El tr¨¢fico
El enviado especial de EL PA?S inicia su diario de campa?a para las elecciones presidenciales en Afganist¨¢n
La capital de un pa¨ªs acostumbrado a las guerras es una ciudad sucia y ca¨®tica tomada por el tr¨¢fico y los bocinazos. Se nota que no existe la costumbre de seguir las normas porque nadie respeta las escasas se?ales que quedaron en pie ni las direcciones ¨²nicas. El deporte nacional en el centro de Kabul es torearse los unos a los otros a bordo de unos coches desvencijados sin colisionar ni derribar a ciclistas y peatones. Es agosto y el calor resulta denso y seco. Pesa. No hay industrias pero en el aire flotan part¨ªculas procedentes de alguna contaminaci¨®n mal digerida y de los coches que escupen vejez por los tubos de escape. Algunos llevan el volante a la izquierda, como en Espa?a; otros, a la derecha, como el Reino Unido. Es su sello de procedencia: Pakist¨¢n, donde el Imperio brit¨¢nico dej¨® legados culturales tan rentables como un parque automovil¨ªstico cautivo para su industria nacional.
El aterrizaje es espectacular, enmarcado por enormes monta?as que parecen plegadas en una maqueta de cart¨®n piedra. El avi¨®n se mueve entre ellas, como si jugara. Al fondo, el imponente Hindu Kush nevado, una cordillera que atraviesa el pa¨ªs con elevaciones por encima de los 7.000 metros. ?Qu¨¦ belleza generan los lugares donde no llegan las balas, la ambici¨®n ni la guerra de los hombres!
El aeropuerto, rehabilitado con donaciones procedentes de Jap¨®n, es peque?o y limpio. Hay muchos polic¨ªas en actitud ociosa. Alguno lleva chanclas. Tres agentes abruman entre risas de macho a tres azafatas con la excusa de unos formalismos no cumplidos. Si de su disposici¨®n dependiera la guerra con los talibanes, la derrota ser¨ªa inapelable y r¨¢pida.
Tras pasar el control de pasaportes hay que inscribirse en un registro de extranjeros. Es para los periodistas que llegan para cubrir las elecciones. Piden dos fotos a cambio de un carn¨¦. No cobran dinero. Debe ser la inocencia.
En Afganist¨¢n gustan mucho los papeles y las fotos de carn¨¦. Lo primero es herencia del comunismo y su obsesi¨®n por el control absoluto. Las fotograf¨ªas son parte del progreso en el mundo de la imagen. Se exigen para casi todo; tambi¨¦n para vender una tarjeta para el tel¨¦fono m¨®vil.
El hotel es peque?o, una guest house. Parece discreto y con precio que se ajusta a las exigencias de la crisis. Est¨¢ lejos de los fortines de cinco estrellas tomados por los contratistas, uno de los posibles objetivos de los talibanes. El primer d¨ªa es importante ser cauto y dedicar tiempo a informarse, a tomar las medidas y garantizarse un buen gu¨ªa-traductor. Kabul, pese a su fama de violenta, parece una ciudad segura. M¨¢s all¨¢ de esta burbuja habitada por militares de la OTAN, funcionarios de la ONU, diplom¨¢ticos, empresarios, esp¨ªas y decenas, si no cientos, de ONG y agencias humanitarias, est¨¢ la guerra, el enemigo real e invisible, el peligro. Las ciudades como Kabul, Herat, Mazar-i-Sharif son islas fortificadas frente a un mar de tiburones. Hay 101.000 soldados extranjeros para un territorio que supera los 600.000 kil¨®metros cuadrados. Una empresa de vigilancia imposible.
Dec¨ªa Jos¨¦ Carlos Rodr¨ªguez Soto, un misionero que conoc¨ª en el norte de Uganda, que la paz que permanece es la que se logra con la negociaci¨®n y no mediante la fuerza. Para entender las dificultades culturales en Afganist¨¢n, les recomiendo ver (o volver a ver) una pel¨ªcula soberbia: El hombre que quiso reinar (The man who would be King) de John Huston. Est¨¢ basada en una novela de Rudyard Kipling y cuenta con dos grandes interpretaciones de Sean Connery y Michael Caine.
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