El legado envenenado de Trump
En los ¨²ltimos cuatro a?os Estados Unidos perdi¨® libertad, gan¨® desigualdades y se convirti¨® en un pa¨ªs m¨¢s dividido, m¨¢s solo, m¨¢s endeudado, m¨¢s enfermo. Y que se enga?a m¨¢s a s¨ª mismo
Para juzgar el legado de la presidencia de Donald Trump debemos empezar por cuantificarlo. Desde el pasado mes de febrero han fallecido de covid-19 m¨¢s de un cuarto de mill¨®n de estadounidenses [m¨¢s de 376.000 al cierre de esta edici¨®n], la quinta parte de las muertes provocadas por la enfermedad en todo el mundo y la cifra m¨¢s alta de todos los pa¨ªses. En los tres a?os previos a la pandemia, 2,3 millones de norteamericanos se quedaron sin seguro m¨¦dico, lo que contribuy¨® a que fallecieran m¨¢s personas (hasta 10.000 m¨¢s). Varios millones han perdido su cobertura durante la pandemia. La puntuaci¨®n de Estados Unidos en el ¨ªndice anual elaborado por la organizaci¨®n de derechos humanos Freedom House pas¨® de 90 (sobre un m¨¢ximo de 100) con el presidente Barack Obama a 86 con Trump, por debajo de Grecia y la Rep¨²blica de Mauricio. Trump ha retirado a Estados Unidos de 13 organizaciones, acuerdos y tratados internacionales. El n¨²mero de refugiados acogidos cada a?o en EE UU pas¨® de 85.000 a 12.000. Se construyeron m¨¢s de 600 kil¨®metros de muro en la frontera con M¨¦xico. Se desconoce el paradero de los padres de 666 ni?os detenidos en la frontera por agentes federales.
Trump ha revocado 80 normas y reglamentos medioambientales. Ha nombrado a m¨¢s de 200 jueces para tribunales federales, incluidos tres magistrados del Tribunal Supremo. De ellos, el 24% son mujeres; el 4%, negros, y el 100%, conservadores. Hay muchos m¨¢s jueces ¡°no cualificados¡± que entre los designados por todos los dem¨¢s presidentes del ¨²ltimo medio siglo, seg¨²n la Asociaci¨®n de Abogados de Estados Unidos. La deuda nacional ha aumentado en siete billones de d¨®lares, es decir, un 37%. En el ¨²ltimo a?o de su presidencia, el d¨¦ficit comercial ha crecido hasta estar a punto de superar los 600.000 millones de d¨®lares, la mayor diferencia desde 2008. Trump solamente ha firmado una ley importante durante su mandato, la ley tributaria de 2017, que, seg¨²n un estudio, coloc¨® por primera vez el tipo fiscal de los 400 estado?unidenses m¨¢s ricos por debajo del de todos los dem¨¢s grupos de renta. En el primer a?o de mandato, Trump pag¨® 750 d¨®lares de impuestos. Durante su presidencia, los contribuyentes y los donantes pol¨ªticos regalaron al menos ocho millones de d¨®lares a negocios de su familia.
Con Trump, Estados Unidos perdi¨® libertad, gan¨® desigualdades y se convirti¨® en un pa¨ªs m¨¢s dividido, m¨¢s solo, m¨¢s endeudado, m¨¢s hundido en la ci¨¦naga, m¨¢s sucio, m¨¢s mezquino, m¨¢s enfermo y m¨¢s muerto. Y que tambi¨¦n se enga?a m¨¢s a s¨ª mismo. De los a?os de presidencia de Trump, la cifra que m¨¢s consecuencias destructivas tendr¨¢ ¡ªdurante mucho tiempo¡ª es la de sus 25.000 afirmaciones falsas o enga?osas. Difundidas de forma masiva por las redes sociales y las cadenas informativas de televisi¨®n por cable, han contaminado las mentes de decenas de millones de personas. Las mentiras de Trump persistir¨¢n durante a?os y envenenar¨¢n la atm¨®sfera como el polvo radiactivo.
