El profundo y desesperado deseo de Susan Sontag de perdurar
Una selecci¨®n de textos de la ensayista estadounidense acaba de llegar a las librer¨ªas. El encargado de elegir cada texto ha sido su ¨²nico hijo, David Rieff, que desde el pr¨®logo cuenta que su madre quer¨ªa ser recordada a trav¨¦s de su obra
Borges afirm¨® que ¡°cuando los escritores mueren se convierten en libros, lo que, al fin y al cabo, no es una encarnaci¨®n tan mala¡±. Hace falta una rara ¨ªndole de elegancia moral para hallar consuelo en la idea de que algo quedar¨¢ de nosotros tras nuestra extinci¨®n. Y que alguien, aun trat¨¢ndose de Borges, pueda hallar pleno consuelo en ello es una cuesti¨®n discutible. Para los que no est¨¢n dotados de una gran capacidad de resignaci¨®n o de autoenga?o, y no creen en la vida de ultratumba (y probablemente incluso para muchos que s¨ª creen en ella), el olvido es algo dif¨ªcil de entender, y m¨¢s a¨²n de aceptar. La esperanza de que no todo concluye con la propia muerte radica por tradici¨®n en la familia; para otros la consecuci¨®n de los logros p¨²blicos, o bien las causas por las que se ha luchado, alimentan la esperanza de que su memoria perdurar¨¢. Aunque para muchos artistas se trate m¨¢s bien de la obra, la obra, la obra. No obstante, dicha idea, aun en su sentido m¨¢s amplio, coexiste en tensi¨®n con la certidumbre, incluso entre las reputaciones m¨¢s imperecederas, de que el destino ineludible de la obra es verse reinterpretada por cada generaci¨®n, y quiz¨¢ a la postre repudiada por ella; pues el repudio es la burda prerrogativa de los j¨®venes.
En el caso concreto de los escritores, hay algunos que intentan, por as¨ª decirlo, echar dados trucados a sus contempor¨¢neos, as¨ª como a la posteridad. En vida ambicionan y a menudo consiguen, al menos en alguna medida, conformar c¨®mo se comprende su obra, ya sea rebatiendo constantemente a sus cr¨ªticos, ya sea incitando a sus admiradores. Wagner es el caso emblem¨¢tico de dicho esfuerzo en un gran artista. En el caso de los escritores a lo largo del siglo pasado, el empe?o se extendi¨® a los que eligieron a sus bi¨®grafos o al menos colaboraron con ellos. La reciente y muy controvertida biograf¨ªa de Philip Roth, que ¨¦l mismo se esforz¨® denodadamente por guiar, es otro ejemplo tanto del poder como de las trampas de todo ello. Pero a m¨¢s largo plazo, como concluyeron hasta los escritores m¨¢s empe?ados en dirigir lo que ocurre con su obra ¡ªun ?Roth o un Beckett¡ª, por mucho que intervinieran resistiendo dicha conclusi¨®n, tales esfuerzos est¨¢n indefectiblemente condenados al fracaso.
