La ilusi¨®n del amor sexual como liberaci¨®n: Vivian Gornick habla de los libros que le marcaron
¡®Hijos y amantes¡¯, de D. H. Lawrence, fue un libro importante para la escritora, que recoge en su ¨²ltima obra sus lecturas esenciales. En este extracto que adelanta ¡®Ideas¡¯ reflexiona sobre c¨®mo, con la edad, cambian los personajes con los que nos identificamos
Ten¨ªa yo 20 a?os el d¨ªa que un profesor de filolog¨ªa puso en mi poder Hijos y amantes. Por aquel entonces no me sonaba de nada el t¨¦rmino ¡°novela de iniciaci¨®n¡±, aunque no porque no hubiese le¨ªdo m¨¢s de una y m¨¢s de dos; y D. H. Lawrence trataba el g¨¦nero tan descarnadamente y con tanto dramatismo que, incluso a esa tierna edad, me vi comulgando con el conflicto primitivo que late en el meollo del relato. Me le¨ª el libro de un sorbo, regres¨¦ a la clase en trance y, desde ese d¨ªa, Hijos y amantes se convirti¨® en texto sagrado. En los siguientes 15 a?os le¨ª tres veces la novela, y en cada ocasi¨®n me identifiqu¨¦ con un personaje principal distinto: el protagonista, Paul Morel; su madre, Gertrude; sus amores de juventud, Miriam y Clara.
La primera vez fue con Miriam, la hija de un campesino con la que Paul pierde la virginidad. La cal¨¦ en el acto. Se acuesta con ¨¦l no porque quiera, sino porque teme perderlo; durante sus relaciones ¨ªntimas es tal el pavor de ella que, en lugar de entregarse a la experiencia, yace bajo Paul ¡ªabstra¨ªdo en su propio delirio sexual¡ª mientras piensa: ¡°?Sabr¨¢ que soy yo?¡±. La necesidad fundamental de Miriam es saberse deseada, y solo por quien es. El dilema era desolador: yo sent¨ªa el calor, el miedo, la angustia que los devoraba a ambos, pero lo m¨¢s peculiar era que lo sent¨ªa como si fuera yo la propia Miriam. Ten¨ªa 20 a?os: necesitaba lo mismo que ella. La siguiente vez que le¨ª el libro fui Clara, la mujer de clase obrera apasionada en lo sexual, que quiere llevar una vida amorosa, pero que sigue siendo muy consciente de la humillaci¨®n potencial que se oculta tras su necesidad de sentir que es a ella a quien desean y, tambi¨¦n en su caso, solo por quien es. La tercera vez que le¨ª el libro, mediaba la treintena ¡ª?casada y recasada, divorciada y redivorciada, reci¨¦n ¡°liberada¡±¡ª y me identifiqu¨¦ con el propio Paul. M¨¢s absorta entonces en desear que en ser deseada, me complac¨ª rindi¨¦ndome totalmente al placer pasmoso de la propia experiencia sexual ¡ªsustanciosa, plena, transportadora¡ª, ya por fin imagin¨¢ndome, al igual que Paul hacia el final de la novela, como la protagonista de mi propia vida.
Cuando no hace mucho tuve de nuevo ocasi¨®n de releer Hijos y amantes, estando ya en mi madurez avanzada, por decirlo de alguna manera, lo que descubr¨ª no fue tanto que hab¨ªa malinterpretado muchos detalles (cosa que hab¨ªa hecho), sino que el recuerdo que ten¨ªa del tema dominante ¡ªla pasi¨®n sexual como experiencia central de una vida¡ª no se ajustaba a la realidad. De eso, comprend¨ª entonces, no era de lo que realmente trataba el libro; y me pareci¨® a¨²n m¨¢s genial y conmovedor haber llevado la novela en el coraz¨®n por un pu?ado de razones no exactamente infundadas, pero s¨ª poco fundamentadas. Fue tambi¨¦n una de las primeras veces que comprend¨ª con claridad que hab¨ªa sido yo, como lectora, quien hab¨ªa tenido que viajar hacia el significado m¨¢s sustancioso del libro.