Los presidentes mienten de forma habitual, sobre todo tipo de temas, desde sus relaciones sexuales hasta su salud. Cuando las mentiras son de peso, tienen un efecto corrosivo en la democracia. Lyndon B. Johnson enga?¨® a los estadounidenses sobre el incidente en el golfo de Tonk¨ªn [un supuesto ataque vietnamita a patrullas de EE UU en 1964] y sobre los dem¨¢s aspectos de la guerra de Vietnam. La costumbre de tergiversar los hechos que mantuvo Richard Nixon toda su vida le granje¨® el apodo de Tricky Dick (Dick el Tramposo). Tras Vietnam y el caso Watergate, los estadounidenses nunca recobraron del todo la confianza en su Gobierno. Pero esos casos de mentiras presidenciales se produjeron en momentos limitados y con prop¨®sitos l¨®gicos: para ocultar un esc¨¢ndalo, para intentar que se olvidara un desastre, para confundir a la poblaci¨®n en busca de un objetivo concreto. Por as¨ª decir, los ciudadanos contaban con cierta cantidad de mentiras por parte de sus dirigentes. Despu¨¦s de que Jimmy Carter hiciera la promesa ¡°Nunca les mentir¨¦¡± en su campa?a de 1976 y cumpliera su palabra, los votantes no le reeligieron y lo mandaron de vuelta a Georgia. La gente prefiri¨® las fantas¨ªas transparentes de Reagan.
Pero las mentiras de Trump son diferentes. Pertenecen a la era posmoderna. No han atacado un hecho concreto u otro, sino la realidad en s¨ª misma. Se han extendido m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica p¨²blica y han invadido el ¨¢mbito privado, han nublado las facultades mentales de cualquiera que compartiera su entorno y han disuelto la diferencia entre verdad y mentira. El prop¨®sito de sus mentiras nunca ha sido el deseo habitual de ocultar algo vergonzoso a la opini¨®n p¨²blica. Siempre ha sido asombrosamente sincero acerca de cosas que otros presidentes se habr¨ªan esforzado en mantener secretas: su verdadera opini¨®n sobre el senador John McCain y otros h¨¦roes de guerra, su prisa por deshacerse de los subordinados desleales, su deseo de que las fuerzas del orden protegieran a sus amigos y perjudicaran a sus enemigos, su intento de extorsionar a un l¨ªder extranjero en busca de datos que pudieran da?ar a un adversario pol¨ªtico, su afecto por Kim Jong-un y su admiraci¨®n por Vlad¨ªmir Putin, su opini¨®n positiva de los supremacistas blancos, su hostilidad hacia las minor¨ªas raciales y religiosas y su desprecio por las mujeres.
Los predecesores m¨¢s mentirosos de Trump habr¨ªan tenido la precauci¨®n de circunscribir esas reflexiones a conversaciones y grabaciones privadas. Trump las ha manifestado sin reparos, no porque sea incapaz de controlar sus impulsos, sino ¡ªde forma intencionada e incluso sistem¨¢tica¡ª con el objetivo de derribar las normas que podr¨ªan limitar su poder. Para sus partidarios, su desfachatez se ha convertido en signo de fortaleza y sinceridad. Se quedan con el mensaje de que ellos tambi¨¦n pueden decir lo que les parezca sin tener que disculparse. Sus rivales se han convencido de que respetar las normas ¡ªincluso en algo tan peque?o como llamarle ¡°presidente Trump¡±¡ª es algo propio de ingenuos. Como consecuencia, el lenguaje pol¨ªtico en Estados Unidos ha ido rebaj¨¢ndose hasta una falta de pudor incre¨ªble.
A la lluvia de mentiras de Trump ¡ªhasta 50 diarias en los ¨²ltimos y febriles meses de la campa?a electoral de 2020¡ª se ha unido su descarada brutalidad. La mentira era otra forma de impudicia. Al mismo tiempo que dec¨ªa en voz alta cosas que en teor¨ªa deb¨ªa callar, ment¨ªa una y otra vez sobre hechos probados; cuanto m¨¢s descarada y frecuente la mentira, mejor. Dos d¨ªas despu¨¦s de las elecciones, cuando los resultados indicaban que iba a perder casi con toda seguridad, Trump, desde el podio de la Casa Blanca, se proclam¨® vencedor y dijo que su rival estaba tratando de cometer fraude electoral.
Esta teor¨ªa conspiranoica empuj¨® a sus hijos malcriados, su obediente equipo y sus aduladores del Congreso y los medios de comunicaci¨®n a hacer p¨²blicas docenas de declaraciones en las que aseguraban que las elecciones hab¨ªan sido fraudulentas. Y la direcci¨®n del Partido Republicano, como ha hecho con todas las mentiras pronunciadas por Trump durante su presidencia, se uni¨® a la campa?a. Una semana despu¨¦s de las elecciones ya hab¨ªa, en la prensa y las redes sociales, casi cinco millones de menciones a un falso fraude electoral en los Estados decisivos. Seg¨²n una encuesta, el 70% de los votantes republicanos pensaba que las elecciones no hab¨ªan sido libres ni justas.
