Cuando George Orwell estaba en las trincheras de la Guerra Civil espa?ola
¡®Ideas¡¯ adelanta este extracto de la biograf¨ªa del autor de ¡¯1984¡ä, publicada ahora por primera vez en espa?ol. En ella se narra c¨®mo vivi¨® el escritor los d¨ªas en que combati¨® del lado republicano
Ten¨ªa madera de oficial, y adem¨¢s trabajaba con anarquistas y socialistas: Orwell estaba como pez en el agua. John McNair [secretario general del Partido Laborista Independiente (ILP) que dirigi¨® el contingente del ILP en Barcelona durante la Guerra Civil espa?ola] le pregunt¨® c¨®mo hab¨ªa conseguido establecer ese dominio, y veintiocho a?os m¨¢s tarde aseguraba recordar su respuesta ¡°pr¨¢cticamente palabra por palabra¡±:
¡°Cuando llegu¨¦ aqu¨ª hace cuatro noches todos ellos parec¨ªan creer que yo era una especie de tipo raro. Pocas veces hab¨ªan visto a un extranjero. Despu¨¦s de la comida advert¨ª que estaban susurrando a mis espaldas. Me limit¨¦ a liarme un cigarrillo, tom¨¦ un sorbo de vino y esper¨¦ (¡). Ca¨ª en la cuenta de lo que estaban tramando, iban a emborrachar al ingl¨¦s grandull¨®n. Pusieron mucho empe?o. Aparec¨ªa una botella tras otra de aquel ¨¢spero vino espa?ol y todos segu¨ªamos bebiendo. No sab¨ªan que yo hab¨ªa trabajado un a?o y medio en hoteles y bares de Par¨ªs y que lo sab¨ªa todo acerca del vino tinto barato que los franceses llamaban Gratte-gorge (raspador de gargantas). Uno tras otro comenzaron a abandonar, caminando dando tumbos hasta sus literas. S¨®lo qued¨¢bamos tres o cuatro as¨ª que dije en voz baja: ¡°Bueno, muchachos, hemos tomado unas copas amistosamente as¨ª que yo me marchar¨¦ si alguno de vosotros me muestra d¨®nde puedo dormir¡±. Entendieron mi franc¨¦s. Logr¨¦, aunque me cost¨® lo suyo, irme en silencio a dormir (¡). Es curioso que s¨®lo haya podido obtener su respeto porque pod¨ªa tumbarles bebiendo a casi todos.
A la ma?ana siguiente estaban todos de resaca de modo que decid¨ª intervenir. Ya que mi catal¨¢n era muy pobre, hice que el hombre al mando me tradujera del franc¨¦s. ¡®Bueno, j¨®venes, tuvimos una noche muy entretenida pero no estamos aqu¨ª para empinar el codo, estamos aqu¨ª para aplastar a los fascistas. Ahora todos har¨¢n instrucci¨®n bajo mis ¨®rdenes y har¨¢n lo que yo haga¡¯. Para mi sorpresa y alegr¨ªa, todos aceptaron, pronto se les pas¨® la resaca, y a partir de entonces pensaron que era alguien y me trataron con camarader¨ªa y respeto¡±.
¡°Camarader¨ªa y respeto¡± era lo que Orwell ve¨ªa que todo el mundo mostraba al otro en Barcelona. La burgues¨ªa parec¨ªa haberse desvanecido. Era una ciudad de clase trabajadora, nadie ¡°vest¨ªa bien¡± y todos se dirig¨ªan a los dem¨¢s como ¡°compa?ero¡±, y utilizando la segunda persona ¡°t¨²¡±, m¨¢s familiar que el distante ¡°usted¡±. En realidad no se percat¨® de que la fase revolucionaria de las banderas rojas o de las banderas rojinegras de los anarquistas estaba llegando a su fin; la normalidad republicana estaba a punto de ser reinstaurada por el gobierno central a efectos de conseguir un esfuerzo b¨¦lico unido y apaciguar la opini¨®n internacional, especialmente la de los gobiernos brit¨¢nico y franc¨¦s.
