La mentira no desaparece con el mentiroso. Eso es lo malo de Trump
En noviembre Donald Trump cont¨® que hab¨ªa ganado unas elecciones que hab¨ªa perdido. Y se produjo el asalto al Capitolio. Si esa mentira se mantiene viva, cualquier victoria electoral futura podr¨¢ ser desacreditada, sostiene el historiador Timothy Snyder. ?A qu¨¦ mundo nos conducen sus falsedades?
Cuando Donald Trump se present¨® ante sus seguidores el 6 de enero y los exhort¨® a dirigirse al Capitolio de Estados Unidos, estaba haciendo lo de siempre. Nunca se hab¨ªa tomado la democracia electoral en serio ni hab¨ªa aceptado su legitimidad en Estados Unidos.
Incluso cuando gan¨®, en 2016, insisti¨® en que las elecciones hab¨ªan sido fraudulentas, en que su rival hab¨ªa recibido millones de votos falsos. En 2020, consciente de que iba por detr¨¢s de Joseph R. Biden en las encuestas, pas¨® meses asegurando que las elecciones iban a estar ama?adas y que no pensaba aceptar el resultado si no le era favorable. Al acabar la jornada electoral, proclam¨®, sin raz¨®n, que hab¨ªa ganado, y despu¨¦s se dedic¨® a endurecer su ret¨®rica: poco a poco, el resultado pas¨® a ser una victoria de dimensiones hist¨®ricas y las diversas conspiraciones que, seg¨²n ¨¦l, se la quer¨ªan arrebatar se volvieron m¨¢s elaboradas e inveros¨ªmiles.
La gente le crey¨®, lo que no resulta sorprendente. Es necesario un esfuerzo tremendo para educar a los ciudadanos y lograr que resistan la poderosa atracci¨®n de creer en lo que ya creen, o en lo que cree la gente de su entorno, o en lo que da sentido a sus decisiones anteriores. Plat¨®n se?al¨® un peligro concreto para los tiranos: que se rodearan de sumisos y aduladores. A Arist¨®teles le preocupaba que, en una democracia, un demagogo rico y con talento pudiera controlar con demasiada facilidad las mentes del pueblo. Los redactores de la Constituci¨®n estadounidense, conscientes de estos y otros riesgos, establecieron un sistema de controles y contrapesos. El prop¨®sito era no solo garantizar que ning¨²n brazo del Estado dominara a los dem¨¢s, sino tambi¨¦n que en las instituciones hubiera siempre distintos puntos de vista.
En este sentido, la responsabilidad del intento de Trump de invalidar las elecciones corresponde tambi¨¦n a un vasto n¨²mero de congresistas republicanos. En lugar de llevar la contraria a Trump desde el principio, dejaron que su enga?o electoral prosperase. Ten¨ªan distintos motivos para hacerlo. A algunos les interesa, sobre todo, ama?ar el sistema para conservar el poder y aprovechar al m¨¢ximo las ambig¨¹edades constitucionales, la manipulaci¨®n de las circunscripciones electorales y los fondos opacos para ganar elecciones con una minor¨ªa de votantes motivados. No les conviene la desaparici¨®n de una forma peculiar de representaci¨®n que otorga a su partido un control desproporcionado de la Administraci¨®n. El miembro m¨¢s importante de este grupo, el senador Mitch McConnell, toler¨® las mentiras de Trump sin hacer ning¨²n comentario sobre sus consecuencias.
Otros republicanos ten¨ªan un punto de vista distinto: pensaban que pod¨ªan romper el sistema y alcanzar el poder sin democracia. La separaci¨®n entre estos dos grupos, los manipuladores y los rupturistas, se hizo claramente visible el 30 de diciembre, cuando el senador Josh Hawley anunci¨® que apoyar¨ªa a Trump recurriendo la validez de los votos el 6 de enero. Ted Cruz se sum¨®, junto a otros 10 senadores. M¨¢s de un centenar de congresistas republicanos asumieron la misma postura. Muchos actuaron de cara a la galer¨ªa: el recurso de los votos electorales de los Estados se traducir¨ªa en retrasos y votaciones individuales, pero no cambiar¨ªa el resultado final.