De esa forma, pues, el relato de una pu?alada por la espalda tom¨® forma en la mente de millones de estadounidenses. All¨ª, ese fuego sigue vivo, tan inextinguible como un is¨®topo de carbono, mientras consume lo que quedaba de su fe en las instituciones y en los valores democr¨¢ticos. Ese relato agranda el abismo entre los seguidores de Trump y sus compatriotas, que, aunque vivan en la misma ciudad, habitan un universo diferente. Y ese era precisamente el prop¨®sito de Trump: mantenernos encerrados en una prisi¨®n mental en la que es imposible conocer la realidad, para poder seguir ejerciendo su poder, dentro o fuera del cargo. Incluido el poder de destruir.
Los adversarios de Trump
Respecto a los adversarios de Trump, el objetivo era que las mentiras les desmoralizaran profundamente. Daba igual que se contaran y corroboraran los hechos y que se desmintieran las conspiraciones. Trump ha demostrado una y otra vez que la verdad no importa. Lo que ha provocado en las personas racionales es incredulidad, indignaci¨®n, agotamiento y el impulso de escabullirse y dejar la pol¨ªtica en manos de los fantaseadores.
Pero las consecuencias han sido peores para sus fieles seguidores. Han renunciado a su capacidad de juzgar los hechos y se han apartado del marco com¨²n del autogobierno. Se convirtieron en basura que revoloteaba empujada por cualquier afirmaci¨®n grotesca que hiciera @realDonaldTrump. La verdad era aquello que sirviera para da?ar a sus enemigos y reparar, as¨ª, el mundo; cuanto m¨¢s descabellada la teor¨ªa, m¨¢s poderosa y apasionante. Despu¨¦s de los comicios, cuando empezaban a acumularse las acusaciones de fraude electoral, Matthew Sheffield, un activista medi¨¢tico de derechas hoy reformado, tuite¨®: ¡°Para los periodistas conservadores, la verdad es cualquier cosa que perjudica a ¡®la izquierda¡¯. No hace falta que sea real. Las numerosas mentiras de Trump sobre cualquier tema se justifican porque sus enga?os apuntan a una verdad m¨¢s amplia: que los progresistas son el mal¡±.
?C¨®mo es posible que la mitad del pa¨ªs ¡ªgente pr¨¢ctica, pragm¨¢tica, independiente, capaz de hacer un presupuesto familiar y seguir complejos manuales de instrucciones¡ª haya sufrido tal deterioro cognitivo en cuestiones pol¨ªticas? Decir que es todo ignorancia o estupidez ser¨ªa un error. Hace falta una combinaci¨®n de voluntad, energ¨ªa e imaginaci¨®n para sustituir la verdad por la autoridad de un estafador como Trump. Hannah Arendt, en Los or¨ªgenes del totalitarismo, describe la vulnerabilidad ante la propaganda de las masas atomizadas, ¡°obsesionadas con el deseo de huir de la realidad porque en su desarraigo esencial no pueden soportar sus aspectos accidentales e incomprensibles¡±. Buscan refugio en ¡°un molde artificial de relativa consistencia¡± que tiene poca relaci¨®n con la realidad. Si bien Estados Unidos sigue siendo una rep¨²blica democr¨¢tica, no un r¨¦gimen totalitario, y Trump es un demagogo t¨ªpicamente norteamericano, no un dictador fascista, sus seguidores abandonaron el sentido com¨²n y encontraron en ¨¦l su gu¨ªa para manejarse en el mundo. Esto no lo va a cambiar la derrota.
Pero Trump tambi¨¦n nos ha hecho da?o a los dem¨¢s. Ha llegado hasta lo que ha llegado apelando a la permanente hostilidad de las masas populares contra las ¨¦lites. En una democracia, ?qui¨¦n decide qu¨¦ es verdad, los expertos o el pueblo? La historiadora Sophia Rosenfeld, autora de Democracy and Truth (democracia y verdad), sit¨²a el origen de este conflicto en la era de la Ilustraci¨®n, cuando la democracia moderna derrib¨® la autoridad de reyes y sacerdotes: ¡°El ideal del proceso democr¨¢tico de la verdad ha sufrido amenazas constantes desde finales del siglo XVIII por los intentos de esos dos grupos epistemol¨®gicos, los expertos o el pueblo, de monopolizarlo¡±.