Orwell march¨® a las trincheras en el frente de Arag¨®n en Alcubierre. Estaba en las monta?as, a unos trescientos kil¨®metros al oeste de Barcelona y en un lugar destacado de la l¨ªnea aproximadamente a medio camino entre Zaragoza y Huesca. Formaba parte de la divisi¨®n ¡°Rovira¡±, o 29, y las divisiones vecinas estaban todas compuestas por milicias anarquistas. ¡°Yo hab¨ªa ca¨ªdo, m¨¢s o menos por azar, en la ¨²nica comunidad de Europa occidental donde la conciencia pol¨ªtica y el rechazo del capitalismo eran m¨¢s normales que su contrario¡±.
Al mando de su centuria o batall¨®n estaba un soldado belga irregular muy afable, Georges Kopp, un exingeniero que hasta el embargo hab¨ªa fabricado armas en Bruselas para el gobierno espa?ol. McNair tuvo que pedir dos pares de botas de talla 47 desde Inglaterra especialmente para Orwell. La centuria era ¡°una turba que no hab¨ªa recibido instrucci¨®n militar, compuesta en su mayor¨ªa por adolescentes¡±; lo ascendieron a cabo, a cargo de una secci¨®n de doce hombres. Como escribir¨ªa m¨¢s adelante, era una parte tranquila de la l¨ªnea del frente: los principales enemigos eran el fr¨ªo y el aburrimiento. Admiti¨® haber sufrido tremendamente por el fr¨ªo, y su bronquitis invernal no lo abandon¨® nunca: ¡°La le?a era lo ¨²nico que realmente importaba¡±, y los suministros eran escasos; se expon¨ªa a las balas de ametralladoras fascistas por conseguir ramas de unos arbustos que crec¨ªan entre las l¨ªneas.
No era del todo malo que los fascistas no tuvieran demasiada actividad en esa zona del frente, ya que el POUM (Partido Obrero de Unificaci¨®n Marxista) ten¨ªa muy poco con lo que hacerles frente m¨¢s all¨¢ del entusiasmo y de quince cartuchos de munici¨®n por cabeza. Hab¨ªa que probar cada cartucho en la rec¨¢mara por separado para ver si encajaba, debido a que se utilizaban tres tipos diferentes de rifle. El de Orwell era un Mauser de 1890; un a?o no muy bueno, pens¨®. La mayor¨ªa del tiempo ten¨ªan buenas provisiones de comida, vino, velas, cigarrillos y cerillas pero ¡°no ten¨ªamos cascos ni bayonetas, muy pocos rev¨®lveres o pistolas y no hab¨ªa m¨¢s que una granada por cada cinco o diez hombres (¡). No cont¨¢bamos con tel¨¦metros, telescopios, periscopios, prism¨¢ticos, excepto unos pocos de propiedad privada [como los suyos], ni pistolas de bengalas, ni tenazas para cortar las alambradas, o herramientas de armero, ni tampoco siquiera material de limpieza¡±. La lista es conmovedora. Se los dejaba en la l¨ªnea del frente, en trincheras mal construidas, durante periodos largos y extenuantes hasta que les tocaba el permiso. Jam¨¢s se organiz¨® una alternancia regular dentro de la l¨ªnea, o una reserva. En ochenta d¨ªas, s¨®lo pudo cambiarse de ropa tres veces. Los servicios sanitarios o m¨¦dicos eran escasos o inexistentes. Buena parte de los reclutas simplemente defecaban en las trincheras donde se encontraban, desatendiendo la construcci¨®n de letrinas o neg¨¢ndose a hacerlo. ¡°Una de las experiencias fundamentales de la guerra es que jam¨¢s se puede escapar de los repugnantes olores de origen humano¡±. Incluso para los piojos ese fue un enero demasiado fr¨ªo, pero en marzo llegaron. ¡°Los hombres que lucharon en Verd¨²n, Waterloo, Flandes, Senlac, las Term¨®pilas, todos ellos¡±, reflexion¨®, ¡°ten¨ªan piojos arrastr¨¢ndose por sus test¨ªculos¡±; pero antes de que aparecieran los piojos, abundaban las ratas y los ratones. ¡°La suciedad nunca me preocup¨®. La gente hace un drama de la suciedad. Resulta sorprendente comprobar la rapidez con la que te acostumbras a no usar pa?uelo y a comer en la misma escudilla de hojalata con la que tambi¨¦n te lavas¡±.
