Lecciones de Brasil para Europa
El BCE y el FMI exigen sacrificios financieros que imposibilitan volver al crecimiento
La ¨²ltima oleada de convulsiones del orden financiero internacional, para quienes en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo nos hemos convertido a lo largo de los a?os, y a nuestro pesar, en expertos en crisis financieras, no ha sido lamentablemente una sorpresa. En gran medida, las recetas y recomendaciones que los llamados expertos ofrecen hoy en d¨ªa para los persistentes problemas de los pa¨ªses ricos son exactamente las mismas que se propon¨ªan en d¨¦cadas anteriores para pa¨ªses como Brasil. Ahora la diferencia estriba en que, como la crisis afecta al centro y no a la periferia del sistema, los riesgos y las repercusiones mundiales son mucho mayores.
Antes, los representantes de los pa¨ªses ¡ªbancos centrales y ministros de Hacienda¡ª se esforzaban por demostrar que no hab¨ªa razones para comparar las penalidades de su propio pa¨ªs con las tragedias de otros. Nuestra situaci¨®n fiscal no era la misma; nuestra tasa de endeudamiento en relaci¨®n con el PIB no era tan elevada; la deuda internacional estaba en manos de titulares nacionales y en divisas locales, etc¨¦tera. Pero siempre hab¨ªa un factor cr¨ªtico: las cuentas en moneda extranjera. Si los flujos de capital se deten¨ªan, permitiendo la refinanciaci¨®n de la deuda, el fantasma de la suspensi¨®n de pagos asomaba la cabeza y con frecuencia se llevaba todo por delante, condenando a los pa¨ªses afectados por el contagio a a?os de austeridad fiscal y escaso crecimiento.
Durante la d¨¦cada de 1990 y a comienzos de este siglo, parec¨ªa que todos los problemas de los pa¨ªses pobres (algunos ya no lo eran tanto y pusieron de moda las siglas BRIC) se topaban con la misma receta. El Fondo Monetario Internacional (FMI) propon¨ªa una dr¨¢stica disciplina fiscal, una reorganizaci¨®n de las propiedades p¨²blicas mediante privatizaciones, una mayor apertura a los flujos de capital, nuevas inversiones y, en los casos m¨¢s graves, una reestructuraci¨®n de la deuda exterior, como ocurri¨® en el Plan Brady.
En consecuencia, la receta no garantizaba una senda sin baches hacia el crecimiento. Para poder crecer de nuevo, era necesario atraer capital extranjero, pero sin exponerse a los flujos m¨¢s veleidosos y vol¨¢tiles, es decir, a lo que entonces se llamaba ¡°dinero candente¡±. Sin embargo, en la pr¨¢ctica, era muy dif¨ªcil separar el trigo de la paja y era frecuente que, cuando la situaci¨®n se deterioraba hasta el punto de hacer necesarios pr¨¦stamos extranjeros para cubrir los d¨¦ficits en la balanza de pagos, el peligro fuera mortal.
El plan brasile?o que cur¨® el sistema financiero s¨ª castig¨® a los banqueros
?Qu¨¦ le ped¨ªamos los gobernantes de esos pa¨ªses a la comunidad internacional en esos tiempos dif¨ªciles?: una mayor y mejor regulaci¨®n que permitiera limitar la especulaci¨®n contra nuestras divisas, la creaci¨®n de fondos de mayor magnitud y m¨¢s accesibles, y que el FMI se fortaleciera, ajustando al mismo tiempo sus pol¨ªticas para beneficiar a los pa¨ªses con crisis de liquidez. Para financiar esos fondos, algunos recuperamos la idea de la tasa Tobin, que grava las operaciones de cambio de divisas.
Finalmente, apunt¨¢bamos que, si la austeridad fiscal superaba cierto l¨ªmite, acabar¨ªa con cualquier esperanza de recuperaci¨®n del crecimiento, adem¨¢s de hacer insostenible la situaci¨®n sociopol¨ªtica de nuestros pa¨ªses. A pesar de nuestra insistencia, nadie nos escuch¨®. En general, los pa¨ªses que no estaban en situaci¨®n de negociar mejores condiciones con el FMI padecieron largos periodos sin crecimiento, de constante incapacidad para asumir sus deudas y de estallidos sociales.
Mejor les fue a ciertos pa¨ªses emergentes. Ese fue el caso de Brasil, que en 1994 asumi¨® voluntariamente el riesgo de lanzar el Plan Real para crear una nueva divisa y acometer otros cambios econ¨®micos estructurales. Modificamos dr¨¢sticamente las bases de nuestra pol¨ªtica fiscal, limpiando el erario p¨²blico, tanto federal como estatal, e imponiendo al sistema financiero controles estrictos que, siguiendo las directrices de Basilea, entonces supervis¨® nuestro banco central.
