Bombardeados y estigmatizados
La mayor¨ªa de las v¨ªctimas de Hiroshima y Nagasaki vivi¨® hasta hace unos a?os sumida en el silencio de su horror
Hoy la tragedia sufrida por cientos de miles de supervivientes de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki es un poco menor. La presencia de un representante de Estados Unidos en la conmemoraci¨®n de este holocausto ha roto un poco m¨¢s el muro de silencio que se impuso sobre las v¨ªctimas de aquel horror. Nadie quiso airear la barbarie at¨®mica. Ni quienes lanzaron las bombas e impusieron un cerco informativo para ser ellos los ¨²nicos conocedores de las consecuencias de su victoria sobre los inocentes, ni los perdedores de una org¨ªa conquistadora que vieron en los llamados hibakusha el espejo de su derrota.
Ir¨®nicamente los bombardeados fueron estigmatizados. Fue necesario esperar d¨¦cadas para que las v¨ªctimas comenzaran a verse reconocidas y a salir lentamente del pozo de dolor, verg¨¹enza y desamparo en que las hundi¨® aquella luz que metaliz¨® las ma?anas del 6 y del 9 de agosto de 1945.
Entre la veintena de hibakusha que entrevist¨¦ en Hiroshima y Nagasaki con motivo del 60? aniversario de las explosiones at¨®micas, hace ahora cinco a?os, jam¨¢s podr¨¦ olvidar a Shizuko Abe. Hasta entonces, yo no entend¨ªa a las gentes que d¨¦cadas despu¨¦s lloran a sus muertos, pero aquella tarde comprend¨ª el desgarro que supone abrir la urna donde se protege y se encapsula con nuevas angustias el mayor de los tormentos.
Aquel 6 de agosto, Shizuko Abe ten¨ªa 18 a?os y se encontraba a 1,5 kil¨®metros del epicentro de un bombazo que la lanz¨® a 10 metros de distancia y que, aunque no le arranc¨® la vida, la dej¨® marcada a sangre y fuego tanto por fuera como por dentro. A pesar de las muchas operaciones a las que se hab¨ªa sometido para mejorar su movilidad y su aspecto, las huellas de la explosi¨®n eran evidentes en Shizuko, pero lo aut¨¦nticamente aterrador fue escucharla deshacer su historia. Y no tanto por lo ocurrido aquel tr¨¢gico d¨ªa, sino por el calvario que despu¨¦s le infligi¨® una sociedad implacable sobre todo con las mujeres.
V¨ªctimas olvidadas
Como tantas hibakusha, que literalmente significa superviviente de los bombardeos nucleares, Shizuko Abe hab¨ªa vivido durante d¨¦cadas olvidada por su Gobierno, despreciada por sus vecinos y maldecida por su suegra. Esta, aupada en lo peor de la tradici¨®n japonesa, fue verdugo de las torturas psicol¨®gicas que impuso a la joven al no haber podido evitar que su hijo se empe?ara, al volver de la guerra, en casarse con lo que quedaba de la novia que hab¨ªa dejado atr¨¢s al irse al frente.
La hostilidad no desapareci¨® ni siquiera cuando, en contra de todos los pron¨®sticos, Shizuko se qued¨® embarazada y dio a luz un var¨®n sano. "Mi suegra sigui¨® diciendo a mi marido que me abandonara, que ¨¦l se merec¨ªa una mujer completa. Yo viv¨ª por ¨¦l, pero sufr¨ªa tanto que mi padre afirmaba que habr¨ªa sido m¨¢s feliz si me hubiera muerto", cuenta Shizuko.
El temor a engendrar monstruos fue la mayor angustia de las mujeres. Se ci?o sobre ellas aisl¨¢ndolas en una c¨¢rcel de silencio, cuyas rejas estrechaban las familias, los amigos y las autoridades. Shizuko no se atrevi¨® a hablar de Hiroshima hasta a?os despu¨¦s de que su marido muriera en 1992, pero su descarnada historia personal s¨®lo se escap¨® de sus entra?as en una entrevista, que comenzamos tranquilamente en torno a una taza de t¨¦ y un pastel que no sirvi¨® para tapar tanta amargura. Sin duda, no se hab¨ªa preparado aquello. Su confesi¨®n de horas fue como romper la pinza de cristal que la estrangulaba. La int¨¦rprete y ella lloraron un r¨ªo de l¨¢grimas liberalizadoras de m¨¢s de medio siglo de oprobio vivido tanto por Shizuko como por otras decenas de miles de hibakusha.
En estos cinco a?os transcurridos, muchas v¨ªctimas habr¨¢n muerto llev¨¢ndose con ellas a la tumba toda su congoja. Sin embargo, cada d¨ªa son m¨¢s las que deciden romper el silencio como m¨¦todo para luchar por un mundo sin armas at¨®micas. Ahora que sienten que la vejez -la media de edad de los supervivientes es de 75 a?os- se tutea naturalmente con la muerte no quieren que nada vuelva a vivir su martirio. S¨®lo en 2009, y con 93 a?os, el Gobierno japon¨¦s reconoci¨® a Tsutomu Yamaguchi como el ¨²nico superviviente de las dos bombas. Yamaguchi lo confes¨® p¨²blicamente en 2006, al cumplir los 90 a?os y contar en un libro como ese mismo 6 de agosto y pese a estar herido, huy¨® junto con varios centenares de personas en un tren a Nagasaki, sin saber que el mismo resplandor le esperar¨ªa all¨ª tambi¨¦n.
Yamaguchi muri¨® el pasado enero, pero su silencio roto seguro que ha ayudado a otros muchos a escapar de sus fantasmas y salir a contar sus tragedias.
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