Mujeres que creen que no est¨¢n a la altura. Es el ¡®s¨ªndrome de la impostora¡¯
Ellas tienden a infravalorar sus logros y sus capacidades y a decir que no cuando se les ofrecen espacios de representaci¨®n. Muchas se autoexcluyen y dejan de ocupar espacios que podr¨ªan corresponderles
La ¨²ltima vez que la psicoterapeuta Anne de Montarlot se sinti¨® paralizada por el s¨ªndrome de la impostora fue precisamente cuando se puso a redactar, junto a la periodista ?lisabeth Cadoche, un libro titulado El s¨ªndrome de la impostora, que acaba de publicar en Espa?a la editorial Pen¨ªnsula. ¡°Aunque tengo mucha experiencia y hab¨ªamos hecho m¨¢s de 100 entrevistas sobre el tema y mucha investigaci¨®n, de pronto empec¨¦ a cuestionarme mi habilidad para escribir este libro. Menos mal que lo hablamos entre las dos y pude sobreponerme¡±, reflexiona.
A la hora de buscar testimonios para este reportaje, surgi¨® varias veces la misma respuesta: ¡°Claro que sufro s¨ªndrome de la impostora, pero no s¨¦ si soy la persona m¨¢s indicada para hablar. Seguro que otra persona puede hacerlo mejor¡±. Lo dijeron mujeres de ¨¢mbitos profesionales muy distintos y de edades diversas, en l¨ªnea con la tesis principal del libro de Cadoche y Montarlot, que sostiene que esa sensaci¨®n de inadecuaci¨®n perpetua, de sentirse poco preparado para asumir una responsabilidad del tipo que sea, es femenina y transversal. ¡°Cuando una mujer falla en algo piensa que no vale y, si triunfa, piensa que ha tenido suerte. Cuando los hombres fracasan, en cambio, tienen lista una excusa, ya sea que el jefe era duro o que hay una crisis mundial. Los hombres externalizan el fracaso y las mujeres externalizan el ¨¦xito¡±, resume Cadoche por videoconferencia.
El concepto lo acu?aron dos psic¨®logas cl¨ªnicas estadounidenses en 1978. Pauline Rose Clance y Suzanne Imes condensaron la idea de que, a pesar de acumular logros acad¨¦micos y profesionales, las mujeres persisten en creer que en realidad no son tan brillantes y que se las han arreglado para enga?ar a quienes creen lo contrario. M¨¢s tarde, autoras como Jessamy Hibberd y Valerie Young terminaron de definir el concepto. Hibberd incidi¨® en la diferencia entre la falta de confianza en uno mismo y el s¨ªndrome del impostor ¡ªpara quien padece el segundo, escribi¨®, ¡°la ca¨ªda es inevitable. En cuanto alcance su objetivo, infravalorar¨¢ su ¨¦xito¡±¡ª. El s¨ªndrome es sist¨¦mico, opinan varias expertas, forma parte del andamiaje patriarcal: se condiciona a las mujeres con la socializaci¨®n ¡ªse espera de ellas menos agresividad y una ambici¨®n menos obvia¡ª y a su vez no se encuentran representadas en ¨¢mbitos de poder.
Una consecuencia del s¨ªndrome es que las mujeres se autoexcluyan y dejen de ocupar espacios que podr¨ªan corresponderles. Carlos Orqu¨ªn ha sido productor en varias etapas en programas de Radio Barcelona. Uno de sus cometidos es encontrar participantes en los debates. Quiere hacer tertulias paritarias, pero no le salen los n¨²meros. Cuando llama a hombres, casi el 100% dice que s¨ª. Ellas contestan que se ven capacitadas para hablar del ¨¢rea en la que son expertas, pero no de abordar cualquier tema de actualidad que surja, como se exige en las tertulias generalistas. ¡°Se exige sentar c¨¢tedra, imponer tu visi¨®n de c¨®mo deber¨ªan ser las cosas, y los hombres est¨¢n m¨¢s acostumbrados a hacerlo¡±, opina.
