Ted Nugent, el rockero negacionista y deslenguado, acab¨® admitiendo que el coronavirus existe cuando lo contrajo
El controvertido m¨²sico, forofo de Trump y durante d¨¦cadas azote de cualquier cosa que le pareciese progresista, ha tenido que admitir que la enfermedad va en serio solo tras contraerla. El pasado febrero ped¨ªa desde sus redes: ¡°No se crean nada¡±
Hace ahora tres semanas, al ciudadano Ted Nugent, estadounidense de origen escandinavo, le confirmaron que hab¨ªa contra¨ªdo la covid-19. El hombre se encerr¨® en su residencia de las afueras de Naples, Florida, dispuesto a sobrellevar la enfermedad en silencio. El lunes 19 de abril, dos d¨ªas despu¨¦s de recibir el diagn¨®stico, Nugent se despert¨® con dolores musculares y una fuerte sensaci¨®n de abatimiento que hizo que le resultase dif¨ªcil ¡°arrastrarse fuera de la cama¡±. Con ayuda de su mujer, se puso una de sus impagables camisas estampadas y se sent¨® en el cuarto de las guitarras para realizar un breve directo a trav¨¦s de Facebook. En ¨¦l empezaba confirmando que hab¨ªa contra¨ªdo ¡°el virus chino¡±, aseguraba que se hab¨ªa sentido ¡°al borde de la muerte¡± y agradec¨ªa a sus seguidores las muestras de ¡°amor, solidaridad y respeto¡± que estaba recibiendo en esos momentos dif¨ªciles.
A rengl¨®n seguido, el m¨²sico nacido en los suburbios de Detroit hace 72 a?os se quitaba el traje de ciudadano enfermo y se pon¨ªa uno de sus disfraces favoritos, el de fustigador inmisericorde del progresismo y la correcci¨®n pol¨ªtica. En apenas un minuto de sombr¨ªo delirio, sin m¨¢s coartadas que el malestar general y la fiebre que se estaban cebando con su organismo, Nugent dijo sentirse la v¨ªctima inocente del ¡°corrosivo odio¡± de los simpatizantes de ese ¡°culto sat¨¢nico que es el partido dem¨®crata¡±, una ¡°secta de indecentes y desalmados¡±, seguidores de un ¡°anciano freak¡± (en referencia al presidente Joe Biden) que se nutren ¡°del dolor y del sufrimiento ajeno¡±.
El artista respond¨ªa as¨ª a una decena escasa de comentarios de muy dudoso gusto, aparecidos en redes sociales unas horas antes, en los que usuarios an¨®nimos le deseaban una enfermedad devastadora, cuando no una muerte lenta y dolorosa. Eran gotas de agua emponzo?ada en un oc¨¦ano de buenos deseos, mensajes de ¨¢nimo o comentarios neutros y en general respetuosos. Pero sirvieron para despertar el ¨¢nimo inflamable y beligerante de Nugent, un tipo m¨¢s que acostumbrado a batirse el cobre contra sus detractores sin dar tregua ni hacer prisioneros.
Lo cierto es que el de Detroit llevaba meses cuestionando no la existencia de la enfermedad que acababa de contraer, pero s¨ª su gravedad y su impacto demogr¨¢fico. ¡°?Medio mill¨®n de estadounidenses muertos?¡±, afirmaba en febrero en sus redes. ¡°No se crean nada: dividan esa cantidad, como m¨ªnimo, entre diez y no pierdan de vista que Estados Unidos tiene m¨¢s de 300 millones de habitantes. Me consta que muchos m¨¦dicos en todo el pa¨ªs est¨¢n siendo presionados para que atribuyan a ese virus muertes que en realidad se deben a muchas otras causas¡±.
Para Nugent, la supuesta pandemia no era m¨¢s que un virus estacional importado de China. Una gripe persistente, pero no muy distinta de las dem¨¢s, que las ¨¦lites progresistas hab¨ªan utilizado como pretexto para ¡°secuestrar¡± a los ciudadanos y destruir la econom¨ªa estadounidense. El suyo hab¨ªa llegado a ser un negacionismo sin apenas matices, parco en argumentos y rico en pirotecnia verbal extrema, que los medios de comunicaci¨®n, como suele ser habitual cuando se trata de Nugent, no parecieron tomarse del todo en serio.
