El d¨ªa en que Obama luch¨® por salvar a los tigres
Su hija le pidi¨® que protegiera a los felinos de los humanos, cuenta en sus memorias el expresidente de EE?UU. Con esas palabras en la cabeza, Barack Obama acudi¨® a una cumbre clim¨¢tica en Dinamarca
Una noche, durante la cena, Malia me pregunt¨® qu¨¦ iba a hacer respecto a los tigres.
¡ª?A qu¨¦ te refieres, cari?o?
¡ªYa sabes que son mi animal favorito, ?no?
A?os antes, durante nuestra visita anual a Haw¨¢i por Navidad, mi hermana Maya hab¨ªa llevado a Malia, que ten¨ªa entonces cuatro a?os, al zool¨®gico de Honolulu. De ni?o pas¨¦ horas all¨ª, trepando a los banianos, dando de comer a las palomas que deambulaban por el c¨¦sped, aullando a los patilargos gibones aupados en lo alto de las ca?as de bamb¨². Durante la visita, Malia se hab¨ªa quedado prendada de uno de los tigres, y su t¨ªa le hab¨ªa comprado en la tienda de recuerdos un peluche del gran felino. Tiger ten¨ªa las garras regordetas, una panza redonda y una indescifrable sonrisa de Gioconda; Malia y ¨¦l se hicieron inseparables, aunque para cuando llegamos a la Casa Blanca su pelaje estaba ya algo desgastado tras haber sobrevivido a salpicaduras de comida, haber estado a punto de extraviarse varias veces en casas ajenas, haber pasado m¨¢s de una vez por la lavadora y haber sufrido un breve secuestro a manos de un primo travieso.
Yo sent¨ªa debilidad por Tiger.
¡ªPues ¡ªprosigui¨® Malia¡ª hice un trabajo sobre los tigres para la escuela, y est¨¢n perdiendo su h¨¢bitat porque la gente tala los bosques. Y la situaci¨®n va a peor, porque el planeta se est¨¢ calentando por culpa de la contaminaci¨®n. Adem¨¢s, la gente los mata y vende su piel, sus huesos y todo lo dem¨¢s. As¨ª que los tigres se est¨¢n extinguiendo, lo cual ser¨ªa terrible. Y como eres el presidente, deber¨ªas intentar salvarlos.
¡ªDeber¨ªas hacer algo, pap¨¢ ¡ªa?adi¨® Sasha.
Mir¨¦ a Michelle, que se encogi¨® de hombros:
¡ªEres el presidente ¡ªdijo.
[¡]
Cuando llegamos a Copenhague, la ma?ana era oscura y g¨¦lida, y las carreteras que llevaban hacia la ciudad estaban envueltas en neblina. El lugar donde se celebraba la conferencia parec¨ªa un centro comercial reconvertido. Nos vimos deambulando por un laberinto de ascensores y pasillos (en uno de los cuales, por alg¨²n motivo incomprensible, hab¨ªa toda una fila de maniqu¨ªes) hasta reunirnos con Hillary [Clinton] y Todd [Stern] para que nos pusiesen al tanto de la situaci¨®n. Como parte de la propuesta de acuerdo provisional, hab¨ªa autorizado a Hillary a comprometerse a que Estados Unidos redujese sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 17% para 2020, y que destinar¨ªa 10.000 de d¨®lares al Fondo Verde del Clima, del total de 100.000 millones que aportar¨ªa la comunidad internacional, para ayudar a los pa¨ªses pobres en sus esfuerzos de mitigaci¨®n y adaptaci¨®n al cambio clim¨¢tico. Seg¨²n Hillary, los delegados de una serie de pa¨ªses hab¨ªan mostrado inter¨¦s en nuestra alternativa, pero, de momento, los europeos segu¨ªan optando por un tratado plenamente vinculante, mientras que China, India y Sud¨¢frica parec¨ªa que se contentaban con dejar que la conferencia acabase en fracaso y culpar de ello a los estadounidenses. ¡°Si puedes convencer a los europeos y a los chinos de que respalden un acuerdo provisional ¡ªdijo Hillary¡ª, entonces es posible, incluso probable, que el resto del mundo haga lo propio¡±.