Sin embargo, para el Congreso, degradar su papel fundamental tuvo un precio. Una instituci¨®n electa que se opone a unas elecciones est¨¢ invitando a que la derroquen. Los congresistas y senadores que respaldaron las mentiras del presidente a pesar de las pruebas inequ¨ªvocas en su contra traicionaron su misi¨®n constitucional. Al actuar bas¨¢ndose en sus mentiras, hicieron que estas cobraran cuerpo y que Trump pudiera exigirles la sumisi¨®n a sus deseos. Trump deposit¨® personalmente en el vicepresidente, Mike Pence, que deb¨ªa presidir la sesi¨®n de ratificaci¨®n de los votos, la responsabilidad de pervertirla. Y el 6 de enero orden¨® a sus seguidores que presionaran a esos representantes elegidos. Le hicieron caso: invadieron el Capitolio, buscaron a qui¨¦n castigar y saquearon el edificio.
Todo esto ten¨ªa alg¨²n sentido: si era cierto que las elecciones hab¨ªan sido fraudulentas, como insinuaban los propios senadores y congresistas, ?c¨®mo iban a permitir que siguiera adelante el Congreso? Para algunos republicanos, la invasi¨®n del Capitolio debi¨® de ser una conmoci¨®n o una lecci¨®n. Para los rupturistas, en cambio, quiz¨¢ fue solo un aperitivo del futuro. Despu¨¦s de los sucesos, 8 senadores y m¨¢s de 100 congresistas votaron en favor de la propia mentira que les hab¨ªa obligado a huir del Capitolio.
La posverdad es prefascismo; y Trump ha sido el presidente de la posverdad. Cuando renunciamos a la verdad, cedemos el poder a quienes tienen la riqueza y el carisma necesarios para crear en su lugar un espect¨¢culo. Sin un consenso sobre ciertas verdades b¨¢sicas, los ciudadanos no pueden formar una sociedad civil que les permita defenderse. Si perdemos las instituciones que producen las realidades que nos afectan, tendemos a obsesionarnos con abstracciones y ficciones llenas de atractivo. La verdad se defiende especialmente mal a s¨ª misma cuando escasea, y la era de Trump ¡ªcomo la de Vlad¨ªmir Putin en Rusia¡ª ha supuesto el declive de la informaci¨®n local. Las redes sociales no sirven como sustitutas: sobrealimentan los h¨¢bitos mentales que nos empujan a buscar est¨ªmulo y confort emocional, y se difumina as¨ª la diferencia entre lo que parece cierto y lo que realmente lo es.
La posverdad desgasta el Estado de derecho y promueve un r¨¦gimen basado en mitos. En los cuatro ¨²ltimos a?os, los expertos acad¨¦micos han debatido sobre la legitimidad y el valor de hablar de fascismo en referencia a la propaganda trumpista. Una postura c¨®moda es tachar esas menciones de comparaciones directas, consideradas tab¨². El fil¨®sofo Jason Stanley ha hecho algo m¨¢s productivo, tratar el fascismo como un fen¨®meno, como una serie de patrones que se observan no solo en la Europa de entreguerras, sino en otros lugares y ¨¦pocas.
Yo creo que conocer mejor el pasado ¡ªfascista o no fascista¡ª nos permite percibir y conceptualizar elementos del presente que, si no, podr¨ªamos ignorar, adem¨¢s de pensar en t¨¦rminos m¨¢s amplios sobre las posibilidades futuras. En octubre vi claramente que el comportamiento de Trump presagiaba un golpe de Estado y lo escrib¨ª en alg¨²n art¨ªculo; no porque el presente sea una repetici¨®n del pasado, sino porque el pasado arroja luz sobre el presente.
Como los l¨ªderes fascistas hist¨®ricos, Trump se presenta como la ¨²nica fuente de verdad. Su uso del t¨¦rmino fake news (noticias falsas) recuerda al insulto nazi L¨¹genpresse (prensa mentirosa); igual que los nazis, califica a los periodistas de ¡°enemigos del pueblo¡±. Igual que Adolf Hitler, Trump lleg¨® al poder en un momento en el que la prensa tradicional estaba en horas bajas; la crisis financiera de 2008 hizo a los peri¨®dicos estadounidenses el mismo da?o que la Gran Depresi¨®n a los alemanes. Los nazis pensaron que pod¨ªan usar la radio para sustituir el viejo pluralismo de la prensa escrita; Trump ha intentado hacer lo mismo con Twitter.