Tras enfermar, Ted ha acabado admitiendo que el virus existe y que es una seria amenaza para la salud, por lo que resulta ¡°razonable¡± aislarse para evitar contraerlo y contagiarlo. No era esa su postura a mediados de abril, muy poco antes del diagn¨®stico, cuando empezaba ya a padecer s¨ªntomas leves, como una ligera fiebre, pero no por ello dej¨® de acudir a un concierto improvisado en el restaurante de un centro comercial de Florida. En ¨¦l reparti¨® abrazos y obsequi¨® a la concurrencia, adem¨¢s de con un par de ¨¦xitos de sus a?os de gloria, all¨¢ por los ochenta, con una larga diatriba en la que justificaba el asalto al Capitolio como una respuesta l¨®gica al supuesto ¡°robo¡± electoral perpetrado por Biden en las pasadas elecciones presidenciales. El organizador del acto, Alfie Oakes, empresario hostelero, simpatizante de Donald Trump e ¨ªntimo amigo de Nugent, reconoci¨® que no se hab¨ªa respetado la distancia social ni hecho uso de mascarillas porque ¡°de lo que se trataba era de acercar a Ted a nuestros clientes¡±. Un m¨²sico desaprensivo que cre¨ªa estar sufriendo un simple catarro, pero hoy sabe que era v¨ªctima de la enfermedad cuya importancia tanto hab¨ªa insistido en minimizar.
Si algo no se le puede discutir a Ted Nugent es una cierta coherencia. En las ¨²ltimas cuatro o cinco d¨¦cadas, el p¨¦ndulo de las tendencias mundiales ha oscilado en m¨²ltiples direcciones, pero ¨¦l se ha quedado quieto. En esencia, sigue pensando y comport¨¢ndose como en 1975, a?o en que arranc¨® su carrera en solitario y empez¨® a convertirse en un poderoso y muy controvertido icono medi¨¢tico. Por entonces ten¨ªa 27 a?os, estaba en la cresta de la ola y se hab¨ªa labrado ya una imagen de rockero tronado, ultraconservador lenguaraz e ind¨®mito, que suscitaba m¨¢s simpat¨ªas que rechazo y permit¨ªa incluso la complicidad distante de los que prefer¨ªan no tom¨¢rsela al pie de la letra.
Durante a?os, a Nugent se le concedi¨® una licencia casi universal para ser Ted Nugent. Una impunidad relativa que incluso hoy parece no haber caducado del todo. Opinaba sobre lo divino y lo humano sin que sus excesos verbales le pasasen apenas factura. Su personalidad agresiva y rica en aristas se interpretaba mayoritariamente como un signo de genuicidad e individualismo radical muy en sinton¨ªa con la imagen que los Estados Unidos ten¨ªan de s¨ª mismos y con el esp¨ªritu exaltado y c¨ªnico de los setenta y los ochenta.
La ¨²ltima generaci¨®n que tuvo la osad¨ªa de reivindicar a este descacharrado verso suelto sin recurrir a coartadas ir¨®nicas fue la del hair rock angelino de finales de los ochenta, la de rebeldes reaccionarios, bastardos del punk y el glam, como Axl Rose (Guns N¡¯ Roses) o Sebastian Bach (Skid Row), que encontraron en Nugent una especie de padre espiritual. Luego vendr¨ªa el grunge, con su intento de feminizar, civilizar y abrir el rock duro a sensibilidades mucho m¨¢s contempor¨¢neas, y la misoginia, el racismo y la arrogancia patriotera de que hacia gala Ted dejaron de parecer graciosas a una nueva generaci¨®n de mel¨®manos con el pelo largo.
Perdido el fervor de los hijos y nietos del rock¡¯n roll, Nugent encontr¨® acomodo en los medios de comunicaci¨®n y en el activismo pol¨ªtico. Se convirti¨® en carne de telerrealidad y en portavoz informal de una derecha sociol¨®gica combativa y sin complejos. Lo hizo, justo es decirlo, siendo fiel a s¨ª mismo, pero integrando en su personaje una m¨¢s que perceptible dosis de humor autopar¨®dico. Nugent aplic¨® todo su entusiasmo y su artiller¨ªa dial¨¦ctica a la defensa de causas fetiche como las bondades de la caza mayor (reivindicada incluso en casos en que las v¨ªctimas eran ejemplares de especies protegidas), el derecho a portar armas o la resistencia activa al ecologismo y el feminismo. Sin embargo, nunca perdi¨® del todo una cierta capacidad de seducci¨®n a la que eran sensibles incluso algunos de sus adversarios ideol¨®gicos m¨¢s encarnizados.
Como muestra, un bot¨®n. En 2007, le invitaron a un debate sobre caza en el programa de Howard Stern. Su rival fue el animalista y productor de Los Simpson, Sam Simon. Nugent lleg¨® a calificar a Simon de cobarde, melifluo y afeminado por no asumir que la ¡°hombr¨ªa¡± consiste en ¡°cazar nuestra propia comida, como han hecho nuestros antepasados desde la prehistoria¡±. Pese a lo crispado que result¨® el debate, m¨²sico y productor se tomaron una copa juntos tras el programa, y Simon acab¨® apreciando la cordialidad y simpat¨ªa de Nugent. Le pareci¨® un tipo capaz de re¨ªrse de s¨ª mismo y conducirse con respeto y sensatez en cuanto las c¨¢maras dejaban de rodar y ¨¦l aparcaba su personaje. Meses despu¨¦s, el artista fue invitado a hacer un breve cameo en Los Simpson en el que se mostraba, por supuesto, como un energ¨²meno y el bocazas obsesionado por defender causas ultraconservadoras con argumentos de brocha gorda. En un cap¨ªtulo posterior de la serie, Homer Simpson se mostraba dispuesto a apoyar a Ted en su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, cautivado por su tendencia a ¡°llamar a las cosas por su nombre¡±.
