canto de amor definitivo a una Birkin omnipresente en todo el disco. Cargo culte, el gran tour de force gainsbourguiano con el que conclu¨ªa, era su ¨²nica salida viable al apostar por la muerte de la joven para conseguir que el dandi alcanzara el amor m¨¢s puro, un amor que ya no podr¨ªa sufrir el desgaste del tiempo y que quedar¨ªa fijado inmutable en su recuerdo. Es all¨ª donde Serge dejar¨ªa sus versos de amor m¨¢s desesperados, aquellos en los que confesaba que sin ella ya ¡°no tendr¨ªa nada que perder ni un dios en el que creer¡±. Es all¨ª donde se manifestaba con transparencia extrema una persona desbordada por unos sentimientos complejos, con mil facetas inasibles, al que resulta imposible juzgar tantos a?os despu¨¦s con una plantilla prefijada que reduce los par¨¢metros ¨¦ticos a su expresi¨®n m¨¢s m¨ªnima.
Felipe Cabrerizo es autor de la biograf¨ªa 'Gainsbourg. Elefantes Rosas', editada por Expediciones Polares.
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