Caminar nos arruina la vida. Es la peor de las vidas mejores
En el paseo, tambi¨¦n emerge la verdad: ¨¦ramos m¨¢s felices antes, cuando no cumpl¨ªamos las recomendaciones m¨¦dicas
Como tant¨ªsimos otros ciudadanos, camino a diario. Lo hago al estilo Rajoy, a paso ligero y por prescripci¨®n m¨¦dica. Mi reumat¨®loga me ha persuadido, con bibliograf¨ªa y una tonelada de consejos, de que ese ejercicio moderado me va a mejorar la vida. Si persisto, puedo hacer que la enfermedad degenerativa que ya me ha fusionado varias v¨¦rtebras avance ...
Como tant¨ªsimos otros ciudadanos, camino a diario. Lo hago al estilo Rajoy, a paso ligero y por prescripci¨®n m¨¦dica. Mi reumat¨®loga me ha persuadido, con bibliograf¨ªa y una tonelada de consejos, de que ese ejercicio moderado me va a mejorar la vida. Si persisto, puedo hacer que la enfermedad degenerativa que ya me ha fusionado varias v¨¦rtebras avance muy despacio o, incluso, se detenga en esta fase, sin amargarme m¨¢s. No ha sido f¨¢cil romper el sedentarismo: el dolor de los primeros d¨ªas de actividad fue atroz, pero confi¨¦ en la bibliograf¨ªa que aseguraba que, si apretaba los dientes y aguantaba, pronto notar¨ªa mejoras. Menos mal que hice caso. Hoy, caminar es un placer, casi una necesidad, un h¨¢bito que extra?o mucho los d¨ªas en que no puedo hacerlo. Me calzo las zapatillas, me pongo los auriculares y salgo a la calle feliz, a enfilar mi ruta por parques, bosquecillos y cursos de agua.
No quiero negarlo: soy otra persona, una persona mejor. He perdido unos kilos, he recuperado cierta movilidad y ya no sufro esos dolores infernales. Vivo m¨¢s c¨®modo y seguramente soy una compa?¨ªa menos latosa ahora que no tomo analg¨¦sicos y puedo agacharme para recoger cosas del suelo sin pedir ayuda, pero me resisto a enga?ar a los amigos que me celebran el cambio: esta vida mejor es una vida mejor de mierda.
Quiz¨¢ sea porque camino aislado sonoramente, escuchando podcasts de Radio Cl¨¢sica que me explican un cuarteto americano de Dvor¨¢k, pero mis paseos tienen una consistencia astral. A los pocos pasos, la conciencia flota libre y contempla el mundo con el volumen al cero. A las horas de mis caminatas, en el parque y el bosquecillo solo hay gente que hace ejercicio. Destacan los arist¨®cratas de este reino, los runners, que subrayan su sangre azul llam¨¢ndose a s¨ª mismos en ingl¨¦s, renunciando al prosaico corredores. Van equipados con armaduras de Decathlon, lucen escudos her¨¢ldicos de Nike y se saben tan due?os del parque que jam¨¢s se desv¨ªan de su ruta, milim¨¦tricamente calculada para sus marcas y objetivos. Como no les oigo venir por detr¨¢s, me suelen pasar rozando, y alg¨²n d¨ªa me tirar¨¢n y me pisotear¨¢n, con el mismo desprecio con el que el se?or feudal arrollaba a sus villanos con su caballo. Los ciclistas son otra orden nobiliaria del ejercicio, de h¨¢bitos y arrogancias muy parecidos. Tienen en com¨²n la forma en que nos desprecian, como los alpinistas a los senderistas. Para ellos, los andarines somos la base de la cadena tr¨®fica, una especie que no merece ni ser depredada porque es ins¨ªpida y sin nutrientes. Prefieren comer barritas energ¨¦ticas.
No es su desprecio lo que hace de esta vida una mierda. Contaba con ¨¦l y asumo su clasismo: sin duda lo merezco, pues represento todo aquello que detestan. Si vivi¨¦ramos en un sistema de castas eficaz, no tendr¨ªan que cruzarse conmigo, pero la maldita democracia nos da el mismo derecho a usar los parques, as¨ª que procuro hacerlo sin estorbarles. Me acongojan los andariegos como yo, que somos muchos. La mayor¨ªa, todo he de decirlo, m¨¢s viejos. A mis 43, soy el alev¨ªn de la tribu. Mis cong¨¦neres caminantes me sacan de media 15 o 20 a?os, y la mayor¨ªa lucen tristes y cascados. No s¨¦ qu¨¦ contar¨¢n a sus amigos y familias cuando estos les celebren la persistencia en el andar y el tip¨ªn que se les est¨¢ poniendo, pero en el parque no se puede disimular el ¨¢nimo. Con la s¨¦ptima de Shostak¨®vich en los auriculares, sus caras dicen: vaya mierda.