Gracias a las posibilidades tecnol¨®gicas y a su talento personal, Donald Trump ha mentido a un ritmo tal vez inigualado por ning¨²n otro dirigente hist¨®rico. En su mayor parte, se trataba de peque?as mentiras que solo ten¨ªan peso por acumulaci¨®n. Cre¨¦rselas implicaba aceptar la autoridad de un solo hombre, porque significaba dejar de creer en todo lo dem¨¢s. Una vez establecida esa autoridad personal, el presidente pod¨ªa tachar a todos los dem¨¢s de mentirosos e incluso hacer que alguien pasara de ser un leal asesor a un mentiroso sinverg¨¹enza con un solo tuit. Sin embargo, mientras no pudo imponer alguna mentira verdaderamente importante, alguna fantas¨ªa que crease una realidad alternativa en la que pudiera vivir y morir gente, su prefascismo se qued¨® en eso.
Algunas mentiras, la verdad, eran de tama?o medio: su triunfo en los negocios, que Rusia no le ayud¨® en las elecciones de 2016, que Barack Obama naci¨® en Kenia. Esas mentiras de tama?o mediano son habituales entre los aspirantes a tiranos del siglo XXI. En Polonia, la extrema derecha construy¨® un culto martirol¨®gico basado en responsabilizar a los rivales pol¨ªticos del accidente a¨¦reo en el que muri¨® el presidente. En Hungr¨ªa, Viktor Orb¨¢n culpa de los problemas del pa¨ªs a una minor¨ªa cada vez menor de refugiados musulmanes. Esas afirmaciones no son verdaderamente grandes mentiras: estiran lo que Hannah Arendt llam¨® ¡°el tejido de la realidad¡±, pero no llegan a romperlo.
Una gran mentira hist¨®rica que examina Arendt es la explicaci¨®n que dio Josef Stalin de la hambruna en la Ucrania sovi¨¦tica en 1932-1933. El Estado hab¨ªa colectivizado la agricultura y despu¨¦s hab¨ªa implantado en la regi¨®n una serie de medidas de castigo que inevitablemente iban a hacer que murieran millones de personas. Sin embargo, la explicaci¨®n oficial fue que los que estaban muriendo de hambre eran provocadores, agentes de las potencias occidentales que odiaban tanto el socialismo que estaban suicid¨¢ndose. Otra ficci¨®n a¨²n mayor, en el estudio de ?Arendt, reside en el antisemitismo de Hitler: las afirmaciones de que los jud¨ªos gobernaban el mundo, que eran responsables de las ideas que envenenaban las mentes alemanas, que hab¨ªan apu?alado por la espalda a Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Curiosamente, Arendt pensaba que las grandes mentiras solo son eficaces en las mentes solitarias; su coherencia ocupa el lugar de la experiencia y el compa?erismo.
En noviembre de 2020, a trav¨¦s de las redes sociales, Trump cont¨® a millones de mentes solitarias una mentira peligrosamente ambiciosa: que hab¨ªa ganado unas elecciones que, de hecho, hab¨ªa perdido. Esta mentira s¨ª fue grande en todos los sentidos: no tanto como la de que los jud¨ªos gobernaban el mundo, pero casi. Estaba en juego algo muy importante, el derecho a gobernar el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo y la eficacia y honradez de sus procedimientos de transmisi¨®n de poderes. El grado de falsedad era inmenso. No solo era una afirmaci¨®n falsa, sino que estaba hecha de mala fe, con fuentes poco fiables. Contradec¨ªa las pruebas, pero tambi¨¦n la l¨®gica: ?c¨®mo (y por qu¨¦) iban a manipularse unas elecciones contra un presidente republicano, pero no contra los senadores y congresistas republicanos? Trump tuvo que hablar de algo absurdo: unas ¡°elecciones (presidenciales) ama?adas¡±.
