En el mundo poscoronavirus tocar¨¢ repartir los cuidados
La idea de que solo es productivo lo que se vende y genera ganancias resulta deformante y da?ina, e influye negativamente en la toma de las decisiones pol¨ªticas

La pandemia ha puesto de relieve que en la sociedad del bienestar hay muchos puntos d¨¦biles. Los medios de comunicaci¨®n y el lenguaje de la calle han recurrido insistentemente a una palabra clave: el cuidado. Tan intuitivo y polivalente, no es f¨¢cil definirlo. Cuidar es evitar que al otro le suceda algo malo, pero tambi¨¦n incluye cuidarse a s¨ª mismo. A menudo requiere contacto f¨ªsico, pero a veces se ejerce a distancia con una llamada o un mensaje. Hay cuidadores profesionales que se entrenan para cuidar y cobran por ello, pero en el conjunto de los que cuidan son minor¨ªa. La mayor¨ªa lo hacen gratis, sin contrapartida monetaria directa. Tambi¨¦n hay quien cuida a gente desconocida como voluntario.
En el mundo poscoronavirus, el cuidado puede emerger como un sector productivo diferenciado o permanecer difuso, casi invisible, repartido a trozos entre los hogares, la sanidad, la ense?anza, el ocio y los llamados servicios personales.
Mientras entre los economistas prevalezca la idea de que solo es productivo lo que se vende y genera ganancias, el cuidado tendr¨¢ dificultades para integrarse en una visi¨®n global de la econom¨ªa. Esta perspectiva, heredera del pensamiento de Adam Smith, sigue siendo dominante en el mundo occidental, y lastra el intento de comprender de un modo m¨¢s profundo la relaci¨®n entre los recursos disponibles y las necesidades que requieren satisfacci¨®n. Por eso resulta deformante y da?ina, extendiendo su mala influencia a la toma de decisiones pol¨ªticas.
La amenaza del coronavirus ha disparado las necesidades de cuidado. Quienes pueden valerse por s¨ª mismos dedican ahora m¨¢s tiempo a cuidarse de lo que antes hac¨ªan, consumiendo un recurso que ya no est¨¢ disponible para otras actividades; menos tiempo para el empleo, la formaci¨®n o el ocio.
Aunque protagonicen la imagen, no solo necesitan cuidado los enfermos, los ni?os o los ancianos fr¨¢giles. Efectivamente, ellos son los grandes consumidores intensivos de cuidado, pero en t¨¦rminos de volumen la mayor¨ªa de cuidado lo consume la poblaci¨®n de edad intermedia, entre los 15 y los 65 a?os. Los sanos y fuertes liberan su tiempo disponible cuando cuentan con la garant¨ªa de que su hogar estar¨¢ limpio, la alimentaci¨®n equilibrada y las relaciones familiares mantenidas. Alguien se ocupar¨¢ de ello, pero no alguien abstracto, sino un nombre concreto, generalmente alguien con nombre de mujer.
La divisi¨®n tradicional de papeles choca con los valores de la modernidad. Como dato puntual, la proporci¨®n de hogares unipersonales en Espa?a es ya del 25%, y en algunas comunidades como Asturias ha alcanzado el 30%. Durante la mayor parte del d¨ªa, los hogares de los activos est¨¢n vac¨ªos, y ambos factores ¡ªunipersonalidad y vac¨ªo¡ª siguen una tendencia creciente. ?Qu¨¦ modelo de cuidados emerger¨¢ para hacerse cargo de la atenci¨®n de quienes no son aut¨®nomos y viven solos o no acompa?ados?
La pandemia ha matado en Espa?a decenas de miles de personas, m¨¢s de 40.000 seg¨²n algunas fuentes. La mayor¨ªa eran ancianos, muchos viv¨ªan en residencias. De cara al futuro, hay que inventar un nuevo modo de resolver el cuidado de los mayores, porque no puede contarse con unas familias ni unas mujeres a la antigua usanza, que ya no existen.
De poco sirve poner el grito en el cielo porque en las residencias falt¨® cuidado: hay que aceptar que el cuidado es una tarea costosa. Un dependiente grave necesita atenci¨®n 24 horas todos los d¨ªas del a?o, aunque sean festivos. Si estuviera en su hogar, equivaldr¨ªa a cuatro turnos de empleados. Con una pensi¨®n media de poco m¨¢s de 1.000 euros, los varones, y un tercio m¨¢s baja, las mujeres -las afortunadas que tienen pensi¨®n propia-, poco cuidado podr¨¢n comprar aunque lo necesiten. Si no lo pueden pagar y se rechaza por inaceptable la idea de abandonarlos a su suerte, las alternativas son escasas. O trasladamos la presi¨®n y el coste a quienes por razones afectivas y morales no pueden rehuirlo. O lo trasladamos al Estado, que a la postre somos todos los contribuyentes. O, como es frecuente -y miramos a otro lado para no verlo ¨C pactamos con asalariados precarios los turnos inacabables y las ratios exiguas de cuidador por interno, a sabiendas de que no resistir¨¢n el envite de una crecida s¨²bita de la demanda de cuidados.
Parad¨®jicamente, el cuidado es un tema conflictivo en el Estado de bienestar, porque requiere una redistribuci¨®n de derechos y obligaciones. Es un malestar latente y profundo que la pandemia solo ha agudizado y seguir¨¢ reclamando soluciones cuando el coronavirus haya sido vencido.
Mar¨ªa ?ngeles Dur¨¢n es catedr¨¢tica de Sociolog¨ªa e investigadora especializada en el an¨¢lisis del trabajo no remunerado.
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