Quiz¨¢ con Mozart o con un aria de Tosca, sus caras me parecer¨ªan m¨¢s alegres. Al fin y al cabo, la s¨¦ptima de Shostak¨®vich, dedicada al cerco de Leningrado, habla de muerte y canibalismo, pero precisamente por eso me da la medida justa de la verdad. Nadie est¨¢ contento. Puedo adivinar que muchos andadores (por razones de estad¨ªstica cardiol¨®gica, la mayor¨ªa son hombres) han pasado por su primer infarto y est¨¢n intentando conjurar el segundo. A la vida ya solo le piden un poco m¨¢s de vida. Saben que su posici¨®n negociadora con el destino es d¨¦bil, que no est¨¢n para pedir amores arrebatados ni ser estrellas del trap y perrear con Nathy Peluso. Con un poquito m¨¢s de eso, un poquito m¨¢s de ese sol de invierno y de ese alivio leve de endorfinas, les vale. Como me vale a m¨ª poder asentir o negar con la cabeza sin que me crujan las v¨¦rtebras. De ah¨ª nuestra tristeza, de la conciencia aguda del final. Nos quedan pocos memento vita. Hay que conformarse con los memento mori, que son m¨¢s interesantes en t¨¦rminos literarios, pero maldita sea la literatura.
Me gustar¨ªa guardarles el secreto. En un mundo obsesionado por la salud y el cuerpo, la hipocres¨ªa social nos obliga a mostrarnos agradecidos y a predicar cuales Saulos de Tarso la buena nueva de la vida activa, pero si yo escucho a Shostak¨®vich es para evitar la tentaci¨®n de ponerme esa canci¨®n ratonera y elegiaca de Los Enemigos en la que se despide de los bares (¡°adi¨®s, venteros; / adi¨®s, m¨¢rmol grasiento. / Salud, caballeros, / yo les cedo mi asiento¡±). Me siento mejor con esta vida ordenada, baja en grasas y casi abstemia, pero mi vida era mucho m¨¢s interesante cuando incumpl¨ªa todas las recomendaciones de la OMS. Con mirada de perro encerrado y triste, mis compa?eros de caminata me lo dicen tambi¨¦n. El humo de aquellos cigarros y los posos de la ¨²ltima copa de vino tal vez abrieran una v¨ªa de alta velocidad hacia la tumba, pero qu¨¦ tumba tan rica, sutil y acogedora. Se marchaba m¨¢s feliz en esos vagones de mugre y trasnoche que avanzando paso a paso por la senda arbolada del bienestar.
Lo sabemos nosotros, los andariegos, los que vivimos porque hay que vivir, porque lo contrario ser¨ªa est¨²pido, pero caminar, desde S¨®crates hasta hoy, pasando por todos los fil¨®sofos de los que habla Ram¨®n del Castillo ¡ªotro andariego¡ª en su ensayo Fil¨®sofos de paseo, es un acto prestigioso, no solo compatible con el pensamiento, sino propiciador del mismo. Y como pensadores que caminan comprendemos que la ¨²nica forma de acompasar la mente y el cuerpo es mediante el enga?o. En el paseo, la verdad aparece molesta e inevitable, y todas las fantas¨ªas sobre la juventud eterna y la perfecci¨®n corporal se vuelven vanas. Uno lo hace porque hay que hacerlo, porque la alternativa aterra, pero no nos infantilicen con autoenga?os impropios de un adulto. ?ramos m¨¢s felices antes. Vivir sabiendo que todo aquello acab¨® quiz¨¢ nos haga m¨¢s sabios y qui¨¦n sabe si ejemplares, pero tambi¨¦n un poco s¨ªsifos y un poco mec¨¢nicos. De alg¨²n modo, somos menos humanos, y como la pir¨¢mide de la poblaci¨®n se invierte y pronto seremos casi todos ancianos que caminan por los parques, la Europa que viene ser¨¢ menos humana, con un tono m¨¢s p¨¢lido, con m¨²sicas elegiacas, m¨¢s tirando a penitas de Shostak¨®vich que a arrebatos de Beethoven. Seremos m¨¢s sabios tambi¨¦n. Es decir, seremos una mierda.
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