La mujer es una zorra para la mujer
Si ya es dif¨ªcil hacer las paces con una misma desde un cuerpo cargado de conflicto, imagina con todas las dem¨¢s
¡°Las enemistades no se basan nunca en el odio. Las enemistades nacen del dolor, del resentimiento¡±. Con esta sentencia arrancaba la primera temporada de la serie Feud, basada en la terrible relaci¨®n entre Bette Davis y Joan Crawford. Las dos se odiaron toda la vida a pesar de que se admiraban y compart¨ªan profesi¨®n, problemas y ¨¦xito. Lo ten¨ªan todo para ser amigas. O, como m¨ªnimo, compa?eras. Pero se limitaron a destruirse. ¡°?Que por qu¨¦ soy tan buena interpretando a zorras? Probablemente porque no lo soy. Quiz¨¢ por eso la se?orita Crawford siempre interpreta a damas¡±, declar¨® Davis. Estos d¨ªas, mientras ve¨ªa la serie, la palabra zorra saltaba de la boca de unas mujeres a la de otras¡ Y me hizo pensar en c¨®mo las mujeres podemos llegar a ser el peor enemigo de las mujeres.
En primer lugar conviene recordar que una mujer es un organismo que est¨¢ expuesto, desde la m¨¢s tierna infancia y hasta el d¨ªa de su muerte, a un juicio constante sobre su apariencia. ¡°Me siento sexy desde que cumpl¨ª seis a?os. Y d¨¦jame decirte que era el infierno, un puro infierno, esperar para hacer algo al respecto¡±, declar¨® Davis en una entrevista. Duele entender que en ning¨²n momento se le ocurri¨® pensar que el verdadero infierno es sentirse sexy con solo seis a?os. Desde aqu¨ª lanzo un abrazo retroactivo para la peque?a Ruth Elizabeth (la peque?a Bette Davis). Ojal¨¢ le alcance en el pasado.
La cuesti¨®n es que cuando el juicio sobre una persona se basa en su apariencia f¨ªsica, queda destinada a depender de su exterioridad. Y, cuando su lugar en el mundo se lo tienen que otorgar los otros, entonces est¨¢ predestinada a la competencia y al rencor. Y eso es justo lo que les pas¨® a Crawford y a Davis, que compitieron hasta la muerte. No porque se cayeran mal o por alg¨²n agravio concreto, sino porque las estructuras sociales y profesionales que vivieron no permit¨ªan otras opciones. Esa es al menos la tesis de la serie cuyo ¨²ltimo cap¨ªtulo se titula ¡®?Quieres decir que todo este tiempo podr¨ªamos haber sido amigas?¡¯.
En efecto, la historia de las mujeres ha implicado durante mucho tiempo competir por un mismo espacio. Luchar por el cuerpo perfecto, el hombre perfecto y la familia perfecta. ¡°Siempre he sabido lo que quer¨ªa, y eso siempre ha sido la belleza en todas sus formas: una casa bonita, un hombre apuesto, una vida agradable y una buena imagen¡±, resumi¨® Crawford. ?Y los hombres? ?Acaso son menos competitivos? Ellos han colocado hist¨®ricamente su honor muy lejos de su cuerpo, en la guerra, en un enemigo com¨²n y exterior. Su identidad ha sido m¨¢s solidaria en este sentido. En cambio, la palabra sororidad no se incluy¨® en el diccionario hasta 2018. Y es normal. Si ya es dif¨ªcil hacer las paces con una misma desde un cuerpo cargado de conflicto, imagina con todas las dem¨¢s. Pues bien, esta competencia que vamos superando a fuerza de determinaci¨®n y de colaboraci¨®n, a veces salta de la carne a la palabra. Como si cualquier adjetivo femenino necesitase ser bonito para ser empleado sin conflicto. Pero las palabras, como el cuerpo, son de cada una. Y estar a bien con ellas, con sus aristas y ambivalencias, ayuda a estar mejor con una misma y m¨¢s cerca de todas.
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