Cristina Garc¨ªa Rodero, la fot¨®grafa ¡®maga¡¯ que se ha atrevido con todo en sus 50 a?os de carrera
La autora del revolucionario ¡®Espa?a oculta¡¯ hace campa?a para crear un centro nacional de la fotograf¨ªa
La imagen que mejor define a alguien que se dedica a la fotograf¨ªa como Cristina Garc¨ªa Rodero es la de un torbellino, una fuerza de la naturaleza nacida en Puertollano (Ciudad Real) hace 71 a?os, que ha arrostrado siempre las dificultades en el medio siglo de trayectoria que acaba de cumplir. Una pionera del arte de la imagen en Espa?a que, mientras tenga fuerzas, seguir¨¢ defendiendo ¡°la dignidad de la fotograf¨ªa¡±, como le gusta recordar a menudo, ya sea en una de sus torrenciales charlas, cuando deja boquiabiertos a todos con sus im¨¢genes mientras dice aquello de ¡°si yo no s¨¦ hablar en p¨²blico¡±, o en una cena con amigos en la que acaba contando, entre risas, las fatigas que pas¨® en sus inicios, como cuando tuvo que dormir al raso en la estaci¨®n de autob¨²s en Puente Genil (C¨®rdoba), arropada por un mapa de carreteras. Una met¨¢fora de su nomadismo en busca de fiestas, romer¨ªas, procesiones¡ que, a comienzos de los a?os setenta, parec¨ªa que iban a desaparecer con el franquismo. Ella quer¨ªa, como otros, dejar testimonio gr¨¢fico de algo que pod¨ªa desvanecerse.
Medio siglo despu¨¦s, Garc¨ªa Rodero est¨¢ entre los mejores de la historia de la fotograf¨ªa espa?ola: autora de un libro que cambi¨® este arte, Espa?a oculta (Lunwerg, 1989), para el que tanto le cost¨® encontrar editor; primer espa?ol en entrar en Magnum, premio Nacional de Fotograf¨ªa, dos World Press Photo, miembro de la Academia de Bellas Artes, obra en museos, un centro dedicado a su trayectoria en Puertollano, innumerables exposiciones y, siempre, el coraje que le sale (es cuando parece que una mano le aprieta la garganta) para reivindicar la fotograf¨ªa documental y humanista y, de paso, instar a cualquier fot¨®grafo a que defienda sus derechos: a trabajar, a cobrar, a ser respetado.
El ¨²ltimo ejemplo de todo ello lo dio el pasado 28 de junio, en la entrega de los Premios El Ojo Cr¨ªtico, de Radio Nacional de Espa?a, con el entonces ministro de Cultura, Jos¨¦ Manuel Rodr¨ªguez Uribes, de compa?ero de escenario. Nerviosa, mientras le¨ªa los agradecimientos se gir¨® a Uribes: ¡°Ministro, hay que hacer un centro nacional de la fotograf¨ªa. Ya es hora de que empecemos a trabajar¡±. Con ese mensaje se hac¨ªa eco de la reivindicaci¨®n de una reci¨¦n nacida plataforma creada por fot¨®grafos espa?oles, a la que ella pertenece: un espacio que, entre otros objetivos, re¨²na los archivos de autores en riesgo de perderse. La iniciativa ya ha recibido cerca de 7.000 firmas de apoyo.
Publio L¨®pez Mond¨¦jar, fotohistoriador y amigo de Garc¨ªa Rodero, asegura que cuando la conoci¨® en sus comienzos se ve¨ªa ¡°que ven¨ªa a revolucionar la fotograf¨ªa espa?ola; protagoniz¨® el documentalismo que puso la fotograf¨ªa de este pa¨ªs en el punto de mira de lo que se hac¨ªa fuera¡±. De su trabajo destaca c¨®mo ha sabido acercarse a la gente y retratarla con empat¨ªa, y, sobre todo, ¡°su fuerza, su tenacidad, c¨®mo ha entregado su vida a la fotograf¨ªa¡±.
Cincuenta a?os atr¨¢s, Garc¨ªa Rodero era una estudiante de Bellas Artes que empez¨® revelando en los servicios de colegios mayores. Despu¨¦s fue ¡°la ni?a¡± que iba con otros fot¨®grafos por caminos intransitables hasta el pueblo m¨¢s rec¨®ndito para retratar las celebraciones m¨¢s tradicionales, siempre atenta al calendario: de La Amortajada, en Amil (Pontevedra), a los Bercianos de Aliste, en Zamora; pasando por el Robaculeros, en Estella. A m¨¢s de uno le descoloc¨® que aquella muchacha les pasara por encima y fuera capaz de reunir tantas im¨¢genes extraordinarias. Eran tiempos en los que se pasaba horas preguntando a las telefonistas para saber d¨®nde hab¨ªa fiestas paganas o de guardar; era la mujer que en los pueblos hablaba con cualquiera para saber qu¨¦ pod¨ªa convertirse en su objetivo; en ocasiones, esa forastera con un gran bolso y un poco fisgona era tomada por una vendedora ¡°o por una prostituta¡±, como ella cuenta.
Con los a?os, busc¨® tambi¨¦n los ritos m¨¢s at¨¢vicos en otros pa¨ªses, como sus fant¨¢sticos proyectos en Hait¨ª, al pie de cascadas purificadoras; en Etiop¨ªa, India o Venezuela, donde realiz¨® uno de sus trabajos m¨¢s queridos, Mar¨ªa Lionza, la diosa de los ojos de agua, sobre el culto a un personaje m¨ªtico. Cuando se ven sus instant¨¢neas, tomadas casi en la cara de quien est¨¢ en trance, uno se pregunta c¨®mo ha podido hacerlo esta mujer menuda y c¨®mo no la derribaron.
Sin embargo, ah¨ª sigue, en pie, con la angustia que a veces le ataca porque hace m¨¢s fotos de las que es capaz de editar, catalogar y exponer. Y con rasgos como su proverbial impuntualidad, que sus amigos suelen disculpar con un ¡°es Cristina¡±.
Una mujer con tantos kil¨®metros en las suelas se ha subido por las paredes en este a?o de par¨®n; ahora puede volver a viajar, ya sin aquellas estrecheces del principio: carn¨¦ de conducir reci¨¦n sacado, coches que no sub¨ªan cuestas, pensiones infectas¡ Hoy hay m¨¢s facilidades y tiene otros compa?eros, fot¨®grafos que en ocasiones la llaman ¡°la maga¡± porque no se explican c¨®mo, si todos est¨¢n retratando al mismo penitente, ella sabe cu¨¢l es el mejor sitio, como un buen rematador en el f¨²tbol, para conseguir la gran foto. As¨ª es la maga que se atreve con todo, a la que a¨²n le quedan ratos por las noches, debido a su costumbre de acostarse tarde, para ver en televisi¨®n algo que le encanta: programas de cr¨ªmenes.
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