Pero la suciedad no le importaba, ya estuviera entre vagabundos, en la casquer¨ªa o en las trincheras; a lo largo de su toda su obra la utiliz¨® como s¨ªmbolo de la opresi¨®n, y deliberadamente se oblig¨® a soportar la suciedad con el fin de entender mejor, pensaba, la condici¨®n del pobre y del oprimido.
(¡) La milicia en la que estaba, como suced¨ªa con otras, hab¨ªa sido organizada a toda prisa en los primeros d¨ªas tras la sublevaci¨®n de Franco el a?o anterior a trav¨¦s de los sindicatos y los partidos pol¨ªticos, y los soldados se deb¨ªan m¨¢s directamente a estos que al gobierno central. De hecho, los marxistas del POUM se opon¨ªan en la pr¨¢ctica al control estatal centralista, como los anarquistas se opon¨ªan en teor¨ªa. Ambos ve¨ªan a los comunistas como un partido corrompido por el poder estatal. La Batalla, el peri¨®dico del POUM, fue el ¨²nico que hab¨ªa denunciado en Catalu?a los juicios de Mosc¨² de julio de 1936 y las ejecuciones de Stalin de los ¡°viejos bolcheviques¡± en agosto; en verdad afirmaban haber sido el primer peri¨®dico en cualquier lugar en comprender lo que estaba sucediendo. La milicia del POUM era ¡°al menos en la teor¨ªa [¡] una democracia y no una organizaci¨®n jer¨¢rquica¡±, como si toda centuria fuera un soviet o una comuna. Hab¨ªa oficiales y suboficiales, se daban ¨®rdenes y se esperaba que se cumplieran; pero s¨®lo se daban de compa?ero a compa?ero, y deb¨ªan darse motivos claros y evidentes, no s¨®lo para probar una ¡°obediencia ciega¡±. De modo que no hab¨ªa ¡°un escalaf¨®n militar en el sentido tradicional; no hab¨ªa ni distintivos ni galones, ni juntar los tacones en se?al de obediencia ni saludos reglamentarios¡±, recordaba Orwell. Todos recib¨ªan la misma paga, com¨ªan lo mismo, usaban el mismo uniforme y viv¨ªan en los mismos cuarteles. ¡°El rasgo esencial del sistema era la igualdad social entre oficiales y soldados. Todos [¡] se trataban en t¨¦rminos de completa igualdad [¡]. Evidentemente la igualdad no era perfecta, pero era lo m¨¢s aproximado a ella que hab¨ªa conocido jam¨¢s o que hubiera concebido en tiempo de guerra¡±. Al describir sus sentimientos tres meses m¨¢s tarde, dec¨ªa: ¡°Estaba respirando el aire de la igualdad, y era lo bastante ingenuo como para imaginar que ¨¦sta exist¨ªa en toda Espa?a. No me di cuenta de que, un poco por casualidad, estaba aislado en el sector m¨¢s revolucionario de la clase obrera espa?ola¡±. Y ese junio escribir¨ªa desde el hospital a Cyril Connolly: ¡°He visto cosas asombrosas y por fin creo de verdad en el socialismo, como nunca lo hab¨ªa hecho hasta ahora¡±.
Bernard Crick fue un ensayista brit¨¢nico, profesor en la London School of Economics y en la Universidad de Sheffield y autor de ¡®En defensa de la pol¨ªtica¡¯. Este extracto es un avance de ¡®George Orwell. La biograf¨ªa¡¯, que publica Ediciones El Salm¨®n este 12 de octubre.
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