La caza de la ballena blanca
Cada sociedad se siente reflejada en alg¨²n relato que, de forma misteriosa, contiene el c¨®digo de las pulsiones colectivas. Estados Unidos rinde culto a una extra?a historia de terror, obsesi¨®n, pureza, venganza y catarsis escrita por Herman Melville en 1851: Moby Dick. El 11 de septiembre de 2001, la met¨¢fora del monstruo feroz y elusivo pareci¨® hacerse realidad. La ballena blanca se transform¨® en un hombre alto y de voz suave con el que todo un pa¨ªs ten¨ªa algo m¨¢s que una cuenta pendiente.
Es imposible exagerar el impacto de la destrucci¨®n de las Torres Gemelas en la psique estadounidense. El hecho en s¨ª fue grav¨ªsimo. Por el n¨²mero de muertos, por la ca¨ªda de unos edificios simb¨®licos, porque ni Nueva York ni el resto del pa¨ªs, ajeno hasta entonces a masivos ataques exteriores, hab¨ªan vivido jam¨¢s una jornada de tal p¨¢nico y tal asombro.
Pero hubo algo m¨¢s. Si Osama bin Laden asumi¨® para el colectivo la condici¨®n de monstruo cruel y elusivo, los estadounidenses se pusieron en la piel del capit¨¢n Ahab: no exist¨ªa otro fin que la venganza. No importaban los medios, no importaban las consecuencias. Era una cuesti¨®n moral y absoluta, sin posibilidad de matices. El verso largo, b¨ªblico y ominoso de Moby Dick palpitaba en el discurso pol¨ªtico y en las charlas familiares.
Fue asombroso vivir de cerca la metamorfosis de una naci¨®n que hasta el 11 de septiembre de 2001, a las 9 de la ma?ana, preservaba con celo determinados valores como la equidad judicial o el libre debate porque constitu¨ªan la esencia de su sistema de convivencia. Aquello se esfum¨® en un momento. Incluso en sus momentos m¨¢s oscuros, fueran la guerra de Vietnam, la caza de brujas de los 50, la organizaci¨®n de golpes de Estado en otros pa¨ªses o la misma resistencia interna contra los derechos civiles de los negros, una parte de la sociedad estadounidense hab¨ªa mantenido la capacidad cr¨ªtica hacia el poder y hab¨ªa sosegado las explosiones de furor colectivo. Hasta entonces, el relato de la historia nacional hab¨ªa permanecido en el ¨¢mbito de la raz¨®n.
Con Osama bin Laden, el relato estadounidense adopt¨® una m¨ªstica tenebrosa. No hab¨ªa excepciones, ni en la gran prensa liberal ni en las organizaciones progresistas ni en los hogares m¨¢s sosegados. Un presidente anodino que lleg¨® a la Casa Blanca por una carambola judicial, George W. Bush, se sinti¨® capaz de hacer cosas impensables. Y las hizo, con el aplauso popular. Desde las leyes de seguridad nacional hasta la creaci¨®n de Guant¨¢namo, desde las invasiones de Afganist¨¢n e Irak (que no ten¨ªa nada que ver con Bin Laden, pero ten¨ªa mucho que ver con el furor de una naci¨®n) hasta la conversi¨®n de los aeropuertos en humillantes centros de interrogatorio y registro, todo vali¨® en la "lucha contra el terrorismo", un concepto tan vago y tan cargado de potencia sem¨¢ntica como "la caza de la ballena blanca". Los viejos valores de los derechos y las libertades individuales fueron arrojados a la hoguera en nombre del fin supremo: la venganza contra el monstruo inefable e invisible.
Viv¨ª los primeros a?os de la ballena blanca, los m¨¢s intensos, en una calle de Washington. Todas las casas de la calle plantaron un m¨¢stil en el jard¨ªn e izaron la bandera de las barras y las estrellas. Yo fui el ¨²nico en no hacerlo, por no ser de banderas y porque consider¨¦ que mi empleo de corresponsal desaconsejaba ese tipo de expresiones. En la noche de Halloween posterior a los atentados, los ni?os evitaron pasar con el "treat or trick" por mi casa. Era la casa de un extranjero, un sospechoso, un enemigo potencial, un tipo que no se abrazaba a la bandera del bien. El pa¨ªs m¨¢s hospitalario del planeta adoptaba el ce?o sombr¨ªo de un capit¨¢n ballenero sumido en una obsesi¨®n de venganza.
Recuerdo el miedo en las comunidades musulmanas de Nueva York y Nueva Jersey, que un gran amigo m¨ªo, Ricardo Ortega, se empe?aba en frecuentar en b¨²squeda de pistas. Le acompa?¨¦ en alguno de esos peregrinajes err¨¢ticos. Ricardo, entonces corresponsal de Antena 3 en Nueva York, tambi¨¦n contrajo la fiebre de la ballena blanca, aunque de otra forma: no quer¨ªa encontrar a Bin Laden para vengarse, sino para preguntar por qu¨¦. De alguna forma, en aquellos d¨ªas ¨¦l, sin perder ni la generosidad ni el sentido com¨²n, tambi¨¦n fue un capit¨¢n Ahab obsesivo. Aquellos d¨ªas avivaron muchos fantasmas ocultos.
Ricardo muri¨® tiroteado en Hait¨ª menos de tres a?os despu¨¦s. Centenares de miles de personas han muerto en muchos lugares, desde los montes afganos a la plaza madrile?a de Atocha, durante la caza de la ballena blanca.
Como en Moby Dick, el fin del "monstruo", del hombre llamado Osama bin Laden, provoca un cierto estupor amargo. Como si uno despertara de una pesadilla y comprobara que la pesadilla sigue ah¨ª.
Enric Gonz¨¢lez era delegado de EL PA?S en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001
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