Simon no ha sido ni mucho menos el ¨²nico en padecer un cierto s¨ªndrome de Estocolmo en presencia de Nugent. Tres a?os antes, en 2004, Courtney Love llam¨® en directo al programa de Stern para decir que una de sus primeras relaciones sexuales hab¨ªa sido con ¡°el t¨ªo Ted¡±, al que aseguraba haber realizado una felaci¨®n entre bastidores tras un concierto: ¡°Por entonces yo ten¨ªa 12 a?os, estaba a punto de cumplir 13¡±, declar¨® en tono neutro, pero de una cierta gravedad, la actriz y cantante. Interrogado por Stern sobre la veracidad de la historia, Nugent se limit¨® a decir que no lo recordaba, pero sin descartar en absoluto que fuese cierta.
El cantante ya hab¨ªa hecho una bastante expl¨ªcita apolog¨ªa del sexo (ni siquiera consentido) con menores en Jailbait, un ¨¦xito de 1981. Adem¨¢s, su biograf¨ªa incluye un episodio un tanto escabroso que apunta en la misma direcci¨®n: la relaci¨®n sentimental que mantuvo en 1978 con la adolescente hawaiana Pele Massa, que por entonces ten¨ªa 17 a?os, 13 menos que ¨¦l. Nugent lleg¨® a firmar un acuerdo con los padres de Massa para convertirse en tutor legal de la menor y que estos le autorizasen as¨ª a tener relaciones sexuales con ella. Tras la llamada de Courtney Love, Stern hizo una somera y un tanto fr¨ªvola referencia a ambos hechos, la canci¨®n y el esc¨¢ndalo sexual, como si ese patr¨®n de presunta pedofilia de Nugent reci¨¦n tra¨ªdo a colaci¨®n por Love y ni siquiera negada por el m¨²sico fuese un detalle menor, una excentricidad sin importancia.
La licencia para ser Ted Nugent se extendi¨® tambi¨¦n a otros aspectos controvertidos de su vida privada. En 2009, su segunda esposa, Shemane Deziel, reconoc¨ªa con condescendiente desenvoltura que acababa de descubrir que Ted ten¨ªa ¡°otros cuatro hijos en edad adulta¡±, fruto todos ellos de relaciones no estables. El propio Nugent remataba la informaci¨®n con una frase que sorprende en boca de un (presunto) defensor de los valores familiares: ¡°Si te pareces a m¨ª y tu madre acud¨ªa a mis conciertos hace 20 o 30 a?os, ah¨®rrate la prueba de ADN: lo m¨¢s probable es que seas hijo m¨ªo¡±.
Otra muestra, en fin, de lo poco que la incontinencia verbal penaliza a este hombre tan fuera de ¨¦poca, tan excesivo en todo y tan proclive a pisar todos los charcos que se crucen en su camino, fue su parad¨®jica defensa de la libertad sexual de mayo de 2011, en una entrevista con el periodista brit¨¢nico Piers Morgan: ¡°Hay algo que me resulta profundamente repulsivo en el sexo entre hombres. Creo que es contrario a la naturaleza, adem¨¢s de profundamente raro, pero si me dices que te gustan los hombres yo te dir¨¦ que no soy nadie para juzgar el sentido de la moral de otras personas. Te dir¨¦ que se trata de vivir y dejar vivir. Adem¨¢s, tengo muchos amigos homosexuales¡±. As¨ª es Ted Nugent, un hombre capaz de pasar en cuesti¨®n de segundos, sin contradicci¨®n aparente y sin previo aviso, de una homofobia encarnizada y tabernaria a un canto a la diversidad y la tolerancia. Puede que los d¨ªas de escalofr¨ªos y fiebre que le ha tocado padecer en su mansi¨®n de Florida le hayan hecho cambiar de opini¨®n sobre los peligros del ¡°virus chino¡±. La que permanece inalterada es esa visi¨®n del mundo basada en certezas tan innegociables como contradictorias que forj¨® para s¨ª mismo a mediados de los setenta, cuando se convirti¨® en portavoz de la Am¨¦rica reaccionaria que jam¨¢s se averg¨¹enza de s¨ª misma.
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