Teniendo clara cu¨¢l era mi misi¨®n, hicimos una visita de cortes¨ªa al primer ministro dan¨¦s, Lars L?kke Rasmussen, que presid¨ªa las ¨²ltimas sesiones de negociaci¨®n. Como todos los pa¨ªses n¨®rdicos, Dinamarca destacaba en relaciones exteriores, y el propio Rasmussen encarnaba muchas de las cualidades que yo asociaba con los daneses: era prudente, pragm¨¢tico y humanitario, y estaba bien informado. Pero la tarea que se le hab¨ªa encomendado ¡ªintentar un consenso global en torno a una cuesti¨®n complicada y controvertida que enfrentaba a las principales potencias mundiales¡ª habr¨ªa sido dif¨ªcil de cumplir para cualquiera. Para el l¨ªder de 45 a?os de un peque?o pa¨ªs, que apenas llevaba ocho meses en el cargo, hab¨ªa resultado ser manifiestamente imposible. La prensa se hab¨ªa dado un fest¨ªn con las historias sobre c¨®mo Rasmussen hab¨ªa perdido el control de la conferencia, con los delegados rechazando una y otra vez sus propuestas, cuestionando sus decisiones y desafiando su autoridad, como adolescentes rebeldes con un profesor sustituto. Cuando nos reunimos, el pobre hombre parec¨ªa conmocionado; el agotamiento hab¨ªa hecho mella en sus claros ojos azules, y ten¨ªa el pelo rubio apelmazado, como si acabase de salir de una pelea de lucha libre. Escuch¨® con atenci¨®n mientras le explicaba nuestra estrategia y me hizo varias preguntas t¨¦cnicas sobre c¨®mo funcionar¨ªa un acuerdo provisional. Pero, m¨¢s que nada, parec¨ªa aliviado cuando comprob¨® mi disposici¨®n a intentar salvar el acuerdo.
De ah¨ª, pasamos a un enorme auditorio improvisado, donde expuse ante el plenario los tres componentes del acuerdo provisional que propon¨ªamos, as¨ª como la alternativa: inacci¨®n y acritud mientras el planeta ard¨ªa lentamente. El p¨²blico estaba apagado pero era respetuoso, y Ban [Ki-Moon] vino a felicitarme cuando termin¨¦: tom¨® mi mano entre las suyas y se comport¨® como si le resultase normal esperar que yo intentase salvar las negociaciones bloqueadas y que improvisase la manera de llegar a un acuerdo de ¨²ltima hora con los dem¨¢s l¨ªderes mundiales.
El resto del d¨ªa fue distinto de cualquier otra cumbre a la que asist¨ª como presidente. Aparte de la confusi¨®n de la sesi¨®n plenaria, tuvimos una serie de encuentros m¨¢s reducidos, y para ir de uno a otro recorrimos pasillos abarrotados de personas que estiraban el cuello y tomaban fotos. Aparte de m¨ª, el actor m¨¢s importante presente all¨ª ese d¨ªa era el primer ministro chino Wen Jiabao. Hab¨ªa acudido acompa?ado de una delegaci¨®n gigantesca. Su equipo se hab¨ªa mostrado hasta entonces inflexible y categ¨®rico en las reuniones, y hab¨ªa negado que China fuese a aceptar cualquier forma de supervisi¨®n internacional de sus emisiones, seguro de que, gracias a su alianza con Brasil, India y Sud¨¢frica, contaba con los votos suficientes para bloquear cualquier acuerdo. En mi encuentro bilateral cara a cara con Wen, rechac¨¦ sus argumentos y le advert¨ª de que, aunque China entendiese que evitar cualquier obligaci¨®n de transparencia era una victoria a corto plazo, acabar¨ªa siendo un desastre a largo plazo para el planeta. Acordamos seguir hablando a lo largo del d¨ªa.
Era un avance, aunque m¨ªnimo. La tarde se esfum¨® mientras prosegu¨ªan las sesiones de negociaci¨®n. Logramos arrancar de los pa¨ªses miembros de la Uni¨®n Europea y de varios otros delegados el apoyo a un borrador de acuerdo. Cuando retomamos las sesiones con los chinos llegamos a un punto muerto, porque Wen declin¨® asistir y en su lugar envi¨® a varios miembros de su delegaci¨®n que eran, como era de esperar, inflexibles. A ¨²ltima hora del d¨ªa me llevaron a otra sala, repleta de europeos descontentos.
Ah¨ª estaban la mayor¨ªa de los l¨ªderes clave, entre ellos Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y Gordon Brown, todos con la misma somnolienta mirada de frustraci¨®n. Quer¨ªan saber por qu¨¦, ahora que Bush ya no estaba y que mandaban los dem¨®cratas, Estados Unidos no pod¨ªa ratificar un tratado del estilo del Protocolo de Kioto. En Europa, dec¨ªan, hasta los partidos de extrema derecha aceptan la realidad del cambio clim¨¢tico. ?Qu¨¦ les pasa a los estadounidenses? Sabemos que los chinos son un problema, pero ?por qu¨¦ no esperar a un acuerdo futuro para obligarlos a ceder?
Durante lo que pareci¨® una hora los dej¨¦ hablar, respond¨ª a sus preguntas, simpatic¨¦ con sus inquietudes. Finalmente, la realidad de la situaci¨®n se impuso en la sala, y fue Merkel quien se encarg¨® de expresarla en voz alta.
