Un loco, un idiota y un miserable
¡®La habitaci¨®n donde sucedi¨®¡¯ demuestra la absoluta incompetencia de Trump y la duplicidad del propio Bolton
Hablemos de un loco, de un idiota y de un miserable.
Barry Goldwater (1909-1998) fue un hombre peculiar. En 1964 gan¨® la nominaci¨®n republicana e intent¨® llegar a la Casa Blanca, pero Lyndon Johnson le destruy¨® en las urnas. Su fracaso se debi¨®, en parte, a la brutalidad verbal. Tres a?os antes, Goldwater hab¨ªa dicho que Estados Unidos ser¨ªa un pa¨ªs mejor si se pudiera ¡°serrar la Costa Este y abandonarla flotando en el mar¡±, cosa que probablemente no apreciaron los votantes de la Costa Este. Tambi¨¦n hab¨ªa propuesto colocar una bomba en los lavabos del Kremlin y utilizar profusamente bombas nucleares en Vietnam. Y descalificaba una y otra vez al expresidente Dwight Eisenhower, t¨®tem republicano y h¨¦roe nacional. Su nombre qued¨® asociado al extremismo y al anticomunismo obsesivo.
Sin embargo, Goldwater no era tonto. Advirti¨®, por ejemplo, el peligro que entra?aba la ¡°caza de brujas¡± anticomunista del senador Joseph McCarthy y se enfrent¨® a ¨¦l en 1954. Y no se opuso al programa de derechos civiles, aunque proclamara que el Gobierno federal vulneraba con ¨¦l los derechos de los Estados racistas. Advirti¨® que los dem¨®cratas sure?os estaban muy descontentos con la direcci¨®n de su partido y que la clase trabajadora, tradicionalmente dem¨®crata, empezaba a hartarse de las ¨¦lites liberales. Su intuici¨®n no le sirvi¨®, pero estableci¨® el n¨²cleo de la revoluci¨®n neoconservadora que triunf¨® en 1980 con Ronald Reagan. La pol¨ªtica estadounidense de hoy no se entiende sin considerar la herencia de Barry Goldwater.
Con los a?os se hizo ecologista y milit¨® en defensa de los homosexuales. Atac¨® con ferocidad a los telepredicadores religiosos y la influencia de las grandes fortunas en la actividad pol¨ªtica. Cuando se supo que sufr¨ªa alzh¨¦imer, hubo quien atribuy¨® a la enfermedad su evoluci¨®n ideol¨®gica. No parece probable. Goldwater fue siempre un heterodoxo. Quienes participaron en su fallida campa?a electoral de 1964 (toda la familia Bush o el propio Ronald Reagan, por citar algunos ejemplos) descartaron el folclore oratorio del candidato y absorbieron sus ideas fundamentales: limitaci¨®n del poder federal, impuestos bajos y diplomacia agresiva. Con Goldwater ya retirado, los republicanos se hicieron fan¨¢ticos de Goldwater.
Uno de sus m¨¢s conspicuos defensores es John Bolton, un hombre que rechaza el calificativo ¡°neocon¡± y se proclama ¡°libertario al estilo de Goldwater¡±. La lectura de La habitaci¨®n donde sucedi¨®, el largu¨ªsimo memorial de agravios en el que Bolton refiere su breve paso como consejero de Seguridad Nacional (de marzo de 2018 a septiembre de 2019) en la Casa Blanca de Donald Trump, requiere un est¨®mago s¨®lido.
De Bolton, antiguo n¨²mero dos de la Fiscal¨ªa General (con Reagan), antiguo n¨²mero dos del Departamento de Estado (con Bush padre) y antiguo embajador estadounidense ante las Naciones Unidas (con Bush hijo) se conoc¨ªan el lenguaje intimidatorio, la devoci¨®n por el peloteo a los jefes y el maltrato habitual a los subordinados. Tambi¨¦n se conoc¨ªa su incapacidad para admitir el m¨¢s m¨ªnimo error. A d¨ªa de hoy, sigue proclamando que la invasi¨®n de Irak en 2003 (de la que fue uno de los arquitectos) constituy¨® ¡°un gran ¨¦xito¡±.
La habitaci¨®n donde sucedi¨® demuestra que cualquier opini¨®n que pudiera tenerse sobre John Bolton resultaba positiva en exceso. P¨¢gina a p¨¢gina, y son muchas p¨¢ginas, se hacen patentes tanto la absoluta incompetencia y la inestabilidad mental de Donald Trump, objetivo del libro, como el servilismo y la duplicidad del propio Bolton. Se trata de una exhibici¨®n imp¨²dica. Asombra el desparpajo con que Bolton atribuye a otros sus propios fracasos y la conformidad con que trabaja para un presidente fascinado por los dictadores, obsesionado por conseguir la reelecci¨®n a cualquier precio e incapaz de mantener una idea en la cabeza durante m¨¢s de unos minutos.
En ciertos pasajes, Bolton alcanza tales niveles de mezquindad que uno se ve casi forzado a simpatizar con Donald Trump, el idiota de esta historia. Y, por supuesto, uno simpatiza con Barry Goldwater: por m¨¢s exc¨¦ntrico y extremista que fuera, supo crear algo. No merec¨ªa un disc¨ªpulo como Bolton.
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