La hora de los que "no pertenecemos"
Frente al espejo, la generaci¨®n s¨¢ndwich mexicana se cuestiona si tendr¨¢ un protagonismo o se conformar¨¢ con ser s¨®lo una bisagra
Y entonces, ?a qu¨¦ venimos al mundo los que ya andamos en los 40?
Dicen que para favorecer el surgimiento de ideas originales, personalidades transformadoras y escenarios provocadores, debe existir una generaci¨®n s¨¢ndwich, que signifique la ruptura.
Hace un par de d¨ªas, en un diario mexicano, el historiador Enrique Krauze daba seguimiento a una serie de reflexiones sobre las generaciones que han gobernado este pa¨ªs. En esa colaboraci¨®n se refiere a las actuales, con un texto que me inquiet¨® por varios motivos; uno no menor porque seg¨²n las afirmaciones ah¨ª vertidas, pertenezco a una generaci¨®n que no pertenece, con referentes deslavados, l¨ªderes desgastados y ante un horizonte m¨¢s bien nublado.
El pasado nunca deja de hacernos cosquillas. Que te mudaran de pa¨ªs y te cambiaran de escuela a la mitad del a?o escolar, por ejemplo, te dejaba siempre con una extra?a sensaci¨®n de orfandad. O de no pertenencia. Se llegaba a un sal¨®n nuevo y ya no se estaba en el anterior. Al leer a Krauze, de golpe me reconoc¨ª en esa especie de no pertenencia, porque justo quedo fuera del grupo que naci¨® entre 1950 y 1965 (al que Krauze califica de Generaci¨®n de la Modernidad Fallida), y apenas rayo formalmente mi inclusi¨®n en la llamada Generaci¨®n X (los nacidos entre 1966 y 1980). Por ende no me siento a plenitud en ninguno de los grupos, como que estoy y no. Quedamos en un limbo casi perpetuo.
Entre quienes nacimos a mediados de los 60, no han surgido en M¨¦xico liderazgos sobresalientes que est¨¦n revolucionando el entorno, ni ideas muy originales acerca de c¨®mo inventarnos una historia un poquit¨ªn diferente. Nos toc¨® crecer en un pa¨ªs que tuvo a la crisis como discurso recurrente, que vivi¨® intentos por insertarse en la "modernizaci¨®n globalizante", y que por los motivos que fuesen siempre termin¨¢bamos con la sensaci¨®n de estar desandando el camino ganado. De la generaci¨®n anterior nos toc¨® recibir respuestas autoritarias de quienes se dec¨ªan poseedores de las verdades que nuestros ingenuos ojos no alcanzaban a ver. Hicimos nuestra lucha tambi¨¦n, a pesar del desencanto de los que hab¨ªan vivido u omitido las revueltas de los 60 y 70; porque s¨ª, nos emocionamos con las rupturas de finales de los 80 y comenzamos a creer que la alternancia era viable. Cierto, en las artes se manifestaron voces que han sobresalido: el rock urbano de los 80, la narrativa de principios de los 90, la pintura y la gr¨¢fica de ambas d¨¦cadas. Pero en la cosa p¨²blica, algo termin¨® desgastando el discurso. En entrevista con el New York Times, a ra¨ªz de la retrospectiva de su obra que se inaugur¨® la semana pasada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, Gabriel Orozco (que integrar¨ªa tambi¨¦n esta generaci¨®n s¨¢ndwich) resume bien el esp¨ªritu de la ¨¦poca: "Nunca fui un idealista. Nunca estuve en contra del mercado. Quise entenderlo. ... Nunca estuve siquiera en contra de la pintura, sino en contra de la forma en que las personas estaban pintando, porque me parec¨ªa aburrido".
"Los h¨¦roes est¨¢n fatigados"; as¨ª aborda Marco Enr¨ªquez-Ominami su personal¨ªsima historia que lo tiene como protagonista del Chile de hoy. Este treinta?ero, que hace unos d¨ªas logr¨® poco m¨¢s del 20% de los votos en las elecciones presidenciales chilenas, recorre, a partir de sus dos padres (el de apellido Enr¨ªquez, desaparecido tras el golpe militar, y el de apellido Ominami, que lo cri¨®) el destino de los luchadores de la izquierda chilena que pasaron del triunfo a la persecuci¨®n o a la integraci¨®n. Dice Enr¨ªquez-Ominami, en un documental de narrativa fluida, que los h¨¦roes de anta?o se transformaron en esclavos de la eficiencia. Y que en Chile se le hab¨ªa apostado a jugar mejor en una cancha peque?a, pero conocida. Veo despu¨¦s el v¨ªdeo de cuando este cineasta anuncia su decisi¨®n de lanzarse como candidato a la Presidencia de su pa¨ªs: un muchacho que se ve a¨²n m¨¢s joven de lo que es, con cabello largo, chileno a m¨¢s no poder, la bandera de su pa¨ªs de fondo, y una mirada que comienza a saber d¨®nde est¨¢ parada. El d¨ªa de las votaciones, Enr¨ªquez-Ominami, twitte¨® que hab¨ªa ido a la tumba de su padre, con su hija de 5 a?os. "Emocionante. Ahora a votar." No gan¨®, es cierto, pero a partir de un intenso debate con el pasado, este chileno pareciera estar demostrando que no se es joven por decreto ni por circunstancia biol¨®gica, sino por el atrevimiento de pensar que otro mundo es posible.
En la parte final de su texto, Krauze apunta que es dif¨ªcil creer en los representantes de la Generaci¨®n X sin saber qu¨¦ pa¨ªs quieren, si es que acaso ellos saben qu¨¦ pa¨ªs quieren. Y sugiere que, tras asumir la orfandad (de liderazgos, de visiones) esta generaci¨®n encuentre con creatividad los caminos para lograr el cambio estructural que M¨¦xico requiere. Cierra: "?sa es su tarea para el a?o entrante: el A?o del Bicentenario."
Nunca me ha convencido del todo la clasificaci¨®n generacional, sobre todo si se toma como destino manifiesto e ineludible -que no es el caso aqu¨ª. Los personajes m¨¢s atractivos siempre han sido los que existen a pesar de. Pero, tal vez, y por no dejar, toca que nuestra generaci¨®n s¨¢ndwich sacuda un poco esta especie de zona de confort, y haga de su no pertenencia una fortaleza. Enr¨ªquez-Ominami termina el documental hablando a su padre con una frase lapidaria: "me temo que tu muerte no sirvi¨® de nada". Yo temo que nuestra conciencia no sirva de nada, salvo que decidamos todav¨ªa imaginar que otro M¨¦xico, por ejemplo, es posible.
Si no, ?para qu¨¦ demonios venimos al mundo los que ya andamos en los 40?
Gabriela Warkentin es Directora del Departamento de Comunicaci¨®n de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de M¨¦xico; Defensora del Televidente de Canal 22; conductora de radio y TV; articulista.
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