¡ª ¡°Creo que lo que Barack describe no es la opci¨®n que habr¨ªamos deseado ¡ªdijo con calma¡ª, pero puede que sea nuestra ¨²nica opci¨®n hoy. As¨ª que... esperemos a ver lo que dicen los chinos y los dem¨¢s, y luego decidamos. ¡ªY, volvi¨¦ndose hacia m¨ª, a?adi¨®¡ª: ?Vas a reunirte con ellos ahora?¡±.
¡ªS¨ª.
¡ªBuena suerte, entonces ¡ªa?adi¨®, mientras se encog¨ªa de hombros, ladeaba la cabeza, bajaba el labio inferior y elevaba las cejas; el gesto de alguien con experiencia en acometer tareas desagradables pero necesarias. (¡)
Unos minutos m¨¢s tarde, Marvin volvi¨® para decirnos que hab¨ªan visto a Wen y a los l¨ªderes de Brasil, India y Sud¨¢frica en una sala de conferencias varios pisos m¨¢s arriba.
¡ªPues vamos all¨¢ ¡ªdije y, volvi¨¦ndome hacia Hillary, pregunt¨¦¡ª: ?Cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que te colaste en una fiesta?
Se rio.
¡ªHace tiempo ya ¡ªdijo, con aspecto de chica formal que ha decidido soltarse la melena.
Con una pandilla de ayudantes y de agentes del servicio secreto apresur¨¢ndose tras nosotros, nos abrimos camino hasta el piso de arriba. Al final de un largo pasillo encontramos lo que and¨¢bamos buscando: una sala con paredes de cristal, con apenas espacio para una mesa de reuniones, alrededor de la cual estaban sentados los primeros ministros Wen y Singh junto a los presidentes Lula y Zuma, adem¨¢s de varios de sus ministros. El equipo de seguridad chino avanz¨® para interceptarnos, con las manos levantadas como si nos ordenasen detenernos, pero dudaron al darse cuenta de qui¨¦nes ¨¦ramos. Con una sonrisa y una inclinaci¨®n de cabeza, Hillary y yo atravesamos su posici¨®n y entramos en la sala, dejando tras de nosotros un ruidoso forcejeo entre los agentes de seguridad y el personal que nos segu¨ªa.
¡°?Tienes un momento para m¨ª, Wen?¡±, dije en voz alta, mientras ve¨ªa c¨®mo el l¨ªder chino se quedaba boquiabierto por la sorpresa. A continuaci¨®n, recorr¨ª la mesa d¨¢ndole la mano a cada uno de ellos. ¡°?Caballeros! Los he estado buscando por todas partes. ?Qu¨¦ tal si intentamos llegar a un acuerdo?¡±. Antes de que nadie pudiese negarse, tom¨¦ una silla vac¨ªa y me sent¨¦. Al otro lado de la mesa, Wen y Singh permanecieron impasibles, mientras que Lula y Zuma, avergonzados, bajaron la mirada hacia los papeles que ten¨ªan delante. Les expliqu¨¦ que acababa de reunirme con los europeos y que estaban dispuestos a aceptar el acuerdo transitorio que propon¨ªamos si el grupo presente respaldaba incluir alguna disposici¨®n que garantizase la creaci¨®n de alg¨²n mecanismo que verificase de forma independiente que los pa¨ªses estaban cumpliendo sus compromisos de reducci¨®n de gases de efecto invernadero. Uno a uno, los otros l¨ªderes explicaron por qu¨¦ nuestra propuesta era inaceptable: Kioto funcionaba perfectamente; Occidente era responsable del calentamiento global y ahora esperaba que los pa¨ªses m¨¢s pobres ralentizasen su desarrollo para resolver el problema; nuestro plan infringir¨ªa el principio de ¡°responsabilidades comunes pero diferenciadas¡±; el mecanismo de verificaci¨®n que propon¨ªamos violar¨ªa su soberan¨ªa nacional. Despu¨¦s de una media hora de toma y daca, me recost¨¦ en la silla y mir¨¦ directamente al primer ministro Wen.
