M¨¢s all¨¢ de lo personal: historia y pol¨ªtica del ¡®calladita est¨¢s m¨¢s guapa¡¯
El s¨ªndrome de la impostora hace estragos entre nosotras. Pero no es un problema de inseguridad femenina, sino la herencia del sistem¨¢tico arrinconamiento p¨²blico
A?os atr¨¢s escrib¨ª un art¨ªculo sobre la precariedad y la falta de expectativas de mi generaci¨®n, y me llamaron para comentarlo en la tertulia de uno de los programas de radio de mayor audiencia. Acept¨¦ ilusionada y, acto seguido, me comunicaron que mis compa?eros de tertulia ser¨ªan un polit¨®logo y un psic¨®logo a los que no conoc¨ªa. Colgu¨¦ el tel¨¦fono con cierta incomodidad y a medida que pasaban los d¨ªas me fue embargando la inquietud. ?Qu¨¦ iba a contar yo en un programa en directo?, ?y si me equivocaba, me trababa, comet¨ªa un error imperdonable¡? Adem¨¢s, ?qu¨¦ ¨ªbamos a comentar en concreto de mi art¨ªculo?, ?y si no sab¨ªa la respuesta y se suced¨ªan un reguero de balbuceos que ejemplificaban el fraude del propio art¨ªculo¡ y el m¨ªo propio? A los dos d¨ªas llam¨¦ para inventarme una excusa cualquiera y, con pena ¡ªy culpa¡ª, dije que no podr¨ªa ir.
En No lo har¨¦ bien. C¨®mo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas (Arpa), la periodista Emma Vallespin¨®s cuenta que quien se siente una aut¨¦ntica impostora nunca descansa, es como un drugstore abierto las 24 horas. A lo largo de este l¨²cido ensayo, con humor e iron¨ªa, parte del s¨ªndrome de la impostora para delimitar las consecuencias hist¨®ricas del sistem¨¢tico ¡°calladita est¨¢s m¨¢s guapa¡± y ahonda en el silenciamiento de la mujer en el espacio laboral y p¨²blico. Descrito por primera vez en 1978 por las psic¨®logas cl¨ªnicas estadounidenses Pauline Rose Clance y Suzanne Imes y bautizado en un inicio como fen¨®meno del impostor, los hombres tampoco se libran de ¨¦l, pero es en las mujeres en las que hace estragos. Lo que en ellos puede ser rasgo de personalidad, en el caso de las mujeres tiene un componente estructural. Clance e Imes analizaron a 150 mujeres objetivamente talentosas y la inmensa mayor¨ªa hab¨ªa sentido a menudo esa sensaci¨®n de no estar a la altura, de ser insuficiente, dando lugar a una disonancia cognitiva seg¨²n la cual sus logros eran percibidos como menores, fruto de la fortuna y no de su talento. Opinaban que hab¨ªan llegado hasta ah¨ª porque eran majas, o porque tuvieron suerte, o porque sus empleadores sobreestimaron sus capacidades. Los errores eran siempre suyos; los logros, no tanto.
El s¨ªndrome de la impostora es una apisonadora que no funciona igual en todos los ¨¢mbitos. Es decir, es menos probable dudar de si la pasta te ha salido buena que de si lograr¨¢s dar una buena conferencia. Se juega casi siempre en el ¨¢mbito laboral, en la esfera p¨²blica. En 2011, cuando la escritora Ana Mar¨ªa Matute recibi¨® el Premio Cervantes, empez¨® su intervenci¨®n confesando que preferir¨ªa escribir tres novelas y veinticinco cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso. ¡°No los menosprecio¡±, dijo, ¡°los temo, y mi incapacidad para ellos quedar¨¢ manifiesta enseguida. Sean ben¨¦volos¡±, pidi¨® a los presentes. Me pregunto: ?qu¨¦ m¨¢s ten¨ªa que demostrar Matute?, ?se sent¨ªa tambi¨¦n ella invitada, impostora? Algo parecido sent¨ªa esa otra grand¨ªsima escritora, Maya Angelou: ¡°He escrito 11 libros, pero cada vez que publico uno pienso, oh, oh, ahora se dar¨¢n cuenta. Los he enga?ado a todos y me van a descubrir¡±.
