"Todos quer¨ªamos que lo mataran"
Los libios hacen cola en Misrata para ver el cad¨¢ver de Gadafi
¡°Prefiero que lo hayan matado. El mundo es mucho mejor sin Gadafi. Es un criminal, y si fuera juzgado podr¨ªa seguir creando problemas en Libia. Creo que la inmensa mayor¨ªa de los libios piensa como yo, y tambi¨¦n hay hombres en el Gobierno que temen mucho lo que pudiera desvelar. Adem¨¢s, Sadam Husein fue sometido a un proceso y para muchos se convirti¨® en un h¨¦roe en Irak¡±, se explaya Ashraf, un comercial de material agr¨ªcola tripolitano que celebraba la noche del viernes en la plaza de los M¨¢rtires de Tr¨ªpoli (antes plaza Verde) la desaparici¨®n del dictador. Mohamed, un amigo egipcio que le acompa?a, envidia a Ashraf: ¡°A m¨ª me gustar¨ªa que al presidente Hosni Mubarak le hubieran hecho lo mismo¡±.
Bajo el Castillo Rosado de la c¨¦ntrica plaza tripolitana en la que el s¨¢trapa pronunci¨® algunas de sus amenazas m¨¢s estridentes, cientos de mujeres bailaban y cantaban ¨Cseparadas por barreras met¨¢licas de los hombres¡ª locas de alegr¨ªa. Nadie siente remordimiento por el posible crimen de guerra perpetrado por los rebeldes. Muy probablemente porque el concepto del derecho a la defensa les resulta m¨¢s que ajeno. Los libios no han disfrutado de ¨¦l ni por asomo.
El Gobierno interino calcula que 30.000 personas han perecido durante los ocho meses de la guerra que naci¨® en febrero en Bengasi. Se ignora cu¨¢ntas son las v¨ªctimas de cuatro d¨¦cadas de terror. Un r¨¦gimen en el que las madres eran forzadas a aplaudir el ahorcamiento p¨²blico y televisado de su hijo; los padres no se atrev¨ªan a hablar de Gadafi en su hogar por miedo a que sus peque?os repitieran alguna frase escuchada en casa; las humillaciones eran el pan nuestro de cada d¨ªa; las detenciones se prodigaban por criticar el estado de una ca?er¨ªa, y los prebostes del r¨¦gimen se regodeaban en su arbitrariedad. A nadie le importa que Muamar el Gadafi haya asido asesinado a sangre fr¨ªa. Y no falta quien esboza una mueca de estupefacci¨®n cuando se le dice que cualquier criminal merece un juicio justo.
El Gobierno interino calcula que 30.000 personas han fallecido durante los ocho meses de conflicto
En Misrata, a las puertas del mercado donde los milicianos protegen el cad¨¢ver de eventuales excesos -los uniformados no permiten detenerse a nadie en la c¨¢mara frigor¨ªfica donde reposa el cuerpo del tirano porque algunos lo han pisoteado-, todo son sonrisas. El odio remite un ¨¢pice ante la inminencia de lo que constituye un acontecimiento hist¨®rico para los libios, algunos venidos de otras ciudades, que quieren ver sus propios ojos que Gadafi nunca podr¨¢ amenazarles otra vez. Algunos hombres cargan con sus hijos peque?os a cuestas porque quieren que graben en su memoria el rostro de quien tanto les hizo sufrir. ¡°Pregunta a quien quieras. Todos quer¨ªamos que lo mataran¡±, advierte Hakim al Misrati, enfermero de 44 a?os. A su lado, el estudiante Jaled tiene otros temores: ¡°Pudiera ser que un abogado consiguiera una condena breve o que el dictador pudiera pasar el resto de sus d¨ªas en buenas condiciones en una prisi¨®n¡±.
Para el Gobierno interino, sin embargo, las circunstancias del fallecimiento de Gadafi -al que se ve vivo en varios v¨ªdeos minutos antes de que se declarara su defunci¨®n- son una patata caliente. La gesti¨®n de la investigaci¨®n de la muerte ser¨¢ una prueba de las credenciales del nuevo Estado, que se afana por proclamar que la nueva Libia ser¨¢ un Estado democr¨¢tico en el que los ciudadanos gozar¨¢n de garant¨ªas jur¨ªdicas. El primer ministro, Mahmud Yibril, insiste en que Gadafi no fue asesinado. Pero su mensaje debe calar entre los organismos internacionales. A los ciudadanos de Libia les importa un comino que al aut¨®crata le descerrajaran un tiro en la sien.
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