El poder de una gran mentira reside en que obliga a creer o dejar de creer en muchas otras cosas. Para justificar un mundo en el que las elecciones presidenciales de 2020 fueron fraudulentas hay que desconfiar de los periodistas y de los expertos, y tambi¨¦n de los representantes de las instituciones locales, estatales y federales; desde los funcionarios electorales a los cargos electos, el Departamento de Interior e incluso el Tribunal Supremo. Y eso debe ir necesariamente acompa?ado de una teor¨ªa de la conspiraci¨®n: pensemos en cu¨¢ntas personas tendr¨ªan que haber participado en el plan y cu¨¢nta gente tendr¨ªa que haber ayudado a encubrirlo.
La mentira electoral de Trump flota a la deriva, sin contraste con la realidad. No se basa en hechos, sino en afirmar algo que otro ha afirmado. El sentimiento es que hay algo que est¨¢ mal porque siento que est¨¢ mal y s¨¦ que otros sienten lo mismo. Cuando unos dirigentes pol¨ªticos como Ted Cruz o Jim Jordan hablaron as¨ª, lo que quer¨ªan decir era: ya que os cre¨¦is mis mentiras, me veo en la obligaci¨®n de repetirlas. Las redes sociales ofrecen infinidad de supuestas pruebas para cualquier acusaci¨®n, especialmente si la hace un presidente.
A primera vista, una teor¨ªa de la conspiraci¨®n hace que la v¨ªctima parezca m¨¢s fuerte: pinta a Trump resistiendo frente a los dem¨®cratas, los republicanos, el Estado profundo, los ped¨®filos, los satanistas. Sin embargo, si profundizamos, se invierten las posiciones. La obsesi¨®n de Trump por las presuntas ¡°irregularidades¡± y los ¡°Estados en disputa¡± se reducen a ciudades en las que viven y votan los negros. A la hora de la verdad, la mentira del fraude se refiere a un crimen cometido por los negros contra los blancos.
No es solo que nunca haya habido un fraude electoral cometido por los afroamericanos contra Donald Trump. Es que ha ocurrido todo lo contrario, en 2020 y en todas las elecciones que se han celebrado en Estados Unidos. Como siempre, los negros hicieron colas m¨¢s largas que otros para votar y sus papeletas sufrieron m¨¢s impugnaciones. Ten¨ªan m¨¢s probabilidades de estar enfermos o morir de covid-19 y menos posibilidades de faltar al trabajo. La protecci¨®n hist¨®rica de su derecho al voto qued¨® eliminada en 2013 por el fallo del Tribunal Supremo en el caso de Shelby County vs. Holder, y los Estados se han apresurado a aprobar medidas que disminuyen el voto de pobres y comunidades de color.
La mentira lleva a la conspiraci¨®n
La afirmaci¨®n de que a Trump le robaron la victoria es una gran mentira no solo porque desaf¨ªa la l¨®gica, hace una descripci¨®n mendaz del presente y exige creer en una conspiraci¨®n, sino, fundamentalmente, porque trastoca el ¨¢mbito moral de la pol¨ªtica estadounidense y la estructura b¨¢sica de su historia.
Cuando el senador Ted Cruz anunci¨® su intenci¨®n de cuestionar los votos del colegio electoral invoc¨® el Compromiso de 1877, que resolvi¨® las elecciones presidenciales de 1876. Los comentaristas subra?yaron que aquel pacto no serv¨ªa como precedente, porque en aquella ocasi¨®n s¨ª existieron serias irregularidades y el Congreso estaba empatado. Sin embargo, para los afroamericanos, esta referencia aparentemente irrelevante era algo m¨¢s. El Compromiso de 1877 ¡ªque dio a Rutherford B. Hayes la presidencia a cambio de retirar poder federal de los Estados del sur¡ª fue precisamente el acuerdo por el que se impidi¨® votar a los negros durante casi un siglo. Supuso el fin de la Reconstrucci¨®n (tras la guerra de Secesi¨®n) y el comienzo de la segregaci¨®n racial, la discriminaci¨®n legal y las leyes (segregatorias) de Jim Crow. Fue el pecado original de la historia de la era posesclavista en Estados Unidos, lo m¨¢s parecido al fascismo que hemos tenido hasta ahora. En el momento en el que Ted Cruz y otros 10 senadores hicieron su declaraci¨®n el 2 de enero, la referencia pudo parecer remota, pero result¨® mucho m¨¢s cercana cuatro d¨ªas despu¨¦s, cuando vimos c¨®mo paseaban banderas confederadas por el Capitolio.