Laura G¨®mez es una de esas mujeres que han dicho muchas veces ¡°no¡±. Gestora de redes, videojugadora y experta en videojuegos, suele rechazar ir a encuentros de su ramo, entrevistas y presentaciones de libros colectivos en los que participa. ¡°El sentimiento de no estar lo suficientemente preparada es una de las razones por las que abandon¨¦ el sector de los videojuegos. En esferas masculinizadas, la sensaci¨®n de no ser suficiente se multiplica por mil: a las mujeres nos exigen el triple de rendimiento y el triple de maestr¨ªa. Se nos exige ser pioneras y excelentes para ganarnos el estatus de iguales¡±, dice.
A la productora de cine Esther Fern¨¢ndez le ofrecieron dar clases en la escuela en la que ella misma estudi¨®, la ESCAC. Acept¨®, pero entr¨® en p¨¢nico. ¡°Ten¨ªa insomnio, sudores. Me invent¨¦ una excusa para que pasaran mis clases al siguiente semestre. Sent¨ªa que no ten¨ªa nada que ofrecer porque no hab¨ªa producido pel¨ªculas de 30 millones de euros. Al final tuve que hablar con un coach para que me ayudara a procesarlo y poder hacerlo¡±. En cambio, Esther Lozano, cazatalentos de Zinettica, empresa que selecciona candidatos para puestos directivos que suelen superar los 100.000 euros de sueldo, no suele encontrarse con mujeres que se autoexcluyan de los procesos de selecci¨®n. ¡°Otra cosa es que te puedan verbalizar dudas cuando te piden consejo en privado, pero cuando contactamos a mujeres para puestos importantes, siempre expresan de manera muy clara que se sienten capaces¡±. En los ¨²ltimos dos a?os, dice, ha encontrado trabajo a 56 altos cargos, 27 de ellos mujeres. Seg¨²n Cadoche, se debe a que las mujeres con el s¨ªndrome ni siquiera llegan a estar en ese proceso. ¡°Piensan: ¡®Piden seis requisitos y solo cumplo cinco. No hablo noruego fluido¡¯.
Cadoche y Montarlot incluyen en su libro citas de la exministra de Sanidad y fil¨®sofa francesa Simone Veil ¡ªconvencida de que cualquier d¨ªa la echar¨ªan del Gobierno (¡°Voy a cometer un gran error y me enviar¨¢n de vuelta a la magistratura¡±)¡ª, Michelle Obama o Sheryl Sandberg, n¨²mero dos de Facebook y autora de Vayamos adelante (Conecta, 2013), considerado el manifiesto fundacional de la rama m¨¢s corporativa y liberal del feminismo en la pasada d¨¦cada. La ex canciller alemana Angela Merkel, la actriz Meryl Streep y la escritora Margaret Atwood tambi¨¦n confiesan haberse sentido impostoras. Para las autoras de El s¨ªndrome de la impostora, ese fue un punto de partida: si hasta ellas se hab¨ªan llegado a sentir en ocasiones un fraude, qu¨¦ no pensar¨¢n las dem¨¢s.
Existen, sin embargo, voces que cuestionan el ¨¦nfasis en esta cuesti¨®n. ¡°El s¨ªndrome de la impostora dirige nuestra mirada a las mujeres, en lugar de centrarse en arreglar los lugares de trabajo¡±, argumentan las activistas y periodistas Ruchika Tulshyan y Jodi-Ann en un art¨ªculo de febrero en la revista Harvard Business Review. El denominado s¨ªndrome, sostienen, no es una especie de patolog¨ªa psicol¨®gica: se debe a que el sistema est¨¢ dise?ado para excluir a las mujeres, sobre todo si no son blancas, de clase media y de capacidades est¨¢ndar, y se diagnostica especialmente en entornos t¨®xicos que valoran el individualismo por encima de los logros colectivos.
Esforzarse para superar el complejo, argumenta Christine Bard, especialista en historia de los feminismos, no deber¨ªa ser una tarea m¨¢s en la larga lista de cosas por hacer que suelen arrastrar las mujeres. ¡°Ellas no solo sufren discriminaci¨®n, sino que las culpamos al insinuar que, si tuvieran m¨¢s arrojo y confianza en s¨ª mismas, no tendr¨ªan estos problemas¡±. Quiz¨¢ es el sistema, concluye, el que necesita coaching.
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