Susan Sontag, mi madre, estaba profunda y a veces desesperadamente interesada en que se la recordara. ¡°Perdurar¨¢¡± era para ella el mayor homenaje que se pod¨ªa rendir a la obra de un colega. Y aunque eso no pueda deducirse del fr¨ªvolo relato de sus ambiciones en la banal biograf¨ªa de Benjamin Moser, mi madre en realidad no estaba de ning¨²n modo ofuscada por alcanzar la fama y luego por mantenerla. Bien al contrario, muchas de las decisiones relativas a los proyectos que deseaba emprender, sobre todo en su determinaci¨®n de participar en los prop¨®sitos de amigos y parejas que en otras circunstancias apenas le habr¨ªan interesado, fueron distracciones decisivas que la apartaron de sus propias aspiraciones. Fueron tambi¨¦n m¨¢s preservadoras de la fama que medios para alcanzarla o mantenerla. Al margen del ¨¢mbito de las proyecciones de Moser, lo que mi madre m¨¢s ambicionaba era que su obra fuera recordada por la perdurable originalidad de lo que hab¨ªa hecho, pensado y escrito, y no porque hab¨ªa sido famosa. En alg¨²n sentido compart¨ªa el punto de vista de Borges, si bien la versi¨®n de este era conciliadora y la suya estaba electrizada por el terror a la extinci¨®n. Pues ella era la mujer que, siendo a¨²n muy joven, hab¨ªa escrito en su diario: ¡°No puedo imaginar el mundo sin m¨ª¡±. Es un sentimiento que nunca la abandon¨®, y su persistencia provoc¨® que fuera sumamente angustioso para ella dejar este mundo; un sufrimiento que intent¨¦ plasmar, no del todo cabalmente, en Un mar de muerte, mis memorias de sus ¨²ltimos meses. Me parece que en realidad la muerte la aterrorizaba m¨¢s que a cualquier otro escritor importante del siglo XX, a excepci¨®n de Elias Canetti; tanto es as¨ª que de hecho, y a diferencia de Canetti, ese terror no est¨¢ presente en su obra, ni siquiera cuando, como en su novela Estuche de muerte, la mortalidad es su tema.
No hallar consuelo ante la extinci¨®n inevitable y ansiar que la posteridad preste atenci¨®n puede parecer contradictorio, pero en el caso de mi madre creo que su horror a lo primero y su deseo de lo segundo simplemente discurr¨ªan por cauces distintos. Recuerdo que en una ocasi¨®n ¡ªen San Petersburgo para su septuag¨¦simo primer y ¨²ltimo cumplea?os, casi 11 meses antes de su muerte¡ª trajo consigo como regalo para las personas que pudiera conocer ejemplares de su libro m¨¢s reciente, Ante el dolor de los dem¨¢s, su meditaci¨®n sobre la fotograf¨ªa y la guerra, y de A Susan Sontag Reader, una compilaci¨®n de su obra publicada hasta 1982. Me sorprendi¨® que hubiera elegido un libro de 20 a?os atr¨¢s en lugar de otro m¨¢s reciente. Pero respondi¨® con toda naturalidad que probablemente nadie leer¨ªa entera la obra comprendida en el periodo de la compilaci¨®n y que era un modo de transmitir lo que hab¨ªa abordado en ella. Sin embargo, con suerte, me dijo, pronto se editar¨ªa otra con su obra escrita desde entonces, tal y como la conceb¨ªa. La autora del ensayo Contra la interpretaci¨®n nunca tuvo reparo alguno en ello. Porque tambi¨¦n se trataba de la mujer a la que le gustaba citar la frase de Nietzsche: ¡°No hay hechos, solo interpretaciones¡±. Y, como he tratado de exponer, aspiraba, sobre todo, a que se la siguiera leyendo.
En eso consisten las compilaciones cuando las preparan sus autores y no sus herederos: se trata de ejercicios de autointerpretaci¨®n. En cambio, una p¨®stuma, como esta o la precedente, Al mismo tiempo, publicada en 2009, es por su misma naturaleza una interpretaci¨®n ajena de la obra de un escritor, en este caso mi interpretaci¨®n. Tal es el privilegio y la carga de ser un heredero. Y si la obra de mi madre perdura, como creo que as¨ª ocurrir¨¢, habr¨¢ personas que nunca la conocieron en vida, y menos a¨²n que entablaron una relaci¨®n con ella, que al cabo editar¨¢n otras compilaciones. No obstante, la tarea me ha correspondido a m¨ª mientras tanto, y quiero dejar claro que lo que se sirve aqu¨ª es una selecci¨®n de la obra de toda la vida de Susan Sontag vista a trav¨¦s de la lente de David Rieff. ?Qu¨¦ habr¨ªa pensado de la iniciativa? No tengo otra respuesta que la que ofrezco cuando sus admiradores me escriben para preguntar qu¨¦ ¡°habr¨ªa pensado¡± de gente y acontecimientos sucedidos tras su deceso: Donald Trump, woke, la crisis clim¨¢tica, etc¨¦tera. La ¨²nica respuesta honrada, por supuesto, es que soy un hijo, no un m¨¦dium. Con todo, lo que he pretendido es incluir la obra que consideraba m¨¢s destacada porque ella misma me lo dijo, obra que quiz¨¢ habr¨ªa ¡°superado¡± (aunque no repudiado; eso solo ocurri¨® con algunas de sus posiciones pol¨ªticas, en particular con sus primeras apolog¨ªas de varios reg¨ªmenes comunistas, principalmente el cubano) y obra que en mi opini¨®n podr¨ªa tener eco sobre todo entre quienes la leen actualmente, en la tercera d¨¦cada del siglo XXI. A todo lo anterior he a?adido unas cuantas entradas de sus diarios que se revisten de singular relevancia para los escritos que se reproducen en estas p¨¢ginas.
