Hay que prohibir los m¨®viles hasta los 16 a?os
Llevo 10 a?os luchando en primera l¨ªnea contra el suicidio adolescente y he visto que el abuso de las pantallas hace que los j¨®venes pierdan habilidades para afrontar la vida, ahonda su sensaci¨®n de malestar y deteriora su salud mental
Como psic¨®logo cl¨ªnico, me dedico desde hace 10 a?os a la atenci¨®n directa de familias con hijos menores de 18 a?os que deciden acabar con su vida o lo intentan. En estos a?os he sido testigo de c¨®mo han aumentado los recursos para la atenci¨®n de las personas en riesgo de suicidio ¡ªel desarrollo de m¨²ltiples planes de prevenci¨®n del suicidio, la creaci¨®n del n¨²mero 024 para evitarlos, la apertura de asociaciones de supervivientes¡¡ª y a la vez he visto c¨®mo todos estos esfuerzos han sido triturados: asumimos unas cifras cada vez m¨¢s preocupantes. Como coordinador del Programa de Atenci¨®n a la Conducta Suicida del Menor del Hospital Sant Joan de D¨¦u de Barcelona, lo s¨¦ bien: en nuestras urgencias hemos pasado de atender 250 episodios de conducta suicida (ideaci¨®n, amenazas, gestos y tentativas) en 2014 a 1.000 episodios en 2022.
En los ¨²ltimos a?os, ante la pregunta de c¨®mo era posible que un menor llegue al extremo de decidir acabar con su propia vida, de forma creciente ha ido apareciendo la influencia de las pantallas. No, las pantallas no han inventado el suicidio, no son responsables de que este exista. Pero, en la infancia y la adolescencia, s¨ª parecen ser, en parte, uno de los factores responsables de su incremento, de la mano del aumento del malestar de los adolescentes, de las nuevas violencias a las que se ven expuestos, y tambi¨¦n, y muy importante, de la p¨¦rdida de habilidades para afrontar la vida. As¨ª, mientras la prevenci¨®n del suicidio consiste en dotar a los menores de estrategias para hacer del mundo un lugar habitable, a muchos de ellos las pantallas los vac¨ªan de herramientas, les restan oportunidades para adquirir dichas habilidades. Y esta es, a mi juicio, la causa oculta.
En mi despacho he ido oyendo a estos chicos y chicas con atenci¨®n. Refieren situaciones de ciberacoso, agresiones sexuales empeoradas con la humillaci¨®n de ser grabadas y compartidas, la influencia que ejerce en ellos la infinidad de perfiles en las redes sociales que alientan al suicidio. Aflor¨® una realidad m¨¢s profunda: ahora llegan con mayores sentimientos de vac¨ªo, con una actitud totalmente pasiva ante el mundo, incapaces de hacer propuestas a sus situaciones, esperando una suerte de soluci¨®n m¨¢gica externa, adem¨¢s de su desvitalizaci¨®n, su falta de ganas de vivir, de hambre de experiencias nuevas, saturados de fuegos artificiales sin sentido, sin contenido, sin narrativa.
Parte de las causas han sido ya descritas en estudios cient¨ªficos y en ensayos. La lectura de La f¨¢brica de cretinos digitales (Pen¨ªnsula, 2020), de Michel Desmuget ¡ªdoctor en neurociencia y director en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigaci¨®n M¨¦dica de Francia¡ª, me abri¨® m¨¢s de 1.082 referencias bibliogr¨¢ficas que arrojaron luz sobre mi d¨ªa a d¨ªa. Un informe (Increases in Depressive Symptoms, Suicide-Related Outcomes, and Suicide Rates Among U.S. Adolescents After 2010 [Aumento en los s¨ªntomas depresivos en los resultados relacionados con el suicidio entre los adolescentes estadounidenses tras 2010], con datos de medio mill¨®n de adolescentes de entre los 13 y los 18 a?os, dirigido por Jean M. Twenge, psic¨®loga de la Universidad de San Diego, concluy¨® que los adolescentes que pasan m¨¢s tiempo ante pantallas tienen m¨¢s probabilidad de desarrollar problemas de salud mental importantes que los que dedican m¨¢s a otras actividades.