¡ªSe?or primer ministro, se nos acaba el tiempo ¡ªdije¡ª, as¨ª que perm¨ªtame que vaya al grano. Imagino que, antes de que yo entrase en esta sala, el plan era que todos ustedes se fuesen de aqu¨ª y anunciasen que Estados Unidos era responsable del fracaso a la hora de alcanzar un nuevo acuerdo. Creen que si se resisten durante un tiempo suficientemente largo, los europeos desistir¨¢n y firmar¨¢n otro tratado del estilo del de Kioto. Lo que ocurre es que yo les he explicado con toda claridad que no puedo hacer que nuestro Congreso ratifique el tratado que ustedes quieren. Y no hay ninguna garant¨ªa de que los votantes europeos, canadienses o japoneses vayan a estar dispuestos a seguir colocando a sus industrias en situaci¨®n de desventaja competitiva y a seguir dando dinero para ayudar a los pa¨ªses pobres a lidiar con el cambio clim¨¢tico mientras los mayores emisores del planeta se desentienden de la situaci¨®n. Por descontado, puede que me equivoque ¡ªprosegu¨ª¡ª. Quiz¨¢ puedan convencer a todo el mundo de que la culpa es nuestra. Pero eso no impedir¨¢ que el planeta siga calent¨¢ndose. Y, recuerden, yo tengo mi propio meg¨¢fono, y es bastante potente. Si salgo de esta habitaci¨®n sin un acuerdo, mi primera parada ser¨¢ el vest¨ªbulo, donde toda la prensa internacional est¨¢ esperando noticias. Y les contar¨¦ que estaba dispuesto a comprometerme a una gran reducci¨®n de nuestros gases de efecto invernadero y ofrecer miles de millones adicionales en ayudas, y que cada uno de ustedes decidi¨® que era mejor no hacer nada. Lo mismo les dir¨¦ a todos los pa¨ªses pobres que se beneficiar¨ªan de ese dinero. Y a todas esas personas en sus propios pa¨ªses que, se espera, sean quienes m¨¢s sufran debido al cambio clim¨¢tico. Y veremos a qui¨¦n creen.
Una vez que los int¨¦rpretes terminaron de transmitir mi mensaje, el ministro chino de Medioambiente, un hombre fornido, de cara redonda y con gafas, se puso en pie y empez¨® a hablar en mandar¨ªn, elevando la voz y gesticulando en mi direcci¨®n, con el rostro enrojecido por la indignaci¨®n. As¨ª sigui¨® un par de minutos, sin que el resto de los presentes tuvi¨¦semos muy claro qu¨¦ pasaba, hasta que el primer ministro Wen levant¨® una mano fina y venosa y el ministro se sent¨® de forma abrupta. Reprim¨ª las ganas de re¨ªr y mir¨¦ a la joven china que hac¨ªa de int¨¦rprete para Wen.
¡ª?Qu¨¦ ha dicho mi amigo? ¡ªpregunt¨¦. Antes de que pudiera responderme, Wen movi¨® la cabeza y murmur¨® algo. La int¨¦rprete asinti¨® y se volvi¨® hacia m¨ª.
¡ªEl primer ministro Wen dice que lo que el ministro de Medioambiente ha dicho no tiene importancia ¡ªexplic¨®¡ª. Y pregunta si tiene usted aqu¨ª el acuerdo que propone, para que todos puedan volver a revisar la redacci¨®n concreta.
Hizo falta otra media hora de tira y afloja, con los otros l¨ªderes y sus ministros mirando por encima de mi hombro y el de Hillary mientras yo subrayaba a bol¨ªgrafo algunas de las frases del arrugado documento que hab¨ªa llevado en el bolsillo, pero cuando sal¨ª de la sala el grupo hab¨ªa aceptado nuestra propuesta. Volv¨ª corriendo al piso de abajo, y dediqu¨¦ otros treinta minutos a conseguir que los europeos aceptasen los ligeros cambios que los l¨ªderes de los pa¨ªses en desarrollo hab¨ªan pedido. La nueva redacci¨®n se imprimi¨® y se distribuy¨® a toda prisa. Hillary y Todd hablaron con los delegados de otros pa¨ªses clave para que contribuyeran a ampliar el consenso. Hice una breve declaraci¨®n ante la prensa en la que anunci¨¦ el acuerdo transitorio, tras la cual reunimos a nuestra comitiva y salimos pitando hacia el aeropuerto. [¡]
Era ya tarde cuando entr¨¦ en la residencia. Michelle estaba en la cama, leyendo. Le cont¨¦ c¨®mo hab¨ªa ido mi viaje y le pregunt¨¦ por las ni?as.
¡ªEst¨¢n muy ilusionadas con la nieve ¡ªme contest¨®¡ª, aunque yo no tanto. ¡ªMe mir¨® con una sonrisita comprensiva¡ª. Seguro que Malia te preguntar¨¢ en el desayuno si salvaste a los tigres.
Asent¨ª mientras me aflojaba la corbata.
Barack Obama (Honolul¨², 1961) fue el presidente de Estados Unidos de 2009 a 2017. ? Fragmento correspondiente al cap¨ªtulo 21 de sus memorias ¡®Una Tierra prometida¡¯, que la editorial Debate publica el 17 de noviembre.
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