La novia es hermosa pero est¨¢ casada con otro
La paz solo se conseguir¨¢ tratando a israel¨ªes y palestinos por igual. Palestina debe tener su Estado
El 14 de mayo de 1948, David Ben Gurion, el m¨¢ximo l¨ªder sionista, proclam¨® el nacimiento del Estado de Israel. Estados Unidos fue la primera naci¨®n que lo reconoci¨®. Se hab¨ªa consumado uno de los hechos m¨¢s sorprendentes de la historia pol¨ªtica del siglo XX: la creaci¨®n de un nuevo Estado en tierras que los jud¨ªos consideraban como suyas, pero que hac¨ªa casi dos mil a?os que no habitaban. Como espa?ol, nacido en Granada, a uno se le ocurre pensar que fue como si los ¨¢rabes de Oriente Medio, en raz¨®n de sus sufrimientos en los ¨²ltimos siglos, decidieran instalarse en Andaluc¨ªa, expulsando o arrinconando a los cristianos que desde hace siglos aqu¨ª viven e invocando para ello sagrados derechos sobre las tierras donde sus antepasados permanecieron casi ochocientos a?os.
A finales del siglo XIX no hab¨ªa pr¨¢cticamente jud¨ªos en Palestina y nadie hab¨ªa pensado en crear un Estado jud¨ªo en ese territorio. Fue Theodor Herzl, nacido en Hungr¨ªa, quien traumatizado por el antisemitismo que rode¨® el caso Dreyfus, se radicaliz¨® pol¨ªticamente y public¨® en 1899 un op¨²sculo, El Estado Jud¨ªo, en el que proclam¨® la necesidad de crear un hogar nacional para el pueblo jud¨ªo, dado que constitu¨ªa una naci¨®n y sus problemas derivaban de la inexistencia de un Estado. Dej¨® abierto, no obstante, el lugar de su emplazamiento: si deb¨ªa estar en la tierra de sus ancestros o en alg¨²n lugar deshabitado de otro pa¨ªs, como, por ejemplo, Argentina.
As¨ª naci¨® el sionismo pol¨ªtico. Tras la celebraci¨®n en Basilea de su primer congreso en 1897, Herzl escribi¨® en su diario: ¡°He fundado el Estado jud¨ªo. Si hoy lo dijera en voz alta, me responder¨ªa una carcajada universal. Puede que en cinco a?os, y con seguridad en cincuenta, todo el mundo lo ver¨¢¡±. Como explica Avi Shlaim en El Muro de Hierro, dado que ni los rabinos m¨¢s prominentes estaban convencidos, enviaron una delegaci¨®n a Palestina que concluy¨® con el siguiente telegrama: ¡°La novia es hermosa pero est¨¢ casada con otro hombre¡±.
La semilla del ¡°sionismo combativo¡±, no obstante, hab¨ªa sido plantada e iba a germinar. Comenz¨® entonces una interminable emigraci¨®n hacia Palestina de jud¨ªos europeos, decididos a hacer realidad el sue?o de Herzl. A la par, los dirigentes sionistas fueron conscientes desde el primer momento de que necesitaban el apoyo de las grandes potencias occidentales. Y tambi¨¦n de que los nativos ¨¢rabes dif¨ªcilmente pod¨ªan aceptar la implantaci¨®n en su territorio de un pueblo ¡°ajeno¡±.
El desd¨¦n de Occidente hacia el mundo ¨¢rabe, unido a sus tradicionales rencillas internas y a la implacable determinaci¨®n de los reci¨¦n llegados, llev¨® al Imperio Brit¨¢nico a dictar, el 12 de noviembre de 1917, la Declaraci¨®n Balfour que ¡°contemplaba favorablemente el establecimiento en Palestina de una patria para el pueblo jud¨ªo¡±, abriendo as¨ª la v¨ªa para la creaci¨®n posterior del Estado de Israel. En aquella fecha la poblaci¨®n jud¨ªa era de unas 56.000 personas y la ¨¢rabe superaba las 600.000. Los derechos de estos ¨²ltimos fueron completamente ignorados, y de esta forma comenz¨® la tragedia del pueblo palestino.
Como consecuencia de esta Declaraci¨®n, fue aumentando el n¨²mero y el poder de los jud¨ªos al igual que los enfrentamientos entre ambas comunidades, colocando a Gran Breta?a, la potencia administradora, en una situaci¨®n insostenible. La terrible represi¨®n nazi reforz¨® las corrientes radicales sionistas. Convencidos de lo sagrado de su causa y de que el fin justifica los medios, no vacilaron en eliminar cuantos obst¨¢culos se opon¨ªan en su camino. Contaban con la opini¨®n favorable de Occidente. Los extremistas jud¨ªos, dir¨¢ E. Rogan, en su libro Los ?rabes, declararon la guerra a Gran Breta?a a pesar de que este pa¨ªs estaba haciendo realidad el sue?o de una patria jud¨ªa en Palestina. Sus organizaciones paramilitares sembraron el terror con atentados como los del Hotel King David, en 1946, donde murieron 91 personas y hubo m¨¢s de 100 heridos. Finalmente, Gran Breta?a remiti¨® la cuesti¨®n palestina a las Naciones Unidas, que el 29 de noviembre de 1947 aprob¨® la partici¨®n de Palestina, legitimando la existencia de dos Estados, uno jud¨ªo y otro palestino, lo que origin¨® una feroz guerra que dur¨® casi dos a?os. Termin¨® con una completa victoria israel¨ª y una gran derrota para los palestinos.
Israel aprovech¨® la contienda para proclamar su Estado, y aprendi¨® algunas lecciones que nunca olvidar¨ªa: que la acci¨®n directa y la pol¨ªtica de hechos consumados le proporcionaba m¨¢s ventajas que la v¨ªa diplom¨¢tica; que el tiempo jugaba a su favor, dado el apoyo incondicional de Occidente, y que deb¨ªa conseguir que los palestinos fuesen considerados como extranjeros en su propia tierra.
Incomprensiblemente, parece haber logrado sus prop¨®sitos. S¨®lo as¨ª puede entenderse que algunos pa¨ªses occidentales se opongan al reconocimiento del Estado palestino, y que la propuesta de Mahmud Abbas haya sido rechazada por Obama, con esa triste frase: ¡°No hay atajos para la paz¡±. La paz s¨®lo se conseguir¨¢ tratando a israel¨ªes y palestinos por igual. Reconocer el Estado palestino, 63 a?os m¨¢s tarde que el Estado de Israel, es simple y llanamente reparar una enorme y dolorosa injusticia. Moralmente no caben excusas ni soluciones descafeinadas.
Jer¨®nimo P¨¢ez es abogado.
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