Y soy el primero en reconocer que leer a Susan Sontag en la tercera d¨¦cada del siglo XXI es todo menos un asunto di¨¢fano. No me refiero solo al modo en que ella no habr¨ªa compartido las creencias recibidas de nuestra ¨¦poca (aunque, insisto, no lo s¨¦ de cierto). S¨ª sostengo que le habr¨ªa parecido en extremo repelente el antiintelectualismo iconoclasta de la pol¨ªtica identitaria y su filosof¨ªa (por decirlo con suma generosidad) de la cultura que sustituye la trascendencia con la representaci¨®n. Una vez me confes¨® que una de las razones por las que confiaba en vivir una vida muy larga ¡ªuna obsesi¨®n irrealizada: solo le tocaron seis docenas de a?os, casi¡ª era, seg¨²n sus palabras, ¡°para ver hasta d¨®nde llega la estupidez¡±. Mi corazonada es que se habr¨ªa quedado at¨®nita al ver la prontitud con la que se alcanz¨® tanta estupidez. Pero lo que me parece m¨¢s trascendente es que, a diferencia de muchos escritores importantes pr¨®ximos a su generaci¨®n (naci¨® en 1933 y muri¨® en 2004), la obra de mi madre es en s¨ª misma un estudio sobre la ambivalencia y la ambig¨¹edad. La ambivalencia es en un sentido el aspecto m¨¢s sencillo: uno de sus contempor¨¢neos sintetiz¨® su profunda dualidad, en un tono entre admirativo y burl¨®n, al afirmar que se trataba de una esteta entre los moralistas, pero de una moralista entre los estetas. Los primeros ensayos que la hicieron c¨¦lebre ¨CNotas sobre lo ¡°camp¡±, Contra la interpretaci¨®n, Una cultura y la nueva sensibilidad y Sobre el estilo¨C son los de la esteta que se enfrentaba a la moralista. Pero en Sobre la fotograf¨ªa, en sus dos libros sobre la enfermedad, La enfermedad y sus met¨¢foras y El sida y sus met¨¢foras, en el ensayo sobre Leni Riefenstahl, ¡°Fascinante fascismo¡±, y en su meditaci¨®n sobre la fotograf¨ªa y la guerra, Ante el dolor de los dem¨¢s, mi madre volvi¨® a ser la moralista de altura.
Mi propia intuici¨®n, y no se trata m¨¢s que de eso, es que si se desentra?ara su dualidad escritural, la moralista superar¨ªa a la esteta. Una parte de lo que escribi¨®, de la cual he entresacado la mayor¨ªa de lo seleccionado, tendr¨¢ su eco sin obst¨¢culos. Acaso resulte ir¨®nico, pero me parece que su obra narrativa, valorada por ella por encima del resto de sus libros, aunque considerada por casi todos sus lectores coet¨¢neos lo menos interesante de su empe?o, sea lo que menos precise (?s¨ª!) de interpretaci¨®n para los lectores de 2022. Y por el mismo motivo me pregunto hasta qu¨¦ punto son ¡°legibles¡± hoy d¨ªa los primeros ensayos de su periodo de alta esteta. El axioma de Kierkegaard, objeto de fascinaci¨®n que citaba a menudo, seg¨²n el cual, si bien hay que vivir la vida prospectivamente, esta solo puede ser entendida retrospectivamente, no se ajusta del todo al caso de mi madre, al menos en lo que respecta a su obra Pues a diferencia de muchos de sus contempor¨¢neos ¨Ces decir, los m¨¢s relevantes¨C, todas las cr¨®nicas sobre ella, sobre lo que pensaba, sobre lo que defendi¨®, parec¨ªan y aun parecen reclamar un contradiscurso.