Es evidente que desde 1877 han cambiado algunas cosas. Entonces eran los republicanos, o muchos de ellos, los partidarios de la igualdad racial, y los dem¨®cratas, el partido sure?o, los que defend¨ªan el apartheid. Los dem¨®cratas dec¨ªan que los votos de los afroamericanos eran fraudulentos, y los republicanos, los que quer¨ªan que se contaran. Ahora sucede todo lo contrario. En el ¨²ltimo medio siglo, desde que se aprob¨® la Ley de los Derechos Civiles, los republicanos se han convertido en un partido predominantemente blanco, interesado ¡ªcomo declar¨® Trump sin reparos¡ª en que haya el menor n¨²mero posible de votantes, especialmente de votantes negros. Pero sigue habiendo un hilo com¨²n. Al ver a supremacistas blancos entre la muchedumbre que invadi¨® el Capitolio era f¨¢cil rendirse a la sensaci¨®n de que se hab¨ªa violado algo muy puro. Pero quiz¨¢ valdr¨ªa m¨¢s ver este episodio como uno m¨¢s en el largo debate de Estados Unidos sobre qui¨¦n merece estar representado.
Los dem¨®cratas son hoy una coalici¨®n que obtiene mejores resultados que los republicanos entre las mujeres, los votantes no blancos, los sindicatos y las personas con estudios universitarios. Pero no es cierto que frente a esa coalici¨®n haya un Partido Republicano monol¨ªtico. Los republicanos tambi¨¦n son una coalici¨®n, de dos tipos de gente: los que quieren manipular el sistema (casi todos los pol¨ªticos y parte de los votantes) y los que sue?an con romper dicho sistema (unos cuantos pol¨ªticos y muchos votantes). En enero de 2021, esa divisi¨®n se ha manifestado en la diferencia entre los republicanos que defendieron el sistema actual porque les favorec¨ªa y los que trataron de derrocarlo.
En las cuatro d¨¦cadas transcurridas desde la elecci¨®n de Ronald Reagan, el Partido Republicano ha superado la tensi¨®n entre manipuladores y rupturistas a base de gobernar en oposici¨®n al Gobierno, diciendo que las elecciones eran una revoluci¨®n (el Tea Party) o proclamando que luchaba contra las ¨¦lites. En esta estrategia, los rupturistas son la tapadera de los manipuladores, porque propugnan una ideolog¨ªa que desv¨ªa la atenci¨®n de la realidad: que el Gobierno, cuando est¨¢ en manos de los republicanos, no interviene menos, sino que se reorienta al servicio de un pu?ado de intereses.
Al principio pareci¨® que Trump era una amenaza para este equilibrio. Su falta de experiencia pol¨ªtica y su racismo descarado hac¨ªan de ¨¦l una figura muy inc¨®moda para el partido; varios republicanos destacados pensaban que su costumbre de mentir constantemente era una zafiedad. Sin embargo, una vez que lleg¨® a la presidencia, su destreza rupturista pareci¨® ofrecer una enorme oportunidad a los manipuladores que, encabezados por el manipulador en jefe, Mitch McConnell, obtuvieron el nombramiento de cientos de jueces federales y recortes fiscales para los ricos.
Trump se diferenciaba de otros rupturistas en que parec¨ªa no tener ninguna ideolog¨ªa. Su objeci¨®n a las instituciones se deb¨ªa a las limitaciones que estas pod¨ªan suponer para ¨¦l personalmente. Quer¨ªa romper el sistema en su propio beneficio, y esa es una de las razones por las que ha fracasado. Trump es un pol¨ªtico carism¨¢tico e inspira devoci¨®n no solo entre los votantes, sino entre un asombroso n¨²mero de legisladores, pero no tiene ninguna visi¨®n m¨¢s importante que ¨¦l mismo o que lo que sus admiradores proyectan sobre ¨¦l. En este sentido, su prefascismo nunca ha llegado a ser fascismo, porque su visi¨®n nunca ha ido m¨¢s all¨¢ de mirarse en el espejo. Lleg¨® a la mentira m¨¢s grande de todas no desde una visi¨®n del mundo, sino desde la realidad de que pod¨ªa perder algo material.
