?Es inevitable la guerra para el ser humano?
La regla moral esencial es no hacer da?o. Pero como especie tenemos una capacidad de mentalizaci¨®n comunitaria capaz de lo mejor y de lo peor
Estamos a punto de estrenar un nuevo a?o, pero las noticias nos desalientan: conflicto en Ucrania, bombardeos en Gaza, combates en Yemen. ?De verdad la guerra es condici¨®n necesaria entre humanos?
En 1986 surgi¨® el Manifiesto de Sevilla contra la Violencia, un documento elaborado por expertos internacionales reunidos por la Unesco en la ciudad andaluza que concluye que no hay evidencia cient¨ªfica de que la guerra sea inherente a las personas. ¡°La guerra no est¨¢ en nuestros genes. Lo que es inevitable es la ira y la violencia humanas¡±, explica Jorge L. Tiz¨®n, psiquiatra y autor de La guerra como campo de batalla. Deconstruyendo mitos y s¨ªmbolos (Herder, 2022). Tiz¨®n nos recuerda algo que todos experimentamos en nuestra convivencia: que en nosotros est¨¢ la ira y la violencia ¡ªy la pena y la tristeza¡ª, pero tambi¨¦n la alegr¨ªa, el apego, el deseo o el instinto de juego.
A veces nos cuesta ver lo evidente. En el humano, la regla moral esencial es no hacer da?o, y somos un ser ¡°ultrasocial que consigue vivir en ¨¢reas urbanas densamente pobladas donde se da una sociabilidad respetuosa, se interact¨²a de forma confiada entre desconocidos, con ampl¨ªsimos m¨¢rgenes para la tolerancia y la cooperaci¨®n¡±, recuerda Adolf Tobe?a, catedr¨¢tico de Psiquiatr¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona. ?Entonces?
Entonces el enfrentamiento armado es lo que llevamos viendo desde hace siglos, una cuesti¨®n nutrida por lo que Eric Fromm bautiz¨® como la escuela de ¡°instintivismo¡±, una idea encubridora para aceptar la guerra. ¡°Est¨¢n las emociones humanas, y luego la cultura se encarga de estimular o reprimir unas u otras¡±, advierte Tiz¨®n.
En La religi¨®n de la guerra (Arena libros, 2022), que recoge art¨ªculos de juventud del fil¨®sofo Andr¨¦ Glucksmann, se argumenta que Occidente es una sociedad cartografiada a partir de las guerras derivadas del imperialismo, el colonialismo y el nacionalismo. Y que esta ocupa un lugar preeminente en la imaginer¨ªa occidental. La guerra es columna vertebral en las lecciones de historia, en pinturas, novelas, pel¨ªculas, series o videojuegos. Un s¨ªmbolo poli¨¦drico percibido como destino, deber, costumbre, llamada biol¨®gica, aventura, un absurdo y, ¨²ltimamente, como el peor de los cr¨ªmenes.
Camarader¨ªa y necrofilia
Quiz¨¢s una costumbre se parece mucho a una verdad, pero no lo es. En 1987, Georgi Arbatov, consejero de Mija¨ªl Gorbachov, advirti¨® a Occidente: ¡°Os vamos a hacer una cosa terrible: os vamos a privar de un enemigo¡±. Si hay que potenciar identidades menos beligerantes habr¨¢ que enfrentarse a la atracci¨®n por el combate. En La guerra es la fuerza que nos da sentido (S¨ªntesis, 2003), Chris Hedges, un reportero curtido en los conflictos como El Salvador o los Balcanes (y que decidi¨® abandonar The New York Times tras recibir una bronca por ser cr¨ªtico con la invasi¨®n de Irak), advierte que el problema es el poder del mito de la guerra, porque tiene una fuerza que da sentido al caos y a la muerte violenta, y justifica la crueldad y estupidez humana. ¡°La guerra es necrofilia oculta bajo los t¨®picos del deber y la camarader¨ªa¡±, escribe.
La clave est¨¢ en que entre los grupos humanos se puede dar a veces un valor superior. Si es considerada como una ¡°causa justa¡± ¡ªsea cual sea esta¡ª, permite exaltar la moral hasta obnubilarnos y enfrentarnos a otros, seg¨²n Tobe?a, autor de La guerra infinita: de las luchas tribales a las contiendas globales (Plataforma), junto con Jorge Carrasco.