Por lo anterior he querido que esta compilaci¨®n sea lo m¨¢s amplia posible, es decir, he preferido errar por exceso al incluir m¨¢s escritos y no por defecto al elegir solo aquellos textos que en mi opini¨®n la representan con mayor solidez. Por ello los fragmentos de sus diarios son tan importantes en la estructura de esta recopilaci¨®n Algunos abarcan los mismos materiales, o al menos se solapan con lo contenido en los ensayos, relatos y fragmentos de novelas recogidos Hace ya mucho tiempo el escritor y director ingl¨¦s Jonathan Miller, buen amigo de mi madre en los a?os sesenta y setenta, escribi¨® una ¡°Carta de Londres¡± para la revista literaria estadounidense Partisan Review, donde tambi¨¦n mi madre public¨® la mayor¨ªa de sus primeros ensayos importantes Miller siempre conclu¨ªa sus art¨ªculos con estas palabras: ¡°Espero que esto te encuentre a ti tal como me deja a m¨ª¡±. En un sentido todo escritor solo puede razonablemente aspirar a eso, tanto de los lectores de su ¨¦poca como de los que se ocupar¨¢n de leer su obra cuando no se encuentre entre nosotros. Lo mismo puede decirse de los editores de compilaciones como la presente. Al recibir la obra de mi madre, me parece que a¨²n conserva su fuerza para instruir, deleitar e interpelar. Pero eso habr¨¢ de resolverlo esta generaci¨®n de lectores, no yo. Caveat lector.
Me he referido a la presente antolog¨ªa como si fuese solo m¨ªa, pero no es del todo as¨ª Escribo esto con un poco de inquietud. Ya en mi madurez el orbe hispanohablante se ha convertido, en aspectos significativos, en mi patria cultural adoptiva Lo cual categ¨®ricamente no implica que lo mire con menos escepticismo y ambivalencia que los tres pa¨ªses, adem¨¢s del m¨ªo propio, los Estados Unidos, que m¨¢s han importado en mi vida: Francia, Inglaterra, y acaso sobre todo Irlanda. Y la verdad es que siempre me he tenido por un estadounidense poco convincente. Aunque me he apeado a menudo en el mundo hispanohablante, la idea de una nueva compilaci¨®n de los escritos de Susan Sontag dirigida a un p¨²blico de habla espa?ola no fue m¨ªa sino del ¨²ltimo editor de mi madre en Espa?a (y mi buen amigo) Claudio L¨®pez Lamadrid. Durante un almuerzo en el Festival Hay de Cartagena, acompa?ados de otros escritores publicados tambi¨¦n por Claudio y con el rumor de las conversaciones al fondo, me propuso el proyecto garabateando el ¨ªndice en una hoja con el membrete del hotel. Desde entonces lo he revisado en parte, a?adiendo y eliminando textos. As¨ª pues, este libro es en lo fundamental una idea de Claudio, no m¨ªa. Sin embargo, tiene tambi¨¦n otro ¡°padre¡±: el poeta Aurelio Major, traductor de la obra de mi madre y de la m¨ªa, y uno de mis amigos m¨¢s queridos Aurelio se ha ocupado durante mucho a?os de la obra de mi madre en lengua espa?ola, una suerte de intensa vigilancia que ha sido todo menos f¨¢cil Aurelio supervisar¨¢ los cometidos globales (en ambos sentidos de la palabra) de la Fundaci¨®n Susan Sontag cuando yo haya desaparecido Mientras tanto, aqu¨ª y ahora, estoy en deuda con Claudio y con Aurelio, deudas que nunca podr¨¦ saldar.
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