La mayor¨ªa (el 57%) de las chicas adolescentes de EE UU refieren tener sentimientos de desesperanza y tristeza (Center for Disease Control and Prevention, 2021). La prevalencia de la ideaci¨®n suicida ha ido aumentando en EE UU entre 2008 y 2019, pasando del 9,2% al 18%, seg¨²n varios estudios (Suicide and suicide behaviour [suicidio y comportamiento suicida], Nock et al, 2008; Global Lifetime and 12-Month Prevalence of Suicidal Behavior in Children and Adolescents between 1989 and 2018: A Meta-Analysis [Prevalencia del comportamiento suicida en ni?os y adolescentes entre 1989 y 2018: un metaan¨¢lisis], Lim et al, 2019). En Espa?a, el 48,9% de los j¨®venes han pensado alguna vez en suicidarse, frente a un 47% que no lo ha pensado nunca, tal y como public¨® el Bar¨®metro Juvenil sobre Salud y Bienestar 2023, elaborado por la FAD y la Fundaci¨®n Mutua Madrile?a, en el D¨ªa Internacional de la Salud Mental.
?Y c¨®mo impactan las pantallas en los m¨¢s peque?os? Algunos presentan retrasos en su neurodesarrollo, como ha detectado l¡¯Associaci¨® Catalana de Llars d¡¯Infants, la asociaci¨®n m¨¢s importante de guarder¨ªas de Catalu?a, en una encuesta desarrollada entre 110 guarder¨ªas y publicada el pasado 13 de octubre. El 80% de los centros educativos encuestados detect¨® una correlaci¨®n entre el n¨²mero de ni?os con un nivel de retraso global y su sobreexposici¨®n a las pantallas, en aumento curso tras curso. Quiero destacar algo que se?ala esta encuesta: que cuando los padres, alertados por los centros, les retiran las pantallas a los peque?os (para comer, en el coche¡), estos mejoran. Es decir, si se rectifica pronto, el da?o se minimiza.
El tiempo frente a la pantalla puede afectar a la capacidad de los menores para desarrollarse de manera ¨®ptima, confirma un estudio (Asociaci¨®n entre el tiempo frente a la pantalla y el desempe?o de los ni?os en la valoraci¨®n de su desarrollo, 2019) publicado por JAMA, una revista m¨¦dica estadounidense, con datos de 2.500 menores de entre un a?o y a?o y medio.
Siete de cada 10 ni?os espa?oles de entre 6 y 12 a?os comen con una pantalla o un dispositivo t¨¢ctil delante, seg¨²n datos de 2016 de la Sociedad Espa?ola de Pediatr¨ªa Extrahospitalaria y Atenci¨®n Primaria, que destaca los problemas alimentarios ¡ªsobrepeso u obesidad¡ª que eso acarrea. Por mi experiencia, los procesos internos de negociaci¨®n, de gesti¨®n emocional, de tolerancia a la frustraci¨®n que est¨¢ teniendo que poner en pr¨¢ctica un ni?o que est¨¢ sentado delante de un plato ¡ªsin querer estar ah¨ª¡ª y siguiendo la indicaci¨®n de un adulto son esenciales para la vida adulta. Por no hablar de la importancia de ser consciente del propio acto de la alimentaci¨®n, y de la capacidad narrativa de las peque?as cosas, una actividad con un inicio, un desarrollo y un fin. Ni qu¨¦ decir tiene el de la tolerancia a la espera, que en terapia requiere de un proceso de entrenamiento en el que al ni?o se le ponen unos tiempos de espera que incrementan de forma progresiva, primero entrenando a aguantar cinco minutos, luego 10¡ S¨ª, hay habilidades que hay que entrenar, y qu¨¦ mejor entrenamiento del tiempo de espera que un trayecto en coche o en transporte p¨²blico, aquellos ¡°?cu¨¢ndo llegamos? ?Cu¨¢nto falta?¡± sin fin.
