El autob¨²s de los sue?os
Cada ma?ana hay peleas por entrar en los autocares que salen de Hait¨ª con rumbo a Santo Domingo para volar a Estados Unidos
A simple vista, la escena parece muy simple: los negros luchan por entrar en el autob¨²s, los blancos tienen preferencia y los mulatos se enriquecen con la huida masiva de negros. Los escoltas negros de Caribea Tours abren con cuentagotas una puerta de hierro azul, un ch¨®fer blanco sonriente, de pie, reclinado en la puerta del autob¨²s graba con una c¨¢mara de videoaficionado los empujones, los gritos y los codazos. Avanza una hilera de blancos con determinaci¨®n y el mar de espaldas, brazos y cuellos se abre a su paso. Las protestas son muy leves. Es la cola para viajar por carretera desde Puerto Pr¨ªncipe a Santo Domingo en Caribe Tours, la principal empresa de autobuses. Antes del terremoto del 12 enero sal¨ªa un solo veh¨ªculo y ahora salen cuatro. La gente se pasa la madrugada esperando a que abran las puertas a las siete de la ma?ana para comprar el billete del d¨ªa siguiente. Y al d¨ªa siguiente, con el billete en la mano, de nuevo la lucha por atravesar el azul de la puerta.
Alguien podr¨ªa decir que se reproduce la historia reciente del pa¨ªs a peque?a escala: una ¨¦lite mulata que dirige el destino del Hait¨ª, una mayor¨ªa negra en lucha permanente por la vida, y los blancos disfrutando de un trato preferente. Pero Lynn Williams, mulata y esposa del due?o mulato de Caribe Tours, no est¨¢ de acuerdo: "Eso de la ¨¦lite mulata ya hace tiempo que no es verdad. Hay tambi¨¦n negros con mucho dinero. Y mulatos pobres. Y en cuanto al trato a los blancos, no es porque sean blancos, sino porque son bomberos, m¨¦dicos, periodistas, gente que ha venido a ayudarnos, a sacarnos de los escombros, a operarnos y a contar lo que est¨¢ pasando aqu¨ª. Han venido a trabajar por nosotros y ¨¦sta es nuestra ¨²nica manera de compensarlos".
Cuando un viajero logra verse al otro lado del hierro azul, lo principal ya est¨¢ hecho. El resto de la familia le pasa por lo alto del port¨®n las maletas y a veces alg¨²n beb¨¦.
Una vez, atravesado el port¨®n, Lynn Williams Rouzier intenta organizar una fila, ayudada por sus cuatro empleados de seguridad: "No entiendo por qu¨¦ se pelean y no entiendo por qu¨¦ se van del pa¨ªs. El terremoto tiene que ser una oportunidad para construir un nuevo Hait¨ª. Todos los que est¨¢n ah¨ª fuera ya tienen su billete reservado desde ayer, ya han pagado y tienen su plaza asegurada. Pero si no se pelean es como si les faltara algo. Tal vez piensan que si no se van ahora mismo van a perder algo. Sue?an con una vida mejor en Estados Unidos. El 75% o el 80% de los que se van en autob¨²s llegan con visado americano. Pero se van a llevar una gran desilusi¨®n. Porque el Gobierno americano dijo que los haitianos que ya se encontraban antes del 12 de enero en Estados Unidos se pod¨ªan quedar 18 meses. Y aqu¨ª vienen ahora todos pensando que se pueden quedar 18 meses. La parte primera de la frase, la que dice que s¨®lo dejar¨¢n a los que ya viv¨ªan all¨ª antes del terremoto, no la quieren escuchar".
La familia Rouzier es una de las m¨¢s conocidas de Puerto Pr¨ªncipe. Adem¨¢s de los autobuses, Lynn Williams y su hija Marynn Rouzier poseen una academia de danza cl¨¢sica a pocos metros de Caribe Tours. Trabajan desde las siete a las dos de la tarde. Y a las tres ya est¨¢n dando clases hasta las cinco. En menos de una hora, cambian los gritos y el tumulto por la armon¨ªa y la disciplina del ballet. Por m¨¢s que tratan a sus clientes no logran entender la estampida. "He visto c¨®mo una gente se empe?aba en sacar a la abuela del pa¨ªs y la pobre viejita no quer¨ªa. Le compraron el boleto y cuando al d¨ªa siguiente la trajeron en auto y la iban a meter en el autob¨²s, la mujer muri¨® de un infarto", explica Marynn Rouzier. "Y he visto tambi¨¦n salir a una embarazada de ocho meses que despu¨¦s de casi diez horas de viaje muri¨® a las cuatro horas de haber llegado a Santo Domingo".
Unos haitianos podr¨¢n llegar a Estados Unidos y con el tiempo ser¨¢n capaces de enviar dinero a su familia. Y otros, s¨®lo llegar¨¢n a trabajar en los empleos que nadie quiere en Rep¨²blica Dominica. De momento, una esquina de la calle 28 de Santo Domingo, ya se ha llenado de haitianas pidiendo con sus beb¨¦s en brazos.
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