El monopolio de las pol¨ªticas p¨²blicas por parte de los expertos ¡ªnegociadores comerciales, funcionarios de la Administraci¨®n, laboratorios de ideas, profesores, periodistas¡ª contribuy¨® a desatar la reacci¨®n populista que reforz¨® el poder de Trump. El reinado de mentiras de Trump llev¨® a los estadounidenses m¨¢s formados a colocar todav¨ªa con m¨¢s certeza su fe e incluso su identidad en manos de expertos que no siempre lo merec¨ªan (los Centros para el Control y la Prevenci¨®n de las Enfermedades, las empresas de sondeos electorales¡). La guerra entre populistas y expertos eximi¨® a ambos bandos de la obligaci¨®n democr¨¢tica de convencer. Y el pulso entre los dos los convirti¨® en caricaturas.
El legado de Trump consiste en un Partido Republicano radicalizado que intenta aferrarse al poder por medios descaradamente antidemocr¨¢ticos y una oposici¨®n arrinconada en su propio extremismo. Deja una sociedad en la que los v¨ªnculos de confianza se han debilitado, su ejemplo da permiso a todo el mundo para defraudar a Hacienda y re¨ªrse de las desgracias. Muchas pol¨ªticas que instaur¨® podr¨¢n revertirse o mitigarse, pero ser¨¢ mucho m¨¢s dif¨ªcil limpiarnos la mente de sus mentiras y restablecer la interpretaci¨®n com¨²n de la realidad ¡ªel consenso de que, aunque no nos convenga, A es A y no B¡ª en la que se basa una democracia.
No obstante, ahora tenemos la oportunidad, porque dos acontecimientos ocurridos durante el ¨²ltimo a?o del mandato de Trump rompieron el hechizo de su siniestra perversi¨®n de la verdad. El primero fue la aparici¨®n del coronavirus. El principio del fin de su presidencia lleg¨® el 11 de marzo de 2020, cuando se dirigi¨® por primera vez al pa¨ªs a prop¨®sito de la pandemia y demostr¨® que se encontraba completamente superado por las circunstancias. El virus era una realidad que Trump no pod¨ªa condenar al olvido ni transformar en arma pol¨ªtica; era algo demasiado personal y aterrador, demasiado real. A medida que cientos de miles de ciudadanos fallec¨ªan ¡ª muchos de ellos, casos que habr¨ªan podido evitarse¡ª y el Gobierno oscilaba entre el enga?o, las exhortaciones sectarias y la negligencia penal, muchos estadounidenses empezaron a darse cuenta de que las mentiras del presidente pod¨ªan causar la muerte de sus seres queridos.
El segundo acontecimiento tuvo lugar el 3 de noviembre. Trump llevaba meses en un intento fren¨¦tico de destruir la fe de los ciudadanos en las elecciones, que constituyen la esencia del sistema democr¨¢tico, la palanca de poder que pertenece de forma indiscutible al pueblo. Su campa?a consisti¨® en mentiras constantes sobre el car¨¢cter fraudulento de los votos por correo. Pero esos votos se emitieron e inundaron los colegios electorales; el primer d¨ªa previsto para votar por adelantado la gente hizo cola desde antes del amanecer y algunos esperaron 10 horas para depositar su papeleta. Y, al terminar la jornada electoral, a pesar del peligro del virus, m¨¢s de 150 millones de estadounidenses hab¨ªan votado, la participaci¨®n m¨¢s alta al menos desde 1900. El presidente derrotado volvi¨® a intentar mancillar nuestra fe y quiso anular nuestros votos. Las elecciones no acabaron con sus mentiras ¡ªno terminar¨¢n jam¨¢s¡ª ni con los conflictos de fondo que revelaban esas mentiras. Pero descubrimos que seguimos queriendo vivir en democracia. Y eso tambi¨¦n forma parte del legado de Donald Trump.
George Packer (California, 60 a?os) escribe para la revista ¡®The Atlantic¡¯. Es autor de la biograf¨ªa del diplom¨¢tico Richard Holbrooke ¡®Nuestro hombre¡¯ y de ¡®El desmoronamiento¡¯ , ambas editadas por Debate.
Este art¨ªculo aparece en el n¨²mero de enero/febrero de 2021 de la revista ¡®The Atlantic¡¯, bajo el t¨ªtulo ¡®Un obituario pol¨ªtico de Donald Trump¡¯.
? 2021, The Atlantic Media Co. Todos los derechos reservados. Distribuido por Tribune Content Agency
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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