El banquero de la calle
En Kabul se establecen cada d¨ªa los precios sin pizarras, papeles o paneles electr¨®nicos - La llamada oferta y demanda es el nombre t¨¦cnico que se da al capricho de los especuladores
Amin Jon tiene 30 a?os y es banquero a su manera. Lo suyo no son las grandes operaciones burs¨¢tiles ni financiar OPAS hostiles. Tampoco otorgar cr¨¦ditos al por mayor o al por menor a cambio de 30 a?os de vida sumisa. Su especialidad son las divisas, algo simple y sencillo: gente que por alguna raz¨®n tiene un papel moneda de un color y desea cambiarlo por otro de menor prestancia escrito en una lengua diferente.
Tiene su puesto en una esquina de Kantai Sas, el barrio de los hazaras, la tercera etnia de Afganist¨¢n tras los mayoritarios pastunes y tayikos. Se trata de un peque?o caj¨®n de madera de tapa abatible del que extrae billetes sujetos por una goma el¨¢stica y tarjetas para los tel¨¦fonos m¨®viles, que en tiempos de achuche como estos siempre es bueno diversificar el negocio con un plan B. "La moneda que m¨¢s se cambia el d¨®lar americano. A veces traen alg¨²n que otro euro. Si el billete es de 100 siempre hay una peque?a rebaja", explica mientras que no deja de atender a los clientes.
En ?frica se pagan mejor los billetes grandes y se rechazan los d¨®lares impresos antes de una fecha que se va modificando de forma inescrutable para el extranjero. "No; ¨¦se billete no vale", dicen, y la sentencia es inapelable. En Kabul no tienen esas man¨ªas de cambista prepotente, aqu¨ª no se rechazan billetes por bober¨ªas, poco importan las fechas, rugosidades y suciedades mientras conserven el valor del que presumen. "Cada d¨ªa cambio entre 2.000 y 3.000 d¨®lares. La mayor¨ªa de mis clientes son afganos aunque a veces tambi¨¦n aparece alg¨²n extranjero. En una buena jornada gano unos 250 afganis", que equivalen a cinco d¨®lares.
La jornada de Amir comienza a las siete y media de la ma?ana y termina a las ocho de la noche. Su primera misi¨®n es acudir a la central del dinero, al barrio de Garaj Shahzada, donde se re¨²nen los grandes cambistas, los se?ores de la guerra del dinero. All¨ª, sin pizarras, papeles o grandes paneles electr¨®nicos, establecen cada d¨ªa los precios, que debido la oferta y la demanda que es el nombre t¨¦cnico que se da al capricho de los especuladores. Aqu¨ª, los precios de las divisas tienen un comportamiento similar al Primer Mundo: no importa lo que desee el cliente, comprar o vender, su posici¨®n siempre es perdedora, la que recibe menos a cambio de algo.
Amir se lleva cada ma?ana sus afganis a la caja del puesto de Kantai Sas. Cerca de un gran candado para dar seguridad en el transporte, reposa una peque?a calculadora. Sirve m¨¢s para el sosiego de los clientes que para el suyo, porque a ¨¦l las cuentas le salen hechas de la cabeza.
Dice que es el jefe, sobre ¨¦l no manda nadie. Est¨¢ casado y no tiene hijos, algo inhabitual en un pa¨ªs donde la fertilidad es uno de los bar¨®metros de la felicidad, un signo externo del buen musulm¨¢n, de los que aceptan las loter¨ªas de la divinidad con los ni?os sin poner trabas occidentales a su voluntad. Los cinco d¨®lares diarios de ganancia en un planeta donde m¨¢s de mil millones de personas viven con menos de uno debe dar para caprichos. No es riqueza ni ostentaci¨®n, pero Amir luce dos hermosos anillos, uno en cada mano.
Asegura que los tiempos son buenos dentro de lo malo que est¨¢n los tiempos, que es una forma de medir la temperatura de un pa¨ªs que de tantas crisis y guerras se le qued¨® adormilada la memoria pues ya no le caben m¨¢s desgracias. "Ahora no hay grandes problemas. Karzai sigue pero a nadie le importa demasiado que siga. Nuestra vida es esta y la suya es otra. Lo importante es que no llegue otra guerra a Kabul y que no regresen los talibanes con sus prohibiciones. Dentro de lo malo, estos no son malos a?os. Se puede ganar algo de dinero y vivir tranquilo".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.