No, la pantalla no es un recurso para que el ni?o coma, tampoco para que el ni?o vaya entretenido en un viaje de coche, la pantalla es una interferencia en el desarrollo de los propios recursos para tolerar la vida cotidiana. Lo mismo sucede con el aburrimiento, gran fuente de imaginaci¨®n y motor de la creatividad. La pantalla no es un recurso para que el ni?o no se aburra, es la mejor forma de incapacitar el desarrollo de sus propios recursos y el mayor enemigo de la imaginaci¨®n.
Una encuesta ¡®online¡¯ de GAD3 estim¨® en un 20% los ni?os espa?oles menores de 10 a?os con ¡®smartphone¡±
La incorporaci¨®n de un elemento tan poderoso como son las pantallas en la vida de nuestros menores se ha realizado sin cuestionamiento, sin la pregunta elemental: ?para qu¨¦? Alguien ingenuo y bien pensado podr¨ªa creer que las Bigtech est¨¢n en una contienda desmedida entre ellas, que compiten por el excedente conductual en la era del capitalismo de la vigilancia que nos se?ala la soci¨®loga estadounidense Shoshana Zuboff. Que lo hacen a tal velocidad que les impide hacer estudios para analizar las consecuencias de sus innovaciones. En El valor de la atenci¨®n (Pen¨ªnsula, 2023), el divulgador escoc¨¦s Johann Hari entrevist¨® a importantes desarrolladores de Silicon Valley que han sido incapaces de seguir en el negocio. Algunos incluso se enfrentaron a sus compa?eros. Pero se volvieron a enga?ar, no se enfrentaban a estos, se enfrentaban a la culpa por lo que hab¨ªan estado haciendo, se enfrentaban a su yo del pasado.
Steve Jobs prohib¨ªa las pantallas a sus hijos, seg¨²n le cont¨® al periodista de The New York Times Nick Bilton. Tambi¨¦n es de dominio p¨²blico que en muchas escuelas de Silicon Valley los menores tienen acceso a pizarras y tizas, no a pantallas. No parece muy ¨¦tico hacer negocio con algo que cada vez m¨¢s estudios afirman puede provocar da?os a los ni?os. Tampoco lo es justificarse culpando a los otros padres, tach¨¢ndolos de irresponsables, ignorantes e incompetentes, en una suerte de argumento l¨®gico/siniestro de, ¡°yo protejo a los m¨ªos, que los dem¨¢s protejan a los suyos¡±.
No hay nada m¨¢s simple que considerar que los dispositivos son algo simple. Subestimar su reconocido poder y su potencial de penetraci¨®n e interferencia en diferentes ¨¢mbitos de lo humano. No, las pantallas no son una explicaci¨®n simple al incremento del malestar detectado en nuestros menores. Como hemos visto, interfieren en el desarrollo de sus habilidades durante la primera infancia y la adolescencia. Y a esos menores con menos recursos para poder afrontar la vida, los sometemos a unos riesgos inconmensurables; los exponemos a im¨¢genes de ¨¦xitos inalcanzables, a la comparaci¨®n constante, a la propaganda y la manipulaci¨®n de grupos radicales, con exposiciones tempranas a escenas de violencia y de sexo, o de ambas a la vez, con mayor riesgo de perpetrar violencia contra los otros y contra s¨ª mismos, y con mayor tendencia a exponerse a situaciones de victimizaci¨®n.
