Pobres partidos
La indigencia intelectual de los partidos es aplastante, sometidos unos a hiperliderazgos y otros, a luchas internas
Los hiperliderazgos y la desarticulaci¨®n de los partidos pol¨ªticos como organizaciones encargadas de agrupar a los ciudadanos en torno a determinados compromisos colectivos van a terminar teniendo altos costes no solo para sus protagonistas directos, sino para las democracias occidentales como sistemas. Se observa en el caso de Pablo Iglesias y Unidas Podemos, aunque Iglesias no es el ¨²nico pol¨ªtico espa?ol que ha optado por esa forma de direcci¨®n. Es justo reconocer que el actual vicepresidente ha sido consecuente, al menos, con esa decisi¨®n de someter a UP a su absoluta voluntad y que, siendo consciente de la irrelevancia en que pod¨ªa quedar su partido si no alcanzaba el 5% m¨ªnimo en las elecciones a la Comunidad de Madrid, ha hecho lo ¨²nico que pod¨ªa hacer: lanzarse ¨¦l mismo a la campa?a electoral, como candidato.
La cuesti¨®n es c¨®mo actuar¨¢ Iglesias de aqu¨ª a la fecha (mediados de abril) en que tiene previsto abandonar su cargo de vicepresidente, porque es evidente que, a punto de marcharse, ha perdido buena parte de su fuerza con vistas a lo que se supon¨ªa que era su principal batalla: la limitaci¨®n de alquileres. Podemos procede pr¨¢cticamente del movimiento contra los desahucios y su programa estrella ha sido siempre el control estatal del precio del alquiler. Poco despu¨¦s de que Iglesias anunciara su salida del Gobierno, el ministro ?balos hizo p¨²blica una propuesta que no tiene nada que ver con esa idea, sino que la convierte en descuentos fiscales. Es decir, y a la espera de correcciones, traslada el importe de esa eventual rebaja de alquileres a todos los ciudadanos, que tendremos que cubrir esa bajada de ingresos, y no a los fondos ¡ªlos grandes propietarios de inmuebles¡ª que la disfrutar¨¢n.
Sea como sea, la salida de Iglesias del Gobierno demuestra una vez m¨¢s la crisis de los partidos pol¨ªticos, tradicionales o nuevos. Una crisis que la pandemia de la covid-19 ha dejado a¨²n m¨¢s patente. Los partidos han estado pr¨¢cticamente ausentes este a?o, salvo por sus propios problemas y sus invectivas, y se han mostrado totalmente incapaces no ya de alentar el debate p¨²blico o de, por lo menos, participar en esos debates, sino ni tan siquiera de estar atentos a la irritaci¨®n y a las aspiraciones de los ciudadanos, ayud¨¢ndolos a agruparse en torno a compromisos colectivos. La indigencia intelectual de los partidos espa?oles es aplastante. Sometidos unos a hiperliderazgos y otros, a luchas internas por peque?as esferas de poder. Y esa penuria es a¨²n m¨¢s lamentable porque estamos precisamente en un momento en que ese vac¨ªo y esa ausencia de los partidos puede ser peligrosa desde un punto de vista democr¨¢tico. Claro que una parte de los intelectuales espa?oles han optado no por reclamar ese debate p¨²blico y colaborar a mejorar el de los partidos, sino por participar encantados en el enfangado teatro.
La definici¨®n m¨¢s cl¨¢sica de los partidos pol¨ªticos, seg¨²n el pensador conservador Raymond Aron, es que son agrupaciones voluntarias, m¨¢s o menos organizadas, que pretenden, en nombre de una cierta idea del bien com¨²n y de la sociedad, configurar, solos o en coalici¨®n, las funciones de un Gobierno. Es decir, son medios que contribuyen a crear una conciencia colectiva, que encuentra expresi¨®n en las instituciones a trav¨¦s de los representantes elegidos y de los poderes ejecutivos. Se les supone, o se les supon¨ªa, una cierta capacidad de pensar y de educar. Sin embargo, los partidos parecen haber abandonado sin el menor pesar cualquier coherencia y moverse en un espacio virtual en el que no se trata de difundir ideas para generar debates y agrupar a ciudadanos, sino de manipular sus emociones, instrumentalizarlas. Como escriben Chlo¨¦ Morin y Daniel Perron, lejos de dar m¨¢s poder a los ciudadanos, los partidos actuales, partidos algoritmo, buscan captar emociones. Y para ello no dudan en partir pr¨¢cticamente de cero, algo muy peligroso en pol¨ªtica. Porque siempre deber¨ªan tener en cuenta la an¨¦cdota irlandesa que cuenta que un viajero despistado le pregunta a un pastor c¨®mo ir hacia Dubl¨ªn. El pastor responde: ¡°Desde luego, este no es el mejor sitio para empezar ese viaje¡±.
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