¡°Las mujeres no pueden emanciparse sin reducir el poder de los hombres¡±. Un ensayo in¨¦dito en espa?ol de Susan Sontag
¡°Todo lo que no suponga un cambio respecto de qui¨¦n detenta el poder no es liberaci¨®n¡±, escribe la autora neoyorquina en un texto de 1972 que ahora se publica
Todas las mujeres viven en una situaci¨®n ¡°imperialista¡± en la que los hombres son los colonos y las mujeres los ind¨ªgenas. En los llamados pa¨ªses del Tercer Mundo, la situaci¨®n de las mujeres respecto a los hombres es tir¨¢nica y brutalmente colonialista. En los pa¨ªses econ¨®micamente avanzados (tanto comunistas como capitalistas) la situaci¨®n de la mujer es neocolonialista: la segregaci¨®n de la mujer se ha corregido, el uso de la fuerza f¨ªsica contra ellas ha disminuido; los hombres delegan parte de su autoridad, su dominio est¨¢ menos patentemente establecido. Pero las mismas relaciones b¨¢sicas de inferioridad y superioridad, de impotencia y poder, de subdesarrollo y privilegio cultural prevalecen entre mujeres y hombres en todos los pa¨ªses. Todo programa serio de liberaci¨®n de la mujer debe partir de la premisa de que la liberaci¨®n no toca solo a la igualdad (la idea liberal). Se refiere al poder. Las mujeres no pueden emanciparse sin reducir el poder de los hombres. Su emancipaci¨®n no solo implica el cambio de la conciencia y las estructuras sociales de manera que se transfiera a las mujeres gran parte del poder monopolizado por los hombres. La naturaleza misma del poder cambiar¨¢ por ello, puesto que a lo largo de la historia el poder se ha definido en t¨¦rminos ¡°sexistas¡±: identific¨¢ndolo con un normativo y supuestamente innato gusto viril por la agresividad y la coerci¨®n f¨ªsica, y con las ceremonias y prerrogativas de agrupaciones solo masculinas en la guerra, el gobierno, la religi¨®n, el deporte y el comercio. Todo lo que no suponga un cambio respecto de qui¨¦n detenta el poder y a la naturaleza de este no es liberaci¨®n, sino apaciguamiento. Los cambios que no son profundos sobornan el resentimiento que amenaza a la autoridad establecida. La mejora de un gobierno inestable y demasiado opresivo ¡ªal igual que los viejos imperios sustituyen los modelos de explotaci¨®n colonialistas por otros neocolonialistas¡ª sirve en realidad para regenerar los modelos existentes de dominio. Preconizar que las mujeres formen un frente com¨²n con los hombres para provocar su mutua liberaci¨®n corre un velo sobre las duras realidades de las relaciones de poder que determinan todo di¨¢logo entre los dos sexos. Las mujeres no tienen por qu¨¦ asumir la tarea de liberar a los hombres cuando deben primero liberarse a s¨ª mismas; lo cual implica explorar las bases de la enemistad, no endulzadas de momento por el sue?o de la reconciliaci¨®n. Las mujeres deben cambiar por s¨ª mismas; deben cambiarse unas a otras, sin preocuparse por c¨®mo ello afectar¨¢ a los hombres. La conciencia de las mujeres cambiar¨¢ solo cuando piensen en s¨ª mismas y se olviden de lo que conviene a sus hombres. Suponer que estos cambios pueden llevarse a cabo en colaboraci¨®n con ellos reduce (y trivializa) el alcance y profundidad de su lucha. (¡)
La sensibilizaci¨®n de un creciente conjunto de personas respecto al sexismo del lenguaje, al igual que en los ¨²ltimos tiempos se ha sensibilizado sobre los lugares comunes racistas del mismo (y del arte), es una tarea importante. En general, la gente debe adquirir conciencia de la profunda misoginia que se manifiesta en todos los niveles de intercambio humano, no solo en las leyes, sino en las menudencias de la vida diaria: en las formas de la cortes¨ªa y en las convenciones (vestimenta, gestos, etc¨¦tera) que polarizan la identidad sexual; y en el caudal de ¡°im¨¢genes¡± (en el arte, las noticias y los anuncios) que perpet¨²an los estereotipos sexistas. Estas actitudes cambiar¨¢n solo cuando las mujeres se liberen de su ¡°naturaleza¡± y empiecen a crear y a habitar otra historia.
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