Pero Trump nunca prepar¨® un golpe decisivo. Le falt¨® el apoyo de los militares, despu¨¦s de conseguir indignar a varios de sus jefes (un verdadero fascista no habr¨ªa cometido el error de declarar abiertamente su amor por varios dictadores extranjeros; quiz¨¢ no les importara a unos seguidores convencidos de que el enemigo estaba dentro del pa¨ªs, pero por supuesto que molest¨® a quienes hab¨ªan jurado protegerlo de enemigos extranjeros). La polic¨ªa secreta de Trump, los hombres que llevaron a cabo secuestros en Portland, era violenta pero tambi¨¦n peque?a y rid¨ªcula. Las redes sociales fueron un arma contundente: Trump pudo anunciar sus intenciones en Twitter y los supremacistas blancos pudieron planear la invasi¨®n del Capitolio en Facebook o Gab. Pero el presidente, a pesar de sus querellas, sus s¨²plicas y sus amenazas a funcionarios p¨²blicos, no logr¨® orquestar una situaci¨®n que empujara a las personas adecuadas a hacer lo que no deb¨ªan. Trump consigui¨® que algunos votantes creyeran que hab¨ªa ganado las elecciones de 2020, pero no logr¨® sumar a las instituciones a su gran mentira. Pudo llevar a sus partidarios a Washington y enviarlos a saquear el Capitolio, pero ninguno de ellos parec¨ªa saber a ciencia cierta qu¨¦ deb¨ªa hacer ni qu¨¦ iban a conseguir con su presencia. Es dif¨ªcil encontrar otro momento de insurrecci¨®n equiparable, en el que un edificio tan importante fuera tomado con tanto merodeo.
La mentira dura m¨¢s que el mentiroso. La idea de que Alemania perdi¨® la Primera Guerra Mundial en 1918 por la ¡°pu?alada en la espalda¡± de los jud¨ªos ten¨ªa ya 15 a?os de antig¨¹edad cuando Hitler lleg¨® al poder. ?Qu¨¦ ser¨¢ del mito victimista de Trump dentro de 15 a?os? ?Y a qui¨¦n beneficiar¨¢?
El 7 de enero, Trump habl¨® de un traspaso pac¨ªfico de poderes, con lo que reconoci¨® impl¨ªcitamente el fracaso de su golpe. Aun as¨ª, sigui¨® repitiendo e incluso intensificando su mentira electoral, que convirti¨® en una causa sagrada por la que se hab¨ªan sacrificado algunas personas. La imaginaria pu?alada en la espalda de Trump persistir¨¢, sobre todo, gracias al apoyo de muchos miembros del Congreso. En noviembre y diciembre de 2020, los republicanos repitieron la mentira y le dieron una vida que, si no, no habr¨ªa tenido. En retrospectiva, es como si el ¨²ltimo y fr¨¢gil pacto entre los manipuladores y los rupturistas fuera para que Trump tuviese todas las oportunidades posibles de demostrar que fue perjudicado. Esa postura sirvi¨® de base para que los seguidores del presidente ya predispuestos a creer la gran mentira, en efecto, se la creyeran. Y no consigui¨® contener a Trump, cuya mentira sigui¨® creciendo.
Rupturistas y manipuladores
Los rupturistas y los manipuladores empezaron entonces a ver un mundo distinto ante ellos, en el que la gran mentira era o bien un tesoro o bien un peligro a evitar. Los rupturistas no ten¨ªan m¨¢s remedio que ser los primeros en reivindicar la mentira. Como Josh Hawley y Ted Cruz deb¨ªan competir para apoderarse del azufre y el veneno, los manipuladores se vieron obligados a revelar sus cartas y, el 6 de enero, se puso de manifiesto la divisi¨®n en las filas republicanas, una divisi¨®n agudizada por la invasi¨®n del Capitolio. Varios senadores retiraron sus objeciones al voto electoral, pero Cruz y Hawley siguieron adelante, junto con otros seis senadores. Y m¨¢s de 100 congresistas se sumaron a la gran mentira. Algunos, como Matt Gaetz, incluso a?adieron sus propios adornos, como la afirmaci¨®n de que la turba no estaba formada por partidarios de Trump sino por sus adversarios.