La adolescencia es una etapa dif¨ªcil y eso no parece que vaya a cambiar, evolutivamente ha de ser as¨ª. Pero ahora la evidencia cient¨ªfica tambi¨¦n relaciona el aumento desmesurado de ese malestar con el abuso de las pantallas. Y lo evidente es que no estamos respondiendo como corresponde. Es sangrante que sigamos dejando o deseando de forma pasiva que se regule solo. M¨¢s cuando las horas que pasan nuestros menores ante las pantallas no dejan de aumentar (la pandemia jug¨® su papel en esta tendencia), estim¨¢ndose en 9 horas diarias en menores de entre 11 y 14 a?os en Estados Unidos y en tres horas diarias en menores de dos a?os (Tecnolog¨ªa en la educaci¨®n: ?una herramienta en los t¨¦rminos de qui¨¦n?, UNESCO, 2023). Lo mismo ocurre con la edad de acceso al primer dispositivo, que en algunos entornos sucede cada vez antes. Muchos menores lo reciben como regalo de comuni¨®n (a los nueve a?os). Una encuesta online de la empresa de investigaci¨®n GAD3 estim¨® en un 20% los ni?os espa?oles menores de 10 a?os con tel¨¦fono m¨®vil.
Simples son los argumentos que se han utilizado para acceder a nuestros hijos. Como, por ejemplo, que las pantallas son, o pueden ser, un recurso para ni?os y adolescentes, que las van a necesitar para progresar. Esta afirmaci¨®n no puede resultar m¨¢s atractiva para los padres, aportadores de recursos por excelencia, pero la infancia y la adolescencia son dos etapas de desarrollo continuado de la persona en las cuales son mucho m¨¢s importantes las oportunidades para desarrollar los propios recursos que los recursos externos. Cualquier ayuda o recurso que pretenda facilitar los retos propios de la infancia o la adolescencia puede tener el grave potencial de incapacitar a la persona para el desarrollo de dicha habilidad. ?En qu¨¦ momento se ha pensado que el gran enemigo del aprendizaje, la distracci¨®n, puede mejorar el rendimiento acad¨¦mico? ?Que la mejor forma de aprender es no ser consciente del proceso de aprendizaje? ?C¨®mo voy a saber c¨®mo afrontar el siguiente aprendizaje?
Durante la infancia y la adolescencia, las pantallas no favorecen la comunicaci¨®n ni la amistad ni las relaciones¡±
En el ¨¢mbito de las relaciones, el funcionamiento es exactamente el mismo. Nos han vendido las pantallas como un recurso para socializar y relacionarnos. Adem¨¢s, han tenido la habilidad de decir que cuando estamos mirando una pantalla estamos conectados. Otra obra brillante de la ingenier¨ªa de la publicidad. Resulta que cuando yo pierdo de vista a mis padres durante la infancia, cuando pierdo de vista a mis hermanos y amigos, cuando la punta de mi dedo toca una fr¨ªa pantalla, estoy m¨¢s conectado que cuando toco otras manos, una piel. Estoy m¨¢s conectado cuando miro una pantalla que cuando cruzo una mirada. No, en la infancia y la adolescencia, las pantallas no favorecen la comunicaci¨®n ni la amistad ni las relaciones familiares.
Gracias a la valent¨ªa de los directores de varios centros escolares, hemos observado que lo ¨²nico que pasa cuando le quitas el m¨®vil a un grupo de menores es que la vida se abre camino, y brota con fuerza la interacci¨®n, el movimiento y el conflicto visible. Durante la infancia y la adolescencia, todo el tiempo que se pasa mirando una pantalla, es tiempo perdido de oportunidad de desarrollo de habilidades sociales, de p¨¦rdida de desarrollo emp¨¢tico.
Hay una manera de prevenir el suicidio en la infancia y la adolescencia que necesita pocos recursos. La mejor intervenci¨®n, desde mi punto de vista, no es otra que la prohibici¨®n de los m¨®viles hasta los 16 a?os, con una regulaci¨®n de uso restrictiva entre los 16 y los 18. Un ni?o antes de los seis a?os no deber¨ªa tener nunca acceso a una pantalla, y a partir de esa edad una exposici¨®n m¨¢xima de media hora diaria. Nunca antes de ir al colegio, nunca al menos dos horas antes de dormir, nunca en modo multitarea (comer, viajar, hacer las tareas¡). Por mi parte, he limpiado mi casa de las pantallas que hab¨ªan estado disponibles para que mis hijos pudieran ver La patrulla canina en ingl¨¦s con el argumento de que hicieran o¨ªdo. Qu¨¦ equivocado estaba.
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