El miedo y el dolor se funden en Puerto Pr¨ªncipe
El enviado especial de EL PA?S, Pablo Ordaz, cuenta sus primeras impresiones sobre la devastaci¨®n que asola la capital haitiana tras el terremoto del martes
A tres calles del aeropuerto, un trozo de pl¨¢stico apenas consigue ocultar los tres primeros cad¨¢veres. Durante las dos horas siguientes, en un trayecto a veces imposible hacia el centro de Puerto Pr¨ªncipe, todas las esquinas sin excepci¨®n van ofreciendo al reci¨¦n llegado una postal dram¨¢tica de lo que aqu¨ª sucedi¨® el pasado martes. De lo que sucedi¨® y de lo que sigue sucediendo. Porque a¨²n m¨¢s que los cad¨¢veres sin enterrar, que los hospitales y colegios que se desplomaron por completo sobre s¨ª mismos, lo que m¨¢s impresiona es el silencio. El silencio y un gesto. El silencio de los ancianos y de los ni?os heridos que esperan sin demasiadas esperanzas que alguien los atienda. Y el gesto de un hombre que con sus manos desnudas arranca las vigas de hierro de un supermercado de la avenida Delmas. De pronto, se gira hacia la multitud que lo observa y se lleva un dedo a la boca pidi¨¦ndole, orden¨¢ndole, silencio. El hombre ha cre¨ªdo escuchar una voz que pide ayuda.
Una voz que, todav¨ªa, clama en el desierto. Porque en el aeropuerto de Puerto Pr¨ªncipe son muy pocos los aviones de ayuda internacional que descargan v¨ªveres o alimentos. Y en las dos horas largas de recorrido hacia el centro de la ciudad, no parece que los haitianos est¨¦n recibiendo a¨²n mucho consuelo internacional. La gente pasea silenciosa por las calles, intenta conseguir algo de comida o se para a mirar ante el cad¨¢ver impresionante de UN supermercado donde se trabaja hasta que se hace de noche porque se siguen escuchando gritos que llegan desde los escombros o tal vez desde el deseo. Porque con el paso de las horas, las posibilidades de encontrar supervivientes se van adelgazando cada vez m¨¢s. De lo que no hay duda es de que el recuento de cad¨¢veres llevar¨¢ a¨²n mucho tiempo. Lo cierto es que en la capital de Hait¨ª, la gente no conjuga la tragedia en pasado. Todav¨ªa se siguen produciendo r¨¦plicas, la tierra sigue temblando, 20 veces desde el gran sismo del martes, y cuando eso sucede, dice Pierre Marquise, un vecino de la calle Maranata, la gente llora. "Llora", dice Pierre, "y se pone a llamar a Jes¨²s". Pero Jes¨²s no acude. Si lo hiciera ser¨ªa tal vez la primera en la historia de Hait¨ª, el pa¨ªs m¨¢s pobre de Am¨¦rica, que ya es decir.
Bajo un toldo, al final de la calle, est¨¢ la familia de Pierre. Una familia de 30 miembros. El mayor, acostado sobre una cama rescatada del desastre, es el padre de Pierre, de 66 a?os y un c¨¢ncer de pr¨®stata. A su lado, un beb¨¦, y luego toda una colecci¨®n de ni?os y muchachos magullados, de madres asustadas y de abuelas que improvisan un guiso de frijoles sobre unos carbones ardiendo. Esta noche ser¨¢ la segunda que pasen al raso. Ellos y todos los vecinos de Puerto Pr¨ªncipe. Muchos, porque se han quedado sin casa. Y otros, porque ya no se f¨ªan de la suya. La galer¨ªa de im¨¢genes que ofrecen las casas azotadas por el terremoto es sobrecogedora. Hay algunas que incre¨ªblemente no han ca¨ªdo, pero que amenazan con hacerlo de un momento a otro. Cuando llegan a su altura, los pocos conductores que a¨²n tienen la suerte de poder circular -salvo el miedo, en esta ciudad escasea casi todo- aceleran a fondo y aprietan los dientes.