Al mismo tiempo, aunque llevamos a cabo privatizaciones, no nos olvidamos de la necesidad de fomentar la competencia en el sector privado, sin dejar de mantener activos mecanismos de cr¨¦dito p¨²blico como el Banco Nacional de Desarrollo Econ¨®mico y Social (BNDES) y el Banco do Brasil, que habr¨ªan de permitir la reestructuraci¨®n de las empresas brasile?as. En algunos casos creamos organismos mixtos, p¨²blico-privados, para antiguos monopolios estatales como Petrobras. Adem¨¢s, desde 1994 Brasil ha venido cultivando pol¨ªticas que garanticen un aut¨¦ntico incremento del salario m¨ªnimo, creando en 2000 una red de protecci¨®n que incluye el conocido programa ¡°Bolsa Familia¡±, que vincula las ayudas sociales a la asistencia de los ni?os a la escuela, reduciendo la pobreza y tambi¨¦n ligeramente la desigualdad.
Estamos ante un incierto escenario mundial. La puesta en marcha de la regulaci¨®n financiera propuesta en las reuniones del G-20 se enfrenta a obst¨¢culos fruto de intereses nacionales. Cada banco central funciona como le parece. La Fed de Estados Unidos inunda su pa¨ªs y el mundo de d¨®lares, realizando operaciones propias de la banca comercial sin preocuparse de la ortodoxia.
Los responsables del caos financiero no solo no han sido castigados, sino que reciben primas (al contrario que en el plan brasile?o que cur¨® el sistema financiero, donde s¨ª se castig¨® a los banqueros). El desempleo no se va a reducir, porque no hay ni consumo ni inversi¨®n. El Banco Central Europeo y el FMI exigen a los pa¨ªses que est¨¢n pr¨¢cticamente en bancarrota sacrificios financieros que, al mismo tiempo, imposibilitan el retorno al crecimiento, y con ¨¦l a la normalidad. Los tipos de inter¨¦s se mantienen pr¨¢cticamente a cero y se proclama que seguir¨¢n ah¨ª, pero las econom¨ªas no responden. En Europa, cada pa¨ªs elige su propia pol¨ªtica fiscal y no hay mecanismos armonizadores. El desempleo y la agitaci¨®n pol¨ªtica, de la mano de la amenaza de bancarrota, se ciernen como fantasmas sobre esos pa¨ªses.
Los emergentes, con China en vanguardia, han escapado a esta realidad. ?Pero hasta cu¨¢ndo? Es evidente que una larga recesi¨®n o una contracci¨®n acusada transmitir¨¢n sus efectos negativos a las econom¨ªas emergentes a trav¨¦s del comercio exterior. Antes de que eso ocurra y de que el desastre sea todav¨ªa mayor, es necesario un entendimiento mundial, que deber¨ªa comenzar por reconocer que las deudas de algunos pa¨ªses europeos no se pueden pagar.
Mediante una reestructuraci¨®n ¡ªo como se le quiera llamar¡ª similar al Plan Brady, es necesario aliviar las penalidades de los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y Espa?a) y de otros pa¨ªses en situaci¨®n similar. Para volver al crecimiento, y teniendo en cuenta sus deudas interior y exterior, y la desesperada situaci¨®n de sus bancos ¡ªcargados de activos cuya aut¨¦ntica calidad se desconoce¡ª, no tienen m¨¢s opci¨®n que reducir dr¨¢sticamente el valor de dichas deudas. Sobre todo si, al mismo tiempo, se ven sumidos en la crisis fiscal y el descontento pol¨ªtico.
Esa reestructuraci¨®n carecer¨¢ de bases pol¨ªticas o morales en las que asentarse si no se acompa?a de una mejor distribuci¨®n de las cargas que conllevar¨¢n las p¨¦rdidas. El llamamiento de Warren Buffet, seguido por el de millonarios de otros pa¨ªses, pone al descubierto la insensatez de las ideas del Tea Party, que pretende cargar la responsabilidad sobre los m¨¢s pobres, completamente ajenos a las causas de la crisis.
Para terminar, hay que decir que, o bien se rescata el sistema financiero europeo mediante un enorme programa de recapitalizaci¨®n o el euro se vendr¨¢ abajo por la falta de unidad fiscal. Adem¨¢s, la Uni¨®n Europea podr¨ªa tambi¨¦n reducirse, permitiendo a algunos de sus miembros recuperar sus propias divisas y devaluarlas.
Nada se conseguir¨¢ sin dirigentes pol¨ªticos fuertes y dispuestos a redistribuir el poder mundial y a reorganizar fundamentalmente sus propias perspectivas. ?Habr¨¢ energ¨ªa suficiente para ese entendimiento? Ese es el enigma de este momento hist¨®rico.
Fernando Henrique Cardoso fue ministro de Hacienda de Brasil entre 1993 y 1994, y presidente entre 1995 y 2002. Es miembro del Consejo para el siglo XXI del Instituto Berggruen.
? 2011 Global Viewpoint Network / Nicolas Berggruen Institute.
Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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