Ciudad de Dios, por fin en paz
El Gobierno del Estado de R¨ªo de Janeiro consigue extirpar la violencia y el narcotr¨¢fico que asolaba la favela carioca m¨¢s conflictiva
Favela Ciudad de Dios, jueves 3 de septiembre, diez de la ma?ana. Hace justo un a?o, estar apostado a esa hora en la plaza que sirve de acceso principal al suburbio carioca era sin¨®nimo de jugarse la vida. En Ciudad de Dios, que sirvi¨® de escenario a la laureada pel¨ªcula que narra con descarnado realismo la espiral de violencia que viven muchas de estas ratoneras humanas, campaba a sus anchas hasta noviembre de 2008 el Comando Vermelho (Comando Rojo), una de las bandas criminales m¨¢s virulentas y poderosas de R¨ªo de Janeiro.
Los vecinos narran c¨®mo a plena luz del d¨ªa era com¨²n cruzarse por las angostas callejuelas con chavales imberbes, drogados y armados hasta los dientes con fusiles de asalto AK-47 y AR-15, escopetas de caza en ristre, culatas de pistolas de grueso calibre asomando por el el¨¢stico del ba?ador... Eran im¨¢genes cotidianas que se ve¨ªan con la normalidad que amanece todos los d¨ªas. El narcotr¨¢fico se autoerigi¨® durante 45 a?os como un poder f¨¢ctico que suplantaba al Estado e impart¨ªa su particular doctrina y administraba sus propias leyes.
El sargento Muniz ha cambiado su fusil por un silbato y ropa deportiva
La atm¨®sfera de p¨¢nico generalizado la remataban los hombres de los cuerpos de ¨¦lite de las polic¨ªas civil y militar de R¨ªo (CORE y BOPE). Cada cierto tiempo ocupaban las calles de la favela para desarticular los puntos de venta de droga, incautarse de armas y estupefacientes, detener vivos o muertos a los jefes del narcotr¨¢fico y volver a abandonar el lugar a su suerte.
Era una realidad asumida por todos que en estas brutales operaciones se pod¨ªan producir v¨ªctimas colaterales con una facilidad pasmosa: el fuego cruzado con armamento de guerra en los meandros de una favela, donde la densidad de poblaci¨®n es muy elevada y las paredes de las casuchas tienen la resistencia de un simple ladrillo, casi siempre se cobraba alguna vida inocente. Hasta tal extremo que los vecinos no sab¨ªan a qu¨¦ temerle m¨¢s, si a tiran¨ªa de los narcos o a las intervenciones de la polic¨ªa. Y no eran pocos los que prefer¨ªan lo primero.
Hoy, en la misma plaza de acceso a la Ciudad de Dios, dos j¨®venes agentes de las recientes Unidades de Polic¨ªa Pacificadora (UPP) charlan relajadamente con Kiscylla, una linda mulata de 17 a?os que naci¨® en la comunidad y que hasta el pasado mes de febrero jam¨¢s hab¨ªa cruzado una palabra agradable con un uniformado. "Esta plaza era un desierto, nadie se atrev¨ªa a pasar por aqu¨ª a esta hora del d¨ªa as¨ª que ni te cuento lo que pasaba de noche", comenta, divertida.
La novedosa estrategia del Gobierno del Estado de R¨ªo de Janeiro para extirpar la violencia sinf¨ªn de este suburbio pas¨® por tres fases: primero, lanz¨® una ofensiva contra el narcotr¨¢fico capitaneada por el Batall¨®n de Operaciones Especiales (BOPE) de la polic¨ªa militar. Durante tres meses, los soldados persiguieron a los criminales con el objetivo de detenerlos, liquidarlos o forzarlos a abandonar la favela.
Una vez consumada la primera fase, el 16 de febrero, desembarc¨® en la Ciudad de Dios una Unidad de Polic¨ªa Pacificadora formada inicialmente por 180 efectivos ?hoy ya son 273?, que ocuparon el espacio dejado por los narcos. Su misi¨®n, de duraci¨®n ilimitada, consist¨ªa en marcar presencia y garantizar el buen desarrollo de la tercera fase: la entrada del poder p¨²blico con sus servicios sociales.
Hoy, en una cancha de futbol de la favela, un grupo de ni?os disputa alegremente un partido. El ¨¢rbitro es el sargento Muniz, de la polic¨ªa militar, que hace varios meses cambi¨® el fusil y el chaleco antibalas por un silbato y ropa deportiva. Su misi¨®n ahora consiste en sacar a los chavales de la desidia de la calle y motivarlos en el deporte. "Antes de que lleg¨¢ramos, la mayor¨ªa de estos chicos eran delincuentes potenciales. Viv¨ªan una realidad en la que pasearse por la calle con un fusil significaba ser respetado, manejar dinero y ligar con las mejores chicas. Esto se acab¨®. Ahora les ense?amos que la gente decente hace otras cosas, como estudiar, trabajar o hacer deporte", explica el militar.
Como Muniz, casi todos los polic¨ªas comunitarios que patrullan las calles de Ciudad de Dios llaman a los vecinos por su nombre; pacientes, se paran en las esquinas para escuchar los problemas y las quejas de la gente, o pasan horas en una plaza ense?ando a los ni?os de la comunidad c¨®mo se vuela una cometa.
"Muchas de las incidencias que nos llegan ahora no tienen nada que ver con irregularidades o delitos: son urgencias sanitarias o broncas conyugales. A veces desarrollamos un trabajo m¨¢s de asistente social que de polic¨ªa", explica el capit¨¢n Felipe Magalh?es dos Reis, que dirige los trabajos de la Polic¨ªa Pacificadora en las favelas de Babilonia y Chap¨¦u Mangueira, en pleno barrio de Leme.
El proyecto ya se ha implantado con ¨¦xito en cinco favelas cariocas (Do?a Marta, Ciudad de Dios, Jardim Batam, Babilonia y Chap¨¦u Mangueira), y las autoridades tienen la intenci¨®n de extenderlo a otras tantas que a¨²n sufren el flagelo del narcotr¨¢fico y las milicias. El problema es la falta de efectivos con un perfil adecuado, ya que se pretende que estos agentes salgan directamente de la academia y no arrastren los vicios de la polic¨ªa militar, tristemente conocida por sus elevados niveles de corrupci¨®n.
Desde el anonimato, varios vecinos de Ciudad de Dios no ocultan su temor ante el hecho de que elementos del narcotr¨¢fico siguen escondidos en algunas casas de la favela. Aunque reprimida en su expresi¨®n m¨¢s obscena, la venta de drogas contin¨²a produci¨¦ndose a hurtadillas. Por esta raz¨®n, la polic¨ªa comunitaria a¨²n sufre algunos problemas de integraci¨®n en la comunidad.
Lo explica con claridad un comerciante de la favela: "Esta polic¨ªa surge de una decisi¨®n pol¨ªtica. Pero los pol¨ªticos cambian, y con ellos sus decisiones. Cuando esto suceda, la polic¨ªa se marchar¨¢ y los narcos regresar¨¢n. Pero los que seguiremos aqu¨ª somos nosotros, y quien haya colaborado con la polic¨ªa lo pagar¨¢ caro".
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