La conciencia p¨²blica no se conmueve ante los desahucios y el empobrecimiento: est¨¢ anestesiada
La teor¨ªa econ¨®mica hace caso omiso de nuestros verdaderos valores, apunta la escritora Marilynne Robinson en su ¨²ltimo libro
Doy por supuesto que la conciencia es un rasgo humano lo bastante generalizado para considerarse caracter¨ªstico, que no se origina en la cultura aunque inevitablemente sea modificada por ¨¦sta. La culpa y la verg¨¹enza, y el temor ante la idea de sufrirlas, est¨¢n claramente asociadas a la conciencia, que les concede legitimidad y a la que ellas fortalecen. A la inversa, la creencia de que los actos de cada uno est¨¢n respaldados por la conciencia puede inspirar una disposici¨®n a oponerse a las costumbres o consensos en cuestiones que, de otro modo, ser¨ªan consideradas err¨®neas o vergonzosas, por ejemplo, a rebelarse contra el orden existente.
La idea de conciencia tal como la conocemos est¨¢ recogida en el griego del Nuevo Testamento. Se encuentra en Plat¨®n como conciencia de uno mismo, una capacidad de valorarse a uno mismo. En la Biblia Hebrea est¨¢ omnipresente por implicaci¨®n, un aspecto de la experiencia humana que debe asumirse reflejado en los textos del ap¨®stol Pablo y otros. En el G¨¦nesis, un rey pagano puede recurrir al Se?or justific¨¢ndose en la integridad de su coraz¨®n y la inocencia de sus manos y ver que Dios ha honrado su inocencia e integridad impidi¨¦ndole pecar involuntariamente. La percepci¨®n que tiene el rey de s¨ª mismo, su preocupaci¨®n por ajustar su conducta al modelo que toma como referencia, un modelo que Dios reconoce, es una especie de ep¨ªtome del concepto de rectitud ¨C?o justicia¨C?, central en la Biblia Hebrea. El que el rey sea pagano, filisteo, indica que la Tor¨¢ considera la conciencia moral como universal, al menos entre aquellos que la respetan y la cultivan en s¨ª mismos.
M¨¢s all¨¢ de la facultad para evaluar los propios actos y motivos seg¨²n un modelo que parece, al menos, estar aparte del impulso moment¨¢neo o del ego¨ªsmo a m¨¢s largo plazo y cuestionar a uno mismo, la conciencia es notablemente quim¨¦rica. Un asesinato honorable en una cultura es un crimen especialmente perverso en otra. Sabemos de casos de condenas a encarcelamiento y trabajos forzosos de madres solteras, o de mujeres j¨®venes a las que se consideraba proclives a descarriarse, por leyes que estuvieron vigentes hasta hace pocas d¨¦cadas en un pa¨ªs occidental, Irlanda, pese a las numerosas violaciones de los derechos humanos que implicaba. Uno esperar¨ªa que esos casos hubieran acabado en siglos anteriores si las conciencias se hubieran sentido concernidas.
La conciencia nos obliga a respetar las consecuencias de las elecciones, sin lo cual la democracia ya no ser¨ªa posible
Los americanos acaban de descubrir que hemos encarcelado a una amplia porci¨®n de nuestra poblaci¨®n con causas leves, estigmatiz¨¢ndola en el mejor de los casos y priv¨¢ndola de la posibilidad de un vida normal y fruct¨ªfera. La conciencia puede tardar en despertarse, incluso ante abusos que son manifiestamente contrarios a los valores declarados, por ejemplo la libertad y la b¨²squeda de la felicidad. Y si la conciencia se siente c¨®moda con cosas as¨ª, si la racionalidad las respalda, ?posee todav¨ªa alguna autoridad que justifique su expresi¨®n, dado que la aceptaci¨®n tiene tanto de acto de conciencia como la resistencia? Despu¨¦s de todo, en este pa¨ªs, en el que la libertad significa la existencia de un consenso que permite las acciones y pol¨ªticas de gobierno ¨C?a no ser que se recurra a manifestaciones, retiradas de propuestas, destituciones, acciones legales, o rechazo de los votantes¨C?, por lo general aceptamos cosas que puede que no aprobemos. La conciencia nos obliga ¨C?cada vez a menos de nosotros, seg¨²n parece¨C? a respetar las consecuencias de las elecciones, sin lo cual la democracia ya no ser¨ªa posible. No siempre es f¨¢cil diferenciar una conciencia adormecida de otra que sopesa seriamente las consecuencias.
Quienes creen que un capitalismo sin restricciones dar¨¢ lugar al mejor de los mundos posibles pueden lamentar sinceramente las perturbaciones que implica, las p¨¦rdidas no compensadas que se sufrir¨¢n como consecuencia del capital que se retira de un lugar para invertirlo en otro, ¨²nicamente en inter¨¦s de su propio crecimiento. Pero ?c¨®mo puede intervenirse en lo inevitable? ?Los an¨¢lisis de coste beneficio han eliminado las ciencias humanas! ?Lo explican todo! Dependiendo, por descontado, de las definiciones muy particulares que se les d¨¦ a ambos t¨¦rminos, costo y beneficio.
Nunca he visto un c¨¢lculo de la riqueza perdida cuando una ciudad se arruina, ni tampoco de lo que se pierde cuando la mano de obra se queda parada, frente a la riqueza creada como consecuencia de esa generaci¨®n de pobreza. ?Cu¨¢l es el coste para los chinos, a los que nunca se pregunta si los beneficios del trabajo fabril importan m¨¢s que la p¨¦rdida de aire limpio, agua potable y la salud de sus hijos? El hecho de que una p¨¦rdida sea incalculable no es ciertamente un argumento para no tenerla en cuenta. El empobrecimiento de poblaciones por el ego¨ªsmo financiero convierte en un chiste la libertad personal. Pese a todo, aceptamos la legitimidad de la teor¨ªa econ¨®mica que hace caso omiso de nuestros valores declarados. Es decir, la conciencia p¨²blica no se conmueve ante los desahucios y el empobrecimiento a gran escala porque est¨¢ anestesiada por una teor¨ªa m¨¢s que dudosa, y por el hecho de que el poder real, que no es pol¨ªtico ni legal ni propenso a prestar atenci¨®n a la pol¨ªtica ni a las leyes m¨¢s que como intrusiones ileg¨ªtimas en sus ilimitadas prerrogativas, ha escapado al control p¨²blico a medida que ¨¦ste cae cada vez m¨¢s en su dominio.
La libertad y la soberan¨ªa de la conciencia individual son ideas que emergieron juntas y se influyeron mutuamente en sentidos importantes en la cultura americana de los primeros tiempos y en los movimientos precursores en Inglaterra y Europa. El gran conflicto de la Edad Media, dejando a un lado los aventurerismos mon¨¢rquicos, la agitaci¨®n de los nobles y dem¨¢s, se libr¨® entre los movimientos religiosos disidentes y la Iglesia establecida. La cuesti¨®n en disputa era si la gente ten¨ªa derecho o no a sus propias creencias.
Marilynne Robinson es escritora y ensayista, autora, entre otros libros, de la novela ¡®Gilead', con la que gan¨® el premio Pulitzer. Este texto es un avance de su libro ¡®?Qu¨¦ hacemos aqu¨ª?¡®, de Ed. Galaxia Gutenberg, que se publica ma?ana, 1 de julio.
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