La lista de la corrupci¨®n
Cada uno puede ir llenando la lista. Teniendo en cuenta que muy r¨¢pidamente corren los puestos en la escala. Los corruptos que se convierten en corruptores, los facilitadores que devienen corruptos, los despistados que se convierten en facilitadores. Es el sino de la sociedad que no sabe atajar el mal: ir¨¢ bajando por el cuerpo hasta infectarlo todo.
No hay corrupci¨®n sin corruptores. Cuanto m¨¢s poderosos, m¨¢s intensa su corrupci¨®n. (Cuanto m¨¢s intensa, m¨¢s difusa). Cuanto m¨¢s poderosos, m¨¢s ocultos y de dif¨ªcil localizaci¨®n. Y cuanto m¨¢s poderosos, m¨¢s responsables. El pescado empieza a corromperse por la cabeza. Pero la obligaci¨®n de atajarla y evitar que la met¨¢stasis nos alcance a todos es de todos.
Cada vez que alguien mira hacia otro lado, desiste de su reclamaci¨®n, se deja invadir por la pereza o el des¨¢nimo, regala m¨¢rgenes a la corrupci¨®n. Lo mismo sucede en el nivel siguiente, donde est¨¢n quienes por su profesi¨®n debieran denunciarla; cada vez que un controlador (la oposici¨®n, los auditores, los periodistas) se inhibe es un tanto para la corrupci¨®n.
Ya sabemos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Limitar el poder, controlarlo, contar con buenas instituciones que vigilen y limiten los poderes de los poderosos, es imprescindible para que la corrupci¨®n no se extienda. No es un problema de leyes, que las hay y muchas innecesarias. La impunidad es hija de una sociedad satisfecha y conformista que ha bajado la guardia.
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