De momento, Trump es el m¨¢rtir supremo, el sumo sacerdote de la gran mentira. Es el l¨ªder de los rupturistas, al menos en opini¨®n de sus fieles. A estas alturas, los manipuladores no quieren saber nada de ¨¦l. Ha quedado desacreditado en las ¨²ltimas semanas y, por tanto, ya no sirve. Despojado de las obligaciones de la presidencia, volver¨¢ a ser un personaje tan bochornoso como lo era en 2015. Incapaz de ofrecer cobertura a sus manipulaciones, dejar¨¢ de contar para sus intereses cotidianos. Pero los rupturistas tienen todav¨ªa m¨¢s motivos para querer perderlo de vista: es imposible heredar nada de alguien que todav¨ªa no se ha ido. Puede que asumir la gran mentira de Trump parezca un gesto de apoyo, pero, en realidad, expresa el deseo de su defunci¨®n pol¨ªtica. Transformar el mito y hacer que deje de referirse a Trump para referirse a toda la naci¨®n ser¨¢ mucho m¨¢s f¨¢cil cuando se hayan deshecho de ¨¦l.
Es posible que Cruz y Hawley descubran que contar la gran mentira es caer en su trampa. El hecho de que hayan vendido su alma no quiere decir que hayan sido buenos negociadores. Hawley no reh¨²ye ning¨²n grado de hipocres¨ªa: es hijo de banquero y estudi¨® en la Universidad de Stanford y la Facultad de Derecho de Yale, pero critica a las ¨¦lites. En cuanto a Cruz, si se le atribu¨ªa alg¨²n principio, era el de creer en los derechos de los Estados, que los llamamientos de Trump han infringido con toda desfachatez. La declaraci¨®n p¨²blica que hizo Cruz sobre los motivos de los senadores para cuestionar el voto electoral refleja muy bien su car¨¢cter de posverdad: en ning¨²n sitio dec¨ªa que hubiera habido fraude, solo que hab¨ªa habido acusaciones de fraude. Acusaciones de acusaciones de acusaciones, hasta el final.
Una gran mentira requiere compromiso. Cuando los manipuladores republicanos no demuestran tener suficiente, los rupturistas los llaman RINO (Republicans in Name Only, republicanos solo en teor¨ªa). En otros tiempos, este apelativo indicaba una falta de compromiso ideol¨®gico. Ahora significa el rechazo a invalidar unas elecciones. Por su parte, los manipuladores cierran filas en torno a la Constituci¨®n y hablan de principios y tradiciones. Los rupturistas tienen que saber, todos (con la posible excepci¨®n del senador por Alabama Tommy Tuberville), que est¨¢n participando en un enga?o, pero sigue habiendo decenas de millones de espectadores que no son conscientes de ello.
Si Trump contin¨²a presente en la vida de Estados Unidos, es indudable que seguir¨¢ repitiendo constantemente su gran mentira. Hawley, Cruz y los dem¨¢s rupturistas ser¨¢n responsables de ad¨®nde puede llevar todo esto.
Parece que Cruz y Hawley aspiran a la presidencia. ?Pero qu¨¦ significa que un candidato denuncie las elecciones? Si asegura que su rival ha hecho trampas y sus seguidores le creen, querr¨¢n que ¨¦l tambi¨¦n las haga. Al defender la gran mentira de Trump el 6 de enero, sentaron un precedente: si un candidato republicano a la presidencia resulta derrotado, el Congreso debe designarlo de todas formas. Es de suponer que, en el futuro, los republicanos, al menos los candidatos rupturistas a la presidencia, tendr¨¢n un plan A (ganar y ganar) y un plan B (perder y ganar). No hace falta ning¨²n fraude; solo acusaciones de que hay acusaciones de fraude. El espect¨¢culo sustituye a la verdad, y la fe, a los hechos.
