El volador de cometas
Zabur tiene 11 a?os, pero su mirada es casi la de un anciano. A veces, con s¨®lo ver desgracias se envejece
Cuando Zabur mira al cielo no ve dioses ni princesas ni dragones ni sue?os, s¨®lo ve un vac¨ªo pre?ado de nubes y vientos en los que un buen volador de cometas sabr¨¢ jugar con la altitud y los cambios de direcci¨®n exactos para cortar las de los dem¨¢s. "A veces tengo suerte y consigo derribar diez en un d¨ªa. Otras no tengo tanta y me derriban a m¨ª", dice con los ojos muy abiertos, redondos, como si llevara el susto dentro del cuerpo. Zabur tiene 11 a?os y la mirada cansada, triste, casi de anciano, porque a veces con s¨®lo ver desgracias se envejece. Sus ojeras, dos bolsas que se pliegan, delatan una vida de escasez, que cuando lo esencial no llega, el paso del tiempo es otro, deja huellas y cicatrices.
Zabur va al colegio. Le gusta aprender dari, la lengua nacional emparentada con el farsi de Ir¨¢n. En un mundo de analfabetos como Afganist¨¢n, saber leer y escribir representa un salto social, pasar de la miseria a la pobreza, que dir¨ªa Marx, Groucho Marx. Le apasiona el colegio porque aprende m¨¢s cosas: "Me gusta mucho el ingl¨¦s y el santo Cor¨¢n", asegura sin dejar escapar un sentimiento, un atisbo de sonrisa, escondido siempre detr¨¢s de su cometa azul llena de magulladuras. Cada herida, una tirita de celof¨¢n. "Esta cometa cuesta 15 afganis", dice. Con un d¨®lar se podr¨ªan comprar tres y guardar algo para caramelos. Es el ¨²nico que tiene y sabe que no est¨¢ para sobrevivir a muchas m¨¢s derrotas en el cielo de Kabul.
Los talib¨¢n, que significa estudiantes de religi¨®n, la tomaron con las cometas. Las prohibieron al llegar al poder en 1996. Hacer volar una en el cielo era, al parecer, pecado, un desaf¨ªo inadmisible a Dios, el ¨²nico que puede ocupar el espacio celestial. Tambi¨¦n prohibieron la m¨²sica, la televisi¨®n y el cine, incluso el cine sacro. Eran obligatorias las barbas en los hombres y el burka en las mujeres.
El periodista estadounidense David Rohde, que estuvo secuestrado siete meses y diez d¨ªas por los talib¨¢n, cuenta en un libro reci¨¦n publicado en Estados Unidos, que sus captores le ped¨ªan canciones pop occidentales y mientras que ¨¦l tarareaba piezas demon¨ªacas como She loves You de los Beatles, sus secuestradores hac¨ªan los coros. Quiz¨¢ la distancia no sea tanta cuando se cae la m¨¢scara.
Cada cometa que vuela en Kabul, y son muchas estos d¨ªas de finales de oto?o en los que el invierno asoma en forma de nieves en las monta?as, es un desaf¨ªo, un grito de libertad. Los miles de ni?os Zabur que corren y gritan por las calles de esta ciudad, por los cementerios y las terrazas, son ant¨ªdotos vivientes contra la intransigencia de los adultos, contra la guerra. Cada uno convertido en un ¨¦mulo del escritor Jaled Hossein.
"Todo depende del nailon", explica Zabur. "Si es bueno y sabes hacer volar la cometa cortar¨¢s muchas de las que est¨¢n cerca de ti. Si el nailon no es bueno s¨®lo conseguir¨¢s golpear a la otra cometa, nunca derribarla". Uno bueno cuesta m¨¢s que una cometa. Dependiendo del gusto y las man¨ªas del volador de cometas son necesarios mil o dos mil metros. "Cuando corto una, el otro ni?o no se enfada. No dice nada. S¨®lo recoge la suya y se va a casa. Cuando me cortan a mi tampoco me enfado. S¨®lo recojo mi cometa y voy a casa a pegarle celo en los rotos. S¨®lo juego los viernes que hay viento. En los dem¨¢s d¨ªas voy al colegio".
El ni?o Zabur tarda en coger confianza en la conversaci¨®n. Al principio se proteg¨ªa con la cometa como si ¨¦sta fuese un escudo. Ahora, al final de la charla, como si ya no temiera una pregunta dif¨ªcil, sonr¨ªe t¨ªmidamente. Sus ojos redondos con el susto dentro est¨¢n colorados y lagrimean por el polvo. "No me pasa nada. Los tengo as¨ª de mirar tanto al cielo. Hoy he jugado tres horas seguidas". Cuando el extranjero se va, Zabur mira en su mano el valor de tres cometas nuevas, o una sola con el mejor nailon que se pueda comparar en todo Kabul. Esta vez Zabur parece muy feliz.
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