Nadie es capaz todav¨ªa de establecer la magnitud de la tragedia. ?Cu¨¢ntos muertos, cu¨¢ntos heridos? Lo que s¨ª sabe todo el mundo es que no hay nadie que no haya sido visitado de cerca por la muerte. Joselyne, un vecino de la colonia Delma 19, estudiante de Medicina en la vecina Rep¨²blica Dominicana, dice que un vecino suyo, emigrante en Francia, se qued¨® de pronto solo en el mundo. "Su mujer y sus hijos, seis en total, fueron atrapados en el interior de su casa, aquella que usted ve all¨ª, y fallecieron. Imag¨ªnese". No hace falta darle mucho p¨¢bulo a la imaginaci¨®n. El dolor m¨¢s terrible, la tragedia m¨¢s absoluta sigue desarroll¨¢ndose en la capital de Hait¨ª. Justo en este momento, cuando se termina de escribir esta cr¨®nica, un nuevo temblor ha hecho que los periodistas reunidos en torno a la piscina del hotel Creole nos hayamos tirado al suelo instintivamente. Ha durado un segundo, tal vez dos. Suficiente para apenas atisbar lo que aqu¨ª sucedi¨® el pasado martes, lo que todav¨ªa sucede, lo que siempre seguir¨¢ sucediendo en un pa¨ªs condenado a no tener esperanza.
Como a duras penas la consiguen tener los heridos que se hacinan en la puerta de hotel Creole. Est¨¢n tirados en el suelo, tapados con s¨¢banas llenas de sangre seca, asistidos -s¨®lo de vez en cuando- por enfermeros que no tienen m¨¢s remedio que curarlos a la vista de todo el mundo. Claire Marie tiene 22 a?os y dos hijos, uno de tres a?os y otro de cinco. Cuenta que su marido muri¨® en el terremoto y que sus dos hijos, que la miran abriendo mucho los ojos, sufrieron contusiones y quemaduras en los brazos. "Yo hab¨ªa ido a hacer la compra cuando la tierra tembl¨®. Ya ven¨ªa de regreso. Me encontraba a apenas 200 metros de mi casa. Me ca¨ª var¨ªas veces, no pod¨ªa creer lo que estaba sucediendo. Cuando logr¨¦ reponerme, tir¨¦ las bolsas y sal¨ª corriendo con mis hijos en el pensamiento. Cuando llegu¨¦ a la casa me los encontr¨¦ en la puerta. Se salvaron, aunque heridos, porque estaban jugando en el jard¨ªn. Mi marido no tuvo suerte. A¨²n est¨¢ entre las ruinas de la casa". Claire Marie ni llora.
S¨®lo al final de la tarde, una misi¨®n de la ONU -escoltada por cascos azules de Nepal- se acerca a atender a los heridos. No se puede decir que el mundo haya abandonado a Hait¨ª, pero s¨ª que no esta siendo lo eficaz que esta cat¨¢strofe requer¨ªa. En el aeropuerto ya hab¨ªa ayer por la ma?ana aviones de ayuda franceses, belgas, brasile?os, por supuesto dominicanos. Pero en las calles, los vecinos se sienten solos. Y cuando lo expresan ante la prensa extranjera lo hacen con resignaci¨®n, como si nunca hubiesen esperado nada del mundo. "?Van a contar ustedes c¨®mo estamos?", explica Bertrand, un joven que busca cad¨¢veres en las ruinas de una escuela infantil. "?De verdad que lo van a contar?", insiste con una buena raci¨®n de escepticismo, "?o se ir¨¢n de aqu¨ª en cuanto ya tengan suficientes fotos?".
La situaci¨®n de Puerto Pr¨ªncipe a¨²n puede empeorar. Durante todo el d¨ªa de ayer, unas nubes que amenazaban lluvia se pasearon por el cielo. Si llueve, el peligro de las epidemias ser¨¢ mucho mayor. Pero, sobre todo, dejar¨¢ sin escapatoria a los cientos de miles de vecinos, muchos de ellos heridos o magullados, que por el momento no tienen otro remedio que dormir a la intemperie. Si se tratase de otro pa¨ªs, a¨²n se podr¨ªa apelar a la suerte. Pero trat¨¢ndose de Hait¨ª, llover¨¢.
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