Intento de golpe
El intento de golpe de Trump en 2020-2021, como otros intentos de golpe fallidos, es una advertencia para los partidarios del Estado de derecho y una lecci¨®n para los detractores. Su prefascismo dej¨® al descubierto una posibilidad para la pol¨ªtica estadounidense. Para que en 2024 triunfe un golpe, los rupturistas necesitar¨¢n algo que Trump no ha tenido nunca: una minor¨ªa indignada, organizada para ejercer la violencia en todo el pa¨ªs, dispuesta a emplear la intimidaci¨®n en las elecciones. Es posible que, si se dedican a reforzar la gran mentira durante cuatro a?os, lo consigan. Cuando uno afirma que el otro bando ha hecho trampas en unas elecciones est¨¢ prometiendo que su bando las va a hacer tambi¨¦n. Y diciendo que el otro bando merece un castigo.
Diversos observadores informados, dentro y fuera de la Administraci¨®n, est¨¢n de acuerdo en que el supremacismo blanco de extrema derecha es la mayor amenaza terrorista que sufre Estados Unidos. En 2020, las ventas de armas alcanzaron una cifra asombrosa. La historia nos muestra que, cuando los dirigentes de los grandes partidos pol¨ªticos abrazan abiertamente la paranoia, el resultado es la violencia pol¨ªtica.
Nuestra gran mentira es t¨ªpicamente norteamericana, envuelta en nuestro peculiar sistema electoral y basada en nuestras tradiciones racistas particulares. Pero tambi¨¦n es estructuralmente fascista, con su falsedad extrema, su pensamiento conspiratorio, su inversi¨®n de los papeles de los responsables y las v¨ªctimas y su conclusi¨®n de que el mundo se divide entre ellos y nosotros. Mantenerla viva durante a?os es fomentar el terrorismo y el asesinato.
Cuando surja esa violencia, los rupturistas tendr¨¢n que reaccionar. Si aprueban la violencia, se convertir¨¢n en una facci¨®n fascista. El Partido Republicano se dividir¨¢, al menos durante un tiempo. Podemos imaginar, desde luego, una reunificaci¨®n deprimente: el candidato rupturista pierde por estrecho margen las elecciones en noviembre de 2024, clama que ha habido fraude, los republicanos obtienen la victoria en las dos C¨¢maras del Congreso y los alborotadores, alimentados por cuatro a?os de gran mentira, exigen lo que consideran justicia. Si se dieran esas circunstancias el 6 de enero de 2025, ?se alzar¨ªan los manipuladores por una cuesti¨®n de principios?
Es indudable que este momento tambi¨¦n ofrece una oportunidad. Es posible que un Partido Republicano dividido preste mejor servicio a la democracia estadounidense; que los manipuladores, separados de los rupturistas, empiecen a pensar que las pol¨ªticas sirven para ganar elecciones. Es muy probable que el mandato de Biden y Harris tenga unos primeros meses m¨¢s sencillos de lo previsto; quiz¨¢ el obstruccionismo deje paso ¡ªal menos por parte de algunos republicanos y durante un breve periodo¡ª a un instante de introspecci¨®n. Los pol¨ªticos que quieran acabar con el trumpismo tienen una sencilla manera de conseguirlo: decir la verdad sobre las elecciones.
Estados Unidos no va a sobrevivir a la gran mentira solo con apartar al mentiroso del poder. Necesitar¨¢ una cuidadosa repluralizaci¨®n de los medios y un compromiso con la verdad como bien p¨²blico. El racismo incorporado a todos los aspectos del intento de golpe es una llamada de atenci¨®n para que aprendamos de nuestra historia. Prestar atenci¨®n al pasado nos ayuda a ver los peligros, pero tambi¨¦n sugiere posibilidades para el futuro. No podemos ser una rep¨²blica democr¨¢tica si decimos mentiras racistas, sean grandes o peque?as. La democracia no consiste en quitar importancia a los votos ni en hacer caso omiso de ellos, en manipular ni romper un sistema, sino en aceptar que los dem¨¢s son iguales a nosotros, en escucharlos y contar sus votos.
Timothy Snyder (Ohio, 1969) es historiador y profesor en la Universidad de Yale. Autor de ¡®Sobre la tiran¨ªa¡¯, su ¨²ltimo libro es ¡®Nuestra enfermedad¡¯ , sobre las carencias del sistema sanitario de EE UU. Ambos t¨ªtulos, editados por Galaxia Gutenberg.
? 2021, The New York Times Company.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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