La globalizaci¨®n y el ¡®namast¨¦¡¯
Los saludos que evitan el contacto se dan entre quienes no tienen acceso a la igualdad que representa el tocarse
El positivismo es cosa buena porque reduce a orden y medida conceptos antes vagarosos. El calor lo mide el term¨®metro y lo hace en grados, no en sensaciones. Lejos o cerca se ponderan jacobinamente en metros. Existe una barra de platino e iridio en Par¨ªs que sirve para probar esto. Todo o casi todo se puede pesar o medir. La cosa se complica cuando la magnitud que nos interesa tiene un n¨²cleo simb¨®lico. La distancia es algo f¨ªsico, pero el trecho que existe entre alguien poderoso y una persona del mont¨®n, ¨¦sa es distancia social. Su medida es fin¨ªsima porque lo que hay que evaluar es mucho y complejo. Aun as¨ª, es factible.
Saludar es un rito de acercamiento que toda cultura posee. No es tan variado como pudi¨¦ramos pensar. Saludar mide esa distancia. El saludo m¨¢s corriente entre nosotros es darse la mano. Hacerlo con cierta energ¨ªa no es s¨®lo demostrar que no se llevan armas, mito que todav¨ªa corre, sino hacer expl¨ªcito que el otro est¨¢ autorizado a tocarnos. Porque el tocarse es el quid. Ese tocarse va del beso en la boca entre varones, los besos en las mejillas, los abrazos de mayor o menor efusi¨®n, frotarse la nariz¡ Todos estos saludos admiten al otro. Pero en algunos lugares de la tierra los m¨¢s comunes son los que evitan a toda costa el contacto. Son las inclinaciones y reverencias, estrictamente medidas, yendo del menor al mayor en rango, que abarcan desde la zal¨¢, que exige prosternarse como para el rezo musulm¨¢n, a la lev¨ªsima inclinaci¨®n de cabeza. Todas estas formas rigurosas de saludo se dan entre quienes no tienen derecho o acceso a la igualdad que el contacto f¨ªsico representa. Sociedades profundamente desiguales, sociedades de castas por ejemplo, miden las reverencias hasta la extenuaci¨®n.
La India, la sociedad de castas m¨¢s compleja, ha llevado el saludo sin contacto a la pura perfecci¨®n: las personas unen las palmas de las manos a la altura del pecho o la del rostro mientras realizan una inclinaci¨®n m¨¢s o menos larga con o sin contacto ocular. Se llama namast¨¦. Resulta est¨¦ticamente agradable y, por lo general, no insistimos en conocer su trasfondo. Me produjo sorpresa divertida ver c¨®mo el presidente Macron entraba en uno de esos hermosos patios del El¨ªseo haciendo namast¨¦ a derecha e izquierda. Lo acompa?aba de una sonrisa algo p¨ªcara.
La globalizaci¨®n es un proceso corto todav¨ªa en el tiempo ¡ªseg¨²n Toynbee, estamos en sus inicios¡ªpor el cual rasgos propios de una cultura se extienden fuera de su ¨¢mbito y son adoptados universalmente. El namast¨¦, en tiempos insalubres, tiene muchas ventajas. Es suave, simp¨¢tico y no implica m¨¢s contacto que el visual. Incluso puede ser efusivo. Nos librar¨ªa del engorro del saludo propio, cada vez m¨¢s barroco y con m¨¢s besos y visajes. Francia, adelantada siempre del gusto europeo, nos est¨¢ dando alguna se?al. No sabemos nunca al completo lo que hemos venido heredando de cada pandemia. Ser¨ªa notable que aprovechando las imposiciones f¨ªsicas de esta calamidad rehici¨¦ramos un saludo ancestral de enorme distancia y jerarqu¨ªa para nuestros usos perfectamente divergentes e igualitaristas. S¨®lo cabe si la prohibici¨®n jacobina de la distancia f¨ªsica se mantiene. Y esa va a durar.
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