En una guerra
En toda guerra existen unas normas de comportamiento. No seguirlas es un crimen de guerra castigado (en teor¨ªa) por la justicia internacional. Una de las m¨¢s importantes es no matar a civiles desarmados y los periodistas lo son. Hasta la invasi¨®n de Irak, los reporteros siempre fueron bien recibidos por la parte d¨¦bil. En Sarajevo, miles de corresponsales y enviados especiales de todo el mundo se convirtieron en la ¨²nica arma del Gobierno bosniaco contra el olvido en 44 meses de cerco. A la parte fuerte nunca le gustan los periodistas fuera de control, sea en Afganist¨¢n o Chechenia. Estados Unidos perdi¨® la guerra de Vietnam por el exceso de informaci¨®n real que lleg¨® a la retaguardia y encendi¨® las protestas. El problema es que desde 2003 la parte d¨¦bil tampoco quiere a los periodistas extranjeros. La insurgencia iraqu¨ª y ese oscuro entramado que, para simplificar, llamamos Al Qaeda graban sus atentados y asesinatos en v¨ªdeo, los cuelgan en la Red y distribuyen a trav¨¦s de las cadenas ¨¢rabes por sat¨¦lite. Ya no son necesarios los intermediarios, los informadores han pasado a ser esp¨ªas potenciales y, por lo tanto, objetivos.
En la guerra actual no hay banderas ni equipos f¨¢cilmente reconocibles. Uno de los contendientes se ha quitado el uniforme y viste de civil. Es una situaci¨®n muy peligrosa en la que los periodistas est¨¢n m¨¢s desprotegidos que nunca. Para unos son enemigos; para otros, meros da?os colaterales. As¨ª ve el Ej¨¦rcito de EE UU las muertes en Bagdad de Jos¨¦ Couso y Taras Protsyuk (8 de abril de 2003) y la de Tarak Ayub, periodista de Al Yasira, esa misma ma?ana. Los primeros recibieron el disparo de un carro de combate cuando filmaban la entrada norteamericana en Bagdad. El hotel Palestina estaba lleno de periodistas extranjeros, muchos de ellos estadounidenses. Es inconcebible que las unidades militares que entraron en la capital iraqu¨ª no lo supieran. Nunca hubo una investigaci¨®n seria que al menos permitiera sacar conclusiones y evitar la repetici¨®n de la tragedia.
En la muerte de Ayub ni siquiera existe la excusa de "no lo sab¨ªamos": la cadena qatar¨ª hab¨ªa dado las coordenadas de su casa para evitar que les dispararan como hab¨ªa sucedido en Kabul. No sirvi¨® de nada porque eran el objetivo de la aviaci¨®n de EE UU.
El caso del camar¨®grafo palestino Mazen Dana es a¨²n m¨¢s grave. Tras grabar a unos soldados estadounidenses en agosto de 2003 enfrente de la prisi¨®n de Abu Ghraib, el mismo carro de combate le mat¨® minutos despu¨¦s. Dicen que confundieron su c¨¢mara con un arma. La misma excusa que en la muerte del fot¨®grafo de la agencia Reuters, Namir Noor-Eldeen, y su conductor, Saeed Chmagh, acribillados desde un helic¨®ptero en 2007 como si fuera personajes de un videojuego.
Si esto sucede con periodistas que pertenecen a organizaciones poderosas capaces de mover sus casos durante a?os y exigir responsabilidades es f¨¢cil de imaginar lo que sucede con los civiles que no salen en televisi¨®n. La web sin ¨¢nimo de lucro, Wikileaks, que ha divulgado el v¨ªdeo , asegura tener otro de una matanza en Afganist¨¢n. Es lo bueno de este trabajo de entrometidos, tarde o temprano se sabe la verdad y estamos aqu¨ª para darla a conocer.
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