Est¨¢ tambi¨¦n el deseo de luchar. ¡°Los humanos tenemos el privilegio del absurdo: la idea de la vida es m¨¢s importante que la vida misma. Las civilizaciones caen o no en funci¨®n de la vitalidad de sus ideas culturales, de sus valores¡±, explica el antrop¨®logo Scott Atran en conversaci¨®n telef¨®nica. ¡°Tenemos un sesgo neuropsicol¨®gico autom¨¢tico, un resorte psicol¨®gico que nos impulsa a preferir y defender a los nuestros, pero ese sesgo no conduce necesariamente al enfrentamiento¡±, advierte Tobe?a.
¡°Guerrear no est¨¢ en nuestros genes. Lo que no se puede evitar es la ira y la violencia¡±Jorge L. Tiz¨®n, psiquiatra
?Y cu¨¢ndo llega la hostilidad? Cuando se alimenta la competici¨®n, la lucha por el dominio y el favoritismo progrupal ¡ªsea tribalismo, gremialismo, chovinismo o nacionalismo¡ª hasta el paroxismo. Y cuando la direcci¨®n de individuos que pretenden sacar partido personal de las contiendas promocionan el desprecio y el odio a la otredad. Cuando se alimenta el miedo, ¡°cortocircuitante de los procesos cognitivos¡±, lo que puede conducir al enfrentamiento, seg¨²n Tiz¨®n.
Desertores y ¡®cobardes¡¯
En 1795, Kant lanz¨® la idea de declarar ilegal la guerra a escala universal, y el documento de Sevilla ya lo advierte: la guerra nace en la mente. Por eso, ¡°actuando como si la guerra no fuera inevitable podremos prevenirla¡±, razona Cynthia Enloe, autora de Doce lecciones feministas sobre la guerra (RBA, febrero 2024). Para Enloe, afirmar que la guerra es ine?vitable supone no responsabilizar a nadie por destruir la paz, ¡°una suposici¨®n peligrosa y profundamente militarizada, porque todas y cada una de las guerras han estallado debido a decisiones espec¨ªficas de personas concretas, cada una de las cuales podr¨ªa haber actuado de forma diferente¡±.
En esta oscura trama, la propaganda belicista esconde a los que huyen o a los que se niegan a disparar. Durante la II Guerra Mundial, el ej¨¦rcito alem¨¢n mat¨® a 30.000 desertores y en la guerra civil americana la mitad de los soldados no usaron sus armas. Son sombras que rompen en mil pedazos el relato ordenado, en mando y coherencia, de la guerra.
Seg¨²n los tres par¨¢metros fundamentales de las guerras ¡ªfrecuencia, duraci¨®n y letalidad¡ª, estas van disminuyendo. Cuando empez¨® la I Guerra Mundial se apuntaron m¨¢s de dos millones de voluntarios, algo impensable ahora. La historiadora brit¨¢nica Mary Beard argumentaba algo parecido hace poco: ¡°No hemos resuelto el problema de la guerra o los cr¨ªmenes, pero ya sabemos que eso no se hace. Hemos avanzado¡±.
La especie humana tiene una capacidad de mentalizaci¨®n comunitaria capaz de lo mejor y de lo peor. Est¨¢n personas como el doctor palestino Mahmoud Abu Nujaila, de M¨¦dicos sin Fronteras, que muri¨® en un bombardeo al hospital Al Awda, en Gaza, por su decisi¨®n de no abandonar a enfermos y heridos. ¡°Hicimos lo que pudimos. Recordadnos¡±, dej¨® escrito en la pizarra para planificar cirug¨ªas.
Al otro lado del espejo est¨¢ Adolf Hitler, quien en oto?o de 1923, en la cervecer¨ªa B¨¹rgerbr?ukeller, en M¨²nich, sudoroso e iracundo ¡ªle llamaban ¡°el caniche mojado¡± por eso¡ª, enardeci¨® de odio a las 50 personas all¨ª presentes.
A ver qu¨¦ camino seguimos. La declaraci¨®n de Sevilla concluye que ¡°la biolog¨ªa no condena a la humanidad a la guerra, y que la humanidad puede liberarse de la esclavitud del pesimismo biol¨®gico y capacitarse con confianza para emprender las tareas transformadoras¡±.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.