El gran manipulador
El presidente yemen¨ª se ha presentado durante m¨¢s de 30 a?os como el ¨²nico capaz de preservar la unidad del pa¨ªs
La foto que ofrecen los vendedores callejeros en San¨¢ por 150 riales (medio euro) muestra a un marcial Ali Abdal¨¢ Saleh con todos los galones de mariscal. A la izquierda, en segundo plano, su hijo Ahmed, tambi¨¦n en traje militar, sonr¨ªe detr¨¢s de unas gafas de sol. "La unidad es mi orgullo", reza un breve texto al pie. Y durante a?os Saleh se ha presentado como el ¨²nico capaz de preservar un Yemen unido frente a la rebeld¨ªa de las tribus y el secesionismo del sur.
Contaba sin duda con que su hijo tomara el relevo. Hasta que un movimiento popular inspirado en las revueltas de T¨²nez y Egipto se ha interpuesto en el camino. Ha sido un largo trayecto desde que en 1978, siendo un joven oficial, alcanz¨® la presidencia del entonces Yemen del Norte, poniendo fin a dos d¨¦cadas de guerra civil.
Para sorpresa de sus compa?eros de armas, que aceptaron su nombramiento crey¨¦ndole maleable, se revel¨® m¨¢s astuto que sus dos predecesores, quienes murieron asesinados. "Gobernar Yemen es como bailar con serpientes", suele decir a sus visitantes. En 1990 se colg¨® otra medalla al reunificar el pa¨ªs, aprovechando que con la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el Sur se qued¨® sin su principal patrocinador. Acord¨® entonces repartir el poder con los dirigentes de Ad¨¦n, establecer un sistema multipartidista y convocar elecciones legislativas tres a?os despu¨¦s. El descontento con los resultados llev¨® a los sure?os a levantarse en armas en 1994. Saleh aplast¨® la insurrecci¨®n sin contemplaciones. Pero fue la recuperaci¨®n por la v¨ªa diplom¨¢tica de una isla yemen¨ª en poder de Eritrea lo que le granje¨® que el Parlamento le ascendiera a mariscal.
A sus 68 a?os, Saleh se ha convertido en el presidente que m¨¢s tiempo ha estado al frente del pa¨ªs y uno de los m¨¢s veteranos del mundo. Dos factores han contribuido a ello: su habilidad para manipular a unos grupos contra otros y el sistema de clientelismo con el que ha gobernado. La primera le ha permitido mantener el pa¨ªs en un estado de caos controlado que le hac¨ªa parecer imprescindible. El segundo ha comprado lealtades y distribuido cargos entre familiares y fieles. Ambos han consentido la corrupci¨®n que ahora alienta las protestas.
El pasado 23 de abril, el presidente y la oposici¨®n aprobaron el plan del Consejo de Cooperaci¨®n del Golfo (CCG), formado por Arabia Saud¨ª, Emiratos ?rabes Unidos, Kuwait, Bahr¨¦in, Catar y Om¨¢n, para un traspaso pac¨ªfico del poder, aunque los opositores no confiaron en que Saleh fuera dejar el cargo y han continuado manifest¨¢ndose. En los ¨²ltimos d¨ªas la situaci¨®n se ha recrudecido hasta estar al borde de la guerra civil. El viernes 3 de junio, Saleh result¨® herido en un ataque contra su palacio en el que murieron siete militares.
Gran parte de los problemas que Saleh ha tenido que afrontar son el resultado de sus propias pol¨ªticas. Su historial de coqueteo con los extremistas isl¨¢micos en busca de apoyo pol¨ªtico es a todas luces responsable tanto de la rebeli¨®n de los Huthi en el Norte, como de la presencia de Al Qaeda en suelo yemen¨ª.
En los a?os noventa del siglo pasado, Saleh alent¨® a la minor¨ªa chi¨ª zaid¨ª (a la que ¨¦l mismo pertenece) para que hiciera frente al avance del salafismo. Eventualmente, la milicia, dirigida por miembros del clan Huthi (de ah¨ª su nombre), se le fue de las manos. De igual modo, acogi¨® a los muyahid¨ªn ¨¢rabes que hab¨ªan luchado contra la URSS en Afganist¨¢n y les utiliz¨® para vencer a los rebeldes del Sur en la guerra civil de 1994. Sin embargo, a partir del atentado contra el destructor estadounidense Cole en el a?o 2000, se convirtieron en un quebradero de cabeza. Tras el 11-S, Saleh incluso viaj¨® a Washington temeroso de que EE UU fuera a bombardear su pa¨ªs. Pero su compromiso con la lucha antiterrorista ha sido como m¨ªnimo ambiguo, tal como revelaron las filtraciones de Wikileaks.
Ocupado en el juego del divide y vencer¨¢s, Saleh ha tenido poco tiempo o pocas ganas para invertir en el desarrollo del rinc¨®n m¨¢s pobre de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga. A medida que aumentaba la poblaci¨®n y disminu¨ªan los ingresos del petr¨®leo descubierto hace dos d¨¦cadas, tambi¨¦n se ha quedado sin recursos para seguir cooptando a las tribus y todo hace indicar que su habilidad para bailar con serpientes no va a ser suficiente para evitarle su picadura.
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