En ese sentirse inadecuadas influyen tantos factores que es imposible citarlos todos aqu¨ª: el mansplaining, la ausencia de referentes, esa educaci¨®n basada en el pasar inadvertida, asfixiantes roles de g¨¦nero, pero tambi¨¦n la condescendencia o el paternalismo hacia las mujeres con esos ni?a, chata, guapa que certifican que las mujeres siempre est¨¢n creciendo, pero nunca se convierten en personas plenamente adultas. De manera que el problema real que aborda el agud¨ªsimo y oportuno libro de Vallespin¨®s no es ya este s¨ªndrome que va camino de convertirse en un clich¨¦, sino el caldo de cultivo que ha permitido y a¨²n permite un clamoroso silenciamiento.
Que las mujeres nos sentimos ¡°invitadas¡± al espacio p¨²blico, un espacio que no hemos empezado a ocupar hasta ahora, es un hecho que no tiene que ver con una inseguridad personal ¡ªcomo yo hab¨ªa pensado hasta pocos a?os atr¨¢s¡ª, sino con la conquista de un espacio que hasta ahora ha sido eminentemente masculino. Hasta hace bien poco no nos sorprend¨ªa encontrar mesas de expertos compuestas ¨²nicamente de hombres. De hecho, un popular blog lo demostraba con im¨¢genes en una cuenta de Tumblr llamada Congrats, you have an all male panel! O su versi¨®n en espa?ol: No me digas: ?otra vez solo hab¨ªa hombres expertos? Actualmente empieza a llamarnos la atenci¨®n la ausencia de mujeres en determinados ¨¢mbitos y quiz¨¢s sea esta una se?al de que las cosas est¨¢n cambiando. Sin embargo, Vallespin¨®s cuenta que en el ¨¢mbito period¨ªstico, por ejemplo, sigue costando m¨¢s encontrar expertas que expertos. Por lo general, un hombre tiene menos remilgos en salir en directo a opinar en tanto que una mujer, si finalmente accede, lo har¨¢ si dispone de toda la informaci¨®n, si puede prepar¨¢rselo, si¡, y la lista puede ser larga. Aunque muchas de ellas terminan simplemente diciendo que no. Inventando una nueva excusa en una suerte de culpable y constante autosabotaje.
Leslie Jamison escrib¨ªa recientemente un art¨ªculo en The New Yorker cuestionando la validez de este omnipresente s¨ªndrom. Tra¨ªa a colaci¨®n interesantes testimonios como el de Lisa Factora-Borchers, autora y activista filipina estadounidense, que le expuso lo siguiente en una conversaci¨®n: ¡°Cada vez que escuchaba a amigos blancos hablar sobre el s¨ªndrome del impostor, me preguntaba: ?C¨®mo puedes pensar que eres un impostor cuando todos los moldes fueron hechos para ti? ?Cuando ves reflejos de ti mismo en todas partes y versiones de c¨®mo podr¨ªa ser tu ¨¦xito?¡±. Jamison menciona que en Stop Telling Women They Have Imposter Syndrome (Dejad de decirle a las mujeres que tienen el s¨ªndrome de la impostora), publicado en Harvard Business Review en febrero de 2021, las autoras Ruchika Tulshyan y Jodi-Ann Burey argumentan que la etiqueta de s¨ªndrome de la impostora implica que las mujeres sufren una crisis de confianza en s¨ª mismas y eso no hace hincapi¨¦ en los obst¨¢culos reales a que estas ¡ªespecialmente las mujeres de color¡ª se enfrentan en los distintos ¨¢mbitos profesionales. Se trata de una etiqueta que reformula la desigualdad sist¨¦mica en una patolog¨ªa individual. Afirman: ¡°El s¨ªndrome de la impostora dirige nuestra visi¨®n hacia corregir a las mujeres en el trabajo en lugar de corregir los lugares donde trabajan las mujeres¡±.
A pesar de que surjan cuestionamientos sobre su existencia y validez, sobre si se trata de falsa humildad o de un problema de blancas ¡ªuna afirmaci¨®n un tanto reduccionista¡ª, el logro de ensayos como el de Emma Vallespin¨®s es poner sobre la mesa este tema para remarcar y recordar que esa inseguridad que sentimos muchas mujeres no es una tara que viene de serie, sino el resultado de un abrumador y sistem¨¢tico ponernos en duda. El s¨ªndrome de la impostora existe y nos afecta, partamos entonces de su reconocimiento no para detenernos en la queja o el lamento, sino para darnos cuenta de su alcance y que eso permita volver la vista hacia esos entornos en los que hemos sido, hasta ahora, unas perfectas invitadas.
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