Ambientada en los albores del siglo XX en un pueblo minero de las Midlands inglesas, la narraci¨®n sigue la evoluci¨®n de los Morel y sus cuatro hijos. Gertrude (una maestra de escuela de sensibilidad rom¨¢ntica) y Walter (un minero amante de la diversi¨®n) se conocen en un baile, y ella se ve r¨¢pidamente atra¨ªda por la apostura de ¨¦l, su alegr¨ªa de vivir, su talento para el baile, mientras que a Walter le atrae de ella la receptividad que muestra ante la sensualidad de ¨¦l. Les nace una pasi¨®n rec¨ªproca y se casan. ?l le promete una casa propia, un buen sueldo, fidelidad y cari?o. Ella no tardar¨¢ en descubrir que ¨¦l no es capaz de cumplir en ninguno de esos aspectos: ¡°Era un hombre sin tes¨®n, se dec¨ªa ella amargamente. La sensaci¨®n del minuto presente lo era todo para ¨¦l. No era capaz de atenerse a nada con un m¨ªnimo de constancia. Detr¨¢s de toda su fachada no hab¨ªa nada¡±. A ¨¦l, por su parte, le desconcierta ver que ella no lleva bien la decepci¨®n: la vuelve amarga y severa. No tendr¨¢ que pasar mucho tiempo para que Walter, perplejo por la sensaci¨®n constante de ser juzgado que vive en su propia casa, se dedique a escaparse al pub a la primera de cambio.
Pasan ocho a?os (y aqu¨ª comienza el libro), y la se?ora Morel tiene 31, est¨¢ embarazada de su tercer hijo, vive en una pobreza inimaginable, tanto material como emocional, y siente repulsi¨®n por su marido, al que ahora ve (ella y tambi¨¦n sus hijos) tan solo como un pat¨¢n violento y borracho. Dado que la sensibilidad rom¨¢ntica no ha abandonado a la se?ora Morel, es a sus hijos varones a quienes recurre en busca de esa compa?¨ªa necesaria para aliviar la hambruna emocional. Al principio parece ser a William, el mayor, a quien tiene la esperanza de convertir en su alma gemela, pero pronto resulta que es Paul, el segundo, con quien est¨¢ destinada a fundirse. (¡) Estamos ante los pensamientos y los sentimientos de una mujer que ve su salvaci¨®n espiritual ligada a la de ese ni?o, quien, presa de la adoraci¨®n de su madre, declarar¨¢, ya de adolescente, que jam¨¢s la abandonar¨¢, aunque, conforme va llegando a los primeros compases de la edad adulta, descubre irremediablemente que la vida interior lo atrae hacia la clase de autodescubrimiento que exige que ella quede atr¨¢s. Huelga decir que la met¨¢fora que Lawrence utiliza para el dilema desgarrador de Paul es el amor er¨®tico. Conforme esa necesidad crece en ¨¦l ¡ªy las dos mujeres, Miriam y Clara, se convierten en los instrumentos de su despertar e iniciaci¨®n¡ª, se vuelca cada vez m¨¢s en esa fuerza extraordinaria, hasta que se percata de que la pasi¨®n tiene la capacidad de remedar la liberaci¨®n (esto s¨ª lo recordaba yo bien), pero no de propiciarla (de eso s¨ª que no ten¨ªa yo recuerdo alguno). La lucha en el seno de la novela no es entre Paul y su madre, sino entre Paul y la ilusi¨®n del amor sexual como liberaci¨®n. Fue esto ¨²ltimo lo que me hab¨ªa costado una eternidad entender.
En la ¨¦poca en la que yo me cri¨¦, en los cincuenta, la cultura segu¨ªa siendo a¨²n u?a y carne con esas restricciones de la vida burguesa que manten¨ªan la experiencia er¨®tica a una distancia prudencial. Esa distancia alimentaba un sue?o de trascendencia unido a una promesa de autodescubrimiento entremezclada a su vez con la fuerza de la pasi¨®n sexual. Lo que pasaba, sin embargo, era que por entonces no lo llam¨¢bamos pasi¨®n, sino amor; y el mundo entero cre¨ªa en el amor. Mi madre, comunista y rom¨¢ntica, me dec¨ªa: ¡°Eres una chica lista, haz algo de provecho, pero recuerda siempre que el amor es lo m¨¢s importante en la vida de una mujer¡±. (¡)
En la vida ideal ¡ªen la vida culta, la vida valiente, la vida ah¨ª fuera, m¨¢s all¨¢ en el mundo ¡ª, se consideraba que el amor no solo era algo a lo que aspirar, sino que se conseguir¨ªa sin falta; y una vez alcanzado, transformar¨ªa la existencia; crear¨ªa una prosa enjundiosa y profunda, con relieves, a partir de los informes inarticulados de la vida interior que nos intercambi¨¢bamos a diario. La promesa del amor nos daba por s¨ª sola el coraje para so?ar con salir de esos l¨ªmites llenos de cautelas, para volver la vista hacia fuera, hacia la experiencia genuina. Es m¨¢s, solamente si nos entreg¨¢bamos a la pasi¨®n rom¨¢ntica ¡ªesto es, al amor¡ª sin garant¨ªa contractual, vivir¨ªamos una experiencia verdadera.
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